Aprendí a leer la Biblia a través de las lágrimas
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Vaneetha Rendall Risner sobre Sufrimiento
Traducción por Yudith Madrazo
A penas puedo leer la historia de Raquel y Lea sin llorar. Hace años, alguien se refirió a mí como a una “Lea” _sin amor, pero noble. “Dios bendijo y honró a Lea”. Se suponía que eso me hiciera sentir mejor. No fue así.
Lea fue rechazada y hasta odiada por su esposo. Ella trató de ganar su amor al tener hijos, con la esperanza de que ellos harían que el corazón del esposo se volviera hacia ella. (Génesis 29: 31-34). También yo quería ser amada y deseada_ así que entendía el deseo de Lea. Pensaba que nada podía ser mejor que el amor de un esposo. Sin embargo, cuando Lea tenía ya el cuarto hijo, estaba más concentrada en alabar a Dios que en el amor del esposo. Cuando dio a luz a Judá, dijo: “Esta vez alabaré a Jehová” (Génesis 29:35). Lea vio que su mérito estaba ligado a Dios y no a Jacob, su esposo.
Ahora, casi una década después, puedo ver qué hizo Dios con mi vida cuando fui llamada Lea.
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Mejor que Todo Amor
También yo había aprendido a depender de Dios para mi mérito. Él era mi esposo (Isaías 54:5-6). Él me había dicho que era hermosa (Isaías 62:3), y que se deleitaba en mí (Isaías 62:4). Él escuchaba mientras yo derramaba mi corazón (Salmos 66: 19) y me aseguraba su amor y fidelidad (Salmos 36: 5)
Al principio, sentía que tener el amor de Dios no era tan bueno como el de un esposo que me amara. Pero al sentarme con Dios día tras día, me di cuenta de que su amor y atención no eran la segunda mejor opción; eran mejor que el amor de cualquier hombre. El carecer del amor de un esposo me empujó a depender del amor de Dios para sostenerme. Puesto que nunca antes había tenido que depender de Dios para todo, nunca había esperado que Él fuera todo.
En primera instancia, pensaba en Dios con respecto a mi pasado y futuro. Estaba agradecida de que Cristo hubiera muerto por mis pecados, feliz de haberle entregado mi vida, y con la mirada puesta en el cielo, a donde pasaría la eternidad con mi Salvador. Lo necesitaba en el presente también, pero mi relación diaria con Él era más teórica que personal.
Tenía que Leer la Biblia
Yo había pasado muchos años con tiempos de calma, algunos fructíferos y otros superficiales. A veces leía la Biblia solo para marcar mi lista y luego continuaba mi día. Si un versículo saltaba a mi vista, genial. Si no, no me molestaba; a había cumplido mi deber. Cerraba la Biblia, satisfecha de haber hecho lo suficiente.
Pero en días en los que me sentía desesperada, no me importaba el deber. Dedicaba tiempo a estar con Dios porque lo necesitaba, no porque era mi deber hacerlo. Enfoqué mi lectura bíblica con una actitud diferente, con expectativa y participación, no con un sentido de obligatoriedad. Confiaba en que Dios me daría algo que me sustentara; necesitaba que Dios me alimentara con su palabra (Deuteronomio 8:3). Puesto que no tenía un esposo terrenal, necesitaba que Dios ocupara su lugar.
Así que cuando abrí la Biblia, le pedí a Dios que fuera mi esposo y amigo, mi maestro y consejero. Y lo que es importante, creía que Él lo sería. Veía mi lectura como ordenada por Dios para mi bienestar ese día, por lo que prestaba mucha atención a lo que el Señor decía.
Solía decirle al Señor cuando abría la Biblia, “Abatida hasta el polvo está mi alma; vivifícame según tu palabra” (Salmos 119:25). Debido a eso, leía con un propósito. No lo hacía solo para salir de eso. Leía para aprender (Salmos 25:5). Para encontrarme con Dios (Salmos 25:5). Para encontrar reposo (Mateo 11:28). Para experimentar gozo (Salmos 16:11). Para alcanzar sabiduría (2 Crónicas 1: 7-10). Para hallar Consuelo (Salmos 119:76). Para verme a mí misma limpia y arrepentida (Hechos 3:19−20). Para tener paz (Juan 14:27). Para entender verdades espirituales (Proverbios 2: 3−6). Para obtener dirección (Salmos 119: 105). Para encontrar Fortaleza (Isaías 41: 10). Para vivificar mi alma (Salmos 119: 107).
Tesoros de la Oscuridad
Durante años mantuve un diario de cuanto aprendía de mis lecturas bíblicas. Una amiga me había sugerido que primero anotara el pasaje bíblico con tinta roja y luego usara tinta negra para anotar mis pensamientos y oraciones.
De manera que cada día al sentarme a leer tenía preparado un bolígrafo de tinta, esperando a que Dios me iluminara con un versículo o un pasaje. En ocasiones, las palabras saltaban de la página, como si estuvieran iluminadas con neón. Otras veces no tenía certeza de qué debía extraer. Por lo que oraba y le pedía a Dios que abriera mi mente para comprender las Escrituras (Lucas 24:45). Entonces regresaba a los mismos pasajes en busca de sabiduría y entendimiento.
Fue entonces que me di cuenta de que Dios realmente tenía Maná para mí cada día. Mientras más debía buscar, más dulce sabía el Maná, más profundo penetraban las palabras, y más preciosa se volvía la verdad. Comprendí como nunca antes las palabras de Jeremías que me resultaban familiares: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón”(Jeremías 15:16).
No podía imaginar el dejar de pasar tiempo con Dios. Era mi comida. El hambre del que hablaba Amós era impensable —no un hambre de pan, “sino de oír la palabra de Jehová” (Amós 8:11). Alimentarme de su palabra era uno de losmuchos tesoros que tenía para mí en mi oscuridad (Isaías 45:3); mi sufrimiento hacía la palabra de Dios más dulce y vivificante (Salmos 119:71). No tenía necesidad de temer el hambre.
Pedid, Buscad, Llamad
Ahora uso el plan del Discipulado de la Biblia Diaria, y leo en cuatro secciones cada día. Si no lucho, Dios no cuelga la fruta bajito. O quizáses que no busco con diligencia. No obstante, encontrar un pasaje con el cual alimentarme todos los días es más desafiante cuando no estoy hambrienta de la palabra de Dios.
Sin embargo, todavía trato de no abandonar ese tiempo de paz sin antes encontrar, al menos, una porción de las Escrituras en la cual meditar. Es en la búsqueda y la expectativa que encuentro a Dios. Las palabras de Jesús han demostrado ser verdaderas: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquél que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7:7–8).
Aquellos años de desesperación, y la práctica de esperar a que Dios hiciera resplandecersu palabra cada día me transformaron. Desde entonces no me he acercado a las Escrituras de la misma manera. Mis lágrimas por ser Lea eran al principio lágrimas de tristeza, de sentirme rechazada y abandonada y no amada. Pero ahora al leer sobre Lea, derramo lágrimas de gratitud, pues recuerdo cómo Dios usó mi más profundo dolor para darme más de sí. Para mostrarme que soy aceptada y deseada y amada. Para mostrarme que nunca me abandonará. Y lo mejor de todo, Él me muestra esas cosas una y otra vez cada día.
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