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English: The Light We Need to See

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Débora Ester Baigorri

La manera en la que Cristo disipa las tinieblas espirituales

Hace unos días atrás, temprano en la mañana, estaba leyendo el Salmo 36 y disfrutando de unas de las doxologías más dulces de la Biblia:

¡Cuán preciosa es, oh Dios, tu misericordia!
Por eso los hijos de los hombres se refugian a la sombra de tus alas.
Se sacian de la abundancia de tu casa,
y les das a beber del río de tus delicias.
Porque en ti está la fuente de la vida;
en tu luz vemos la luz. (Salmos 36:7–9)

Me gusta la manera en que David enumera maravilla tras maravilla: la protección de las alas de Dios, la abundancia en la casa de Dios, el renuevo del río de las delicias de Dios, la fuente de la vida de Dios.

Pero la última frase me hizo detener: “en tu luz vemos la luz.” No es que no la hubiera notado antes. He amado esa frase por años. Es a la vez poéticamente hermosa y profunda. Pero esa mañana me cautivó su profundidad.

Pensemos un momento en lo que dice: en tu luz vemos la luz. ¿Sabes qué quiere decir David? Es lo que me pregunté. ¿Qué es esta "luz"? ¿Y cuál es la oscuridad relativa a esta luz? ¿Y qué luz vemos en la luz de Dios?

Más de lo que uno cree

Entendemos que David está usando en este pasaje la luz natural como metáfora de la luz divina o espiritual, una imagen usada muchas veces en las Escrituras, aunque también es cierto que la luz natural es un tipo de representación metafórica de Dios, ya que él es la "luz verdadera" (Juan 1:9). De cualquier manera, cuando preguntamos qué tipo de luz es, natural o divina, pronto descubrimos que no es sencillo hacer la distinción.

Creemos que sabemos de qué luz se trata hasta que nos vemos obligados a definirla. Si nos preguntaran, podríamos tratar de definirla como “La luz natural que se observa en la tierra es la radiación electromagnética del sol". Pero, si tuviéramos que ahondar en la definición, la mayoría de nosotros no podría avanzar más allá. Cuanto más profundiza la ciencia acerca de la naturaleza de la luz, más complejidad obtenemos. Hay mucha más luz de lo que uno cree.

Lo mismo sucede con la luz divina. La Biblia la describe como el resplandor de la gloria de Dios (ver Apocalipsis 21:23). Si nos preguntaran qué es la luz divina, podríamos tratar de definirla (con la ayuda de John Piper) como: “La luz de la gloria de Dios es el resplandor de ‘la belleza y grandeza infinitas de las múltiples perfecciones de Dios’”. Pero aún, más allá de eso, la mayoría de nosotros estaría en graves aprietos tratando de brindar una respuesta clara. Hay mucha más luz de Dios de lo que el "hombre" espiritual cree.

Pero sí conocemos lo que la luz hace esencialmente por nosotros, tanto la natural como la divina.

Luz y Vida

En el ámbito natural, dependemos de la luz del sol para la iluminación. Nuestros cuerpos físicos tienen ojos y por lo tanto necesitamos la luz para saber dónde estamos y a dónde tenemos que ir. También la necesitamos para que nos ayude a ver y evitar o sortear los millares de peligros a nuestro alrededor. Tenemos buenas razones para temer, en el mundo natural, a la oscuridad, ya que ésta oculta esos peligros. La oscuridad oculta criaturas, objetos inanimados y ambientes que podrían dañarnos mucho o matarnos. Y en la oscuridad, no sabemos a dónde ir.

Pero el sol también, literalmente, le da vida a nuestros cuerpos. Para sobrevivir comemos plantas que comen luz, o comemos animales que comen plantas que comen luz. Nuestros cuerpos también absorben nutrientes directamente de la luz del sol y no podríamos sobrevivir sin el efecto del calor que esta radiación produce.

Así que, la luz natural nos muestra el camino a seguir, nos revela la verdad de lo que nos rodea y, literalmente, provee para y sostiene nuestras vidas en lo físico.

Lo mismo sucede con la luz espiritual divina a la que David hace referencia en Salmos 36:9, la luz que Dios mismo es (1 Juan 1:5) y la luz que Dios da (Apocalipsis 21:23–25), a menudo descripta en las Escrituras:

No por casualidad David relacionó la “vida” con la “luz” en Salmos 36:9. Ya que la luz y la vida espirituales, al igual que la luz y la vida naturales, están intrísecamente relacionadas.

Luz que es tinieblas

En el Salmo 36, David no hace mención explícita de las "tinieblas" como lo contrario a la luz de Dios.

Pero comienza el salmo con una descripción de la misma:

La transgresión habla al impío
dentro de su corazón;
no hay temor de Dios
delante de sus ojos.
Porque en sus propios ojos la transgresión le engaña.
en cuanto a descubrir su iniquidad y aborrecerla.
Las palabras de su boca son iniquidad y engaño;
ha dejado de ser sabio y de hacer el bien.
Planea la iniquidad en su cama;
se obstina en un camino que no es bueno;
no aborrece el mal. (Salmos 36:1–4)

Las tinieblas a las que David hace referencia son las relativas al "corazón necio entenebrecido” (Romanos 1:21) del “impío” cuya mente “ha cegado el dios de este mundo” para evitar que vea la luz de Dios (2 Corintios 4:3). Y éstas son terribles tinieblas. A continuación vemos cómo las describe Jesús:

La lámpara del cuerpo es el ojo; por eso, si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará lleno de luz. Así que, si la luz que hay en ti es tinieblas, ¡cuán grandes serán las tinieblas! (Mateo 6:22–23)

Una parte de lo que hace que estas tinieblas sean terribles es que se hacen pasar por luz. Crees que sabes dónde estás y a dónde vas, pero no es así. Crees que concibes la verdad a partir de lo que ves a tu alrededor, pero no es así. Crees que estás plenamente vivo, pero no es así. La luz que hay en ti es tinieblas, y en esta "luz" no ves la luz.

Esas son grandes tinieblas.

Luz de ambos mundos

Sin embargo, hay increíbles buenas noticias para aquellos que viven en tal oscuridad, ya que precisamente Jesús, “la luz verdadera que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre”, disipa esas grandes tinieblas (Juan 1:9). Y dice:

Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida. (Juan 8:12)

Vuelve a leer con detenimiento. Ahora lee esto: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres" (Juan 1:4). ¿Qué ves? Lo que ves cuando miras a Jesús es la encarnación referida en Salmos 36:9: “en tu luz vemos la luz.”

Jesús es la luz de la vida (Juan 8:12) y la vida de la luz (Juan 1:4). Él encarna todo lo que sabemos que la luz espiritual es y hace. Él es “el camino” y nos muestra el camino a seguir; él es “la verdad” y revela la verdad de nuestro entorno espiritual; y él es “la vida” y nos da vida; él es la luz de la que obtenemos nuestra verdadera vida (Juan 14:6). Y en su luz, no sólo vemos luz, sino que nos hacemos "luz en el Señor” (Efesios 5:8) y en consecuencia nos convertimos en "la luz del mundo” (Mateo 5:14).

Jesús es la personificación y encarnación del "resplandor de la gloria de Dios" (Hebreos 1:3). El es la "luz verdadera" de este mundo, y será la luz verdadera del mundo por venir (Apocalipsis 21:23). Esto significa que Jesús es la luz verdadera de ambos mundos.

David no podría haber sabido todo esto cuando escribió el Salmo 36:9. Pero él conocía a Dios. Él sabía que Dios era "la luz verdadera, que, al venir al mundo, alumbra a todo hombre” que cree en él (Juan 1:9). Él sabía que las tinieblas eran grandes, pero que la luz de Dios alumbra en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron” (Juan 1:5). Él sabía que Dios era la luz que da vida en el mundo. Y así fue que esta hermosa, profunda y poética doxología fluyó de su corazón adorador y lleno de fe:

Porque en ti está la fuente de la vida;
en tu luz vemos la luz.

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