El pecado nunca te hará feliz

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English: Sin Will Never Make You Happy

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Por John Piper sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Mariana Ramirez

Talladas en la corteza de cada árbol del jardín de Dios están las palabras, “pero si muere, produce mucho fruto” (Juan 12:24 LBLA). Tres palabras están marcadas en la carne de cada cristiano “Porque habéis muerto” (Colosenses 3:3). La confesión sincera de cada creyente es, “Con Cristo he sido crucificado” (Gálatas 2:20).

¿Qué significa esto? ¿Quién murió cuando me convertí en cristiano? La respuesta: mi “carne” murió. “Pues los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne” (Gálatas 5:24). Pero, ¿Qué significa “carne”? No mi piel, ni mi cuerpo. Eso puede ser un instrumento de justicia. (Romanos 6:13) No, no el cuerpo.

¿Entonces qué? Vemos la respuesta en las obras que hace la carne. “Las obras de la carne son evidentes” cosas como la idolatría, pleitos, enemistades y envidia (Gálatas 5:19:21). Son actitudes, no solo acciones inmorales del cuerpo.

¿Qué es la carne?

Lo más cercano a una definición bíblica de la carne es Romanos 8:7-8: “ya que la mente puesta en la carne es enemiga de Dios, porque no se sujeta a la ley de Dios, pues ni siquiera puede hacerlo, y los que están en la carne no pueden agradar a Dios” La carne es el viejo yo que se rebelaba contra Dios. En la carne, era hostil e insubordinado. Odiaba la idea de admitir que estaba enfermo de pecado. Desafié la idea de que mi mayor necesidad era un Buen Médico para curarme. En la carne, confiaba en mi propia sabiduría, no la de Dios. Por tanto, nada de lo que hacía en la carne podía complacer a Dios, porque “sin fe es imposible agradar a Dios” (Hebreos 11:6). La carne no hace nada por fe.

Entonces, “la carne” es el viejo yo autosuficiente e infiel. Esto es lo que murió cuando Dios me salvó. Dios apretó las arterias en mi viejo corazón incrédulo de piedra. Cuando murió, Él lo sacó y me dio un nuevo corazón. (Ezequiel 36:26).

¿Cuál es la diferencia entre este corazón nuevo que vive y el viejo que ya murió? La respuesta está en Gálatas 2:20: “Con Cristo he sido crucificado… y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”. El viejo corazón que murió confiaba en sí mismo; el corazón nuevo confia en Cristo todos los días.

Lucha contra el pecado confiando en Jesús

¿Cómo luchan los muertos contra el pecado? Luchan contra el pecado confiando en el Hijo de Dios. Están muertos a las mentiras de Satanás. Mentiras como esta: Serás más feliz si confías en tus propias ideas sobre cómo ser feliz en lugar de confiar en el consejo y las promesas de Cristo. Los cristianos han muerto a ese engaño. La forma de luchar contra Satanás es confiando que los caminos y promesas de Cristo son mejores.

Esta forma de luchar contra el pecado se llama “la batalla de la fe” (1 Timoteo 6:12; 2 Timoteo 4:7). Las victorias de esta lucha se llaman “obras de fe” (1 Tesalonicenses 1:3; 2 Tesalonicenses 1:11). En esta guerra, los cristianos “han sido santificados” por la fe (Hechos 26:18).

Pensemos entonces en esta batalla de fe. No es como los juegos de guerra con balas de goma. La eternidad está en juego. Romanos 8:13 es un versículo clave. “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; pero si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis”. Esto está escrito para cristianos profesos, el punto es que nuestra vida eterna depende de nuestra batalla contra el pecado. No significa que nos ganemos la vida eterna al matar el pecado. No, es por el “Espíritu” que luchamos. Él tendrá la gloria, no nosotros.

Romanos 8:13 tampoco significa que luchamos con un ansioso sentido de incertidumbre acerca de ganar. Por lo contrario, incluso mientras luchamos, confiamos que “el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6). Romanos 8:13 tampoco significa que debemos de ser perfectos ahora en nuestra victoria sobre el pecado. Pablo renuncia a cualquier pretensión de perfección: “No que ya lo haya alcanzado o que haya llegado a ser perfecto, sino que sigo adelante, a fin de poder alcanzar aquello para lo cual también fui alcanzado por Cristo Jesús” (Filipenses 3:12).

El combate que Dios requiere

Lo que se demanda en Romanos 8:13 no es la impecabilidad, sino el combate mortal con el pecado. Esto es absolutamente necesario en la vida cristiana. De otra forma, no damos evidencia de que la carne ha sido crucificada. Si la carne no ha sido crucificada, entonces no pertenecemos a Cristo (Gálatas 5:24). Las apuestas en esta batalla son muy altas. No estamos jugando a la guerra. El resultado es el cielo o el infierno.

¿Cómo, entonces, los muertos “matan las obras (pecaminosas) del cuerpo”? Hemos respondido: “¡Por fe!” Pero, ¿Qué significa esto? ¿Cómo luchas contra el pecado con fe?

Supongamos que estoy tentado a la lujuria. Una imagen sexual aparece en mi cerebro y me llama a perseguirla. La manera en la que esta tentación obtiene poder es convenciéndome de que seré más feliz si la sigo. El poder de toda tentación es la perspectiva de que me hará más feliz. Nadie peca por un sentido del deber cuando lo que realmente quiere es hacer lo correcto.

¿Entonces qué debo hacer? Algunos dirán, “Recuerda el mandamiento de Dios a ser santos (1 Pedro 1:16) ¡Ejercita tu voluntad de obedecer porque Él es Dios!”. A este consejo le falta algo crucial: fe. Muchas personas que luchan por una mejora en la moral no pueden decir, “la vida que ahora vivo en la carne, la vivo por fe” (Gálatas 2:20). Muchas personas que intentan amar no se dan cuenta de que lo que cuenta es “la fe que obra por amor” (Gálatas 5:6). La lucha contra la lujuria (o avaricia, miedo o cualquier otra tentación) es una lucha de fe. De lo contrario, el resultado es legalismo.

Luchando contra el pecado por el Espíritu

Cuando viene la tentación de la lujuria, Romanos 8:13 dice: si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. ¡Por el Espíritu! ¿Qué significa esto? De toda la armadura que Dios nos da para luchar contra Satanás, solo una pieza se usa para matar: la espada. Es llamada espada del Espíritu (Efesios 6:17). Entonces, cuando Pablo dice, “Matar al pecado con el Espíritu”, supongo que eso significa, “Dependan del Espíritu, especialmente de su espada”.

¿Qué es la espada del Espíritu? Es la palabra de Dios (Efesios 6:17). Aquí es donde entra la fe. “Así que la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo” (Romanos 10:17). La palabra de Dios corta a través de la niebla de las mentiras de Satanás y muestra donde se encuentra la verdadera y duradera felicidad. La palabra me ayuda a dejar de confiar en el potencial del pecado para hacerme feliz, y en lugar de eso me incita a confiar en la promesa de gozo de Dios (Salmo 16:11).

Me pregunto cuántos creyentes se dan cuenta hoy día de que la fe no es solamente creer que Cristo murió por nuestros pecados. Fe también es confiar que Su camino es mejor que el pecado. Su voluntad es más sabia. Su ayuda es más segura. Sus promesas más preciosas y su recompensa más satisfactoria. La fe comienza con una mirada hacía atrás a la cruz, pero vive con una mirada hacia adelante a las promesas de Dios. Abraham “se fortaleció en fe… plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo” (Romanos 4:20-21). “La fe es la certeza de lo que se espera” (Hebreos 11:1).

Cuando la fe tiene la ventaja en mi corazón, estoy satisfecho con Cristo y sus promesas. Esto es lo que Jesús quería decir cuando dijo, “el que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan 6:35). Si mi sed por gozo, significado y pasión se satisfacen con la presencia y promesas de Cristo, el poder del pecado se rompe. No cedemos ante la oferta de carne de sándwich cuando podemos ver el filete caliente en la parrilla.

La satisfacción mata al pecado

La lucha de fe es luchar por estar satisfechos con Dios. “Por la fe Moisés… (abandonó) los placeres temporales del pecado.. Tenía la mirada puesta en la recompensa” (Hebreos 11:24-26). La fe no se contenta con “placeres temporales”. Tiene voracidad por el gozo. La palabra de Dios dice, “En tu presencia [la de Dios] hay plenitud de gozo; en tu diestra, deleites para siempre” (Salmo 16:11). Entonces, la fe no será desviada al pecado. No se dará por vencida tan fácil en su búsqueda del máximo gozo.

El rol de la palabra de Dios es alimentar el apetito de la fe por Dios. Al hacer esto, aleja mi corazón del sabor engañoso de la lujuria. Al principio, la lujuria comienza a engañarme para que sienta que me perdería de una gran satisfacción si sigo el camino de la pureza. Pero entonces tomo la espada del Espíritu y comienzo a luchar.

Leí que es mejor sacarme un ojo que ceder a la lujuria (Mateo 5:29). Leí que si pienso en cosas que son puras, amables y honorables, la paz de Dios estará conmigo (Filipenses 4:7-8). Leí que poner la mente en la carne trae la muerte, pero poner la mente en el Espíritu trae vida y paz (Romanos 8:6). Mientras oro para que mi fe está satisfecha con la vida y la paz de Dios, la espada del Espíritu rasca el azúcar que cubre el veneno de la lujuria. La veo por lo que es. Por la gracia de Dios, su seductivo poder se rompe.

Fe hacia el futuro

Esta es la manera en que las personas muertas luchan contra el pecado. Esto es lo que significa ser cristiano. Estamos muertos en el sentido de que el viejo yo incrédulo (la carne) ha muerto. En su lugar hay una nueva creación. Lo que la hace nueva es la fe. No solo una creencia retrospectiva en la muerte de Jesús, sino una creencia que mira hacia adelante en las promesas de Jesús. No es solo estar seguros de lo que hizo, sino estar satisfecho con lo que hará.

Con toda la eternidad en la balanza, peleamos la lucha de la fe. Nuestro principal enemigo es la mentira que dice que el pecado hará nuestro futuro más feliz. Nuestra arma principal es la verdad de que Dios hará nuestro futuro más feliz. La fe es la victoria que vence a la mentira, porque la fe está satisfecha con Dios.

Entonces, el desafío frente a nosotros no es solamente hacer lo que Dios dice porque es Dios, sino desear lo que Dios dice porque Él es bueno. El desafío no es solamente perseguir la justicia, sino preferir la justicia. El desafío es levantarse por la mañana y meditar en oración las Escrituras hasta que experimentemos gozo y paz al creer las “preciosas y maravillosas promesas” de Dios (Romanos 15:13; 2 Pedro 1:4). Con este gozo puesto ante nosotros, los mandamientos de Dios no serán una carga (1 Juan 5:3), y la compensación del pecado parecerá muy breve y superficial para atraernos.


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