¿Y si mi soltería nunca termina?
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Calley Sivils sobre Relaciones
Traducción por Pamela Amaranti
Sucedió de repente en mayo pasado, el momento por el que había orado y que había buscado por algún tiempo: el momento en que dejé de preocuparme por ser soltera de por vida.
Algo dentro de mí se relajó cuando me senté en un café, ni siquiera estaba pensando en relaciones sino que estaba preocupada por el menú para una cena con amigos. Y de pronto me sentí conforme con ser soltera –no solo por algunos meses más, o incluso años, sino incluso hasta el día que muera, si eso es lo que Dios elige para mí.
Más que nunca antes, los años que me esperan no parecen como un agujero negro sin romance, sin cónyuge y (enfrentémoslo) sin sexo. Fue un momento hermoso que solo pudo venir de Dios, un momento de triunfo sobre un ídolo que por largo tiempo había luchado por dominar mi corazón.
Ya sea por un tiempo o por toda la vida, he descubierto que no quiero pasar por alto lo que Dios escoja darme durante mi soltería.
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Ya soy amada
Mientras a más bodas asisto (lo que sucede varias veces al año en esta etapa de mi vida), más me convenzo de que puede que nunca sea una novia. Pero el sentimiento no es del todo triste. Porque, ¿saben?, yo ya estoy vestida de blanco. Los vestidos inmaculados de mis amigas y el día de la boda mismo simbolizan algo misterioso y bello: el “manto de justicia” que el pueblo de Dios ya viste (Isaías 61:10, LBLA) y el “lino fino, resplandeciente y limpio” que nos pondremos en las bodas del Cordero (Apocalipsis 19:8).
Alguien que entretejió hasta mis tendones ya se interesa por mí. Ya me aman con un amor que durará más que cualquier otro. Ya me conocen más íntimamente de lo que puedo imaginar.
Es tan fácil leer este último párrafo y pensar “qué cliché”, especialmente dado que este es otro artículo cristiano más sobre la soltería.
Detente. ¿Te das cuenta de lo que significa ese párrafo? Te conocen tal como eres (1 Corintios 13:12). Incluso los lugares más íntimos de tu corazón –los lugares más oscuros, los más iluminados, los más heridos, los más felices, los más románticos— Dios los conoce y los entiende en profundidad. A él le importan tus necesidades más íntimas, las no dichas. No hay ningún pensamiento que puedas expresar que Dios no conozca de antemano (Salmos 139:4). Medita en eso. ¿Acaso la presencia de Dios y sus promesas tienen tan poco valor que podemos burlarnos y decir que son “cliché”?
Suposiciones erróneas
Muy a menudo le lanzamos frases vanas a los solteros como “Dios te traerá al cónyuge correcto”. Ellas revelan completamente el sentir: Tengo que tener una relación romántica en algún punto de mi vida para ser una persona completa.
Podemos pensar sutilmente: Señor, no tengo que tenerlo ahora ni incluso el próximo mes. Pero en algún momento, Dios, tienes que traerme a alguien para que me case.
Pero Dios no tiene que hacerlo. No tiene que traernos a alguien para que nos casemos. Simplemente él no está obligado a hacer nada por nosotros que no sea para su gloria y para que nos deleitemos en él. Y dado que nosotros no somos omniscientes, no podemos afirmar que sabemos qué es lo que nos traerá más gozo a largo plazo. Podemos suponer, por supuesto. Pero la decisión final depende de nuestro Dios, quien nunca ha dejado de darnos exactamente lo que necesitamos –desde las vestiduras de piel usadas por Adán y Eva (Génesis 3:21) hasta el pan nuestro de cada día (Mateo 6:11).
No digo que no tendrás días difíciles cuando anheles convertirte en esposo o esposa (¡También tengo días de esos!), lo que digo es que Jesús te encontrará en esos momentos difíciles. Así de maravillosamente misericordioso es él. El Espíritu quiere y puede enseñarle muchas cosas a tu corazón, incluido el estar conforme con la soltería por el tiempo que Dios así lo estime –incluso si es para toda la vida.
No me malentiendan: querer casarse es buenísimo. Si estás interesado en alguien que vive cristianamente, usa la sabiduría y el discernimiento y actúa de manera deliberada al respecto. Pero no te preocupes. Puede que te cases con esa persona, y puede que no. Lo que sea que suceda, no dejes que eclipse lo que Dios ya ha hecho por ti y el glorioso lugar al que te diriges.
Tres sugerencias
Mientras lees esto puede que digas: “Eso es genial. ¿Pero cómo puedo hacerlo?” No pretendo saber la respuesta perfecta a esa pregunta, pero aquí hay tres sugerencias que me han ayudado.
1. Reconoce que no puedes estar conforme por cuenta propia.
El contentamiento es obra de Dios (Filipenses 4:11–13). Ora a Dios pidiéndolo. Rinde tu voluntad y tu corazón completamente, y no de una manera en la que trates de vivir santa y espiritualmente para poder obtener el que a tus ojos es el “verdadero premio”. Dios también puede cambiar tu corazón en eso; solo pídele. Él es un Padre que escucha a sus hijos.
2. Segundo, no te rodees de romance.
No digo que evites todas las bodas de tus amigos –¡cada una es un tiempo para alegrarse y celebrar la obra de Dios en sus vidas! Pero no te inundes de comedias románticas, programas de televisión, libros y otros medios que constantemente se enfocan en el romance. Hacer esto puede irritar heridas fácilmente y dar pie a la envidia; además, la comparación puede causar estragos en tus emociones.
3. Tercero, disfruta la soltería. De verdad.
Si no estás contento con la soltería, entonces no estarás contento con el matrimonio. Los cónyuges y los seres queridos no son amuletos para lograr el contentamiento; los votos matrimoniales no son hechizos mágicos que producen la realización de por vida.
Dedica tu tiempo a servir a tus amigos y a tu comunidad. Persigue deliberadamente tus intereses. Aprende a administrar tu dinero. Estas actividades no tienes que ser menos satisfactorias ¡solo porque no tienes cónyuge! Aunque no lo creas, si te casas, habrá momentos en que anhelarás la soltería, y es poco probable que vuelva nuevamente (al menos no de la misma manera).
Un objetivo mejor
Así que me acerco a ti como una soltera más, y te animo a que te unas para dejar a un lado al ídolo del romance. Preparémonos ahora para servir mejor a un futuro cónyuge o, si nunca nos casamos, para disfrutar a Jesús sin importar si nos casamos o no.
El matrimonio es muy bueno, pero no es lo fundamental. El honor de ser “lo fundamental” lo sigue teniendo nuestro verdadero amor: el Dios que crea, sostiene, interviene y busca los corazones de su pueblo desde la eternidad y hasta la eternidad (Salmos 90:1-2). Amén.
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