Hombres Fascinados
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
“¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?” Gálatas 3: 1.
Los gálatas recibieron con un gran entusiasmo el Evangelio que Pablo les había predicado. Se tiene la impresión de que se trataba de un pueblo de cálido corazón pero inconstante, y Pablo descubrió para su profunda pena que mientras estuvo alejado de ellos, ciertos falsos maestros se infiltraron y lograron desviarlos del Evangelio que les había predicado. Entonces les habló muy claramente al respecto. En este versículo, el apóstol usa términos muy fuertes cuando les dice: “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad?” Yo no sé si algún maleficio de esa naturaleza haya recaído sobre alguno de ustedes, pero sí sé que siendo humanos, todos nosotros estamos sujetos a peligros similares, y también sé que en la propia atmósfera de nuestros tiempos hay una fascinación que hace que encontremos, en todas las iglesias de esta tierra, a muchas personas a quienes se les puede decir justamente esas palabras.
Únicamente podemos esperar escapar de este mal que Pablo condena tan severamente, gracias al uso de los medios cautelares apropiados. De hecho, sólo seremos preservados de las fascinaciones del error y permaneceremos fieles al grandioso Evangelio antiguo del Dios bendito, en la medida que el Espíritu Santo nos guarde.
En este momento voy a hablar brevemente, en primer lugar, del peligro sutil sugerido aquí: “¿Quién os fascinó?” En segundo lugar, voy a hablar con mayor detalle de la bendita salvaguarda: no hay mejor manera de ser protegidos de esta fascinación que presentar claramente entre nosotros a Cristo Jesús como crucificado. Y, en tercer lugar, para concluir, diré unas cuantas palabras acerca de la suprema insensatez de cualquier persona que, habiendo probado esta divina salvaguarda, se deje fascinar por el error.
I. Entonces, debemos pensar primero en EL PELIGRO SUTIL que siempre nos rodea.
Inicialmente era difícil predicar el Evangelio entre los paganos. Los hombres exponían sus vidas si lo hacían. Tenían que proponer nuevos temas que la mente pagana no estaba dispuesta a recibir. Pero por el poder del Espíritu de Dios se producían conversiones y se establecían iglesias. Y luego se presentó otra dificultad. Incluso quienes eran convertidos o parecían serlo, quedaban súbitamente hechizados, por decirlo así, por errores de un tipo o de otro, igual que en las familias los hijos se enferman súbitamente con ciertos malestares que parecen incidentales a la niñez. Si los padres no conocieran previamente tales cosas, se quedarían pasmados. Supondrían que iban a perder a sus hijos cuando tales enfermedades inexplicables se manifestaran en ellos, y, sin embargo, los niños sobreviven.
Ciertas epidemias irrumpen en la familia de Cristo en algunas épocas. No podemos decir por qué se presentan justo entonces y, al principio, tal vez, nos quedemos desconcertados y perplejos al pensar que tales enfermedades se puedan siquiera presentar; pero en efecto se presentan; y es por eso que es bueno estar atentos contra ellas. Pablo llama a eso estar ‘hechizado’, porque aquellas personas cayeron en un extraño error, un error que no contaba con ningún argumento que le sirviera de apoyo, un error sorprendente y alarmante. Pareciera decir: “No puedo entenderlo, no puedo comprender cómo pueden ser engañados de esta manera”. Ellos querían regresar a la circuncisión y a los antiguos sacrificios de la ley. Pablo estaba sumamente indignado por eso. “Yo testifico” –dijo- “a todo hombre que se circuncida, que está obligado a guardar toda la ley; de la gracia ha caído. Si regresan a los pobres elementos del judaísmo, se están desligando de Cristo, y están rechazando a Cristo y poniendo en peligro sus almas”. El apóstol declara que no podía entender cómo era que deseaban hacer eso. Lo llama un ‘hechizo’ porque en su día se creía que los hombres podían echar un mal de ojo sobre el vecino y así obrar un mal a sus semejantes. Le parecía a Pablo que era algo semejante a ésto: era como si el diablo mismo estuviera involucrado en ello, y viniera y apartara a los hombres de Cristo Jesús, para que regresaran a confiar en la ley y en sus obsoletas ceremonias.
No pasó mucho tiempo antes de que Pablo descubriera otro tipo de error en la iglesia. Ciertos individuos educados se mezclaron entre los creyentes más humildes; se consideraban altamente inteligentes; eran personas que conocían algo de Sócrates y de Platón, y decían: “Estas doctrinas son demasiado sencillas. La gente pobre las entiende y asiste a la iglesia; pero, sin duda, han de tener un significado más profundo que está destinado únicamente a los iniciados”. Entonces comenzaron a espiritualizarlo todo, y, en el proceso, suprimían el propio Evangelio. Pablo no podía tolerarlo. Declaró que si él mismo o un ángel del cielo les anunciaban otro evangelio diferente del que él les había anunciado, sería un hecho maldito. Ya sea que se tratara del judaísmo, o del gnosticismo, los castigaba fuertemente y decía a quienes caían en eso: “¿Quién os fascinó?”
Quienes leen la historia de la iglesia saben que en épocas posteriores la iglesia cayó en el ‘arrianismo’. Había grandes disputas respecto a la deidad de Cristo, y el ambiente estuvo saturado por mucho tiempo de esa plaga mortal. Cuando esa batalla hubo terminado, y hombres como Atanasio habían resuelto la cuestión de la Divinidad de nuestro Redentor, entonces surgieron todas las supersticiones de Roma que conformaron esa espantosa medianoche llena de tenebrosos nubarrones que cubrieron a la iglesia durante siglos.
En verdad, si volvemos nuestra mirada a la historia, pareciera como producto de una hechicería que esos hombres, entre quienes se había predicado el Evangelio en toda su gloriosa simplicidad, sometieran sus mentes después de todo a tales falsedades degradantes como las de la antigua Roma, y se postraran delante de imágenes de madera y piedra siguiendo prácticas paganas, igual que sus antepasados paganos lo habían hecho.
En este momento presente resulta ser una maravilla para algunos de nosotros de qué manera las iglesias han sido fascinadas otra vez. Cuando yo era muchacho recuerdo haber oído decir al señor Jay: “¡El ‘puseyismo’ es una mentira!” Recuerdo esas palabras que brotaban tal cual de sus reverendos labios, y todo el mundo, o casi todo el mundo, coincidía con él. Era un evento sorprendente que se estableciera una iglesia semejante a la católica o ritualista. Todo el mundo quedaba estupefacto por ello; y si decías: “Ésta es la iglesia de Inglaterra, y ésto es conforme a su ‘libro de oración’”, todo el mundo decía que exagerabas y que no era así. Se apiadaban de nuestros temores y decían que cuando mucho, una docena de personas se encaminaba hacia Roma, y que eso era todo.
Miren ahora, señores: esas cosas se hacen abiertamente. Nuestras parroquias son comúnmente convertidas en casas para celebrar misas, la Iglesia de Inglaterra casi no se distingue de la iglesia de Roma y, sin embargo, nadie se queda estupefacto; y, si hiciéramos algún comentario al respecto, seríamos acusados de intolerantes. ¿Quién ha fascinado a esta tierra protestante? ¡Apenas se acaban de barrer en Smithfield las cenizas de sus mártires y ya han levantado de nuevo el crucifijo! ¿Qué diría Oliver Cromwell si él y sus “costillas de hierro” pudieran regresar de nuevo para ver en qué se ha convertido esta tierra? Yo sé que diría algunas cosas duras; y, como yo no puedo decir palabras severas como las que él diría, expreso este punto con palabras tomadas prestadas de Pablo, que se adaptan bien al caso: “¡Oh ingleses insensatos! ¿Quién os fascinó para descarriarse de esta manera?”
Y eso no es todo. Pueden ver otro aspecto de este embrujo en nuestras iglesias disidentes. En una época que no hemos olvidado todavía, el ‘unitarianismo’ y el ‘socinianismo’ se introdujeron subrepticiamente en las congregaciones de los ‘disconformes’, y los púlpitos perdieron su testimonio por Cristo; las casas de adoración fueron abandonadas, y la verdadera religión parecía extinguirse en la tierra. Luego vinieron Whitefield y Wesley, y toda su tropa de ‘metodistas’ y la bendita llama que estaba casi apagada ardió de nuevo, y los que somos de esta generación nos hemos dicho unos a otros: “Ese experimento no se verá repetido nunca: las iglesias disconformes no irán nunca otra vez en esa dirección: no son tan ingenuas. Ven el efecto nocivo de esta enseñanza moderna, y ahora quieren adherirse al grandioso Evangelio antiguo”.
Éso soñé, pero ya no sueño más en ese sentido, pues dondequiera que miro compruebo que el Evangelio de Cristo está diluido, que la leche de la palabra está adulterada y que el grandioso Evangelio que Lutero y Calvino habrían predicado estruendosamente, raramente es escuchado ahora. ¡Oh disconformes insensatos! ¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad, y para ir en pos de esta novedad y de aquella otra, de este refinamiento y de aquel otro, y para abandonar a su Dios y Salvador? En cuanto a nosotros, aunque fuéramos los únicos, lejos esté de nosotros gloriarnos sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo.
Ése es el peligro.
II. Nuestro segundo encabezado es: que es LA ÚNICA SALVAGUARDA. El apóstol dice que Cristo había sido presentado claramente ante los ojos de los gálatas, como crucificado.
Bien entonces, si quieren ser conservados firmes y sanos en la fe, lo primero es que el tema apropiado ha de ser fijado en el centro de sus corazones: Jesucristo crucificado. Pablo dice que él predicaba éso. Él presentaba a Cristo. Podía dejar sin aclarar cualquier otra cosa, pero el apóstol predicaba sobre la persona y la obra de Jesucristo. Hermanos, establezcan ésto en su alma: que su única esperanza y el tema principal de su meditación ha de ser siempre Jesucristo. No importa que no conozca otras cosas, pero, oh Señor mío, ayúdame a conocer ésto. No importa si no creo en otras cosas, pero capacítame a creerte a Ti, y a confiar en Ti, y a recibir cada una de Tus palabras como la propia verdad de Dios.
Amados, desechen toda religión que contenga poco de Cristo. Cristo debe ser el Alfa y la Omega, lo primero y lo último. La religión que se compone de nuestras obras, de nuestros sentimientos y de nuestra voluntad, es una falsedad. Nuestra religión debe tener a Cristo como el cimiento, a Cristo como la piedra angular, a Cristo como el coronamiento, y si no estamos apoyados, afianzados, cimentados y establecidos sobre Él, nuestra religión es vana. Pablo se sorprende de que alguien para quien Cristo fue lo más importante, hubiere sido fascinado jamás; y yo creo que si Cristo fuera realmente algo así para sus almas, no serían desviados por el error; Cristo crucificado los sustentará con firmeza.
Pero Pablo no sólo dice que les había predicado a Cristo, sino que lo había ‘presentado’, de lo cual entiendo que se había esforzado para aclararles todo lo relativo a Cristo. Había predicado Su persona como hombre y Dios. Había predicado Su obra como el sacrificio expiatorio. Había predicado que Cristo resucitó y que intercede delante del trono de Dios. Había predicado a Cristo como nuestro sustituto. Había constituido ésto en su principal doctrina: que, si somos salvados por la justicia de Cristo, y nuestro pecado es borrado debido a que Cristo cargó con él en sustitución nuestra y sufrió el castigo que merecía, que así quedaría satisfecha la justicia de Dios y podríamos ser salvados. Quiere aludir a todo eso cuando dice: Cristo crucificado. Había entrado en detalles sobre ese punto y había explicado las gloriosas doctrinas que se aglutinan en torno a la cruz.
Hermanos, si quieren ser guardados de las fascinaciones modernas, tengan en alta estima a Cristo y entren en todos los detalles respecto a Él. Han de estar familiarizados con Su persona divina. Han de conocer bien Sus relaciones y Sus oficios: sepan lo que es en el pacto de gracia, lo que es para el Padre y lo que es para ustedes. ¡Oh, procuren conocerlo! Él sobrepasa todo conocimiento, pero sean estudiosos de Cristo. No tengan un mero conocimiento superficial de Él, sino procuren conocer a Cristo y ser encontrados en Él. Ésto los mantendrá libres del error.
Cuando el apóstol dice que presentaba a Cristo, aclara, a continuación, que lo había hecho con gran sencillez. La palabra griega tiene que ver con un programa o una proclamación; es equivalente a decir: “Les he explicado a Cristo tan sencillamente como si hubiese impreso un cartel y lo hubiera colocado ante sus ojos. He escrito las letras en mayúsculas. Así como un rey, cuando hace una proclamación, la expone en las paredes y llama la atención hacia ella, “así –dice Pablo- “he presentado a Cristo delante de ustedes. No he hablado de Él de una manera mística, de tal forma que no hayan entendido lo que yo quería decir, sino que lo he presentado claramente. He dicho de Él que sufrió en el lugar nuestro, y que fue hecho maldición por nosotros, como está escrito: ‘Maldito todo el que es colgado en un madero’”.
Pablo presenta a Jesús claramente. Ahora, ustedes conocen la forma en que Jesucristo es predicado por algunas personas. El anciano doctor Duncan lo describió muy bien cuando dijo: “Ellos predican que la muerte de Cristo -de alguna manera o de otra- tenía algún tipo de conexión -de alguna manera o de otra- con la salvación de los hombres”. Sí, afirman que es un tema brumoso, nebuloso, confuso, que es una botella de humo.
Nosotros no predicamos a Cristo de esa manera, antes bien sólo decimos ésto: “Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”, y debido a que fue oprimido y fue afligido en el lugar, en la posición y en la condición de los culpables, Dios remite de manera sumamente libre el pecado de los creyentes y los exhorta a que continúen su camino. La sustitución –nunca hemos de titubear al respecto- es que Cristo ocupa el lugar del pecador.
Amados, si se aferran a esa verdad y dejan que penetre en sus almas, serán más que un contrincante para el ritualismo o el racionalismo de la época. ¿Renunciar a esa doctrina? El hombre que ha bebido de ella una vez y conoce su dulzura, no podría renunciar a ella, pues una vez que ha creído en ella, llega a sentir que actúa en él como un detector mediante el cual descubre cuál es la falsa doctrina, a la vez que le produce un sabor que hace que la falsa doctrina sea despreciable para él, de tal manera que clama: “¡Fuera con eso!” Si se le presenta cualquier cosa contraria a ella, no dice tímidamente: “Todo el mundo tiene derecho a opinar”, sino dice: “Sí, tienen derecho a opinar, pero yo también lo tengo, y mi opinión es: que cualquier opinión que minimice la gloria del sacrificio sustitutivo de Cristo es una opinión detestable”. Compenétrense enteramente de la expiación real de Cristo en sus almas, y no serán hechizados.
Y eso no es todo. Pablo dice que Cristo fue presentado claramente en medio de ellos. ¿Vieron alguna vez a Cristo de esa manera? No les pregunto si vieron alguna vez una visión. ¿Quién pediría eso? No pregunto si su imaginación se vio tan afectada que pensaron haber visto al Salvador. Eso no serviría particularmente de nada pues miles de personas lo vieron de hecho en la cruz, y le sacaron la lengua y perecieron en sus pecados. Pero déjenme decirles que llegar a sentir por fe como si viéramos al Salvador, es una de las cosas que más fortalece a nuestra piedad. No esperamos verle hasta Su venida; sin embargo, cuando hemos estado solos en nuestro aposento hemos experimentado Su presencia sin el uso de nuestros ojos, como si le hubiésemos visto literalmente. Él en verdad fue crucificado perceptiblemente ante nosotros, pues ése es el punto. El apóstol dice que había presentado a Cristo con tal viveza, lo había descrito con palabras tan integralmente, había hablado tan claramente y tan simplemente, que ellos parecían decir: “Lo vemos, Cristo en lugar nuestro, Cristo desangrándose por nuestro pecado”. Daba la impresión de que lo veían como si estuviese en medio de ellos.
Mis queridos amigos, no digan: “Cristo murió en el Calvario. Eso está a miles de kilómetros de distancia. Yo sé que murió allá, pero ¿qué importa dónde murió en cuanto a ubicación? Él los amó a ustedes y se entregó por ustedes. Para ustedes ha de ser como si hubiera sido crucificado en Newington Butts, y como si Su cruz estuviera en el centro de este Tabernáculo Metropolitano.
“Oh, pero Él murió hace mil novecientos años”. Yo sé que murió entonces, pero la eficacia de Su muerte es algo de hoy. “Al pecado murió una vez por todas”, y por esa única vez, se derrama el esplendor de su eficacia a lo largo de todas las edades, y lo que ustedes tienen que hacer es sentir como si le vieran muriendo ahora, como si le vieran sobre el madero ahora. Como si ustedes estuvieran colocados al pie de la cruz y estuvieran mirando a lo alto, y le vieran a Él mirarlos a ustedes desde la cruz y decir: “Hice todo esto por ti”. ¿No pueden pedirle al Señor que lo haga tan vívidamente como eso para ustedes?
Mientras contemplo a esta gran multitud, quiero olvidarlos a todos ustedes y ver a Jesús aquí presente, con las cicatrices de los clavos. ¡Con cuánto amor lo abrazaría! ¡Con cuánta reverencia lo adoraría! Pero, Señor mío, estoy tan seguro del hecho de que Tú moriste por mí, y de que mis pecados fueron puestos sobre Ti, que incluso ahora te veo saldando todas mis deudas y llevando toda mi maldición. Aunque Tú te has ido a la gloria, me doy cuenta vívidamente de que Tú estuviste aquí. Esto se ha convertido en un hecho para mí.
Siempre que te veas en un grupo en el que están hablando acerca de las doctrinas de la gracia y se están burlando de ellas, y siempre que te veas involucrado en otra clase de grupo, donde digan: “¡Fuera con tu simple adoración a Dios!; hay que tener sacerdotes, e incienso, y altares y todo”, no discutas con ellos. Busca estar solo y pide ver a Jesucristo de nuevo. Trata de ver si se rodea de los atavíos y de los ornamentos papales. Trata de ver si hay algo de esta filosofía -así llamada falsamente- en lo que a Él concierne. Tan pronto como le hayas visto, resolverás que has de llamar a todas las cosas vanidad y mentira, y ligarás Su Evangelio a tu corazón. La cruz es la escuela de la ortodoxia. Esfuérzate por conservarte allí.
Cuando he estado solo en el Continente he experimentado la presencia de mi Señor en mis momentos apacibles, y entonces hubiera deseado poder pedir prestadas las alas de una paloma, para ponerme de pie y estar allá en ese instante y hablarles. He estado muy enfermo y lleno de dolores, y deprimido en espíritu, y me he juzgado ser el más indigno de los hombres y he juzgado atinadamente. Todavía sostengo ese juicio. Me he sentido digno de ser sacudido tan sólo como polvo de los pies de mi Señor, y de ser arrojado para siempre en el pozo del abismo. Entonces era cuando mi Sustituto era mi esperanza, y en mi solitaria habitación en Mentone me aferraba a Sus vestiduras, contemplaba Sus heridas, me confiaba otra vez a Él y sé que soy un hombre salvo. Les digo que no hay salvación en nadie más sino únicamente en Jesús. Si regresan continuamente a esta verdad no serán apartados para abrazar ninguna otra doctrina. Algunas personas necesitan una saludable aporreada proveniente de la aflicción para hacerlas amar a Cristo; y algunos antiguos profesantes necesitan algunas veces un toque de pobreza, o una breve aflicción, o el tormento del reumatismo, y eso los reducirá a una situación inaguantable y comenzarán a clamar por realidades y querrán deshacerse de los caprichos y de las fantasías.
Cuando se llegue al punto de tratos cercanos entre Dios y sus almas, y la muerte los mire al rostro, nada servirá salvo un Redentor crucificado, y ninguna confianza servirá salvo la confianza infantil del pecador en la obra consumada de Aquel que sufrió en lugar nuestro. Hablo duramente, pero siento mil veces más duramente de lo que puedo hablar.
III. El último punto es LA SUPREMA INSENSATEZ de aquellos que están dispuestos a dejar a Jesús por cualquier otra cosa. Supongan que alguien hubiera confiado simplemente en Jesús, y que hubiera comprendido la muerte de Cristo, y que hubiera entrado en un contacto real con el Maestro moribundo y sangrante; y supongan que, después de eso, comenzara a poner su confianza en sacerdotes y en sacramentos; o supongan que, después de eso, se pusiera sus guantes de cabritilla perfumados y se convirtiera en filósofo, ¿qué sería de esa persona? Ahora, no se lo digan a nadie, se los suplico. Guárdenlo para ustedes mismos.
El apóstol no adoptaba los modales de un caballero, sino que hablaba, en verdad, muy sencillamente. No les digan a sus instruidos vecinos que yo dije eso, porque yo no lo dije; fue Pablo quien lo dijo; él dijo que el hombre que hiciera eso sería: UN INSENSATO. “¡Oh gálatas insensatos!” ¿Qué pretendes, Pablo? Ellos han estado engalanando su servicio; seguramente no objetas a eso. ¿Acaso no sabes, Pablo, que el antiguo sacerdote judío solía usar un espléndido pectoral ornamentado con joyas, y tenía un efod adornado con campanillas y granadas? ¡Ciertamente en la adoración a Dios debemos hacer las cosas de manera decorosa y apropiada! Y sobre la base de este argumento, esos gálatas se han engalanado en gran manera. “¡Son gálatas insensatos!”, dice. Pablo fue muy rudo, comentas; ¡muy rudo! No intentaré excusarlo pues endoso plenamente su veredicto.
Pero aquí tenemos a un caballero que ha estado leyendo a Platón, y después de leer a Platón, ha estado leyendo las palabras de Jesucristo, y dice que no quieren decir lo que la gente común piensa que dicen: afirma que hay un sentido filosófico muy misterioso oculto en ellas. Por ejemplo, cuando Jesucristo dice: “Irán éstos al castigo eterno”, no quiere decir en absoluto lo que dicen las palabras. Quiere decir que al final serán restaurados. Ahora, Pablo, este caballero es un filósofo; ¿qué dices de él? El apóstol responde: “¡Es un insensato!” Eso es todo lo que dice, y todo lo que necesita decir, pues la erudita insensatez es suma insensatez. “¡Oh gálatas insensatos! ¿Quién os fascinó?”
¿Por qué consideramos insensatas a esas personas? Porque nosotros mismos seríamos insensatos si fuéramos a hacer lo mismo. Hace bastantes años, cuando yo tenía alrededor de quince o dieciséis años de edad, necesitaba un Salvador, y escuché a un pobre hombre predicar el Evangelio y decir en el nombre de Jesús: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. Hablaba un inglés muy claro, y yo lo entendí, y obedecí y encontré el descanso. Desde entonces debo toda mi felicidad a la misma doctrina sencilla.
Ahora, supongan que yo les dijera: “He leído muchísimos libros y hay muchísimas personas dispuestas a oírme. Realmente yo no podría predicar un evangelio tan común como lo hice al principio. He de exponerlo de manera sofisticada para que nadie me entienda salvo la élite”. Yo sería… ¿qué sería? Sería un insensato de marca mayor. Sería algo peor que eso: sería un traidor para con mi Dios, pues si fui salvado por un Evangelio sencillo, entonces estoy obligado a predicar ese mismo Evangelio sencillo hasta que muera, para que otros sean salvados por él. Cuando deje de predicar la salvación por la fe en Jesús, intérnenme en un asilo de locos, pues pueden estar seguros de que mi mente desvaría.
Hay cientos de personas entre ustedes que se sienten perfectamente felices en Cristo. Creen que todos sus pecados han sido limpiados, que son justificados por la justicia de Cristo, y son aceptos en el Amado. Ahora, supongan que renunciaran y dijeran: “En lugar de creer que Cristo murió una vez y realizó una expiación, voy a creer en el sacrificio perpetuo ofrecido por un ser humano en la misa”. Serían muy insensatos. Supongan que en vez de confiar en Jesucristo para perdón y justificación perfectos, de tal manera que sepan que no hay condenación para ustedes porque están en Cristo Jesús, ustedes regresaran a las obras, y dijeran: “Voy a obrar mi propia salvación a través de mis propias buenas obras”. Serían insensatos en sumo grado, y descubrirían pronto ese hecho por la zozobra que sobrevendría a su espíritu.
Miren de nuevo. Cuando han vivido más cerca de Cristo, y han confiado más en Él, ¿no han sentido un mayor deseo de santidad? Ahora díganme, si han probado las perspectivas modernas, ¿en qué estado mental se han encontrado con relación a su caminar diario? Yo les diré. Con esos puntos de vista modernos, ustedes podrían frecuentar el teatro y los salones de música y sentirse muy tranquilos; y podrían hacer ingeniosas trampas en los negocios y sentirse cómodos; pero ustedes saben que cuando han visto a Cristo no podrían hacer nada semejante. Ustedes son santificados por Su presencia. Sienten un fuerte deseo de una pureza perfecta. Sienten un horror y un pavor del pecado. Caminan enternecida y precavidamente, y son doblegados por la turbación mental cuando piensan en sus imperfecciones. Juzguen, entonces, cuál debe ser la doctrina correcta. La que los santifica más tiene que ser ciertamente la verdadera; y si se apartaran de su Señor, cuya propia presencia exhala santificación y cuya comunión trae con certeza santidad, serían necios, y tendríamos que decir: “¡Oh gálatas insensatos!” ¿Quién os fascinó?”
Durante las últimas reuniones que hemos tenido aquí, mis amados hermanos Fullerton y Smith han estado predicando el Evangelio, el legítimo Evangelio de Jesucristo, y en una reunión sostenida posteriormente, hubo una gran cantidad de personas que se pusieron de pie para contar qué había hecho por sus almas ese ministerio por medio de Dios el Espíritu Santo. Hubo ladrones rescatados, borrachos rescatados, rameras rescatadas, grandes pecadores rescatados.
Bien, ahora, supongan que, después de todo, algunos de ustedes, damas y caballeros, dijeran: “Vemos qué puede hacer el Evangelio, pero vamos a probar algo más”, serían unos insensatos. Yo estoy dispuesto siempre a probar alguna nueva máquina: vamos a probar la luz eléctrica uno de estos días en vez de la de la luz de gas, cuando estemos seguros de ella; pero ¡supongan que todo se apagara y nos quedáramos en la oscuridad! Yo esperaré hasta que el invento haya sido probado. Así podría suceder con las nuevas luces religiosas que descubren los hombres, que son como débiles focos comparados con el esplendente sol de la verdad del Evangelio; no vamos a probar nada nuevo a riesgo de nuestras almas. Vamos a adherirnos al viejo, viejo Evangelio hasta que se desgaste. Cuando se agote, y ya no salve más, y ya no consuele más, y no nos conduzca más cerca de Dios, entonces será el tiempo de que pensemos en algo novedoso. Pero como eso no ha ocurrido todavía, permítanme decirles que voy a clavar otro clavo en los viejos colores de mi enseña y voy a fijarlos de nuevo en el viejo mástil. Lo que he predicado entre ustedes todos estos veintiséis años, voy a seguir predicándolo; y hemos de esperar que ni el predicador, ni ninguno de sus oyentes se vuelvan unos insensatos por haber quedado fascinados al extremo de abandonar el glorioso Evangelio de Jesucristo. ¡Oh, que todos ustedes conocieran su poder, y que todos fueran salvados por él! Que Dios nos conceda que lo sean, por Jesucristo nuestro Señor. Amén.
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