10 cuestiones que deberías conocer sobre el evangelio

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English: 10 Things You Should Know About the Gospel

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Por Sam Storms sobre El Evangelio

Traducción por Romina Mendoza


Considerando todo lo que se oye del evangelio de Jesucristo, cabría esperar que todos estuviéramos de acuerdo con la definición de esta palabra. Lamentablemente, no es así. Entonces, simplemente, ¿qué es el evangelio? ¿Cómo podríamos definirlo? Aquí hay diez cuestiones que deberíamos de tener en cuenta.

(1) El “evangelio” es gloriosamente la gran buena noticia de lo que nuestra Trinidad de Dios ha realizado en la encarnación, vida, muerte y resurrección de Jesucristo para satisfacer su propia ira contra nosotros y asegurar el perdón de los pecados y perfeccionar la justicia para todos aquellos que confían en él sólo a través de la fe. Cristo, en nuestro nombre, ha logrado llevar una vida absolutamente obediente bajo las leyes de Dios que nosotros deberíamos haber vivido pero que nunca pudimos. El murió, en nuestro lugar, la muerte que nosotros merecíamos sufrir pero que ya nunca será. Y al resucitar de entre los muertos asegura a los que creen la promesa de una vida resucitada y glorificada en un nuevo cielo y una nueva tierra en comunión para siempre con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

(2) El evangelio es fundamentalmente algo que ha sucedido. Es un acontecimiento consumado, un hecho inalterable de la historia. Nada puede deshacer el evangelio. Ningún poder en el cielo o en la tierra puede anularlo o invalidarlo. Pero como logro dado por sentado también ejerce una influencia drástica y trascendental tanto sobre nuestra experiencia actual como sobre nuestras futuras esperanzas. La principal razón por la que es la “mejor” noticia imaginable es que la gloria de lo que ha hecho Dios en y a través de Jesús transforma todo en estos momentos y en los que están por venir.

(3) Este evangelio no es sólo el medio por el cual se ha salvado al pueblo, sino también la verdad y el poder por los que se santifica al pueblo (1 Cor. 15:1-2); es la verdad del evangelio que nos permite hacer lo que complace a Dios genuina y alegremente e ir siendo más semejantes a la imagen de Cristo. Por tanto, no debemos creer que el evangelio es únicamente para los infieles. Es para los cristianos en cada etapa de la vida. ¡No hay nada en la vida cristiana que sea “después del” evangelio!

(4) No sería una exageración decir que el evangelio es el centro gravitatorio no sólo de nuestra experiencia individual sino también de la configuración de la vida local en la iglesia. Esto lo vemos en diversos textos bíblicos. Por ejemplo, el evangelio es Cristo-céntrico. Versa de Jesús, hijo de Dios (Marcos 1:1; Romanos 1:9). Tanto Marcos (Marcos 1:14) como Pablo (Romanos 1:1; 1 Tesalonicenses 2:2) lo describen como el evangelio “de Dios” en tanto que él es su origen y la causa de todo lo que entraña. Los humanos no crean ni elaboran el evangelio: reaccionan a éste arrepintiéndose de sus pecados y creyendo en su mensaje (Marcos 1:15) en relación con lo que Dios ha hecho en la vida, muerte y resurrección de Jesús. El evangelio es entonces “la palabra de la verdad” que proclama nuestra “salvación” (Efesios 1:13). Queda sellado por la gracia (Hechos 20:24), que viene a decir que es el mensaje de la provisión de la gracia de Dios, más allá de los trabajos humanos, de todo lo que es necesario para reconciliarnos con él mismo ahora y en la eternidad. Efectivamente, el evangelio es la base, el modelo y la fuerza con la que respondemos al sufrimiento injusto (1 Pedro 2:18-25; 3:17-18), la forma en que nos relacionamos con nuestra pareja (Efesios 5:25-33), cómo utilizamos nuestro dinero (2 Corintios 8:8-9; 9:13), la forma en que perdonamos a aquellos que han pecado contra nosotros (Efesios 4:32; Colosenses 3:13), y el celo con el que servimos a otros (Marcos 10:43-45; 1 Juan 3:16-18). Esta “buena noticia” de lo que Dios ha realizado en y a través de la muerte de Cristo (1 Corintios. 2:2) y resurrección (2 Timoteo 2:8) trae paz (Efesios 6:15), vida e inmortalidad (2 Timoteo 1:10) a aquellos que la reciben.

(5) Estas verdades son de una importancia suprema y eterna, ya que “distorsionar el evangelio de Cristo” (Gálatas 1:7) o predicar uno que sea “diferente” o “contrario” a lo que los apóstoles dieron a conocer (Gálatas 1:6-7) implica ser objeto de una maldición divina (Gálatas 1:9).

(6) Por tanto, ¿cómo nos cambia el evangelio? ¿Qué importancia tiene de forma práctica y cotidiana? Tim Keller nos recuerda que muchos cristianos viven en una relación con Dios de “si/entonces”. Si yo hago lo que está bien, entonces Dios me amará. Si yo doy más dinero a las misiones, entonces Dios me proveerá con un aumento del salario en el trabajo. Si evito los hábitos pecaminosos, entonces estaré libre de sufrimiento y humillación. Es una relación condicional basada en el principio de los méritos.

El evangelio nos llama a vivir en una relación con el Señor basada en el “porque/por tanto”. Porque hemos sido justificados a través de la fe en Cristo, por tanto estamos en paz con Dios (Romanos 5:1). Porque Cristo murió por nosotros, por tanto hemos sido perdonados. Porque Cristo ha cumplido la ley en nuestro lugar, por tanto nos quedamos libres de sus exigencias y castigo. Esta es una relación incondicional que está fundamentada en el principio de gracia.

(7) El evangelio tiene sus raíces en el llamamiento de Israel y se consuma en el Mesías, Jesús de Nazaret, quien es la culminación de los tipos y de las sombras de la antigua alianza. Por definición, el evangelio nunca debe concebirse como una idea abstracta, histórica, como si estuviera desconectada o desvinculada de las realidades concretas de la vida en la Tierra. La vida, muerte y resurrección de Jesús deben considerarse, por consiguiente, como un capítulo fundamental de la historia del propósito redentor de Dios hacia la humanidad que se va desarrollando poco a poco.

(8) El evangelio no es lo que Dios requiere, sino lo que Dios provee. Por supuesto, existe una exigencia intrínseca que está integrada en el evangelio. La buena noticia de que constituyen llamadas de Dios proclamadas para una respuesta de fe y penitencia. Pero nuestra fe y penitencia no son en sí mismas el evangelio. Nuestro testimonio personal no es el evangelio. No podemos ser el evangelio pero damos testimonio de él. Esto quiere decir que el evangelio no es un mandato que exige cosas que debes hacer. El evangelio es un indicativo, que anuncia las cosas que Dios ha hecho. De nuevo, por supuesto que hacemos cosas por el evangelio. Pero nuestra realización de las cosas no es propiamente el evangelio.

(9) El evangelio no trata de la acción humana. El evangelio trata del logro divino. O nuevamente, el evangelio se refiere a la provisión de Dios, no a la respuesta del hombre. ¡El evangelio no es un Hacer moralista! ¡El evangelio es un Hecho misericordioso! Sin duda existen múltiples consecuencias del evangelio que van más allá de su impacto en el individuo y de su relación con Dios. El evangelio siempre hace un llamamiento a la acción humana. Entre las implicaciones o resultados del evangelio están cultivar la humildad (Filipenses. 2:1-5), la búsqueda de la reconciliación racial (Efesios 2:11-22) y la justicia social (Filemón 8-20), un compromiso con la armonía y la paz entre los hombres (Romanos 15:5-7; Hebreos 12:14), y la demonstración del amor al prójimo (1 Juan 3:16, 23). Pero nunca debemos confundir el contenido del evangelio con sus consecuencias, o su esencia con sus vinculaciones.

(10) Finalmente, mientras que el evangelio es el acto de redención de Dios en Jesús en el nombre de hombres y mujeres que han pecado, no debemos pasar por alto el hecho de que solamente gracias al evangelio tenemos una esperanza segura y certera en la transformación cósmica. La buena noticia del acto salvífico de Dios en Jesucristo es por tanto la base de nuestra confianza en el triunfo final del reino de Dios (1 Corintios 15:20-24), el final de la muerte física (1 Corintios 15:25-26; Rev. 21:4), la derrota de Satán (Juan 16:11; Colosenses 2:13-15; Hebreos 2:14; 1 Juan 3:8), la erradicación de todo mal (Rev. 21:4, 8), y la eliminación de la maldición que descansa en nuestro medio físico y el cumplimiento del propósito de Dios para toda la creación del nuevo cielo y la nueva tierra (Romanos. 8:18-25).



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