7 pasos prácticos para cultivar un corazón para los perdidos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Justin Taylor sobre el Evangelismo
Traducción por Juan Pablo Molina Ruiz
El apóstol Pablo dijo, famosas palabras, que el deseo de su corazón y su oración a Dios es que sus hermanos judíos sean salvados (Romanos 10:1). El problema era que estos “parientes según la carne” estaban perdidos –destinados a una eternidad sin Dios–, lo que llenó el corazón de Pablo de gran dolor y angustia incesante (Romanos 9:2-3).
Como somos pecadores, podemos adoptar una doctrina verdadera (la soberanía absoluta de Dios) y hacerla incompatible con un sentimiento apropiado (angustia incesante por los perdidos). En un sermón de hace varios años, John Piper explicó tres modos de sentir una desconexión entre la doctrina bíblica y el estado emocional apropiado:
- Primero, la doctrina de la soberanía de Dios podría llevarnos a no sentir nada de dolor por los que perecen.
- Segundo, la doctrina de la soberanía de Dios podría llevarnos a no sentir deseo alguno de que ellos sean convertidos.
- Y tercero, la doctrina de la soberanía de Dios podría llevarnos a dejar de rogar que sean salvados.
¿Pero qué hacemos si creemos la doctrina de Pablo pero no compartimos su angustia?, ¿Existen pasos para cultivar un corazón para los perdidos –un corazón como el de Pablo–?
Piper ofrece siete pasos:
1. No olvidemos nunca las dificultades
No olvidemos nunca que los que no obedecen a Cristo pierden el derecho a la vida eterna y pasan a la eternidad bajo la ira de Dios. Juan 3:36, “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él”.
Háganse ustedes mismos preguntas como esta: “Si yo supiera que se avecina una plaga y si supiera que mi compañero no se vacunó, ¿no le preguntaría por qué no lo hizo?, ¿no trataría de convencerlo de que elija la vida?”. Pregúntense lo que dirían en el día del juicio si su amigo no creyente se acerca a ti y te pregunta por qué no le hablaste con más seriedad sobre la vida eterna.
En otras palabras, tengan presente la terrible realidad de ingresar a la eternidad sin Cristo.
2. Meditemos sobre la suficiencia de Cristo
Meditemos con frecuencia sobre la suficiencia completa de la muerte de Cristo para cubrir los pecados de todo aquel que se arrepiente y cree en él. Exaltemos constantemente a Cristo en nuestros propios corazones por la superabundante gracia que llega a nosotros en su cruz. Recordemos una y otra vez, por nuestros familiares y conocidos, que la obediencia de Cristo ha conseguido la justificación y la vida para todos los que creen, sin importar la cantidad de pecados que hayan cometido. Regocijémonos en la obra de la cruz para nosotros mismos, y empezaremos a regocijarnos en ella para los demás.
Tengamos muy presente el propio testimonio de Pablo en 1 Timoteo 1:15-16,
“Palabra fiel y digna de ser aceptada por todos: Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, entre los cuales yo soy el primero. Sin embargo, por esto hallé misericordia, para que en mí, como el primero, Jesucristo demostrara toda su paciencia como ejemplo para los que habrían de creer en El para vida eterna”.
Dios salvó al peor primero para mostrarnos que hay esperanza para los demás, aunque pensemos que son malvados.
3. Meditemos sobre el poder de juzgar y de guiar del Espíritu
Cuando reflexionemos sobre la suficiencia y eficiencia de la cruz para cubrir los pecados de todos los que creen, pensemos también en el poder del Espíritu Santo de juzgar a los pecadores y de guiarlos al Salvador (Juan 16:8; 6:44). No te dejes hundir en un estado de ánimo pesimista de decir: “Por supuesto, Dios perdona a todos los que creen, pero ellos son tan duros e indiferentes que nunca creerán”.
Prediquemos que estos son los días del Nuevo Testamento. La sangre de la alianza eterna ha sido derramada. El Espíritu Santo está siendo derramado sobre toda carne. Y la promesa de Dios del Nuevo Testamento es esta:
Pondré un nuevo espíritu en ellos; quitaré el corazón de piedra de su cuerpo y les daré un corazón de carne, para que caminen en mis estatutos.
No digamos las palabras fatalistas: “Bien, la conversión está en las manos de Dios. Si él quiere salvar, que salve”. Digamos más bien: “¡El deseo de mi corazón es que sean salvados!, y ¡hay esperanza para el pecador más duro y más frío, porque la conversión está en las manos de Dios!”. “¡Oh, Señor, concédeles que se arrepientan y lleguen a saber la verdad!” (2 Timoteo 2:25-26).
No seamos pesimistas sobre el poder de Dios de cambiar a los pecadores. Cuando John Wesley llegó a Newcastle upon Tyne, en mayo de 1742, escribió estas memorables palabras: “Me sorprendí por la borrachera, los insultos y malas palabras (incluso de las bocas de niños pequeños), que no recuerdo nunca haber visto ni escuchado antes en tan poco tiempo. Con seguridad este lugar está listo para Él que ‘vino no a llamar a los justos, sino a los pecadores a arrepentirse’”. Y Dios honró esta clase de fuerte expectativa. Así que prediquemos el poder de Dios de juzgar a pecadores.
4. Pensemos en nuestra alegría por la conversión de un alma perdida
Pensemos en la alegría que tendríamos por un pecador que se arrepiente y acude a Cristo mediante nuestra oración y testimonio. Pablo llamó a sus conversos su “esperanza y gozo y corona de gloria en la presencia del Señor en su venida” (1 Tesalonicenses 2:19). Y Juan dijo: “No tengo mayor gozo que este: oír que mis hijos andan en la verdad” (3 Juan 1:4). Dejemos que nuestra imaginación capte la alegría de ser instrumento de Dios para rescatar a una persona de la muerte y llevarla a la vida eterna.
5. Pensemos en la maravillosa gracia de Dios para nosotros en Cristo
Pensemos siempre en qué tan fácil e inmerecida fue la gracia de Dios que nos llevó a Cristo. Pudo haberse presentado en nuestros padres, en un amigo, en un pastor, en un evangelista o en un libro. Independientemente de la forma, no la merecíamos. Nuestro despertar espiritual y la condena por el pecado, y la aprehensión del evangelio y la sumisión a Cristo fueron los tres regalos de la gracia de Dios.
Cuanto más veamos lo fácil e inmerecida que ha sido la obra de Dios en nuestra vida, más sentiremos que nuestra propia gracia y compasión debe darse fácilmente a otros, sin importar su merecimiento. “Andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros” (Efesios 5:2). Cuando tu canasta está llena de comida que no ganaste, y otros a tu alrededor están muriendo de hambre, el corazón dice: “de gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8; cf. 2 Reyes 7:9).
6. Actuemos según nuestros bondadosos deseos
Actuemos según cualquier bondadoso deseo que tengamos. Sé por experiencia lo difícil que es saber si realmente se ama a alguien. ¿De verdad me preocupo por los perdidos? , ¿mi oración es teatro?, ¿de verdad deseo que sean salvados? Estas son preguntas buenas y sinceras que todos hemos hecho, pero ¿cómo las podemos contestar? Nuestros corazones e intenciones son muy engañosos.
1 Juan 3:18-19 nos da una respuesta.
“Hijos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad. En esto sabremos que somos de la verdad, y aseguraremos (tranquilizaremos) nuestros corazones delante de El en cualquier cosa en que nuestro corazón nos condene”.
En otras palabras, si no solo hablamos de preocuparnos por otros sino que en realidad damos pasos para demostrar esa preocupación, crecerá nuestra confianza en Dios de que somos francos y sinceros cuando hablamos de compasión. Actuar por el deseo que tenemos hará que aumente la sinceridad de nuestros deseos.
7. Oremos para que Dios aumente nuestro amor por los perdidos
Por último, oremos para que Dios permita que abunde nuestro amor por los perdidos. Escuchemos la oración del apóstol por nosotros en 1 Tesalonicenses 3:12, “y que el Señor os haga crecer y abundar en amor unos para con otros, y para con todos”. El amor para todos los hombres es una obra de Dios en nuestros corazones. No es natural en nosotros, es un regalo de gracia. ¿Será que no tenemos porque no pedimos?
Citas bíblicas tomadas de LBLA
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