La esperanza y la desesperación de los Mandamientos más importantes
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Sofia Pamela Patelli
En la Biblia, no hay mandamientos más devastadores que los dos que Jesús dijo que son los más importantes:
Y le dijo: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y el primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:37-39).
Si alguna vez pensé que era bastante buena persona, estos mandamientos destruyeron esa ilusión.
Los mandamientos condenatorios
Ni una sola vez respeté la primera cláusula del mandamiento más importante: "amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón. En los mejores momentos de mi vida, cuando mis afectos por Dios se encuentran en el nivel más alto y mi devoción es la más fuerte, mi corazón se encuentra contaminado con el pecado permanente del egoísmo. Y mis afectos no suelen estar en el nivel más alto ni mi devoción suele ser la más fuerte.
Cuando se suman todo mi corazón a toda mi alma (todo lo que anima a mi ser físico y a mi ser emocional) y toda mi mente (todos mis pensamientos y deseos intelectuales), estoy condenado por triplicado. El corazón, el alma y la mente se superponen para completar todo mi ser. Yo nunca, jamás, he amado a Dios enteramente.
Y, encima, como si un mandamiento imposible no fuera suficiente, Jesús agrega al Deuteronomio 6:5 el mandamiento imposible del Levítico 19:18: "amarás a tu prójimo como a ti mismo". Nunca, jamás, amé a mi vecino como a mí mismo. El egoísmo patológico que vive en mí hace que amar como a mí mismo incluso a aquellos que más amo sea imposible. Tengo que arrepentirme a diario de alguna forma pecaminosa en la que me puse a mí mismo antes que a otros a mi alrededor.
Cuando me comparo con el estándar impuesto por estos mandamientos, veo que:
"[...] en el hombre interior me deleito con la ley de Dios, pero veo otra ley en los miembros de mi cuerpo que hace guerra contra la ley de mi mente, y me hace prisionero de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me libertará de este cuerpo de muerte?" (Romanos 7:22-24).
Una esperanza casi demasiado buena como para ser cierta
¿Quién me librará de mi miseria? La respuesta es casi demasiado buena como para ser cierta:
"Gracias a Dios, por Jesucristo Señor nuestro" (Romanos 7:25).
¡Dios mismo me salva (y a ti) de la condena impuesta en los dos mandamientos más importantes que Él mismo ordenó! Ya que:
"Pues lo que la ley no pudo hacer, ya que era débil por causa de la carne, Dios lo hizo: enviando a su propio Hijo en semejanza de carne de pecado y como ofrenda por el pecado, condenó al pecado en la carne, para que el requisito de la ley se cumpliera en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu" (Romanos 8:3-4).
Jesús amó por nosotros al Padre con todo su corazón, toda su alma y toda su mente. Y Él nos amó, a sus vecinos, incluso cuando aún éramos enemigos pecadores (Romanos 5:8), como se amó a Sí mismo, verdaderamente como se amó a Sí mismo. Se hizo pecado para que fuéramos hechos justicia en Él (2 Corintios 5:21). Hizo que no solo fuéramos vecinos, sino parte verdadera de Él mismo, su cuerpo (1 Corintios 12:27).
Fuera de Cristo, solo somos miserables. Los dos mandamientos más importantes revelan qué tan miserables somos. Pero en Cristo, unidos a Él, se nos perdona completamente nuestro constante fracaso al momento de seguirlos y el hecho de que Él los siga constante y perfectamente se nos acredita a nosotros.
Y, un día, "cuando estemos libres de pecado", nosotros también gozaremos el poder seguirlos constante y perfectamente al igual que Cristo. Un día, conoceremos la emoción de amar a Dios con todo nuestro ser y la pura y hermosa libertad de amar a los otros como nos amamos a nosotros mismos.
Vota esta traducción
Puntúa utilizando las estrellas