El descanso fuera de nuestro alcance

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English: The Rest Beyond Our Reach

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Por Kathryn Butler sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Yura Gonzalez


Contenido

Encontrar sosiego en una cultura del desgaste

Al final de su vida, mi amigo David buscó amparo en la promesa de descanso de Cristo. El consuelo que halló en dicha promesa fue tan grande, que pasó sus últimos momentos testimoniando a los demás.

Había vivido una larga y ardua lucha contra el enfisema en etapa terminal. Durante meses estuvo entre el hospital y el centro de rehabilitación, y luchó contra el miedo, la duda y el cansancio cuando el simple acto de respirar se convertía en una terrible carga. "Estoy tan cansado", decía entre jadeos. “Solo desearía saber lo que Dios está haciendo”.

Sin embargo, aun cuando apenas podía respirar, David sintió la necesidad de compartir la esperanza y la paz que había obtenido del evangelio, por lo que planeó diligentemente un funeral que ofrecería esperanza cristiana a todos los asistentes. Cuando mis hijos y yo lo visitamos el día antes de su muerte, lo encontramos sentado frente a su computadora portátil, abierta en una carta que quería que se leyera durante el servicio. Pasó a los brazos de Jesús un poco más de 24 horas después.

Tuve el privilegio de leer los pasajes que eligió para su funeral, y se me llenaron los ojos de lágrimas al ver su verso más preciado entre ellos. Era un verso que le había dado de beber en áridos tiempos, y ahora se aseguraba de ofrecerlo a los dolientes allí reunidos, para que también encontraran consuelo: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallareis descanso para vuestras almas” (Mateo 11: 28–29).

Buscando el descanso oculto

En un mundo que valora la productividad por encima de la quietud, el descanso luce como un regalo seductor pero siempre esquivo. Un alarmante número de estadounidenses luchan contra la falta de sueño, y más de la mitad de los empleados de ese país revelan síntomas de desgaste ocupacional.

La industria del turismo en los Estados Unidos genera más de un billón de dólares en ingresos cada año; al mismo tiempo que huimos de nuestros hogares con la esperanza de que la brisa del océano, el aire de la montaña o un cambio de escenario puedan finalmente calmar nuestros nervios. Inevitablemente, cuando las semanas de vacaciones terminan y regresamos a casa quemados por el sol, cansados y desanimados, nos preguntamos cómo se nos ha escapado una vez más el sosiego que buscábamos. Si bien nuestro Señor nos llama a “estar quietos” y saber que él es Dios (Salmo 46:10), parece que nunca encontramos el tiempo.

Entre tanto, los tormentos de la vida nos agotan. Los negocios fracasan. Los desastres nos golpean. Seres queridos enferman y algunos mueren. Nuestros cuerpos se marchitan y se quiebran, y con ellos nuestras esperanzas. El dolor y la soledad, la pena y la preocupación abruman nuestras almas. Nos descubrimos aniquilados, sedientos, extenuados y anhelando la quietud. Para aliviarnos. Para descansar, esa taza de agua fresca que parece nunca llegar.

Pecadores sin descanso

Anhelamos el descanso porque Dios nos hizo a su imagen y separó un día de descanso durante la creación (Génesis 1:26; 2: 2). Como reflejos de él, también debemos hacer una pausa en nuestras labores y regocijarnos en su bondad. Lamentablemente, no importa cuán diligente sea el esfuerzo, o cuán ardiente el anhelo; ese descanso se nos escapa una y otra vez, porque aunque fuimos creados para el descanso, también hemos caído en el pecado.

Dios proporcionó descanso desde el principio, caminando con Adán y Eva “al fresco del día” (Génesis 3: 8). Sin embargo, en su rebelión, nuestros primeros padres desencadenaron el pecado en el mundo y, al hacerlo, nos arrancaron del descanso con el Señor, para el que fuimos creados. Desde la caída, el pecado ha mancillado nuestro trabajo y ha arruinado nuestros esfuerzos por cansancio: “Maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida. . . . Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra” (Génesis 3:17, 19).

Arrancados de la comunión con nuestro Padre amoroso y cansados de nuestros pecados, nos afanamos y anhelamos el descanso. Añoramos reposo, pero descubrimos que somos “como el mar agitado, porque no puede estar quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo” (Isaías 57:20).

Desde la caída, la humanidad ha anhelado en secreto la paz que no proviene del trabajo de nuestras propias manos, sino de la comunión con el Creador amoroso y soberano que nos da vida y aliento y todas las cosas (Hechos 17:25). Y durante milenios, los profetas se han aferrado a la promesa de Dios de que, si bien no podemos iniciar ese descanso nosotros mismos, él nos prepara el camino. Él nos salva.

El reposo prometido por Dios

Lamec esperaba que Dios proveyera este alivio a través de su hijo Noé: “De la tierra que el Señor ha maldecido, éste nos dará descanso de nuestra labor y del trabajo de nuestras manos” (Génesis 5:29). Moisés y Josué esperaban tener un respiro en Canaán.

Pero, incluso después que las aguas del diluvio retrocedieron, o cuando se derrumbaron los muros de Jericó, gran parte de la humanidad permaneció pecaminosa, inquieta y separada del Dios del reposo. Cientos de años después, Dios describe a Israel como “un pueblo que se desvía en su corazón y no conocen mis caminos. Por tanto, juré en mi ira: Ciertamente no entrarán en mi reposo. ” (Salmo 95: 10-11).

Sin embargo, a través de sus profetas, Dios prometió un jubileo eterno, un último sabbat, en el que los que lloran serían consolados y la justicia y la alabanza “brotarían ante todas las naciones” (Isaías 61:11). Prometió la libertad de pecado y el dulce alivio de la comunión al fin, con nuestro Dios santo, “compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad” (Éxodo 34: 6).

Prometió reposo en Cristo.

Descanso para nuestras almas

Jesús invita a los que están cansados, cargados y agobiados, a saborear el descanso que él ofrece (Mateo 11: 28-30). Alivio del yugo de la ley y de nuestros penosos trabajos. Descanso para el alma. El resurgimiento de Dios con sus hijos, para habitar juntos en su reposo por toda la eternidad.

Hoy, vivimos en un mundo azotado por el pecado. Pero cuando Cristo regrese, Dios vivirá entre nosotros, y "enjugará toda lágrima de tus ojos, y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado" (Apocalipsis 21: 4).

Aunque nos doblamos de cansancio, cuando ponemos nuestra fe en Cristo, tenemos seguridad. Jesús regresará. Él ha vencido (Juan 16:33). “Queda, por tanto, un reposo sagrado para el pueblo de Dios; porque el que ha entrado a su reposo, descansa también de sus obras, así como Dios descansó de las suyas” (Hebreos 4: 9-10).

En su camino por la tierra, mi amigo David sufrió la ausencia de hogar, la adicción a las drogas, la falta de aire y la desesperación de una vida mermada por la enfermedad. Sin embargo, ninguna de estas dificultades anuló la promesa que Dios le dio en Cristo: descanso para su alma. El mundo lo consumía, pero Cristo le prometió un yugo suave. Una carga ligera. Un corazón, una mente y un cuerpo renovados por la gracia de Dios, solo a través de la fe, solo en Cristo.

Las consecuencias del pecado nos ahogan. Los males que cargamos nos aplastan. Pero en Cristo, los que estamos cargados y exhaustos encontramos descanso para nuestra alma. Y en él tenemos esperanza.


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