¿Cómo podemos mejorar las predicaciones en nuestra iglesia? (Parte 2)
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Patricio Ledesma sobre La Predicación y la Enseñanza
Traducción por 9Marks
En un primer artículo acerca de cómo podemos mejorar las predicaciones en nuestra iglesia enfatizamos las responsabilidades de los pastores, e indicamos algunas cosas prácticas que los predicadores pueden hacer. Ahora dirigiremos nuestra mirada a la congregación para entender que la predicación de la Palabra de Dios implica responsabilidades y una participación activa de parte de todos los miembros de la iglesia.
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NO SOLO EL PREDICADOR TIENE QUE MEJORAR
En los tiempos que corren, sin duda es necesario —¡podríamos decir urgente!— que las iglesias tengan mejores predicadores. Gracias a Dios, a través de recursos como Internet, cada vez se pueden encontrar más libros y conferencias en español destinadas a equipar a los predicadores en su labor (esto resulta especialmente alentador cuando pensamos en el mundo hispano). Pero sería un error pensar que los expositores son los únicos que tienen que mejorar cuando se abren las Escrituras en la iglesia. Estamos acostumbrados a fijar nuestros ojos en los predicadores y señalar aquellos aspectos que podrían mejorar —y esto no está mal; la crítica constructiva y amorosa es necesaria—, pero la pregunta clave que deberíamos hacernos como miembros de iglesia es: ¿cuán buenos oyentes de la Palabra estamos siendo cada uno de nosotros? ¿Estoy asumiendo mi responsabilidad como oyente de la Palabra de Dios?
LA PREDICACIÓN: NO SOLO UNA RESPONSABILIDAD DE LOS QUE HABLAN
Solemos asumir que la predicación de la Biblia implica responsabilidades solamente para el predicador. Después de todo es el pastor el que habla mientras que los demás escuchan. A priori todo parece reducirse a una persona que tiene que arremangarse en el púlpito domingo tras domingo, mientras que los demás no pueden sino observar impasiblemente desde los bancos sin hacer nada. Pero, ¿es verdad que los miembros de la iglesia están condenados a la pasividad a la hora del sermón? ¿No hay ninguna tarea para los que se sientan a escuchar cada domingo? ¿Es el sermón dominical un causante de atrofia eclesiástica (como algunos han sugerido)? La Biblia nos enseña que no. Escuchar la Palabra de Dios implica importantes responsabilidades —y actividades— para toda la congregación y, por nuestro bien, no podemos descuidarlas.
SEIS CARACTERÍSTICAS DE UN OYENTE SALUDABLE
Las Escrituras nos revelan al menos seis aspectos que deberíamos considerar si queremos ser oyentes saludables de la Palabra de Dios:
1. Oigamos con atención
Éxodo 15:26: “Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, […], y dieres oído a sus mandamientos”.
El pueblo de Israel que salió de Egipto con Moisés era un pueblo duro de cerviz, desobediente, rebelde y murmurador. El Señor dio estatutos y ordenanzas a su pueblo ofreciendo bendiciones sobre ellos siempre y cuando oyeran con atención su voz, y dieren oído a sus mandamientos. Una primera lección evidente pero que ignoramos con facilidad es que debemos poner atención a la Palabra de Dios, y oírla con concentración. Poner atención a lo que Dios dice es una responsabilidad nuestra y requiere una disposición y un esfuerzo de nuestra parte.
2. Apliquemos el corazón y los oídos
Proverbios 23:12: “Aplica tu corazón a la enseñanza, y tus oídos a las palabras de sabiduría”.
Escuchar la voz de Dios no solo tiene que ver con nuestros oídos, sino que también con nuestros corazones. Oír la Palabra es un ejercicio espiritual que implica lo más profundo de nuestro ser. Nos dice el proverbio que debemos aplicar nuestro corazón a la enseñanza. ¿Qué significa esto? Pues que debemos preparar nuestro corazón, disponer nuestra alma, y entregarnos con empeño a la Palabra de Dios. Hemos de volcar nuestro ser a ella con devoción.
3. Reconozcamos nuestra rebeldía
Zacarías 7:11-12: “Pero no quisieron escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír; y pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu”.
Es cierto que no todas las predicaciones son buenas, y también hay algunas muy malas. A veces tenemos que escuchar a predicadores que no son nuestros favoritos, quizás no tan elocuentes como otros. Pero aun con todo, no siempre el problema está en los que hablan. Zacarías 7:11-12 es un claro ejemplo de un Dios que habla y de un pueblo que voluntariamente se niega a escuchar. Podemos observar que el Señor enviaba sus palabras ¡por su Espíritu! —eran mensajes verdaderos de Dios—, pero su audiencia decidió volverle la espalda tapando sus oídos. ¿No somos nosotros así también? Nuestra tarea entonces consiste en reconocer nuestra rebeldía, arrepentirnos y volver al Señor otra vez.
4. Pidamos a Dios que nos haga oír
Salmo 143:8: “Hazme oír por la mañana tu misericordia”.
En este salmo de liberación y dirección David ruega a Dios que le haga oír. Dios es la única esperanza de todo sordo espiritual. Si un día escuchamos su voz fue porque Él nos capacitó para ello, mediante su Espíritu (a través de su Palabra). Y aun como cristianos seguimos dependiendo del Espíritu Santo para oír y entender la Palabra. En una sociedad de estrés como la actual, en la que no tenemos tiempo para nada, una de nuestras mayores necesidades es pedir a Dios que nos haga oír su voz en su Palabra. Oremos pues con esta súplica antes de ir a la iglesia, y antes de escuchar el sermón.
5. Recibamos la Palabra con solicitud y examinemos lo que escuchamos
Hechos 17:11: “Y éstos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron la palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”.
Las personas de Berea aparecen en Hechos como ejemplos de oyentes solícitos, que examinaban la Palabra de Dios para confirmar que lo que oían era cierto. Su atención y cuidado les diferenciaba de los de Tesalónica (los bereanos eran más “nobles” en este sentido). Los de Berea eran investigadores de las Escrituras, y no daban por sentado cualquier enseñanza. Tristemente, el espíritu “bereano” puede estar perdiéndose en nuestras iglesias. Por ejemplo, es común ver a cristianos sin sus biblias en las reuniones. Pero no debería ser así. Hemos de ser oyentes activos y escudriñadores, preocupados porque la verdad de Dios sea predicada con fidelidad. ¿Examinamos lo que oímos? Un oyente saludable debería hacerlo.
6. Aprendamos, guardemos y practiquemos lo que oímos
Deuteronomio 5:1: “Oye, Israel, los estatutos y decretos que yo pronuncio hoy en vuestros oídos; aprendedlos, y guardadlos, para ponerlos por obra”.
Sí, oír no basta. Es necesario aprender, guardar y practicar lo que oímos. El pueblo de Israel era responsable por todas estas cosas (Dios se las mandó en forma de imperativos), al igual que nosotros somos responsables hoy. Es decir, no solo tenemos una tarea importante en el momento de escuchar las predicaciones, sino que también tenemos el encargo de esmerarnos en entender y asimilar la enseñanza, conservarla en nuestros corazones (no olvidarla), y vivirla en diaria obediencia.
CONCLUSIÓN
Oír la Palabra de Dios implica para cada miembro de iglesia más de lo que parece a simple vista. Un miembro saludable reconoce su necesidad de mejorar como oyente, y es consciente de que el domingo por la mañana no solo el pastor tiene un trabajo que realizar. El oyente saludable oye con atención, aplica su corazón, reconoce su rebeldía, ruega a Dios que le haga oír, analiza lo que escucha, y aprende, guarda y practica aquello que es según la voluntad divina. ¡No es poco para alguien sentado en un banco!
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