¿Una cosecha amarga?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Perdonando Otros
Traducción por Juan Pablo Molina Ruiz
La biblia es muy clara en tres conceptos:
- El camino de Dios es siempre el mejor (Salmo 119:160).
- El camino de Dios no siempre nos parecerá el mejor (Proverbio 14:12).
- Todo lo que el hombre siembre, eso también segará (Gálatas 6:7).
En toda relación, cada día cosechamos lo que hemos plantado previamente, y plantamos lo que cosecharemos algún día. Cuando el desacuerdo y la acritud se hacen presentes en una relación, lo que experimentamos no es un problema misterioso. No, lamentablemente, cosechamos lo que hemos sembrado.
En este mundo perdido, donde siempre somos pecadores y mantenemos una relación con pecadores, una de las acciones más hermosas y protectoras que dios nos pide es el perdón. Pero el perdón no siempre nos parece hermoso. A veces, aferrarnos al error nos parece un mejor camino. ¿No es increíble que nosotros, quienes estamos en paz con el perdón que se nos ha dado y lo celebramos, consideremos que el perdón sea difícil y poco atractivo!
El perdón y la negación al perdón no son neutrales; cada uno planta ciertas semillas y cada uno produce cierto tipo de cosecha. Por lo tanto, es importante analizar las etapas de la cosecha, producida por la negación al perdón, que deterioran una relación. Estoy convencido de que muchas, muchas personas siguen de alguna manera este camino y muchos ni siquiera lo saben.
1) Inmadurez y fracaso
No sólo todas las personas de una relación son pecadoras, sino que la mayoría de nosotros vivimos en nuestra relación con mucha indiferencia y candidez. Muchas veces mostramos una verdadera actitud inmadura frente a las relaciones de nuestra vida. Por tal motivo hacemos cosas tontas, egoístas y pecaminosas –cosas que no creíamos que el otro pudiera hacer–. Ante nuestra sorpresa y dolor, le abrimos paso a la acusación, a la culpa, a juzgar y a castigar en lugar de un diálogo, una confesión y un perdón sinceros.
Lo que no observamos es que no sólo respondemos de manera pobre al momento presente, sino que también comenzamos a definir la dirección de la relación. Cada acto egoísta seguido por una respuesta amarga deteriora el afecto y la lealtad que nos tenemos, al igual que la unidad y el respeto que debemos disfrutar.
2) Caída en patrones cómodos
Ya que el diálogo, la confesión y el perdón son difíciles, es más fácil prestarle atención a necesidades menores. Es más fácil criticar y marcharnos, para enumerar en nuestra mente los errores del otro, para compilar nuestra lista, para gritar de ira y para lanzar una amenaza. Muchas personas se dejan caer en patrones cómodos pero destructivos. Y mientras tanto, el afecto y el respeto entre ellos se debilitan, y la distancia entre sí aumenta.
3) Construcción de defensas
En lugar de un crecimiento de la esperanza y del coraje como resultado de un estilo de vida de sinceridad y de perdón, saludable en una relación, muchos aprenden a construir muros de defensa contra las acusaciones irritadas del otro. Y con prontitud aprendemos que la mejor defensa es una ofensa, y por consiguiente atacamos las crecientes críticas del otro valiéndonos de la lista que compilamos y recordándole lo imperfecto que es, y por lo tanto, lo difícil que es llevar una relación con él o ella.
Esta mezcla de sentimiento de perfección (convencernos de que no somos el problema) y de acusación (decirle a la otra persona que él o ella es el problema) obstaculizan la relación. No estamos del mismo lado buscando defender la relación contra los ataques. No, nos vemos uno al otro como adversarios y levantamos muros de defensa contra el otro.
4) Alimentación de la antipatía
Debido a que nos permitimos meditar en lo malo del otro en lugar de celebrar lo que el buen Dios ha hecho en él o ella, o a través de él o ella, nuestra perspectiva es cada vez más negativa. Como los seres humanos no vivimos según los hechos de nuestra experiencia, sino según nuestra interpretación de los hechos, esta valoración mundialmente negativa se convierte en el lente interpretativo a través del cual comenzamos a ver todo lo que la otra persona dice y hace. En consecuencia, lo que antes no habríamos visto como negativo, ahora lo interpretamos de tal manera.
He orientado a muchas personas, quienes antes se tenían gran aprecio y respeto, y que ahora simplemente casi no se agradan. De hecho, algunas personas me han dicho que les es difícil mirar al pasado y recordar cuando la relación era buena y pacífica.
5) Sentimiento de agobio
Llega el momento en el que tener una relación con alguien que no nos agrada mucho y en el que sentir la necesidad de defendernos a diario de los ataques se vuelve algo agotador y desalentador. Las mismas ofensas se profieren y las mismas acusaciones se lanzan una y otra vez. La misma discusión sobre quién es el más difícil en una relación se da reiteradamente. Llegamos al punto de horrorizarnos cuando vemos a la otra persona, y lo evitamos cuando sea posible. Caminamos sobre cáscaras de huevo, preguntándonos dónde irá a caer la próxima bomba destrozando la poca paz que queda.
6) Envidia de los demás
Es difícil, cuando se vive así, no mirar por encima del cerco o al otro lado de la habitación y envidiar las relaciones que parecen tener todo lo que nosotros no tenemos. Y cuando hacemos esto, es tentador dudar del amor y de la sabiduría de Dios al sentir que hemos quedado solos por problemas que otros no enfrentan.
Comparar nuestra relación con la imagen pública, lejana y difusa de otra relación siempre es peligroso, y demasiado destructivo para una relación a la que le hemos estado quitando motivos para continuar.
7) Fantasías de escape
Si no se acompaña con algo, la negación al perdón, al parecer, siempre nos trae aquí. Estamos enojados, dolidos y agobiados. No nos agrada mucho la otra persona, y no nos gustan los momentos cuando estamos juntos. Nos sentimos agobiados y asfixiados. Nos decimos a nosotros mismos que somos la víctima diaria del pecado del otro. No creemos que la otra persona sea capaz cambiar. Todo esto parece imposible, y por tanto empezamos a fantasear con escaparnos.
Al principio, se trata solo de una fantasía irreal de quien está cansado, pero luego se transforma en más que eso. El camino entre la fantasía y la obsesión o la fantasía y la decisión por lo general no es muy largo. Nos hallamos en un lugar en el que podríamos marcharnos, dejando que la relación sea otra baja en nuestro historial de relaciones.
Quizás estén pensando: “¡Vaya, Paul, qué panorama tan sombrío!”. Bien, yo les preguntaría esto: ¿Tienen una relación en sus vidas que esté descendiendo o que haya descendido por este camino?
El Dios de perdón y gracia nos permite, mediante su perdón y gracia, vivir en relaciones de perdón y gracia. Mediante su gracia podemos plantar semillas de perdón que hagan crecer relaciones de aprecio, respeto y amor, aunque siempre tengamos una relación con pecadores.
Por gracia de Dios, no tenemos que arrastrar el dolor de ayer hasta la relación de hoy. Jesús murió, no sólo para perdonarnos, sino también para permitirnos, con su muerte victoriosa sobre el pecado, perdonar a los demás. Por su gracia, la reconciliación y la recuperación son realmente posibles. Él es realmente el Príncipe de la Paz.
¿Por dónde empezamos? Empezamos admitiendo nuestro pecado y nuestra debilidad. Únicamente cuando admitamos nuestra necesidad nos sentiremos complacidos de buscar su perdón y su poder.
Cuando hacemos esto, algo más pasa; recordamos que la otra persona no es la única pecadora de la relación. Lo cual nos permite admitir que es mucho más lo que nos parecemos a la otra persona y que no somos tan distintos. Es entonces cuando empezamos a darnos cuenta de que el único camino en el que dos pecadores pueden forjar una relación de respeto, aprecio y paz es cuando confían en la gracia de Dios y se disponen a dar gracia uno al otro.
Por su gracia poderosa podemos evitar el camino triste y la cosecha amarga, que es el estado de muchas relaciones de este lado de la eternidad.
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