La Sumisión Y El Liderazgo En El Hogar Donde Crecí
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Matrimonio
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Javier Matus
El mensaje del domingo pasado fue sobre el significado de la sumisión en el matrimonio. No tuve tiempo para esta ilustración final. Así que considera esto como una aplicación al final de ese mensaje. El punto es que el papel sumiso de mi madre en relación con mi padre no se debió a aptitudes inferiores. Fue debido a la naturaleza dada por Dios de la masculinidad y la feminidad y cómo están diseñadas en el matrimonio para mostrar la relación de pacto entre Cristo y la iglesia.
Crecí en un hogar donde mi padre estaba de viaje durante aproximadamente dos tercios de cada año. Él era un evangelista. Realizaba alrededor de veinticinco cruzadas cada año con una duración de una a tres semanas. Se marchaba el sábado, se iba de una a tres semanas y regresaba a casa el lunes por la tarde. Fui al aeropuerto de Greenville cientos de veces. Y algunos de los recuerdos más dulces de mi infancia fueron la sonrisa en el rostro de mi padre cuando salía del avión y bajaba los escalones y casi corría a través de la pista para abrazarme y besarme (no había puentes de peaje en esos días).
Esto significó que mi hermana y yo fuimos criados y entrenados principalmente por mi madre. Ella me enseñó casi todo lo práctico que sé. Ella me enseñó a cortar el césped sin dejar patrones y a llevar una libreta de cheques y a andar en bicicleta y conducir un automóvil y tomar notas para un discurso y poner la mesa con el tenedor en el lugar correcto y hacer panqueques (notar cuando se forman burbujas en los bordes). Ella pagaba las facturas, se encargaba de las reparaciones, limpiaba la casa, preparaba las comidas, me ayudaba con mi tarea, nos llevaba a la iglesia, nos guiaba en devociones. Fue superintendente del Departamento Intermedio de la iglesia, directora del club de jardinería comunitario y hacedora incansable del bien para los demás.
Ella era increíblemente fuerte en su soledad. Los principios de los años sesenta fueron los días en Greenville, Carolina del Sur, cuando los derechos civiles estaban en el aire. La iglesia votó un miércoles por la noche sobre una resolución para no permitir que los negros adorasen en la iglesia. Cuando se realizó la votación, ella se encontró, según recuerdo, completamente sola en la oposición. Y cuando mi hermana se casó en la iglesia en 1963 y uno de los ujieres trató de sentar a algunos amigos negros de nuestra familia solos en el balcón, mi madre salió indignada del santuario y ella misma los sentó en el piso principal con todos los demás.
Nunca he conocido a nadie como Ruth Piper. Me pareció omnicompetente y rebosante de amor y energía.
Pero aquí está mi punto. Cuando mi padre llegaba a casa, mi madre tenía la extraordinaria habilidad, la sabiduría bíblica y la humildad para honrarlo como cabeza del hogar. Ella era, en el mejor sentido de la palabra, sumisa a él. Era algo asombroso para ver semana tras semana mientras mi padre iba y venía. Él se iba y mi madre gobernaba toda la casa con una mano firme, competente y amorosa. Y él llegaba y mi madre cedía a su liderazgo.
Ahora que él estaba en casa, él era quien oraba en las comidas. Ahora era él quien dirigía las devociones. Ahora era él quien nos impulsaba a adorar, nos vigilaba en la banca de la iglesia y respondía nuestras preguntas. Mi miedo a la desobediencia pasaba de la ira de mi madre a la de mi padre, porque allí también él tomó la iniciativa.
Pero nunca escuché a mi padre atacar a mi madre o menospreciarla de ninguna manera. Cantaban juntos y reían juntos y juntaban sus cabezas para ponerse al día sobre el estado de la familia. Fue un regalo de Dios que nunca pude comenzar a pagar ni a ganar.
Y esto es lo que aprendí —una verdad bíblica antes de que supiera que estaba en la Biblia. No hay correlación entre sumisión e incompetencia. Existe el liderazgo masculino que no degrada a una esposa. Existe la sumisión que no es débil o insensata o manipuladora.
Nunca me pasó por la cabeza hasta que comencé a escuchar la retórica feminista a finales de los sesenta de que este hermoso diseño en mi casa se debía de alguna manera a la inferioridad de alguien. No lo era. Fue por esto: mi madre y mi padre pusieron su esperanza en Dios y creyeron que la obediencia a Su palabra crearía la mejor de todas las familias posibles —y así fue. Así que te exhorto de todo corazón a que consideres estas cosas con gran seriedad y no dejes que el mundo te estruja dentro de su molde.
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