Cómo sobrevivir a un invierno espiritual
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Sara Hagerty sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Javier Matus
Un árbol no sobrevive al invierno sin unas raíces saludables. Nosotros tampoco.
Recuerdo aquella sombría mañana de febrero cuando mi esposo y yo cargamos todo en nuestro automóvil y condujimos a través de los bosques desnudos de las montañas Blue Ridge para mudarnos al sótano de mis padres. Todo estaba frío, incluso mi corazón. Semanas antes, a mi padre le diagnosticaron un cáncer cerebral de rápido crecimiento que todavía nos aturdía.
Yo salía de su casa solo para correr a través de la expansión suburbana de Ohio, y llegaba a casa a más invierno mientras veía a mi padre deteriorarse. No podía escapar de esta temporada. Había entrado en un invierno espiritual.
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Una temporada santa
Lo que no sabía entonces era que este era santo. Dios estaba haciendo algo bajo la superficie que yo no podía ver.
A principios de nuestros años treinta, nuestros amigos estaban dando pasos activos para impactar al mundo por Dios: compartiendo el Evangelio con los vecinos durante almuerzos en común, yendo a zonas empobrecidas de la ciudad con sus martillos y oraciones y comenzando fundaciones para liberar a las mujeres de la esclavitud. Esto, mientras yo cocinaba sopa de tomate y jugaba a las cartas en la cocina de mis padres, viendo morir a mi otrora fuerte papá.
Todo parecía tan injusto.
Cuando Dios me salvó a los quince años, respondí derramándome al evangelismo. Luego, en mis mejores años, no pude aliviar el dolor del hombre que crio a su hija pequeña para creer que la vida no tenía límites. Mi ofrenda ahora era una taza de sopa.
Sin embargo, fue en el sótano oscuro de la casa de mis padres, escuchando a mi padre moverse sin cesar en el piso de arriba en medio de la oscura noche, que comencé a ver el invierno como santo.
Un árbol en el frío
El Salmo 1 habla sobre el hombre que medita día y noche en el Señor:
Será como árbol firmemente plantado junto a corrientes de agua,
que da su fruto a su tiempo,
y su hoja no se marchita;
en todo lo que hace, prospera. (Salmo 1:3, LBLA)
El árbol caducifolio conoce las estaciones. Produce brotes de ramitas nacientes de vida y hojas verdes en primavera. Ellos y el fruto que los acompaña se despliegan bajo el calor del verano, exuberantes y vivos. En otoño, el verde musgoso se transforma en oro, pero solo por un instante antes de que el marrón tome el control y el invierno comience su absorción. Este árbol está desvestido en invierno, pero no está muerto. Inmóvil, con las raíces descansando y esperando, crece muy lentamente.
El árbol prospera en invierno, cumpliendo el propósito de Dios. Sin embargo, para el ojo no entendido, seguro que parece estéril.
Sin reconocer las estaciones, tal vez solo veamos esa esterilidad. Vemos una vida próspera en Dios similar al opulento árbol a comienzos de la primavera, con hojas y frutos entrelazados. Olvidamos que esta floración se produce debido a la preparación que proporciona el invierno.
Ese invierno santo —cuando me sentí oculta, sin ser vista por amigos que no estaban familiarizados con las largas horas de cuidar a otros, pasando mis días sin logros visibles y frutos aparentes— comencé a ver que podía cultivar una vida privada e invisible en Dios. Mis raíces seguían vivas, aunque ocultas.
En el sótano, las estaciones subterráneas de mi vida, Su palabra y Su susurro se volvieron nuevos para mí. Lo quería, no para poder enseñarlo o compartirlo o convertirlo en sermones, sino porque estaba sedienta. Tan sedienta. Durante las noches inquietas de mi padre, que necesitaba que Dios resaltara una frase de Su Palabra para sostener mi corazón de niña pequeña.
No estaba cambiando el mundo; estaba cambiando la colada de mis padres. Pero a través de eso, Dios me estaba cambiando. Con Su Palabra abierta en la encimera de la cocina, Él susurró palabras de aliento y promesa: “Aunque pase por el valle de sombra de muerte... mi copa está rebosando” (Salmo 23:4-5).
El hombre bienaventurado, que se asemeja con el árbol en el Salmo 1, encontró su delicia meditando en Dios, de día y de noche (Salmo 1:2-3). Meditar en la Palabra de Dios —cantarla, llorar sobre las páginas, llevar mi corazón enojado a Su Palabra en busca de respuestas y pidiendo un mover sorpresa del levantamiento de Su Espíritu— adquirió un nuevo significado cuando fui invernada.
En el invierno, me enamoré. Él se convirtió en mi delicia, porque Él era todo lo que había. Su susurro, mi canción de invierno de vuelta a Él. Y esto fue para Su gloria.
Nuevas prácticas para cultivar raíces
Para aquellos que están en un invierno (quizá incluso un invierno prolongado), hay algunos recordatorios que pueden ayudarnos a mantener nuestras raíces:
1. Recibe tu temporada.
En lugar de entregar tus energías a desear otra. La rendición, aunque dolorosa, nos posiciona mucho mejor para recibir todo lo que Dios quiere para esa temporada en particular, que si luchamos contra ella. Dios siempre está orientado hacia nuestro crecimiento, incluso en nuestro invierno. Esta es una verdad que se nos da en Juan 15.
2. Crea nuevos espacios.
Encuentra áreas donde puedas enamorarte de Dios nuevamente. Las temporadas aparentemente estériles pueden convencerte de que tus raíces están endurecidas. No es así necesariamente.
Las oportunidades frustradas son una nueva ocasión para ver a Dios a través de Su Palabra en formas que no lo has hecho antes. Comienza un nuevo hábito de comprometerte con Su Palabra en medio de tu día frustrado. Escribe canciones desde Su Palabra. Toma caminatas con tus audífonos, orando un versículo de vuelta a Él. Pídele a Su Espíritu que dirija tus ojos a las formas en las que Él está obrando en las áreas pequeñas de tu vida. El invierno es un tiempo cuando lo interior puede nutrirse incluso cuando lo que está afuera se sienta estéril.
3. No pierdas tu sueño por tener fruto.
Nuestra cultura está orientada en gran medida hacia la acción. Pero los sueños dormidos no son sueños muertos; a menudo son más oportunidades para dialogar con Dios. Él te creó para desear fruto, y Él desea fruto para ti (Juan 15:8). El invierno es un momento para llevar esos deseos a Dios en oración. El invierno también puede ser una temporada donde se cultivan los sueños.
Agradecida por el invierno
Mi invierno aparentemente estéril comenzó incluso antes de que mi padre fuera diagnosticado, y duró años más allá de su muerte. Pero durante esa larga temporada, tuve este único versículo en una tarjeta, apoyada detrás del fregadero de mi cocina:
"Te daré los tesoros ocultos, y las riquezas de los lugares secretos, para que sepas que soy yo, el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre". (Isaías 45:3).
Ahora, durante una especie de primavera, veo que todo resultó ser cierto. Él cultivó mis raíces en invierno y me dio tesoros que todavía están produciendo fruto dentro de mí. Y no hubiera sucedido sin mis inviernos.
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