Cristianismo y Liberalismo/La Biblia

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English: Christianity and Liberalism/The Bible

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Por John Gresham Machen sobre Método Apologético
Capítulo 4 del Libro Cristianismo y Liberalismo

Traducción por Glorified Word Project


El liberalismo moderno, como ha sido observado hasta ahora, ha perdido de vista las dos grandes presuposiciones del mensaje cristiano—el Dios Vivo, y la realidad del pecado. La doctrina liberal de Dios y la doctrina liberal del hombre son ambas diametralmente opuestas a la visión cristiana. Pero la divergencia tiene que ver no sólo con las presuposiciones del mensaje, sino con el mensaje mismo.

El mensaje cristiano ha llegado a nosotros a través de la Biblia. ¿Qué pensaremos respecto de este Libro en el cual el mensaje está contenido?

Según la visión cristiana, la Biblia contiene un relato de una revelación de Dios al hombre que no es encontrada en otro lugar. Es cierto, la Biblia también contiene una confirmación y un maravilloso enriquecimiento de las revelaciones que son dadas también por las cosas que Dios creó y por la conciencia humana. “Los cielos cuentan la gloria de Dios; Y el firmamento anuncia la obra de sus manos”—estas palabras son una confirmación de la revelación de Dios en la naturaleza; “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”—estas palabras son una confirmación de lo que es certificado por la conciencia. Pero además de tales reafirmaciones de lo que imaginablemente podría ser aprendido en otra parte—de hecho, por la ceguera del hombre, incluso todo esto es aprendido en otras partes sólo que comparativamente en forma más oscura—la Biblia también contiene un relato de una revelación que es absolutamente nueva. La nueva revelación tiene que ver con la forma en la que el hombre pecador puede tener comunión con el Dios vivo.

El camino fue abierto, según la Biblia, a través de un acto de Dios, cuando, hace casi mil novecientos años atrás, al exterior de los muros de Jerusalén, el Hijo Eterno fue ofrecido como sacrificio por los pecados de los hombres. A ese gran y único evento apunta el Antiguo Testamento, y en ese único evento todo el Nuevo Testamento encuentra su centro y esencia. La salvación, entonces, según la Biblia, no es algo que fue descubierto, sino algo que ocurrió. De ahí aparece la unicidad de la Biblia. Todas las ideas del cristianismo pueden ser descubiertas en otras religiones, pero no habría cristianismo en esa otra religión. Porque el cristianismo depende no de un complejo de ideas, sino de la narración de un evento. Sin ese evento, el mundo, bajo la cosmovisión cristiana, es totalmente oscuro, y la humanidad está perdida bajo el sentimiento de culpa del pecado. No puede haber salvación a través del descubrimiento de una verdad eterna, ya que la verdad eterna no trae más que desesperación, a causa del pecado. Pero la vida tiene un nuevo tinte por medio de la cosa bendita que Dios hizo cuando ofreció a su Hijo unigénito.

Una objeción se levanta a veces contra esta visión desde la Biblia misma. [1] ¿Debemos nosotros, se dice, depender de lo que pasó hace tanto tiempo? ¿Acaso la salvación descansa sobre la examinación de anticuados registros? ¿Es el estudiante calificado de historia palestina el sacerdote moderno sin cuya misericordiosa intervención nadie puede ver a Dios? ¿Acaso no podemos encontrar, en vez, una salvación que sea independiente de la Historia, una salvación que dependa sólo con lo que está con nosotros aquí y ahora?

La objeción no carece de peso. Pero ignora una de las evidencias primarias de la verdad del registro del Evangelio: que la evidencia se encuentra en la experiencia cristiana. La salvación sí depende de lo que ocurrió hace mucho tiempo, pero el evento de hace mucho tiempo tiene efectos que continúan hasta el día de hoy. Se nos dice en el Nuevo Testamento que Jesús se ofreció a sí mismo como sacrificio por los pecados de aquellos que creerían en Él. Ese es un registro de un hecho pasado. Pero hoy podemos probar su veracidad y al hacerlo descubrir que es verdad. Se nos dice en el Nuevo Testamento que cierta mañana hace mucho tiempo, Jesús resucitó de los muertos. Nuevamente este es un registro de un hecho pasado. Pero otra vez podemos probar su veracidad, y al hacerlo descubrir que Jesús es verdaderamente un Salvador vivo hoy.

Pero a esta altura un error fatal está al acecho. Es uno de los errores base del liberalismo moderno. La experiencia cristiana, acabamos de mencionar, es útil al confirmar el mensaje del Evangelio. Pero porque es necesaria, muchos hombres han llegado a la conclusión de que es lo único necesario. Al tener una experiencia presente de Cristo en el corazón, ¿no podemos acaso, se nos dice, sujetar esa experiencia sin importar lo que la Historia pueda contarnos respecto de los eventos de la primera mañana de la Pascua? ¿No podemos acaso hacernos totalmente independientes de los resultados de la crítica bíblica? Sin importar qué tipo de hombre la Historia nos pueda decir que fue Jesús de Nazaret realmente, sin importar lo que la Historia pueda decir respecto del verdadero significado de Su muerte o acerca de la historia de Su presunta resurrección, ¿acaso no podemos continuar experimentando la presencia de Cristo en nuestras almas?

El problema es que la experiencia mantenida de esta forma no es una experiencia cristiana. Puede ser una experiencia religiosa, pero ciertamente no es una experiencia cristiana. Porque la experiencia cristiana depende absolutamente de un evento. El cristiano se dice a sí mismo: “He meditado sobre el problema de estar bien con Dios, he tratado de producir una justicia que se mantuviera firme ante Su presencia; pero cuando escuché el mensaje del Evangelio entendí que lo que me había débilmente esforzado en lograr, había sido logrado por el Señor Jesucristo cuando Él murió por mí en la cruz y completó Su trabajo redentor a través de la gloriosa resurrección. Si esto no ha sido hecho aún, si apenas tengo una mera idea de su logro, entonces soy el más miserable de los hombres, ya que aún estoy en mis pecados. Mi vida cristiana, entonces, depende totalmente de la veracidad del registro del Nuevo Testamento.”

La experiencia cristiana es usada correctamente cuando confirma la evidencia documentada. Pero jamás podría proveer de un sustituto para esa evidencia documentada. Nosotros sabemos que la historia del Evangelio es veraz en parte por la temprana fecha de los documentos en los cuales aparece, por la evidencia respecto de su autoría, por la evidencia interna de su veracidad, y la imposibilidad de explicarlas basadas en engaño o en un mito. Esta evidencia es confirmada gloriosamente por la experiencia presente, que suma a la evidencia documentada esa franqueza maravillosa e inmediatez de convicción que nos libera de temor. La experiencia cristiana es usada correctamente cuando ayuda a convencernos de que los eventos narrados en el Nuevo Testamento realmente ocurrieron; pero jamás podría permitirnos ser cristianos sea que los eventos hayan ocurrido o no. Es una flor fresca, y debería ser atesorada como un regalo de Dios. Pero si es cortada de su raíz en el bendito Libro, prontamente se marchitará y morirá.

De esta forma la revelación, de la cual encontramos un relato en la Biblia, abarca no solamente una reafirmación de verdades eternas—en sí mismo necesario, pues las verdades han sido oscurecidas por el efecto enceguecedor del pecado—sino también una revelación que muestra el significado de un acto de Dios.

El contenido de la Biblia, entonces, es único. Pero otro hecho acerca de la Biblia también es importante. La Biblia puede contener un relato de una verdadera revelación de Dios, y aun así, el relato puede estar lleno de errores. Antes de que la autoridad completa de la Biblia pueda ser establecida, entonces, es necesario sumarle a la doctrina cristiana de la revelación, la doctrina cristiana de la inspiración. Esta última significa que la Biblia no es solamente un relato de cosas importantes, sino que el relato en si mismo es verdadero; los escritores han sido, de esta forma, preservados de error, a pesar de conservar todos sus hábitos de pensamiento y expresión, de modo que el Libro resultante es “la infalible regla de fe y conducta.”

Esta doctrina de la “completa inspiración” ha sido objeto de constante distorsión. Sus oponentes hablan de ella como si hubiese involucrado una teoría mecánica de la actividad del Espíritu Santo. El Espíritu, se dice, es representado en esta doctrina como dictándole la Biblia a los escritores, quienes eran un poco más que unos estenógrafos. Pero claro, todas estas caricaturas no tienen base en realidad, y es más bien sorprendente que hombres inteligentes estén tan sesgados por el prejuicio en relación a este hecho como para no poder examinar por sí mismos los tratados perfectamente accesibles en los que se presenta la doctrina de la completa inspiración. Normalmente se considera una buena práctica el que una cosa sea examinada por uno mismo antes de responder con una burla de mal gusto acerca sobre ella. Pero en relación a la Biblia, tales controles eruditos son de alguna forma considerados como fuera de lugar. Es tanto más fácil contentarse con unos cuantos adjetivos oprobiosos tales como “mecánica,” y otros por el estilo. ¿Para qué entrar en una crítica seria cuando la gente prefiere la burla? ¿Para qué atacar a un oponente real cuando es más fácil derribar a un hombre de paja? [2]

De hecho, la doctrina de la completa inspiración no niega la individualidad de los escritores bíblicos; no ignora su uso de medios normales de adquirir información; no involucra una falta de interés sobre las situaciones históricas que dieron origen a los libros bíblicos. Lo que sí niega es la presencia de error en la Biblia. Supone que el Espíritu Santo informó de tal manera las mentes de los escritores bíblicos que ellos fueron liberados de caer en el error que estropearía todo el resto de los libros. La Biblia podrá contener un relato de una genuina revelación de Dios, y aun así no contener un relato verdadero. Pero según la doctrina de la inspiración, este relato sí es, de hecho, un verdadero relato; la Biblia es una “regla infalible de fe y práctica.”

Ciertamente esa es una afirmación estupenda, y no es extraño el hecho de que haya sido atacada. Pero el problema es que el ataque no siempre es justo. Si el predicador liberal objetó la doctrina de completa inspiración sobre la base que, de hecho, hay errores en la Biblia, puede estar en lo correcto o puede estar equivocado, pero de cualquier forma la discusión se llevará a cabo sobre un terreno apropiado. Pero ocurre que demasiado a menudo el predicador desea evitar la delicada pregunta de errores en la Biblia—una pregunta que podría ofender al laicado—y prefiere hablar meramente en contra de teorías “mecánicas” de inspiración, la teoría de “dictado,” el “uso supersticioso de la Biblia como un talismán,” y otras por el estilo. Al hombre normal todo esto le parece bastante inofensivo. ¿Acaso no dice el predicador liberal que la Biblia es “divina”—que efectivamente es más divina aún porque es más humana? ¿Qué podría ser más edificante que eso? Pero por cierto tales apreciaciones son engañosas. Una Biblia que está llena de errores es ciertamente divina en el sentido panteizante moderno de “divino,” según lo cual Dios es simplemente otro nombre para el curso de la tierra con todas sus imperfecciones y todo su pecado. Pero el Dios al cual adoran los cristianos es un Dios de verdad.

Se debe admitir que hay muchos cristianos que no aceptan la doctrina de completa inspiración. Esa doctrina no es negada sólo por los oponentes liberales del cristianismo, sino también por muchos hombres cristianos de verdad. Hay muchos hombres cristianos en la iglesia moderna que encuentran en el origen del cristianismo no un mero producto de la evolución, sino una entrada real del poder creativo de Dios; hombres que dependen para su salvación, no en sus propios esfuerzos para conducirse en la vida cristiana, sino sobre la sangre reconciliadora de Cristo—hay muchos hombres en la iglesia moderna que de esta forma aceptan el mensaje central de la Biblia y aun así creen que el mensaje ha llegado a nosotros simplemente con la autoridad de testigos confiables, sin ayuda externa de la guía sobrenatural del Espíritu de Dios sobre su trabajo literario. Hay muchos que creen que la Biblia tiene razón en cuanto al punto central, en su relato de la obra redentora de Cristo, y sin embargo creen que contiene muchos errores. Tales hombres no son realmente liberales, sino cristianos; porque han aceptado como verdadero el mensaje sobre el cual depende el cristianismo. Un gran abismo los separa de aquellos que rechazan el acto sobrenatural de Dios con el cual el cristianismo se sostiene o se derrumba.

Otra pregunta, sin embargo, es si la visión de mediación de la Biblia que se sostiene es defendible lógicamente, siendo el problema que nuestro mismo Señor parece haber tenido en alta estima a la Biblia—algo que aquí se está rechazando. Ciertamente es otra pregunta—y una pregunta que el presente autor respondería negativamente de forma enfática—si es que el pánico respecto de la Biblia, que permite tales concesiones, es justificado por los hechos. Si el cristiano hace un uso completo de sus privilegios como cristiano, él encuentra su autoridad en toda la Biblia, la cual él considera no como meras palabras humanas sino como la misma Palabra de Dios.

Muy distinta es la visión del liberalismo moderno. El liberal moderno rechaza no sólo la doctrina de completa inspiración, sino también el respeto por la Biblia que se le debe dar a cualquier libro medianamente confiable. ¿Pero qué se pone a cambio de la visión cristiana de la Biblia? ¿Cuál es la visión liberal respecto de la autoridad máxima en la religión? [3]

A veces se genera la impresión que el liberal moderno sustituye la autoridad de la Biblia por la autoridad de Cristo. Él no puede aceptar, según dice, lo que él considere como enseñanza moral perversa del Antiguo Testamento o de los argumentos sofistas de Pablo. Pero él se considera a sí mismo como el verdadero cristiano, porque al rechazar el resto de la Biblia, él sólo depende de Jesús.

Esta impresión, sin embargo, es completamente falsa. El liberal moderno realmente no se somete a la autoridad de Jesús. Aun cuando lo hiciera, de todas formas estaría empobreciendo enormemente su conocimiento de Dios y del camino de la salvación. Las palabras de Jesús, entregadas durante su ministerio terrenal, difícilmente podrían contener todo lo que necesitamos saber de Dios y acerca del camino de la salvación; porque el significado de la obra redentora de Jesús difícilmente podría haber sido manifestado completamente antes de que el trabajo hubiera sido realizado. Podía ser manifestado ciertamente a través de la profecía, y de hecho fue manifestado por Jesús aun en sus días sobre la tierra. Pero la explicación completa podía ser dada naturalmente sólo después de que el trabajo fuera realizado. Y tal fue, en efecto, el método divino. Es hacerle desprecio, no sólo al Espíritu de Dios, sino a Jesús mismo, el considerar la enseñanza del Espíritu Santo, dada a través de los apóstoles, como inferior a la enseñanza de Jesús.

En realidad, sin embargo, el liberal moderno no se somete siquiera a la autoridad de Jesús. Ciertamente no acepta las palabras de Jesús tal y como están registradas en los Evangelios. Ya que entre las palabras registradas de Jesús se encuentran justamente esas cosas que son más repugnantes para la iglesia liberal moderna, y en sus palabras registradas Jesús también apunta hacia la revelación más completa que sería entregada después a través de sus apóstoles. Por lo tanto, evidentemente, las palabras de Jesús que serán consideradas como autoritativas por el liberalismo moderno deben primero ser seleccionadas de entre la masa de palabras registradas a través de un proceso crítico. El proceso crítico ciertamente es muy difícil, y a menudo surge la sospecha de que el crítico está reteniendo como palabras genuinas del Jesús histórico sólo aquellas palabras que se conforman a sus propias ideas preconcebidas. Pero aún después de completado el proceso de selección, el erudito liberal todavía es incapaz de aceptar como autoritativos todos los dichos de Jesús; debe admitir finalmente que aun el Jesús “histórico,” tal como es reconstruido por historiadores modernos, dijo algunas cosas que no son ciertas.

Al menos esto se reconoce. Pero, se sostiene, que a pesar de que no todo lo que Jesús dijo es cierto, su “motivo de vida” central aún debe ser considerado como algo que regula a la Iglesia. ¿Pero entonces cuál era el motivo de vida de Jesús? Según el Evangelio más corto, y, si se acepta la crítica moderna, el más antiguo, “el Hijo del Hombre vino no a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos.” (Marcos 10. 45) Aquí la muerte vicarial es puesta como el “motivo de vida” de Jesús. Tales palabras deben ser, por supuesto, desechadas por la iglesia liberal moderna. La verdad es que el motivo de vida de Jesús descubierto por el liberalismo moderno no es el motivo de vida del Jesús verdadero, sino que meramente representa esos elementos en la enseñanza de Jesús—aislados y malinterpretados—que resultan coincidir con el programa moderno. No es Jesús, entonces, la verdadera autoridad, sino el principio moderno a través del cual la selección entre la enseñanza registrada de Jesús se ha llevado a cabo. Ciertos principios éticos aislados del Sermón del Monte son aceptados, no porque sean enseñanzas de Jesús, sino porque coinciden con ideas modernas.

No es para nada cierto, entonces, que el liberalismo moderno se basa en la autoridad de Jesús. Es obligado a rechazar una gran parte que es absolutamente esencial en el ejemplo y enseñanza de Jesús—particularmente su conciencia de ser el Mesías celestial. La verdadera autoridad, para el liberalismo, sólo puede ser “la conciencia cristiana” o “experiencia cristiana.” ¿Pero cómo se establecerán las conclusiones de la conciencia cristiana? Ciertamente no a través del voto mayoritario de la iglesia organizada. Tal método obviamente eliminaría toda libertad de conciencia. La única autoridad, entonces, puede ser la experiencia individual; la verdad puede ser sólo aquello que “ayuda” al hombre individual. Tal autoridad obviamente no es autoridad alguna; porque la experiencia individual es infinitamente diversa, y una vez que la verdad es considerada sólo como lo que funciona en un momento dado, deja de ser verdad. El resultado es un profundo escepticismo.

El hombre cristiano, por el contrario, encuentra en la Biblia la mismísima Palabra de Dios. Que no se diga que la dependencia en un libro carece de vida o es algo artificial. La Reforma del siglo dieciséis estuvo fundada sobre la autoridad de la Biblia, y aun así logró despertar el interés del mundo. La dependencia en la palabra de hombres sería servil, pero la dependencia en la palabra de Dios es vida. Oscuro y sombrío sería el mundo si estuviéramos solos y pudiéramos hacer lo que quisiésemos y no tuviéramos la bendita Palabra de Dios. La Biblia, para el cristiano, no es una ley agobiante, sino la carta magna misma de la libertad cristiana.

No es de extrañarse, entonces, que el liberalismo sea totalmente diferente al cristianismo, ya que el fundamento es distinto. El cristianismo está fundado sobre la Biblia. Se basa en la Biblia tanto en su pensamiento como en su vida. El liberalismo, por el contrario, está fundado sobre las emociones cambiantes de hombres pecadores.

Referencias

  1. Para lo que sigue, comparar con History and Faith, 1915, pp. 13-15.
  2. Es cierto que hay algunas personas en la iglesia moderna que sí descuidan el contexto de las citas bíblicas y que sí ignoran las características humanas de los escritores bíblicos. Pero en forma completamente injustificada este método defectuoso de usar la Biblia es atribuido, al menos por insinuación, al gran grupo de aquellos que se han mantenido fieles a la inspiración de las Escrituras.
  3. Para lo que sigue, comparar con “For Christ or Against Him,” en The Presbyterian, el 20 de enero, 1921, p. 9.

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