¿Cómo “Dar” Fuerza a Dios?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre La Gloria de Dios
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Natalia Micaela Moreno
La siguiente meditación viene de mi persistencia devocional sobre el Salmo 96:7. Todas las versiones modernas (en inglés) lo traducen: “Ascribe to the Lord...strength” (“Atribuyan al Señor... fuerza”) (ESV, NIV, NASB). Solo la versión KJV la traduce literalmente como “Give unto the Lord...strength.” (“Da al Señor...fuerza.”)
No hay nada inusual en esta palabra hebrea “dar” (yahab). Se usa más de sesenta veces en el Antiguo Testamento en todas las formas ordinarias en que se usa la palabra dar.
La palabra ascribe (atribuir) en el Salmo 96:7 es una interpretación. Es una paráfrasis. Es una buena interpretación, creo, pero, como con todas las paráfrasis, cortocircuita nuestra reflexión. Pero para mí, en una reflexión completa es donde mi alma obtiene su mejor comida. Así que me alegro de haber pasado el verano de 1969 con William LaSor aprendiendo hebreo.
Empiezo con lo obvio. Dios es infinitamente fuerte y no puede hacerse más fuerte por mi servicio. “Ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo” (Hechos 17:25, LBLA). Entonces, darle fuerza a Dios significa algo diferente a agregarle fuerza.
Esto es lo que creo que sería algo de lo que se incluye en una experiencia completa de lo que el salmista pide cuando dice, “Da al Señor...fuerza.”
Primero, por la gracia de Dios, "damos" atención a Dios y vemos que Él es fuerte. Nosotros damos atención a su fuerza. Entonces damos nuestra aprobación a la grandeza de su fuerza. "Damos" la debida consideración a su valor.
Encontramos que su fuerza es maravillosa. Pero lo que hace que esta maravilla sea una maravilla de “dar” es que estamos especialmente contentos de que la grandeza de la fuerza sea "suya" y no la nuestra. Sentimos una profunda aptitud en el hecho de que él es infinitamente fuerte y no nosotros. Nos encanta el hecho de que esto sea así. No envidiamos a Dios por su fuerza. No somos codiciosos de su poder. Estamos llenos de alegría de que toda fuerza es suya.
Todo en nosotros se alegra de salir a contemplar este poder, como si hubiéramos llegado a la celebración de la victoria de un corredor de distancia que nos había superado en la carrera, y encontramos nuestra mayor alegría en admirar su fuerza, en lugar de resentir nuestra pérdida.
Encontramos el significado más profundo de la vida cuando nuestros corazones salen libremente a admirar el poder de Dios, en lugar de volverse hacia adentro para presumir en el nuestro, o incluso pensar en el nuestro. Descubrimos algo abrumador: es profundamente satisfactorio no ser Dios, sino renunciar a todos los pensamientos o deseos de ser Dios.
Al "dar" atención al poder de Dios surge en nosotros la comprensión de que Dios creó el universo para esto: Para que pudiéramos tener la experiencia sumamente satisfactoria de no ser Dios, sino admirar la Divinidad de Dios, la fuerza de Dios. Allí se asienta sobre nosotros una comprensión pacífica de que la "admiración del infinito" es el último final de todas las cosas.
Temblamos ante la más mínima tentación de reclamar cualquier poder como proveniente de nosotros. Dios nos ha hecho débiles para protegernos de esto: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, "para que la extraordinaria grandeza del poder sea de Dios" y no de nosotros” (2 Corintios 4:7).
Oh, qué amor es este, que Dios nos proteja de reemplazar las alturas eternas de admirar su poder con el inútil intento de presumir los nuestros.
Dios tenga misericordia de mí. Protéjeme de los deseos suicidas de poder. Despierta en mí diariamente, y cada vez más profundamente, la humilde voluntad de dar la valoración más alegre y más grande a tu fuerza inconmensurable. Prohibe que venda la satisfacción sin fin de la admiración por el espejismo mi propia fuerza.
En este sentido, Señor, "Te doy fuerza". En este sentido, me uno a los veinticuatro ancianos del cielo y digo: “Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir . . . el poder” (Apocalipsis 4:11, LBLA). Amén.
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