La arrogancia lleva a engañarnos a nosotros mismos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Tullian Tchividjian sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por María Gigliola Montealegre-Chaves
“Porque si alguno se cree que es algo, no siendo nada, se engaña a sí mismo” (Gálatas 6:3).
Con anterioridad he señalado que independientemente de lo bien que creo que estoy realizando el proyecto de santificación o cuánto crea que haya avanzado desde que me convertí al cristianismo, como Pablo en Romanos 7, cuando la ley perfecta de Dios se convierte en la norma y no "lo mucho que he mejorado en los últimos años", me doy cuenta de que estoy mucho peor de lo que realmente creo estar. Independientemente de lo que yo crea que es mi mayor vicio, la ley de Dios me muestra que mi situación es mucho peor: si yo creo que es ira, la ley me demuestra que en realidad es asesinato; si creo que es lujuria, la ley me demuestra que en realidad es adulterio; si creo que es impaciencia, la ley me demuestra que en realidad es idolatría (lea Mateo 5:17-48). La ley de Dios es como un espejo que nos muestra lo que realmente somos y lo que realmente necesitamos.
Mientras pensemos que estamos básicamente bien, siempre mantendremos una actitud de desconfianza con respecto a la radicalidad y la hilaridad de la gracia incondicional. Nuestra arrogancia de "estar bien relativamente" lleva a engañarnos a nosotros mismos y esto nos roba la alegría de nuestra salvación y la libertad indómita que Cristo pagó tan caro para garantizársela a pecadores como yo.
Martín Lutero muestra cómo es explorar el problema de la arrogancia y revela que el supuesto progreso tal vez no sea tan impresionante como creemos que es:
La arrogancia se mantiene cuando un hombre se dispone a cumplir la Ley con obras y vela con diligencia cumplir lo que la ley escrita le pide que haga. Sirve a Dios, no jura, honra a padre y madre, no mata, no comete adulterio y demás similares. Pero, por otra parte, no observa su corazón, no tiene en cuenta la razón por la que él está llevando una vida así tan buena. No ve que lo único que está haciendo es cubrir al viejo hipócrita que habita en su corazón con una vida tan hermosa. En efecto, si se mira adecuadamente a sí mismo - dentro de su propio corazón - descubriría que está haciendo todo esto con disgusto y por obligación, que le teme al infierno o busca el cielo; o sino también por algo más insignificante como el honor, los bienes, la salud y que además está motivado por el temor a la vergüenza, al perjuicio o a las enfermedades. En resumen, tendría que confesar que prefería llevar una vida diferente si el producto de dicha vida no lo desalentaba, porque no lo haría sólo por el bien de la Ley. Pero debido a que no ve este razonamiento equivocado, vive con seguridad, sólo se fija en las obras pero no en el corazón, por lo que asume que él está guardando bien la ley de Dios (Obras de Lutero, edición St. Louis, 11:81 ss).
El Catecismo de Heidelberg también pone las cosas en perspectiva:
Pregunta 62: Pero, ¿por qué no pueden ser nuestras buenas obras el todo o la parte de nuestra rectitud ante Dios?
Respuesta: porque la rectitud que puede ser aprobada ante el tribunal de Dios, tiene que ser absolutamente perfecta, y en todos los aspectos de acuerdo con la ley divina, y también porque nuestras mejores obras en esta vida son imperfectas y están contaminadas por el pecado.
"En la cruz", dice Gerhard Forde, "Dios irrumpió en el último baluarte del yo, el último vestigio de arrogancia de que ibas a hacer algo por él". La verdadera libertad aguarda a todos aquellos que dejan de confiar en sus propias obras y empiezan a confiar en las obras de Cristo.
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