¿Despertarás Como Un Cristiano Mañana?

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English: Will You Wake Up a Christian Tomorrow?

© Desiring God

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Por John Piper sobre Salvación

Traducción por Javier Matus


Hay dos formas posibles en las que los hijos de Dios podrían fracasar en la vida cristiana. Una es que nos alejemos de Dios. Y la otra es que Dios se aleje de nosotros. Jeremías, sorprendentemente, dice que en los días venideros —los días del nuevo pacto— ninguna de estas sucederá:

Haré con ellos pacto eterno, que no Me volveré atrás de hacerles bien, y pondré Mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de Mí. (Jeremías 32:40)

Dios “no se volverá atrás de hacernos bien”. Y obrará en nosotros “para que [nosotros] no [nos apartemos] de [Él]”. Así es como la providencia de Dios lleva a Su pueblo a la gloria eterna. En otras palabras, Dios no solo requiere santidad; se la promete a Su pueblo. Por tanto, la santidad que Dios requiere de Su pueblo en su camino a la gloria es absolutamente cierta. No fallará. Esta certeza es revelada con claridad en las Escrituras para que todos la vean.

El objetivo de esa clara revelación es la búsqueda gozosa, confiada, incondicional y vigilante de la santidad (Hebreos 12:14) y la gloria (Romanos 2:6-7), porque Dios la ha hecho tan segura. Como dice Pablo en Filipenses 3:12: “No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús”. Pablo obra para asirse de Cristo como su premio, porque Cristo lo ha asido a él. Este es el misterio de la santificación que tanta gente encuentra incomprensible —¡que la certeza de pertenecer a Cristo nos haría vigilantes para asirnos de Cristo! Oro para que no pienses que esto sea desconcertante, sino hermoso. Si comienza como un enigma de confusión, oro para que termine como energía para Cristo.

Contenido

El mayor pasaje sobre la preservación

La promesa más clara y completa de que Dios nos dará todo lo que necesitamos y nos llevará infaliblemente a la gloria es Romanos 8:28-39. Está manifiestamente diseñada para dar confianza sin temor a los hijos de Dios frente a la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro y la espada (Romanos 8:35).

El contexto es el sufrimiento global de todas las personas y el gemido de la creación bajo su sujeción a la vanidad y la corrupción (Romanos 8:18-25). Todo el universo gime. Los creyentes comparten el dolor y la perplejidad. A menudo no sabemos cómo orar. En este contexto de sufrimiento y perplejidad universales, incluso en la oración, Pablo dice, en efecto: “Pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos (Romanos 8:26) [¡pero sí sabemos algo!]”. “Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos 8:28). Ese es el comienzo de la más exaltada de todas las Escrituras con respecto a la seguridad absoluta que los creyentes pueden tener frente a Satanás, el pecado, la enfermedad y el sabotaje.

Dios obra todo —¡todo!— por el bien de los que aman a Dios y son llamados por Él. Esta promesa contiene todo el compromiso de Dios de hacer todo lo necesario para el bien eterno de Su pueblo. Vemos esto en el argumento que sigue. Pablo apoya esta enorme promesa con la afirmación de que, comenzando en la eternidad pasada (antes conoció) y extendiéndose hasta la eternidad futura (glorificó), Dios está comprometido, en cada paso del camino, a llevar a Su pueblo a la gloria:

A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo… Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó. (Romanos 8:29-30)

El punto de esta cadena de oro es este: ningún eslabón se rompe. Nadie se cae. Todo conocido de antemano se convierte en un predestinado. Todo predestinado se convierte en un llamado. Todo llamado se convierte en un justificado. Todo justificado se convierte en un glorificado. Pocas cosas podrían ser más claras o gloriosas. ¡Garantía! ¡Confianza! ¡Estabilidad! ¡Valor!

La mención de los “llamados” en esta cadena se remonta al versículo 28, la cual es una promesa para “los que son llamados”. Ese eslabón nos ayuda a ver que lo que Pablo está describiendo en esta cadena es el “bien” que había prometido en el versículo 28. Dios obra todas las cosas para nuestro bien. Y el bien es la conformidad a Cristo (Romanos 8:29) y la glorificación infalible (Romanos 8:30).

La señal más segura de que Dios es por nosotros

Después de que Pablo da el fundamento masivo para nuestra seguridad en Romanos 8:28-30, da un paso atrás y pregunta: “¿Qué, pues, diremos a esto?” (Romanos 8:31). Esto es lo que diremos: “Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?”. Si el Dios omnipotente, que todo lo planifica y todo lo logra está comprometido con nuestro bien y no con nuestro daño, entonces ningún adversario podrá romper la cadena que nos lleva a la gloria.

Pero para que nadie dude de que Dios es por nosotros, una vez más Pablo nos invita a considerar de qué se ha tratado Romanos durante ocho capítulos: Dios dando a Su Hijo para llevar nuestra condenación (Romanos 8:3) y convertirse en nuestra justicia (Romanos 5:19). Entonces, Pablo lo vuelve a decir y revela la conexión indisoluble entre la muerte de Cristo y la promesa de Romanos 8:28:

El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que Lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas? (Romanos 8:32)

La lógica del versículo es clara y fuerte: no escatimar a Su propio Hijo es lo más difícil que Dios jamás ha hecho. Ya que Él hizo esta cosa más difícil “por todos nosotros” —es decir, por todos los que aman a Dios y los que conforme a Su propósito son llamados (Romanos 8:28)— sabemos que no hay nada que Él no hará para traernos a Sí Mismo en gloria. Nada es más difícil que ofrecer a Su Hijo. Él hizo eso. Por nosotros. De ello sigue que Él no fallará en “darnos todas las cosas” —es decir, todo lo que necesitamos para ser conformados a Su Hijo (Romanos 8:29) y luego glorificados (Romanos 8:30).

Todo depende de la fidelidad de Dios

El resto de Romanos 8:31-39 profundiza y amplía la afirmación de que nada puede “separarnos del amor de Cristo” (Romanos 8:35) y “del amor de Dios que es en Cristo” (Romanos 8:39). El punto principal de Romanos 8:28-39, para nuestro propósito aquí, es que “a los que llamó… también glorificó” (Romanos 8:30). Él se encarga de que todo Su pueblo convertido llegue a la gloria. Nuestra glorificación es tan segura que Pablo habla de ella como cumplida, aunque todavía es futura.

Esta no es una promesa que pasa por alto la demanda de Dios de ser semejantes a Cristo en santidad y amor. La promesa de Dios de conformarnos a Cristo es precisamente lo que garantiza la predestinación. Todos los que antes conoció están “predestinados para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29). Esto sucede a través de nuestro llamado, nuestra justificación y finalmente nuestra glorificación (Romanos 8:30). Las implicaciones para nuestras vidas son las siguientes: Sé fuerte en la fe. Sé inquebrantable en la certeza de que Dios es por ti y te llevará a la gloria. Acaba con el temor. Sé lleno de alegría. Reboza de amor valiente por los demás.

Podemos pensar de otra manera en lo que Pablo ha hecho en Romanos 8:28-39: él ha establecido la fidelidad de Dios. De todo lo que Pablo ha dicho, está claro que no hay nada mecánico, natural o automático en nuestra conformidad con Cristo y nuestra glorificación. Todo depende de la acción de Dios.

Mucha gente tiene concepciones mecánicas, o incluso biológicas, de la seguridad eterna. Piensan en una-vez-salvo-para-siempre-salvo de manera similar a la manera en que funciona una vacuna. Piensan: “Cuando fui salvo, Dios me inoculó contra la condenación. Está integrado —de la manera en que los anticuerpos que previenen enfermedades están en la sangre”. Esa forma de pensar acerca de las garantías dadas por Pablo en Romanos 8:28-39 es errónea. Todo depende de Dios, no de los anticuerpos espirituales incorporados. Si Dios no es fiel a las promesas hechas aquí, pereceremos. Nuestra perseverancia en la fe, nuestra conformidad con Cristo y nuestra glorificación final dependen de si Dios es fiel —día tras día y para siempre.

A menudo le pregunto a la gente: ¿Cómo sabes que despertarás como un cristiano mañana por la mañana? La respuesta fundamental es que Dios hará que despiertes como cristiano, o no lo harás. Dios será fiel. Dios te guardará. Todo depende de la fidelidad de Dios a Su promesa: “A los que llamó… también glorificó”.

Toda la majestad de Dios sirve para que te guarde

Ninguno de los requisitos para llegar a la gloria ha sido revocado. No es así como Dios da seguridad. La obediencia requerida no ha sido derogada. Ha sido prometida. “Haré que… guardéis mis preceptos” (Ezequiel 36:27). La conformidad a Cristo que Dios ordena no ha sido anulada. Ha sido predestinada. “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de Su Hijo” (Romanos 8:29). El temor al fracaso no se remedia aboliendo las obligaciones. Se remedia con la fidelidad de Dios. “Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (1 Tesalonicenses 5:24).

Estas promesas de que Dios creará en nosotros lo que Él nos ordena son tan magníficas que suscitan de Judas una de las doxologías más exaltadas de la Biblia:

Y a Aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de Su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén. (Judas 24-25)

Si despertaste como un cristiano esta mañana, así es como debes sentirte. La gloria, la majestad, el imperio y la potencia han estado obrando por ti mientras dormías. Se te ha prometido ser guardado para un encuentro gozoso con Dios. Dios es fiel. Él lo hará.


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