La paradoja de Cristo para un mundo polarizado

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English: The Paradox of Christ for a Polarized World

© Desiring God

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Por Steven Lee sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Paula De Monte


Vivimos en tiempos de polarización y fragmentación. En muchos lugares, los lazos que han unido históricamente a las sociedades se están desmoronando.

Nuestra propia sociedad ha creado una firme y creciente desconfianza de todo lo que está debajo del sol. No confiamos en muchos de los líderes y funcionarios del gobierno que elegimos. No tenemos gran confianza en nuestras autoridades médicas y sanitarias. Tenemos dudas sobre los programas y las intenciones de las grandes empresas. Nuestras sospechas sobre los medios de comunicación han llegado a nuevas alturas. Nuestros sistemas educativos nos han decepcionado en casi todos los niveles. Y la iglesia no ha sido inmune a nuestro cinismo. Incluso nos hemos acercado a la esposa de Cristo con recelo y dudas.

Todo este temor se agrava, por supuesto, gracias a Internet y la disponibilidad de noticias las 24 horas del día, los 7 días de la semana. Las redes sociales, en particular, aumentan nuestra desconfianza y recompensan nuestra indignación. Por consiguiente, muchos de nosotros nos sentimos menos felices, menos confiados y más enojados que nunca. Las divisiones y angustias se han vuelto como el oxígeno. Con el tiempo, puede sentirse como si cualquier resto de esperanza pudiera debilitarse lentamente, como un castillo de arena con la marea alta.

Contenido

Dolorosa polaridad en los bancos

Como ya dije, la iglesia no ha sido inmune a la polarización. Las congregaciones han tenido que pasar por niveles más altos de conflictos, polémicas y discusiones. El dolor de las divisiones en nuestros bancos es desalentador. Aquí estamos, el pueblo de Dios comprado por su sangre, unidos por Cristo, pero divididos por tantas otras cosas. Esta situación hace que algunos de nosotros deseemos seguir discutiendo sobre si debemos cantar canciones de adoración contemporáneas o de qué color debería ser la alfombra que colocamos en el santuario.

Como pastor de una iglesia a la que amo pastorear, personalmente me alegraría nunca tener que volver a hablar sobre COVID, vacunas, distanciamiento social y la eficacia de las mascarillas. Aunque fue un privilegio guiar a nuestros fieles durante una pandemia llena de confusión política y social, por momentos también fue agotador. Ahora he agregado “crisis de salud mundial”, “protestas y disturbios masivos” y “la amenaza de una guerra nuclear” a mi lista de “cosas que jamás aprendí en el seminario”.

Es bueno recordar que la polarización en la iglesia no es algo nuevo. En realidad, es un problema tan antiguo como la iglesia. Ya en Hechos 6, los judíos helenistas se quejaban de que sus viudas eran desatendidas (Hechos 6:1). Pablo amonesta a otra iglesia por sus divisiones, contiendas, celos y conflictos (1 Corintios 1:10–11; 3:4). Se sentían superiores en su lealtad hacia Pablo, Apolos o Pedro, olvidando que Cristo es todo en todos.

Una y otra vez, a través de las Escrituras y la historia de la iglesia, cuando los pecadores se reúnen en forma constante, pecan continuamente unos contra otros y finalmente se vuelven unos contra otros.

La paradoja de Cristo

El autor de Hebreos nos dice que nos despojemos del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y pongamos los ojos en Jesús, “el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:1-2). Al mirar a Jesús, y sus cualidades paradójicas, encontramos ayuda para transitar nuestra era polarizada.

Jesús no encaja en ninguna de nuestras prolijas categorías o tribus. Está a favor de la justicia, la misericordia y la vida. Jesús es dulce y humilde de corazón, y además regresará para hacerle la guerra a sus enemigos. Es el hombre más manso que caminó alguna vez sobre la tierra; sin embargo, derrotará a las naciones rebeldes y pisará la prensa de uvas de la ira de Dios (Apocalipsis 19:11-15). Salvará hasta lo sumo con gracia y misericordia sin precedentes, y gobernará con mano de hierro.

Jonathan Edwards (1703-1758) extrae las cualidades únicas y paradójicas de Jesús en un famoso sermón: “La excelencia de Cristo”. Jesús es tanto el León como el Cordero. Posee cualidades similares a las del león: feroz, poderoso, majestuoso y apropiadamente aterrador. Está lleno de poder, gloria y dominio. El cordero es absolutamente lo opuesto: dulce, vulnerable, un animal depredador. ¿Cómo es que Jesús puede ser los dos? ¿Cómo puede ser juez de toda la creación y al mismo tiempo amigo de los pecadores? ¿Cómo puede ser sacerdote y sacrificio expiatorio? ¿Cómo puede ser fuerte y dulce, digno y humilde, infinitamente santo pero misericordioso con sus enemigos?

Esta es la maravillosa paradoja de Jesús. Mantiene unidas excelencias aparentemente opuestas en un solo Dios hecho hombre.

Sus excelencias nos deshacen

Normalmente, nos inclinamos por las maneras en las que Jesús es más como nosotros; nos alineamos con esas excelencias de manera más natural para nuestra personalidad y conexión. Sin embargo, quién es Él nos exhorta a no ir hacia un lado o una dimensión. El ejemplo y la enseñanza de Jesús corta los dos caminos, al amonestarnos y alentarnos a parecernos más a Cristo.

Por ejemplo, los creyentes sensibles pueden ser rápidos para deleitarse en la compasión de Cristo: “Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Pueden identificarse profundamente con el llanto de Jesús fuera de la tumba de Lázaro (Juan 11:35). Mientras tanto, los creyentes celosos de la verdad podrían admirar sus ayes contra los fariseos. Podrían identificarse más con la reprimenda de Jesús a Pedro: “¡Quítate de delante de mí, Satanás!” (Mateo 16:23).

Los que nos inclinamos de manera natural hacia la lástima y la compasión, necesitamos aprender de su valiente convicción. Necesitamos cuidarnos de minimizar todo el consejo de Dios para evitar herir los sentimientos de alguien o hacer duras críticas. Vamos a querer representar la verdad de Cristo sin vergüenza y en forma precisa, toda la verdad, aun cuando tengamos que consolar y cuidar a personas heridas. Y podríamos ser lentos para condenar a los que contienden por la verdad en la esfera pública pero no lo hacen exactamente como lo haríamos nosotros. El evangelio necesariamente ofenderá a algunas personas, y para defender la verdad en un mundo que está en contra de ella se necesitará valor y audacia, e incluso podríamos parecer peleadores a los ojos de algunos.

Lo mismo es cierto para aquellos que hablan la verdad más libremente. Algunos de nosotros tenemos mucho talento para decir cosas difíciles, pero tenemos que aprender a hacerlo con amor. Si podemos hablar con lenguas humanas y angélicas, pero no tenemos amor, somos como metales que resuenan o címbalos que retiñen (1 Corintios 13:1). Vamos a orar para tener mayor lástima y compasión, ser rápidos para escuchar y llorar con los que lloran. Proverbios nos recuerda: “La suave respuesta aparta el furor, mas la palabra hiriente hace subir la ira” (Proverbios 15:1). ¿Nuestras palabras, y los corazones detrás de esas palabras, reflejan de manera coherente las prioridades de Cristo? Queremos convertirnos en la clase de paradoja que atesoramos y seguimos en Jesús.

A medida que estudie su Palabra, observe hacia dónde se inclina y hacia dónde no, y luego inclínese deliberadamente hacia las diversas excelencias de Cristo. Encuentre valor en su ejemplo. Donde sea propenso a deambular, esfuércese por realinearse cada vez más a nuestra Estrella del Norte.

Excelencias verdaderamente grandes

Excelencia es una palabra anticuada destinada a atribuirle valor extremo a alguien o algo. A la realeza se la trata como “su Excelencia”. Sin embargo, para Jesús, no es solo un título, sino una descripción verdadera y precisa de todo lo que él es. Se destaca por su amor y su gracia, su compasión y su justicia, su gobierno y su reinado.

Destituidos de la gloria, todos estamos en proceso. Somos finitos. Somos pecadores conforme a la imagen de Cristo (Romanos 8:29). Nuestros instintos son afilados por la palabra de Dios y el poder de su Espíritu. Y a medida que él nos amolda a sí mismo, a nuestro glorioso Salvador, el León y el Cordero, no le falta nada. En todas las circunstancias, nuestro paradójico Salvador dice la palabra perfecta. Nunca le falta compasión, y nunca se echa atrás con una reprimenda. No tiene puntos ciegos, debilidades ni deficiencias. Es todo glorioso en sus diversas excelencias.

Por consiguiente, esfuércese por pensar, sentir, hablar y hacer más como lo haría Cristo en este mundo polarizado, y deléitese en recibir a diario su gloria y bondad sobresalientes.


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