La infertilidad en manos de la iglesia

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English: Infertility in the Arms of the Church

© Desiring God

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Por Liz Wann sobre Sufrimiento

Traducción por Yura Gonzalez

Yo fui un bebé milagro. Después de luchar contra la infertilidad durante dos años, las oraciones de mis padres fueron respondidas. Crecí, me casé y tuve mis propios hijos, pero a mi alrededor tenía amigos aplastados por la dura mano de la infertilidad. He conocido el sufrimiento, pero no el de aquellos que luchan con la postergada esperanza de tener niños.

La historia de mis padres es la que nos gusta compartir, porque tiene el final feliz de la respuesta de Dios a la oración y el fruto del deseo largamente esperado. Al igual que un paquete perfectamente atado, el final feliz es placentero en el cine, la literatura e incluso en la vida.

Pero, ¿qué pasa con las historias de constante sufrimiento? ¿Historias que te dejan en suspenso? ¿Historias con cabos sueltos?

Finales no tan felices

La vida real no es como las películas con finales felices. Es desordenada e incompleta. Cuerpos rotos, diseñados para “ser fecundos y multiplicarse” (Génesis 1:22), pueden permanecer estériles. Mientras estamos en esta tierra, gemimos, como en los dolores del parto (Romanos 8: 22–23), por un mundo perfecto que satisfaga todos nuestros deseos.

Si bien es motivo de alegría que mujeres estériles tengan hijos, la infertilidad permanente o a largo plazo genera aflicción. Estas son las historias que no nos gusta contar. Llevan las marcas de las duras verdades de Dios. Es bueno alegrarse cuando nuestras oraciones son respondidas, pero ¿cómo contentarnos cuando las oraciones quedan sin respuesta? Podemos confiar en el Dios que calma nuestras tormentas, pero ¿podemos confiar en el Dios que nos las envía?

Los que luchan con la infertilidad son como los santos de antaño, que no vieron los frutos inmediatos de su fe, pero que se aferraron a las promesas de Dios independientemente de las circunstancias terrenales (Hebreos 11:39). Nuestra esperanza no es el final feliz de un bebé milagro, sino el eterno final feliz de todos los hijos de Dios cuando se unen finalmente como uno con Cristo.

Las historias sin el final feliz de un bebé milagro abundan - historias de continuo dolor y sufrimiento que podrían durar toda la vida. Ellos escuchan hablar de luz pero solo sienten oscuridad. Escuchan historias de redención el domingo, pero no ven la redención de sus cuerpos entre semana. Saben que tienen esperanza eterna en Cristo, pero esperan aún tener un hijo. ¿Qué podemos hacer como iglesia para ocuparnos de las personas con problemas de infertilidad?

1. Amistad

Las parejas sin hijos no forman parte de nuestros "proyectos" espirituales, pero queremos incluirlos en nuestra vida cotidiana. Hay que tratarlos con normalidad, como trataríamos a cualquiera de nuestros amigos. El llamado a amar al prójimo incluye a aquellos que luchan con la infertilidad y debemos encontrar la mejor manera de hacerlo a través de la comunión y la oración. Las amistades tocan todas las áreas de nuestras vidas, por lo que si bien queremos ser reales y honestos sobre los desafíos de la existencia, también debemos encontrar lo que nos une.

El mejor amigo de una pareja infértil es aquel que ofrece más preguntas genuinas que respuestas trilladas. Cuando se habla de infertilidad, lo mejor es no ofrecer consejos "médicos" no solicitados basados en los comentarios o experiencias de otras personas. Aún si estás tratando de ayudar, las sugerencias de fertilización in vitro (FIV) o de adopción suelen ser temas demasiado sensibles para la pareja infértil.

La adopción no es fácil ni económica, y la FIV es controvertida, costosa y no siempre funciona. Es aconsejable considerar las dificultades que entrañan estos procesos. La adopción y la FIV no cierran la herida abierta de la infertilidad.

2. Familia

Lo último que desea una pareja infértil es ser tratada de forma diferente solo porque su familia no crece. Debido a que suelen tener horarios más flexibles, las personas solteras u otras parejas sin hijos pueden ser una gran bendición para aquellos que luchan con la infertilidad. Pero las familias con hijos también deberíamos tratar de atraer a estas parejas a nuestra vida familiar y no excluirlas por miedo a decir o hacer algo incorrecto. El hecho de que no puedan tener hijos no significa que no quieren estar cerca de los niños.

Una buena amiga de la iglesia ha luchado contra la infertilidad durante años e incluso recibió un diagnóstico final sobre su incapacidad para tener hijos. Ella se ha convertido en una adorada amiga maternal para mis dos hijos. Regularmente compartimos comidas con ella, y a menudo cuida de nuestros hijos. A mi hijo de cuatro años le encanta señalarla en la iglesia y siempre se alegra cuando viene a casa. Mi amiga se ha convertido en parte de nuestra familia.

3. Sensibilidad

El día de la Madre, los baby showers y los anuncios de embarazo pueden provocar una profunda tristeza en las parejas infértiles. No debemos esperar que quienes luchan con la infertilidad estén manifiestamente felices por nosotros o dispuestos a escuchar cada detalle de nuestra gestación. Es bueno ser conscientes y sensibles y abstenerse de dar respuestas trilladas a sus batallas.

La infertilidad es un tema incómodo, y en cualquier comunidad espiritual podemos estar propensos a extraer consejos de un arsenal de consuelos triviales para compensar esa incomodidad: "¡Ten fe!" o "Dios responderá tus oraciones como lo hizo por mí". No deberíamos ofrecer un tipo de consuelo de: "solo espera tu turno".

La infertilidad puede ser como llorar la pérdida de un hijo que nunca se tuvo. No hay recuerdos que ayuden en el proceso de curación, y no hay un cierre permanente. Cada mes constituye una esperanza de la vida que no llega. Ninguno de nosotros puede aliviar este asfixiante dolor con banales consejos; sin embargo, podemos acercarnos, llorar, rezar y mostrarles la esperanza de la redención de este mundo (Lucas 21:28).

Nosotros gemimos por la redención total

Nosotros, junto con las parejas infértiles, vivimos en un mundo que va desapareciendo, pero este mundo roto aún nos afecta. Cristo entró en nuestro mundo roto para someterse al sufrimiento. La vida que vivió y la muerte que murió son una promesa para sus seguidores, de que sufriremos como él y que moriremos diversas muertes en esta vida (Juan 15: 20–21; 1 Corintios 15:31).

Aquellos que siguen los perforados pies del Salvador cargan con sus propias cicatrices. Quienes luchan con la infertilidad puede que no lleven las cicatrices físicas del parto, pero sí las cicatrices emocionales y espirituales de la lucha dolorosa con Dios (Génesis 32: 24-30). Y Dios les ha ofrecido su iglesia, y su iglesia a ellos, para cuidarlos y consolarlos.


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