La Pasión de Cristo Jesús
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Christin Ditchfield
sobre El Evangelio
Una parte de la serie Crossway Tracts
Traducción por Crossway
“Él que era la luz ya estaba en el mundo, y el mundo fue creado por medio de él, pero el mundo no lo reconoció. Vino a lo que era suyo, pero los suyos no lo recibieron” (Juan 1:10-11).
Ridiculizado, escupido, golpeado a puñetazos, azotado. Su espalda desgarrada completamente. Su frente ensangrentada y lastimada por la corona de espinas clavada a su frente. Una lanza traspasó su costado. Clavado a una cruz y condenado a la muerte más brutal y agonizante.
Esta fue la Pasión de Cristo Jesús.
La palabra pasión viene de la palabra en latín que significa “someterse a sufrimiento.” Eso fue exactamente lo que Jesús hizo. Pero, ¿por qué se sometió a tan horrendo sufrimiento? ¿Por qué se permitió a Sí mismo sufrir tal tortura y miseria?
En una palabra, pecado. No el suyo—sino el nuestro. Jesús mismo fue sin pecado. ¡Él nunca hizo algo malo—jamás! Él nunca tuvo un pensamiento pecaminoso. Él nunca dijo una mentira “blanca.” Él fue perfecto, sin mancha, sin pecado. Pero nosotros no lo somos. La Biblia nos dice que todos y cada uno de nosotros somos pecadores. Cada persona ha ignorado los mandatos de nuestro Creador, hemos rechazado Su autoridad sobre nosotros, hemos desobedecido Su ley, y no hemos podido satisfacer sus estándares sagrados. “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). “No hay un solo justo, ni siquiera uno… nadie que busque a Dios” (Romanos 3:10-11).
El pecado tiene un precio muy caro: la muerte. La muerte de nuestros cuerpos, pero más importante aun de nuestros espíritus. Dios nos dio almas inmortales, hechas para vivir para siempre. Fuimos creados para experimentar una profunda y significativa relación con Él que nos creó. Pero nada pecaminoso o imperfecto puede entrar a la presencia de Dios. Toda maldad es completamente aborrecida por Él. Así es que cuando escogemos el pecado en vez de a Dios, estamos escogiendo la separación eterna de Él.
Pero en Su infinita misericordia, nuestro Creador hizo posible que nosotros pudiéramos ser reconciliados con Él. Dios mandó a Su único Hijo, Jesús, a morir en nuestro lugar –para tomar nuestro castigo, para pagar la pena por nuestro pecado. ¿Por qué haría tal cosa?
En una palabra, amor. Amor para ti. Amor para mí. Amor para la humanidad entera.
“Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).
La Biblia nos dice que la crucifixión no fue una sorpresa para Jesús. Él sabía lo que le esperaba. Desde el principio Él comprendió lo que iba a sufrir. Y aun así Él deliberadamente escogió ese camino que le llevaría a la cruz. Él por su propia voluntad entregó Su vida para salvarnos.
“Él fue traspasado por nuestras rebeliones, y molido por nuestras iniquidades; sobre él recayó el castigo, precio de nuestra paz, y gracias a sus heridas fuimos sanados” (Isaías 53:5).
La sangre de Jesús fue derramada por nosotros. Ese día en la cruz, Él pagó el precio máximo para poder reconciliar a Dios con el hombre—para hacer paz entre ambos. Lo que parecía ser tragedia nacida de odio fue en realidad el triunfo más grande del amor. Y la crucifixión no fue el final de la historia. La muerte no tenía ningún poder legal sobre Jesús—Él no había hecho nada para merecer morir. Entones la muerte no podía mantenerlo en la tumba. La mañana del tercer día, Él se levantó de la tumba en poder y gloria. Y ahora ¡Él vive para siempre!
Porque Él vive, nosotros también podemos vivir. Jesús dijo:
“Yo soy la resurrección y la vida. Él que cree en mí vivirá, aunque muera” (Juan 11:25).
Por los sufrimientos que Jesús soportó, por Su muerte en la cruz, por Su resurrección, el poder del pecado se ha roto. La muerte ha sido conquistada. Pero solamente aquellos que creen en Él recibirán la esperanza del cielo, el regalo de la vida eterna.
¿Crees? ¿Recibirás el precioso regalo, comprado y pagado con la sangre de Cristo Jesús? ¿Podrías orar de la siguiente manera?
Querido Jesús, confieso que soy pecador y en necesidad de un Salvador. Yo sé que fue mi pecado el que Te mando a la cruz. Tomaste el castigo en mi lugar. Gracias por sacrificar Tu vida por la mía. Gracias por salvarme de la muerte y por darme vida eterna. Ayúdame a vivir cada día en el conocimiento de Tu muerte y resurrección, perdonado y con todo el deseo de honrarte a Ti. Amén.
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