La Sexta Bienaventuranza
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Charles H. Spurgeon
sobre Santificación y Crecimiento
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit
Traducción por Allan Aviles
"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios." Mateo 5: 8.
Una peculiaridad del grandioso Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra profesión, Jesucristo nuestro Señor y Salvador, era que Su enseñanza tenía por blanco los corazones de los hombres. Otros maestros se han contentado con una reforma moral externa, pero Él buscó la fuente de toda maldad para limpiar el manantial de donde proceden todos los pensamientos, y las palabras y las acciones pecaminosas. Él insistió una y otra vez que, mientras el corazón no fuera limpio, la vida tampoco podría serlo nunca.
El memorable Sermón del monte, del cual tomamos nuestro texto, comienza con la bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres en espíritu", porque Cristo estaba tratando con los espíritus de los hombres, con su naturaleza interna y espiritual. Hizo más o menos lo mismo con cada Bienaventuranza, y la sexta da en el propio centro del blanco, puesto que no dice: "Bienaventurados los de limpio lenguaje, o los de limpia acción," y mucho menos: "Bienaventurados los de limpias ceremonias, o los de limpio vestido, o los de limpio alimento", sino que dice: "Bienaventurados los de limpio corazón."
Oh amados, independientemente de que la así llamada "religión" reconozca como su seguidor al hombre cuyo corazón sea impuro, la religión de Jesucristo no lo hará. Su mensaje a todos los hombres sigue siendo: "Os es necesario nacer de nuevo"; es decir, la naturaleza interna debe ser regenerada divinamente, pues, de lo contrario, no pueden entrar y ni siquiera ver, ese reino de Dios que Cristo vino a establecer en este mundo.
Si tus acciones parecieran ser limpias, pero su motivo fuese impuro, serían nulas por completo. Si tu lenguaje fuera virtuoso pero si tu corazón se gozara en imaginaciones malvadas, estás ante Dios no según tus palabras, sino de conformidad a tus deseos. De acuerdo a la tendencia de la corriente de tus afectos, de tus gustos reales e íntimos y de tus aversiones, serás juzgado por Él. Lo único que el hombre pide de nuestras manos es la pureza externa, "Pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón"; y las promesas y las bendiciones del pacto de gracia pertenecen a quienes son limpios de corazón, y a nadie más.
Al hablar sobre nuestro texto, quiero mostrarles, primero, que la impureza de corazón es la causa de la ceguera espiritual; y, en segundo lugar, que la limpieza del corazón nos admite a un glorioso espectáculo: "los de limpio corazón verán a Dios." Luego habré de mostrarles, en tercer lugar, que la limpieza del corazón es una operación divina que no puede ser realizada por nosotros mismos, ni por ninguna agencia humana; debe ser obrada por Él, quien es el tres veces santo Señor Dios de los Ejércitos.
I. Primero, entonces, debo señalar que LA IMPUREZA DE CORAZÓN ES LA CAUSA DE LA CEGUERA ESPIRITUAL, o la causa de gran parte de ella, sino es que de toda ella.
Un hombre que está intoxicado no puede ver claramente, y su visión es frecuentemente distorsionada o doble; y hay copas, además de las que intoxican, que impiden que el ojo mental tenga una clara visión, y quien beba ávidamente de esas copas, se quedará espiritualmente ciego, y otros, en la proporción que sorban los tragos nocivos, serán incapaces de ver a la distancia.
Hay bellezas morales y horrores inmorales que algunos no pueden ver porque tienen un corazón impuro. Tomen, por ejemplo, al avariento, y pronto descubrirán que no existe otro polvo que ciegue tan eficazmente como el polvo del oro. Podría haber algún negocio que muchos consideraran malo de principio a fin; pero si le reditúa al hombre que está dedicado a él, y tiene una predisposición a apegarse al dinero, sería casi imposible convencerle de que es un negocio malo.
A menudo podrán comprobar que el hombre codicioso no ve ningún encanto en la generosidad. Piensa que el hombre generoso, si bien no es efectivamente un insensato, se asemeja tanto a uno que sería muy fácil confundirlos. Él mismo admira lo que se puede conseguir con facilidad; y entre más pueda conseguirlo, será más feliz. La tacañería y la opresión del pobre son ocupaciones que desempeña con deleite. Si ha llevado a cabo un trato sucio en el que hubiere sacrificado todo principio de honor, pero que hubiera resultado en su propio beneficio, se diría: "eso fue un golpe maestro"; y si se juntara con otro individuo de su calaña, él y su cómplice se reirían entre dientes de la transacción, y presumirían por el final feliz.
Sería inútil que yo intentara razonar con un hombre avariento, para mostrarle la belleza de la liberalidad; y, por otra parte, no pensaría en perder mi tiempo procurando obtener de él una opinión objetiva en cuanto a la justicia de cualquier cosa que supiera que es remunerativa.
Ustedes saben que hace algunos años hubo una gran lucha en los Estados Unidos sobre la cuestión de la esclavitud. ¿Quiénes fueron lo caballeros de Inglaterra que se inclinaron del lado de los dueños de esclavos? Bien, principalmente la gente de Liverpool, que los apoyaban porque la esclavitud les redituaba. Si no hubiese sido así, la habrían condenado; y me atrevería a decir que quienes la condenamos lo hicimos con mayor facilidad porque no nos beneficiaba.
Los hombres ven con toda claridad cuando no tienen nada que perder en ningún sentido; pero si se tratara de un asunto donde hay una ganancia involucrada, como el corazón es impuro, los ojos no podrían ver rectamente. Hay innumerables cosas que un hombre no podría ver, si ocultara una moneda de oro en cada uno de sus ojos; en esos momentos no podría ver ni siquiera al sol; y si guardara oro en sus ojos, se volvería ciego. El limpio de corazón puede ver; pero cuando la avaricia se adentra en el corazón, torna al ojo débil o ciego.
Tomen otro pecado: el pecado de la opresión. Hay hombres que nos dicen que, en su opinión, las personas que ocupan las posiciones más elevadas en la vida constituyen la verdadera belleza y gloria de la nación, y que la gente pobre debería quedarse en su lugar, porque fueron creados a propósito para que "la nobleza" pudiera ser sostenida en su exaltada posición, y para que otras personas altamente respetables pudieran acumular para sí cualquier cantidad de riqueza.
En cuanto a la idea de que los hombres necesiten más dinero por sus servicios, eso no debe ser alentado en ningún momento, según afirman estos caballeros; y si la pobre costurera trabaja arduamente y padece hambre por los escasos ingresos que recibe, no debes decir ni una sola palabra al respecto, pues existen "las leyes de economía política" que gobiernan todos esos casos, de tal forma que ella tiene que ser triturada en medio de las ruedas que abundan en esta época de las máquinas, y ¡nadie debe interferir en el asunto!
Por supuesto que un opresor no puede o no quiere ver el mal de la opresión. Si pones delante de él un caso de injusticia que es tan evidente como la nariz de su cara, no puede verlo, pues ha estado siempre bajo el engaño de que fue enviado al mundo con un látigo en su mano para arrear a la gente según convenga, ya que él es un ser grandioso, y las otras personas no son nada, aptas sólo para arrastrarse bajo sus enormes piernas, pidiéndole humildemente su permiso para existir. De esta manera, si la opresión ocupa el corazón, ciega completamente la vista, y pervierte el juicio del opresor.
La misma observación es válida en lo concerniente a la lascivia. He notado a menudo, que cuando los hombres hablan mal de la religión y denigran la santa Palabra de Dios, sus vidas son impuras; raramente, -y tal vez nunca- me he encontrado con un caso en el que mi juicio me haya engañado con relación a las vidas de los hombres que hablan en contra de las cosas santas.
Recuerdo haber predicado una vez en una aldea en la campiña, justo alrededor del tiempo de la cosecha, y al comentar el hecho de que algunos granjeros no permiten a los pobres que recojan la rebusca de sus campos, dije que yo creía que había algunas personas que eran tan ruines que, si pudieran rastrillar minuciosamente sus campos, lo harían.
En esa ocasión, un granjero se marchó ruidosamente y muy enojado fuera del lugar donde yo predicaba, y cuando le preguntaron por qué estaba tan molesto, respondió con la mayor simplicidad: "porque rastrillo dos veces mis campos." Por supuesto que no podía percibir ningún placer particular en cuidar a los pobres, ni se podía someter con agrado a la reprensión que sintió que recibía tan agudamente.
Y cuando los hombres hablan en contra del Evangelio, casi siempre se debe a que el Evangelio habla en contra de ellos. El Evangelio los encuentra y los acusa de la culpa de sus pecados, y los arresta. Ha venido a ellos como un policía con su linterna para la oscuridad, y ha enfocado plenamente su rayo de luz sobre su iniquidad, y por eso es que están tan indignados. No vivirían como viven si pudieran verse como Dios los ve; no podrían ser capaces de continuar en su inmundicia, corrompiendo a otros así como arruinándose ellos mismos, si realmente pudieran ver. Pero conforme estas perversiones penetran en el corazón, de seguro cegarán los ojos.
Lo mismo puede decirse con relación a la verdad espiritual y a la verdad moral. Frecuentemente nos encontramos con personas que dicen que no pueden entender el Evangelio de Cristo. En el fondo, en nueve casos de cada diez, yo creo que su pecado es el que les impide entenderlo.
Por ejemplo, el domingo pasado por la noche, intenté predicarles sobre las reclamaciones de Dios, y procuré mostrarles el derecho que tiene sobre nosotros; tal vez hubo algunos oyentes que se dijeran: "nosotros no reconocemos los derechos de Dios sobre nosotros." Si cualquiera de ustedes habla así, es porque su corazón no es recto a los ojos de Dios; pues si fuesen capaces de juzgar rectamente, verían que Dios tiene los más elevados derechos del mundo sobre Sus criaturas, y estarían prestos a decir: "yo reconozco que quien me ha creado tiene el derecho de gobernarme, que Él es Dios y Señor y el más grandioso y el mejor, y que debe ser el Legislador infaliblemente sabio y justo, siempre benévolo y bueno."
Cuando los hombres dicen en la práctica: "no engañaremos ni robaremos a nuestros semejantes; pero, en cuanto a Dios, ¿qué importa cómo lo tratemos?", la razón de su comentario es que son injustos de corazón, y su así llamada justicia con sus semejantes sólo se debe a que su lema es "la honestidad es la mejor política"; y realmente no tienen un corazón limpio, pues de lo contrario admitirían de inmediato los justos reclamos del Altísimo.
La grandiosa doctrina central de la expiación no puede ser apreciada plenamente mientras el corazón no sea rectificado. Probablemente han escuchado a menudo comentarios tales como estos: "no entiendo por qué deba haber una propiciación a Dios por el pecado. ¿Por qué no puede perdonar la transgresión de una vez, y acabar con ella? ¿Qué necesidad hay de un sacrificio sustitutivo?"
¡Ah, amigo!, si hubieras sentido alguna vez el peso del pecado sobre tu conciencia, si hubieras aprendido a detestar el simple pensamiento del mal, si se te hubiera quebrantado el corazón por haber sido terriblemente manchado por el pecado, sentirías que la expiación no solamente es requerida por Dios, sino que también es requerida por tu propio sentido de la justicia; y en vez de rebelarte contra la doctrina de un sacrificio vicario, le abrirías tu corazón, y clamarías: "eso es precisamente lo que yo necesito."
Las personas de corazón más limpio que hayan vivido jamás son aquellas que se han regocijado al ver la justicia de Dios vindicada y engrandecida por la muerte de Cristo en la cruz como el Sustituto por todos los que creen en Él, de tal forma que mientras la misericordia de Dios es exhibida en incomparable majestad, sienten la más intensa satisfacción de que pueda haber un camino de reconciliación por medio del cual cada atributo de Dios derive honor y gloria, y, con todo, los pobres pecadores perdidos puedan ser izados a la elevada y honorable posición de hijos de Dios. Los de limpio corazón no ven ninguna dificultad en la expiación; todas las dificultades concernientes a la expiación surgen de la falta de limpieza en el corazón.
Puede decirse lo mismo de la igualmente importante verdad de la regeneración. Los de corazón impuro no ven ninguna necesidad de nacer de nuevo. Dicen: "admitimos que no somos todo lo que deberíamos ser, pero podríamos ser rectificados con facilidad. En cuanto al tema de una nueva creación, no vemos su necesidad. Hemos cometido algunos cuantos errores, que serán corregidos mediante la experiencia; y ha habido algunos yerros en la vida que confiamos que puedan ser condonados mediante la vigilancia y el cuidado futuros."
Pero si el corazón no regenerado fuese limpio, vería que su naturaleza fue mala desde el principio; y se daría cuenta de que los pensamientos del mal surgen tan naturalmente en nosotros como las chispas brotan del fuego, y sentiría que sería algo terrible que una naturaleza así permaneciera sin ser cambiada. Vería dentro de su corazón celos, asesinatos, rebeliones, y males de todo tipo, y su corazón clamaría para ser liberado de sí mismo; pero precisamente debido a que su corazón es impuro, no ve su propia impureza, y no confiesa, ni lo haría en el futuro, su necesidad de ser hecho una nueva criatura en Cristo Jesús.
Pero en cuanto a ustedes que son de limpio corazón, ¿qué piensan ahora de su vieja naturaleza? ¿Acaso no es una carga pesada que continuamente soportan sobre ustedes? ¿Acaso no es la peste de su propio corazón la peor plaga que existe bajo el cielo? ¿Acaso no sienten que la propia tendencia a pecar es un constante dolor para ustedes, y que, si pudieran librarse completamente de ella, su cielo ya habría comenzado aquí abajo? Así que son los de limpio corazón los que ven la doctrina de la regeneración, y quienes no la ven, no la ven porque son de impuro corazón.
Una observación semejante es válida en lo concerniente al glorioso carácter de nuestro bendito Dios y Señor Jesucristo. ¿Quién lo ha criticado sino los hombres que tienen ojos de murciélago? Ha habido hombres inconversos que han tropezado por la belleza y la pureza de la vida de Cristo, pero los de limpio corazón están enamorados de ella. Sienten que es más que una vida humana, que es divina, y que Dios mismo es revelado en la persona de Jesucristo Su Hijo.
Si alguien no ve que el Señor Jesucristo es superlativamente codiciable, es porque él mismo no es de limpio corazón; pues, si lo fuera, reconocería en Él el espejo de toda perfección, y se regocijaría al darle reverencia. Pero, ¡ay!, todavía es cierto que, lo mismo que sucede con los asuntos morales, así también ocurre con lo espiritual, y debido a eso las grandes verdades del Evangelio no pueden ser percibidas por quienes son de corazón impuro.
Hay una forma de impureza que, más allá de las demás, pareciera cegar el ojo a la verdad espiritual, y es la duplicidad de corazón. Un hombre que es cándido, honesto, sincero, y semejante a un niño, es el hombre que entra en el reino del cielo cuando su puerta se abre para él. Las cosas del reino están escondidas para el que es insidioso y solapado, pero son claramente reveladas a los bebés en la gracia, a los de sencillo corazón, a la gente transparente que lleva su corazón al descubierto.
Es absolutamente cierto que el hipócrita no verá nunca a Dios mientras se mantenga en su hipocresía. De hecho, es tan ciego que no puede ver nada, y ciertamente no puede verse a sí mismo como realmente es a los ojos de Dios. El hombre que está muy satisfecho con el nombre de cristiano pero que no lleva la vida de un cristiano, no verá nunca a Dios mientras sus ojos no sean abiertos divinamente. ¿Qué les importa a otros cuál es su opinión sobre cualquier tema? No nos debería de importar recibir alabanzas del hombre que es insidioso, y que es prácticamente un mentiroso; pues, mientras es una cosa en su corazón, se esfuerza por pasar por otra cosa en su vida.
Tampoco el formalismo verá a Dios alguna vez, pues el formalismo siempre mira a la cáscara, y no se adentra nunca en la semilla. El formalismo lame el hueso pero no llega nunca a la médula. Se apertrecha de ceremonias, mayormente inventadas por él; y cuando ha participado en ellas, se halaga diciendo que todo está bien, aunque su propio corazón codicia el pecado. La casa de la viuda está siendo devorada incluso en el preciso momento en que el fariseo eleva largas oraciones en la sinagoga o en las esquinas de las calles. Un hombre así no puede ver a Dios.
Hay un tipo de lectura de las Escrituras que no conducirá nunca al hombre a ver a Dios. Abre la Biblia, no para ver lo que está allí, sino para ver lo que pueda encontrar para apoyar sus propios puntos de vista y sus opiniones. Si no encuentra allí los textos que necesita, torcerá los que encuentre parecidos hasta que, de una manera o de otra, los ponga de su lado; pero sólo creerá aquello que concuerde con sus propias nociones preconcebidas. Le gustaría moldear la Biblia como si fuese una masa de cera, para darle la forma que quisiera; por eso, naturalmente, no puede ver la verdad, y no quiere verla.
El hombre taimado no verá a Dios nunca. No temo tanto a ningún hombre como al hombre astuto, al hombre cuya estrella que lo guía es la "política". He visto a rudos marineros convertidos a Dios, y a blasfemos, y a rameras, y a grandes pecadores de casi todos los tipos llevados al Salvador, y salvados por Su gracia; y con mucha frecuencia han contado la verdad honesta acerca de sus pecados, y han contado sin tapujos esa triste verdad de una manera franca; y cuando han sido convertidos, he pensado a menudo que eran como la buena tierra de la cual habló nuestro Salvador, con un corazón honesto y bueno a pesar de toda su maldad.
Pero en cuanto a los hombres de naturaleza de sierpe, que cuando ustedes les hablan acerca de la religión les responden: "sí, sí," pero que no quieren decir sí para nada; los hombres que no son confiables nunca, el señor Meloso, y el señor Ecléctico, y el señor Designio Secreto, y el señor Cortés, y toda esa clase de personas, Dios mismo no pareciera hacer otra cosa que dejarlos tranquilos; y, hasta donde alcanza mi observación, Su gracia pareciera venir raramente a estas personas vacilantes, que son inestables en todos sus caminos. Estas son las personas que no ven nunca a Dios.
Un notable escritor ha observado que nuestro Señor probablemente aludía a este hecho en este versículo de nuestro texto. En los países orientales, el rey es visto raramente. Vive en un aislamiento, y es un asunto sumamente difícil lograr una entrevista con él; y se requiere de todo tipo de tramas, y de planes y de intrigas, y tal vez del uso de influencias tras bastidores, y de esa manera, un hombre puede lograr al fin ver al rey.
Pero Jesucristo dice, en efecto, "esa no es la manera de ver a Dios". No, nunca nadie se acerca a Él mediante astucia, o por medio de tramas y planes y artificios; pero el hombre sincero, que se acerca humildemente a Él, tal como es, y dice: "mi Dios, yo deseo verte; yo soy culpable, y confieso mi pecado, y te pido, por Tu amado Hijo, que perdones mi pecado," ese es el que verá a Dios.
Yo creo que hay algunos cristianos que jamás ven a Dios tan bien como otros lo ven; me refiero a hermanos que, debido a su constitución natural, parecen ser naturalmente de un espíritu que todo lo pone en duda. Generalmente se quedan sorprendidos por algún punto doctrinal o por otro, y su tiempo es consumido principalmente en dar respuestas a objeciones y en la eliminación de dudas.
Tal vez alguna pobre mujer aldeana, que se sienta junto al pasillo, y no sabe nada más, como dice Cowper, excepto que su Biblia es verdadera, y que Dios guarda siempre Sus promesas, ve mucho más de Dios que el hermano erudito y analítico que se agobia a sí mismo con cuestiones insensatas y estériles.
Recuerdo haberles comentado la historia de un ministro, que, en una visita a una mujer enferma, deseaba dejarle un texto para que lo meditara privadamente. Así que, abriendo la vieja Biblia de ella, buscó un cierto pasaje, y cuando lo encontró vio que ella lo había marcado con la letra P. "¿Qué significa esa P, hermana mía?", le preguntó. "Eso significa precioso, señor. He experimentado que ese texto ha sido muy precioso para mi alma en más de una ocasión especial." Entonces el ministro buscó otra promesa, y junto a ella encontró el margen marcado con una P y una C. "¿Y qué significan estas letras, mi buena hermana?" Quieren decir probada y comprobada, señor; pues yo probé esa promesa en mi mayor turbación, y me demostró ser verdadera, y entonces puse esa marca junto a ella, para que la próxima vez que estuviera en problemas, pudiera tener la seguridad de que la promesa es verdadera todavía."
La Biblia está anotada por todos lados con esas letras P y C por una generación tras otra de creyentes, que han probado las promesas de Dios, y han comprobado que son verdaderas. ¡Que ustedes y yo, amados, estemos entre aquellos que han probado y comprobado de esta manera este precioso Libro!
II. Nuestra segunda observación es que LA LIMPIEZA DEL CORAZÓN NOS DA LA ADMISIÓN A UN ESPECTÁCULO SUMAMENTE GLORIOSO: "Los de limpio corazón verán a Dios."
¿Qué quiere decir eso? Significa muchas cosas; mencionaré brevemente algunas de ellas. Primero, el hombre cuyo corazón es limpio, es capaz de ver a Dios en la naturaleza. Cuando su corazón es limpio, oirá los pasos de Dios en todas partes en el huerto de la tierra, al aire del día. Oirá la voz de Dios en la tempestad, resonando de trueno en trueno desde los picos de las montañas.
Contemplará al Señor caminando sobre las grandes y potentes aguas, o lo verá en cada hoja que tiembla por la brisa. Una vez que el corazón es limpiado, puede ver a Dios en todas partes. Un corazón impuro no ve a Dios en ningún lado; pero un corazón limpio ve a Dios en todas partes, en las más profundas cuevas del mar, y en el desierto solitario, y en cada estrella que adorna la frente de la medianoche.
Además, los de limpio corazón ven a Dios en las Escrituras. Las mentes impuras no pueden ver ningún vestigio de Dios en ellas; más bien, ven razones para dudar si Pablo escribió la Epístola a los Hebreos, o tienen dudas de que el Evangelio según Juan pertenezca al canon, y eso es casi todo lo que pueden ver jamás en la Biblia; pero los de limpio corazón ven a Dios en cada página de este Libro bendito.
Cuando lo leen devotamente y en espíritu de oración, bendicen al Señor porque se ha agradado en revelarse a ellos gratuitamente por Su Espíritu, y porque les ha dado la oportunidad y el deseo de gozar de la revelación de Su santa voluntad.
Junto a eso, los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia. Los de corazón impuro no pueden verle allí del todo. Para ellos, la Iglesia de Dios no es sino un conglomerado de grupos divididos; y mirándolos, no ven otra cosa que faltas, y fracasos e imperfecciones. Debemos recordar siempre que cada persona ve de conformidad a su propia naturaleza. Cuando el buitre se remonta al cielo, ve la carroña donde esté; y cuando la paloma de alas plateadas vuela al azur, ve el trigo escogido allí donde esté. El león ve su presa en el bosque y el cordero ve su alimento en las fértiles praderas. Los de sucio corazón ven poco o nada de bien en el pueblo de Dios, pero los de limpio corazón ven a Dios en Su Iglesia, y se gozan cuando se reúne allí con ellos.
Pero ver a Dios significa mucho más que percibir Sus huellas en la naturaleza, en las Escrituras, y en Su Iglesia; significa que los de limpio corazón comienzan a discernir algo del verdadero carácter de Dios. Cualquiera que se viera atrapado en una tormenta eléctrica, y que oyera el estruendo de los truenos, y viera todos los estragos provocados por los relámpagos y rayos, percibiría que Dios es poderoso. Si no es tan insensato como para ser un ateo, diría: "¡Cuán terrible es este Dios del relámpago y del trueno!"
Pero percibir que Dios es eternamente justo y sin embargo infinitamente tierno, y que Él es severamente estricto y sin embargo inmensurablemente abundante en gracia, y ver los diversos atributos de la Deidad, todos combinándose entre sí como los colores del arcoíris, conformando un todo armonioso y bello, esto está reservado para el hombre cuyos ojos han sido lavados primero en la sangre de Jesús, y que luego ha sido ungido con el colirio celestial por el Espíritu Santo.
Únicamente ese hombre es el que ve que Dios es plenamente bueno siempre, y el que le admira bajo todos los aspectos, al ver que todos Sus atributos están hermosamente mezclados y balanceados, y que cada uno derrama un esplendor adicional sobre todos los demás. Los de limpio corazón verán a Dios en ese sentido, pues apreciarán Sus atributos y entenderán Su carácter como los impíos nunca podrían hacerlo.
Pero, además, serán admitidos a la comunión con Él. Cuando oigas a algunas personas que dicen que no hay Dios, y que no hay cosas espirituales, ni cosas semejantes, no debes preocuparte del todo por lo que digan, pues no se encuentran en una posición que les autorice a hablar sobre ese asunto. Por ejemplo, un hombre impío afirma: "no creo que exista Dios, pues no lo he visto nunca." No dudo de la verdad de lo que dices; pero cuando te digo que lo he visto, no tienes un mayor derecho de dudar de mi palabra, del que yo tengo de dudar de la tuya.
Un día, en una mesa de la cafetería de un hotel, yo estaba hablando con un hermano ministro acerca de ciertas cosas espirituales, cuando un caballero que estaba sentado frente a nosotros, y que tenía una servilleta sujeta a su cuello, y un rostro que revelaba predilección por el vino, hizo este comentario: "he vivido en este mundo durante sesenta años, y no he tenido ninguna conciencia de algo espiritual." Nosotros no expresamos lo que pensábamos, pero consideramos que era muy probable que lo que dijo era perfectamente cierto; y hay una gran cantidad de personas en el mundo que podrían decir lo mismo que él dijo. Pero eso sólo demostraba que él no estaba consciente de algo espiritual; no que otros no estuvieran conscientes de algo espiritual.
Hay una gran cantidad de personas que podrían decir: "estamos conscientes de cosas espirituales. Hemos sido movidos, por la presencia de Dios entre nosotros, y nos hemos postrado, y hemos seguido adelante, y hemos sido abatidos, y luego hemos sido elevados al gozo, y a la felicidad, y a la paz; y nuestras experiencias son fenómenos verdaderos, al menos lo son para nosotros, como cualesquiera otros fenómenos bajo el cielo; y no nos van a despojar de nuestras creencias, porque están apoyadas por innumerables experiencias indudables."
"El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente." "Pero no existe un lugar secreto así," dirá alguno, ni "tampoco tal sombra." ¿Cómo sabes eso? Si otra persona viniera, y dijera: "¡ah!, pero yo habito en ese lugar secreto, y moro bajo esa sombra," ¿qué le responderías? Podrías llamarlo un insensato si quisieras, pero eso no prueba que sea un insensato; aunque tal vez él podría demostrar que tú eres un insensato, pues él es un hombre tan honesto como lo eres tú, y tan digno de que se le crea como a ti.
Hace algunos años, un abogado en los Estados Unidos asistió a una reunión de carácter religioso, donde escuchó a casi una docena de personas que relataban su experiencia cristiana. Él se sentó, lápiz en mano, y escribió su evidencia tal como la dieron. Al final, se dijo: "si tuviera un caso en la corte, me gustaría que estas personas se sentaran en la silla de los testigos, pues pienso que si tuviera su evidencia de mi lado, ganaría el caso." Después pensó: "bien, he ridiculizado a estos individuos como fanáticos, y, sin embargo, me gustaría contar con su evidencia en la corte sobre otros asuntos. No tienen nada que ganar con lo que han estado diciendo, por lo que debería creer que lo que han dicho, es cierto"; y el abogado fue lo suficientemente sencillo, o más bien, lo suficientemente sabio y lo suficientemente limpio de corazón para analizar el asunto correctamente, y de esta manera, él también llegó a ver la verdad, y a ver a Dios.
Muchos de nosotros podríamos testificar, si este fuera el tiempo de hacerlo, que existe tal cosa como la comunión con Dios incluso aquí en la tierra, pero los hombres pueden disfrutarla únicamente en la medida en que renuncien a su amor al pecado. No pueden hablar con Dios después de haber estado hablando la inmundicia. No pueden conversar con Dios, como un hombre conversaría con su amigo, si están acostumbrados a reunirse con sus buenos compañeros en las cantinas, y deleitarse con los impíos que se reúnen allí.
Los de limpio corazón pueden ver a Dios, y en efecto lo ven; no con los ojos naturales, -y lejos de nosotros sea una idea carnal como esa-, sino que, con sus ojos espirituales internos ven al grandioso Dios que es Espíritu, y tienen una comunión espiritual pero muy real con el Altísimo.
La expresión, "Ellos verán a Dios", podría significar algo más. Como ya he dicho, los que veían a los monarcas orientales eran considerados generalmente como personas altamente privilegiadas. Había ciertos ministros de estado que tenían el derecho de entrar y ver al rey siempre que decidieran hacerlo, y los de limpio corazón gozan precisamente de un derecho semejante, recibido para entrar y ver a su Rey en todo momento. En Cristo Jesús tienen el valor y la autorización para acercarse al trono de la gracia celestial con confianza.
Siendo limpiados por la sangre preciosa de Jesús, se han convertido en los ministros, esto es, en los siervos de Dios, y Él los emplea como Sus embajadores, y los envía con Sus elevados y honorables encargos, y ellos pueden verlo siempre que Sus asuntos les conduzcan a la necesidad de una audiencia con Él.
Y, por último, llegará el tiempo cuando aquellos que han visto así a Dios en la tierra, le verán cara a cara en el cielo. ¡Oh, el esplendor de esa visión! Es inútil que intente hablar de ella. Posiblemente dentro de una semana, algunos de nosotros sabremos más acerca de ella que todo lo que los teólogos de la tierra pudieran decirnos. No es sino un fino velo el que nos separa del mundo de gloria; puede ser rasgado en dos en cualquier momento, y entonces, de inmediato:
"Lejos de un mundo de dolor y pecado,
Con Dios eternamente unidos. . .
los de limpio corazón entenderán plenamente lo que significa ver a Dios. ¡Que esa sea su porción, y la mía también, por siempre y para siempre!
III. Ahora, por último, y muy brevemente, debo recordarles que ESTA LIMPIEZA DEL CORAZÓN ES UNA OBRA DIVINA.
Y, créanme cuando les digo que nunca es una obra innecesaria. Nadie (excepto Cristo Jesús) nació jamás con un corazón limpio; todos han pecado, todos necesitan ser limpiados, no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Permítanme asegurarles que esta obra no fue realizada nunca por ceremonia alguna. Los hombres podrán decir lo que quieran; pero ninguna aplicación de agua volvió mejor jamás al corazón del hombre. Algunos nos dicen que, en el bautismo, -refiriéndose a la aspersión de los bebés- como una regla, ellos regeneran, y hacen miembros de Cristo, hijos de Dios, y herederos del reino del cielo a las personas; pero los que son rociados no son mejores que otras personas. Crecen exactamente de la misma manera que otros; la ceremonia entera es inútil, y es peor que eso, pues es claramente contraria al ejemplo y a la enseñanza del Señor Jesucristo. Ninguna aplicación acuosa, ninguna ceremonia externa puede afectar jamás al corazón.
El corazón tampoco puede ser purificado por ningún proceso de reforma externa. Se ha hecho con frecuencia el intento de obrar desde el exterior hacia el interior, pero eso no puede lograrse; sería lo mismo que si le dieras un corazón vivo a una estatua de mármol golpeando sobre su superficie con un mazo y un cincel; y hacer limpio de corazón a un pecador es un milagro tan grande como si Dios hiciera que esa estatua de mármol viviese, y respirase, y caminase.
El corazón sólo puede ser limpiado por el Espíritu Santo de Dios. Tiene que venir sobre nosotros, y cubrirnos con Su sombra, y cuando ha venido así a nosotros, entonces nuestro corazón es cambiado, pero nunca antes de eso. Cuando el Espíritu de Dios viene de esta manera a nosotros, limpia el alma, -para seguir la línea de la enseñanza de nuestro Salvador en el capítulo que estamos analizando- mostrándonos nuestra pobreza espiritual: "Bienaventurados los pobres en espíritu."
Esa es la primera obra de la gracia de Dios: hacernos sentir que somos pobres, que no somos nada, que no merecemos nada, que somos indignos de algún merecimiento, y que somos pecadores merecedores del infierno. Cuando el Espíritu de Dios prosigue con Su obra, lo siguiente que hace es conducirnos a llorar: "Bienaventurados los que lloran." Lloramos cuando pensamos que hemos pecado como lo hemos hecho, lloramos anhelando a nuestro Dios, lloramos anhelando el perdón; y, entonces, la aplicación del agua y de la sangre que fluyeron del costado hendido de Cristo sobre la cruz, es el gran proceso que limpia eficazmente el corazón.
¡Aquí tienen, oh pecadores, para que encuentren la doble cura de la culpa y del poder del pecado! Cuando la fe mira al Salvador sangrante, ve en Él no simplemente el perdón del pasado, sino la eliminación de la pecaminosidad del presente.
El ángel le dijo a José, antes de que Cristo naciera: "Llamarás su nombre JESÚS, porque él salvará a su pueblo de sus pecados." Todo el proceso de la salvación puede ser explicado brevemente así: el Espíritu de Dios nos encuentra con corazones inmundos, y viene y proyecta una luz divina al interior nuestro, para que veamos que los corazones son perversos. Luego nos muestra que, siendo pecadores, merecemos ser el blanco de la ira de Dios, y nos damos cuenta de que lo merecemos. Entonces nos dice: "Pero esa ira fue soportada por Jesucristo a nombre de ustedes." Él abre nuestros ojos, y vemos que "Cristo murió por nosotros", en nuestro sitio, y en lugar nuestro, y por nuestra causa. Lo miramos a Él, creemos que murió como nuestro Sustituto, y nos confiamos a Él. Entonces sabemos que nuestros pecados son perdonados por causa de Su nombre, y nos invade el gozo por el perdón del pecado con una emoción que no habíamos experimentado nunca; y en el siguiente instante, el pecador perdonado clama: "ahora que soy salvo, ahora que soy perdonado, Señor mío Jesucristo, seré Tu siervo para siempre. Voy a matar los pecados que te mataron a Ti; y si Tú me das la fortaleza de hacerlo, ¡te serviré mientras viva!"
La corriente del alma del hombre corría antes hacia el mal; pero al momento que descubre que Jesucristo murió por él, y que sus pecados le son perdonados por causa de Cristo, el torrente entero de su alma fluye en dirección contraria, hacia lo que es recto; y aunque todavía tiene una lucha contra su vieja naturaleza, a partir de ese día el hombre es de limpio corazón; es decir, su corazón ama la pureza, su corazón busca la santidad, su corazón ansía la madurez.
Ahora es un hombre que ve a Dios, ama a Dios, se deleita en Dios, anhela ser semejante a Dios, y ávidamente anticipa el tiempo cuando esté con Dios, y lo vea cara a cara. Ese es el proceso de purificación; ¡que todos ustedes lo experimenten a través de la obra eficaz del Espíritu Santo! Si están deseosos de experimentarlo, es proclamado gratuitamente para ustedes. Si anhelan verdaderamente el corazón nuevo y el espíritu recto, les serán dados gratuitamente. No es necesario que se preparen para recibirlos. Dios tiene la capacidad de obrarlos en ustedes en esta misma hora. El que despertará a los muertos con el sonido de la trompeta de la resurrección, puede cambiar su naturaleza con la simple volición de Su mente llena de gracia. Él puede, mientras estás sentado en este templo, crear en ti un nuevo corazón, renovar un espíritu recto dentro de ti, y enviarte de regreso como un hombre diferente de lo que eras cuando entraste, como si fueras un hijo recién nacido.
El poder del Espíritu Santo para renovar al corazón humano es ilimitado. "¡Oh", -dirá alguien- "yo quisiera que renovase mi corazón, que cambiara mi naturaleza!" Si ese es el deseo de tu corazón, eleva ahora esa oración al cielo. No dejes que ese deseo muera en tu alma, sino conviértelo en una oración, y luego exprésala a Dios, y escucha lo que Dios tiene que decirte. Es esto: "Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana"; o esto: "Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo", salvo de tu amor al pecado, salvo de tus viejos hábitos, y tan completamente salvo que te convertirás en uno de los hombres de limpio corazón que ven a Dios.
Pero tal vez preguntes: "¿en qué consiste creer en el Señor Jesucristo?" Es confiar en Él, es descansar en Él; ¡oh, que todos pudiéramos apoyarnos en Jesucristo ahora! ¡Oh, que aquel joven turbado que está por allá, viniera y confiara en Jesús! No te librarás de tus problemas mientras no lo hagas; pero, querido amigo, puedes librarte de ellos en este preciso instante, si crees en Jesús.
Sí, aunque hayas luchado en vano contra tus hábitos malvados, aunque hayas combatido contra ellos con tenacidad, y con determinación, únicamente para ser derrotado por tus pecados gigantes y por tus terribles pasiones, hay Uno que puede vencer todos tus pecados por ti. Hay Uno que es más fuerte que Hércules, que puede estrangular a la hidra de la lujuria, matar al león de tus pasiones, y limpiar el establo de Augías de tu naturaleza perversa, desviando los grandes ríos de sangre y agua de Su sacrificio expiatorio a través de tu alma. Él puede limpiarte y mantenerte limpio por dentro.
¡Oh, míralo a Él! Él colgó de la cruz, maldecido por los hombres, y Dios lo volvió pecado por nosotros, aunque no conoció pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él. Él fue condenado a morir como nuestra ofrenda por el pecado, para que pudiéramos vivir para siempre en el amor de Dios.
¡Confíen en Él, confíen en Él! Él ha resucitado de los muertos, y ha ascendido a Su gloria, y está a la diestra de Dios intercediendo por los transgresores. ¡Confíen en Él! No pueden perecer nunca si sólo confían en Él, y más bien vivirán con millones de millones más que han sido salvados por gracia, para cantar de un poderoso Salvador, que puede salvar perpetuamente a los que por Él se acercan a Dios.
Que Dios les conceda que todos sean salvos así, para que puedan estar en medio de los limpios de corazón que verán a Dios, y que no dejarán de hacerlo nunca, y Él recibirá toda la gloria. Amén y Amén.
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