¿Sientes que Dios te ha abandonado
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Andrea Ledesma
- «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Marcos 15:34)
Podemos oír la angustia en el llanto de Cristo desde la cruz.
He sentido ese tipo de desesperación en mi propia vida. Aunque Dios jamás me abandonará literalmente, siento que a quienes amé me han olvidado, abandonado y traicionado. Me he preguntado dónde estaba Dios en mi dolor y qué bien resultaría de mi sufrimiento.
Debido a la cruz, quienes hemos sentido ese dolor, quienes vivimos con preguntas sin respuestas y noches sin dormir, podemos regocijarnos enteramente en Pascuas. Del peor mal imaginable, el hijo libre de pecados de Dios en la cruz, Dios originó el mayor bien que se haya conocido.
Sentirse abandonado
Las Pascuas son un maravilloso recordatorio de Génesis 50:20: que lo que el hombre representa para el mal, Dios representa para el bien.
En mi propia vida, mediante las Escrituras, puedo ver que Dios ha creado el mayor bien de las situaciones más difíciles. Sin embargo, eso lo digo en retrospectiva. En ese momento, ninguno de mis sufrimientos se sentía ni siquiera mínimamente positivo.
Fue devastador llorar al lado del ataúd de mi hijo. Fue más que desgarrador recibir los papeles del divorcio en el buzón del correo. Fue agonizante escuchar que el doctor dijera que mi cuerpo se estaba deteriorando, y ver que sucediera también lo fue.
Ninguna de esas pruebas se sintió redentora. Ninguna podía festejarse. Ninguna tenía sentido. Nunca habría imaginado que, de mi dolor, Dios generaría algo hermoso. Sentía que mi dolor me estaba deformando, que siempre me dañaría.
Estaba seguro de que mis mejores años ya habían pasado, antes de que «esto» sucediera. Cuando reía sin problemas y a menudo. Cuando los recuerdos de todo lo que se había ido no me pesaban.
El dolor nos fortalece
Y así, de algún modo, aun en esas terribles pruebas, Dios estaba haciendo algo, algo extraordinario. Algo que yo no podría haber planeado ni previsto. Estaba haciendo algo en mí que no podría haber sucedido de otra forma. Era extraño y hermoso –maravilloso e inesperado- la obra de Dios.
Del dolor más avasallante y de la desesperación más terrible, Dios traía un triunfo glorioso.
En lugar de deformarme, mi dolor me fortaleció grandemente. Aumentó mi capacidad por Dios y por la alegría. Me hizo ver el mundo con otros ojos. Ojos de fe y no de desesperanza. Me ayudó a darme cuenta de que estaba atravesando solo un instante en el tiempo. Un día, mi vida se transformaría por completo.
¿Gana el mal?
Mientras mi situación sin dudas cambiaría algún día, lo que cambia más profundamente en mi sufrimiento soy yo. Todas las batallas que pensé que me derrumbarían fueron el instrumento de Dios para moldearme.
Esa formación no sucedió de un día para otro. Necesitó tiempo y confianza. Al principio, parecía que nada sucedía – nada que no fuera desilusión y derrota. Se sentía, honestamente, como si Satán estuviera destrozándome.
De igual modo, para los discípulos en aquel viernes aterrador, debió parecerse como si Satán hubiera cantado victoria. Habían crucificado a su Salvador. Sus sueños habían muerto. Sus esperanzas se habían desarmado. Quizás, el mal sí había ganado.
Y luego, todo permaneció en silencio durante dos largos días. Quizás parecía que nada sucedía – nada que no fuera desilusión y derrota.
Sin embargo, en la sabiduría de Dios, cuando la vida parecía más oscura, se produjo la luz más pura y brillante.
Dios lo representa para el bien
El domingo de Pascuas me recuerda que la perspectiva de Dios es infinitamente mayor que la mía. Mucho de lo que verdad sucede no se ve. Aunque en el momento sí lo parezca, Satán jamás cantará victoria y el mal no puede ganar. Dios siempre tiene la última palabra.
Lo que Satán representa para el mal, Dios lo representa para el bien. Siempre.
Por ende, si te sientes abandonado y no sabes adónde recurrir o qué hacer, confía en que Dios está usando esa batalla. Si parece que la vida es un lío sin esperanza y que cada día es una lucha para sobrevivir, confía en que, un día, Dios prevalecerá gloriosamente. Y cuando lo haya hecho, cuando estés del otro lado, confía en que Dios habrá hecho un trabajo incomparable en tu alma.
Luego, habrás aprendido a confiar, de verdad, en Dios, quien saca belleza de las cenizas. Tu vida y recorrido con él serán más hermosos de lo que hayas imaginado. Y de algún modo, mediante tu dolor, te transformarás. Y cuando lo hagas, cuando veas cómo Dios te ha cambiado, no querrás volver jamás a lo que solías ser.
Comprenderás que nada puede frustrar los planes que Dios tiene para ti. Lo que ahora parece ser el mal terminará siendo tu eterno gozo. Y el asombroso triunfo de las Pascuas recaerá de nuevo sobre ti.
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