La ley del amor y el amor a la ley
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Kevin DeYoung sobre La Gracia de Dios
Traducción por Caridad Adriana Zayas Velázquez
Algunos cristianos cometen el error de oponer amor y ley, como si fueran mutuamente excluyentes. Usted puede igualmente tener una religión de amor o una religión de ley. Pero, tal ecuación es profundamente antibíblica. Para los principiantes, “amor” es un mandamiento de la ley (Deut. 6:5; Lev. 19:18; Mat. 22:36-40)- Si usted disfruta el amar a las personas, usted los está acercando a la ley. A la inversa, si usted les dice que las leyes no son importantes, entonces, les está indicando que el amor tampoco lo es, lo cual constituye la esencia de la ley.
Por otra parte, considere la estrecha relación que Jesús hace entre amor y ley. Para Jesús no hay amor fuera del mantenimiento de la ley (Juan 14:15). Pero él dice aún más que esto. Jesús relaciona la comunión con Dios con el guardar los mandamientos. Cuando guardamos los mandamientos de Cristo, lo amamos. Y cuando amamos a Cristo, el Padre nos ama. Y todo aquel que el Padre ame, Cristo lo ama y se revela a ellos (Juan 14:21). Por lo tanto, no hay permanencia en el amor de Cristo fuera de guardar de los mandamientos de Cristo (Juan 15:10). Lo que significa que no hay plenitud de gozo fuera de la búsqueda de la santidad (Juan 15:11).
La ley de Dios es la expresión de su gracia. La ley es el plan de Dios para que su pueblo santificado disfrute la comunión con él. Es por eso que los Salmos están llenos de declaraciones de deleite relacionado a los mandamientos de Dios. Incluso con el paso del Pacto Mosaico, seguramente los Salmistas plantean un ejemplo a seguir para nosotros. El hombre feliz se regocija en la ley del Señor y medita sobre ella día y noche. (Salmos 1:2). Los preceptos y reglas del Señor son más dulces que la miel y más deseables que el oro (Salmos 19:10). Sí, la ley puede incitar al hombre natural al pecado (Gal. 3:19, 22). Pero el pueblo de Dios se regocija en sus estatutos y contempla las asombrosas cosas que brotan de su ley (Salmo 119:18). Ellos ansían mantenerse firmes en la observación de sus estatutos (v.5). A los ojos de los creyentes la ley es aún verdadera y buena; es nuestra esperanza, nuestro alivio, y nuestro canto.
No tengamos miedo a mantenernos dentro de la ley-nunca como un medio de merecer justificación sino como la expresión apropiada de haberla recibido. No es erróneo concluir un sermón con algo que tengamos que hacer. No es inapropiado que nuestro guía nos exhorte a unos y a otros a la obediencia. El legalismo es un problema en la iglesia, pero también lo es el antinomianismo. Admito, que no escucho a nadie diciendo “continuemos en pecado para que la gracia abunde” (Rom. 6:1). Esa es la peor forma de antinomianismo. Pero, estrictamente hablando, antinomianismo significa simplemente no-ley, y algunos cristianos dejan poco margen para la ley en la consecución de la gracia. Un alumno comenta acerca de un pastor inglés antinomiano del siglo XVII: “ Él creía que la ley servía a un propósito útil de convencer a los hombres de la necesidad de un Salvador; sin embargo, él le dió a la ley poco o ningún lugar en la vida de un cristiano desde el momento que mantuvo que “la gracia libre de compromisos es la maestra de las buenas obras.” Enfatizando que la gracia libre sin restricciones no es el problema. El problema está en asumir que las buenas obras, invariablemente, fluirán únicamente de un énfasis diligente en los evangelios.
La ironía es que si hacemos todos los imperativos en un mandamiento de creer más plenamente en los evangelios, volvemos el evangelio en una cosa más que tenemos que conseguir y la fe se vuelve la única cosa que necesitamos para ser mejores. Si sólo realmente creyésemos, la obediencia se haría cargo por sí sola. No habría necesidad de mandamientos o de esfuerzos. Pero, la Biblia no razona de esta forma. No tiene problemas con las palabras “por lo tanto”. Gracia, gracia, gracia, por lo tanto, deje de hacer esto, comience a hacer aquello, y obedezca los mandamientos de Dios. Las buenas obras deben echar raíces en las buenas noticias de la muerte y resurrección de Cristo, pero yo creo que estamos esperando demasiado del “fluir” y no estamos haciendo lo suficiente para enseñar que la obediencia a la ley --de un espíritu voluntarioso, como es hecho posible por el Espíritu Santo—es la respuesta apropiada a la gracia sin compromisos.
Por más que Lutero ridiculizó el mal uso de la Ley, él no rechazó el papel positivo de la ley en la vida del creyente. La Fórmula Luterana de la Concordia es absolutamente correcta cuando expresa: “Creemos, enseñamos y confesamos que la predicación de la Ley debe ser impulsada con diligencia, no sólo sobre los incrédulos y los impenitentes, sino también sobre los verdaderos creyentes, quienes son verdaderamente convertidos, regenerados y justificados por la fe”.(Epítome 6.2). Los predicadores deben predicar la ley sin avergonzarse. Los padres deben insistir en la obediencia sin sentir vergüenza. La ley puede, y debe, ser exhortada a los verdaderos creyentes---no para condenar, sino para corregir y promover el amor a Cristo. Ambos, las indicaciones de las Escrituras y los imperativos provienen de Dios, para nuestro bienestar, y dados en la gracia.
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