Las Condiciones del Poder en la Oración

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English: The Conditions of Power in Prayer

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Por Charles H. Spurgeon sobre Oración
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


"Y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." 1 Juan 3: 22-24.

Pensé en predicarles esta mañana acerca de la importancia de la oración, teniendo el firme propósito de motivarlos para que oren por mí y por la obra del Señor en este lugar. En verdad, no creo que habría podido elegir un tema de mayor relevancia, o uno que tuviera mayor peso para mi alma. Si me fuera permitido hacerles una petición, les haría esta: "Por lo demás, hermanos, orad por nosotros". ¿De qué serviría nuestro ministerio sin la bendición divina, y cómo podríamos esperar la bendición divina a menos que la Iglesia de Dios la busque? Lo diré incluso con lágrimas: "hermanos, orad por nosotros": no restrinjan la oración: por el contrario, abunden en la intercesión, pues así, y solamente así, podrá crecer, o simplemente sostenerse, nuestro desarrollo como iglesia.

Pero, entonces, se me ocurrió la pregunta: ¿pudiera haber algo en la iglesia que impida que nuestras oraciones tengan éxito? Esa es una pregunta indispensable que debe ser considerada con toda sinceridad, incluso antes de exhortarlos a la intercesión; porque, hemos aprendido por el primer capítulo de Isaías, que las oraciones de un pueblo impío se convierten pronto en abominaciones para Dios. "Cuando extendáis vuestras manos, yo esconderé de vosotros mis ojos; asimismo cuando multipliquéis la oración, yo no oiré." Las iglesias pueden caer en un estado tal, que incluso sus devociones se vuelven una iniquidad; "las fiestas solemnes" son un fastidio para el Señor. Podrían existir males en el corazón de cualquiera de nosotros que hicieran imposible que Dios, en consistencia con Su propio carácter y Sus atributos, prestara alguna consideración a nuestras intercesiones. Si veneramos a la iniquidad en nuestros corazones, el Señor no nos escuchará.

De acuerdo a nuestro texto, hay algunas cosas que son esenciales para el éxito de la oración. Dios oirá toda oración verdadera, pero hay ciertas cosas que el pueblo de Dios debe poseer, pues de lo contrario sus oraciones no darán en el blanco. El texto nos dice: "Cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él". Ahora, el día de hoy, el tema a considerar será: los elementos esenciales para el poder en la oración; lo que debemos hacer, lo que debemos ser, lo que debemos tener, si vamos a prevalecer habitualmente con Dios en la oración. Aprendamos cómo convertirnos en otros Elías y Jacob.

I. Primero, voy a considerar LOS ELEMENTOS ESENCIALES DEL PODER EN LA ORACIÓN. Debemos hacer unas cuantas distinciones de entrada. Entiendo que hay una gran diferencia entre la oración de un alma que está buscando misericordia y la oración de un hombre que ya es salvo. Yo le digo a cada persona presente, quienquiera que sea, que si busca sinceramente la misericordia de Dios por medio de Jesucristo, la tendrá. Cualquiera que hubiera sido tu condición previa de vida, si ahora buscas penitencialmente el rostro de Jehová, a través del Mediador designado, podrás encontrarlo. Si el Espíritu Santo te ha enseñado a orar, no lo dudes más, apresúrate a la cruz, y recibe el descanso en Jesús para tu alma culpable. No sé de ningún requisito previo para la primera oración del pecador, excepto la sinceridad.

Pero tenemos que hablarles de manera diferente a quienes ya son salvos. Te has convertido ahora en miembro del pueblo de Dios, y aunque serás escuchado de igual manera que el pecador sería escuchado, y aunque encontrarás diariamente la gracia necesaria como la que cada buscador recibe en respuesta a su oración, ahora eres un hijo de Dios y estás bajo una especial disciplina específica para la familia regenerada. En esa disciplina, las respuestas a la oración ocupan una elevada posición, y son de un uso eminente.

Hay algo que el creyente debe gozar además de la salvación; hay mercedes, y bendiciones, y consuelos, y favores, que hacen que su vida presente sea útil, feliz y honorable, pero estas cosas están íntimamente vinculadas a su carácter. No son elementos vitales en cuanto a la salvación; lo vital es poseído por el creyente incondicionalmente, pues son condiciones del pacto; pero ahora nos estamos refiriendo a los honores y a las exquisiteces de la casa, que son otorgados o retenidos según sea nuestra obediencia como hijos del Señor. Si ustedes descuidan las condiciones que conllevan, su Padre celestial no se los otorgará.

Las bendiciones esenciales del pacto de la gracia permanecen sin condiciones; la invitación a buscar misericordia está dirigida a quienes no tienen idoneidad de ningún tipo, excepto su necesidad: pero habiendo entrado a la familia divina como hombres y mujeres salvos, ustedes descubrirán que otras bendiciones selectas son otorgadas o denegadas de acuerdo a nuestra atención a las reglas del Señor para Su familia. Para darles un ejemplo común: si algún hambriento estuviera a su puerta, y les pidiera pan, ustedes se lo darían, independientemente de cuál fuera su carácter. De la misma manera le dan alimento a su hijo, independientemente de cuál sea su comportamiento; ustedes no le negarán nada a su hijo que sea necesario para la vida; nunca seguirían ningún curso de disciplina en su contra, como para negarle su necesario alimento, o el vestido que le proteja del frío. Pero hay muchas otras cosas que su hijo podría desear, y que ustedes le darían si es obediente, pero que no le darían si fuera rebelde con ustedes. Creo que eso ilustra la forma en que el gobierno paternal de Dios rige este asunto.

Entiendan también que el texto se refiere, no tanto a que Dios oirá de vez en cuando la oración de Sus siervos, pues eso hará, aun cuando Sus siervos anden extraviados de Él, o cuando Él oculta Su rostro de ellos; pero el poder en la oración expresado aquí, es un poder continuo y absoluto con Dios; de tal manera que, para citar las palabras del texto, "Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos".

Para esta oración hay ciertos prerrequisitos y elementos esenciales de los cuales tendremos que hablar ahora, y el primero es: obediencia infantil: "Cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos". Si estamos desprovistos de obediencia, el Señor podría decirnos lo que le dijo a Su pueblo Israel: "Mas vosotros me habéis dejado, y habéis servido a dioses ajenos; por tanto, yo no os libraré más. Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido". Cualquier padre les dirá que si él concediera la petición de un hijo desobediente, estaría estimulando la rebelión en la familia, y se tornaría imposible que pudiera gobernar su propia casa. Es a menudo pertinente que el padre le diga: "hijo mío, no escuchaste lo que te acabo de decir, y por eso, no puedo escuchar lo que tú me dices". No se trata de que el padre no le ame, sino que debido al amor a su hijo, y por causa de ese amor, se siente obligado a mostrar su disgusto denegando la petición de su vástago descarriado. Dios actúa con nosotros como deberíamos actuar con nuestros hijos contumaces, y si ve que vamos a caer en pecado y a transgredir, como parte de Su amable disciplina paternal nos dice: "Cuando clames a Mí, no daré cabida a tu petición; cuando Me supliques, no te oiré; no te destruiré, serás salvo, tendrás el pan de vida, y el agua de vida, pero no recibirás nada más: los festines de mi reino te serán denegados, y no poseerás ninguna otra cosa incluyendo el predominio especial de tu oración".

El Salmo ochenta y uno nos revela que el Señor trata con Su propio pueblo así: "¡Oh, si me hubiera oído mi pueblo, si en mis caminos hubiera andado Israel! En un momento habría yo derribado a sus enemigos, y vuelto mi mano contra sus adversarios. . . . les sustentaría Dios con lo mejor del trigo, y con miel de la peña les saciaría." Vamos, si al hijo desobediente de Dios se le pusiera en sus manos la promesa: "Todo lo que pidiereis en oración. . . .lo recibiréis", con seguridad pediría algo que lo apoyara en su rebelión. Pediría una provisión para sus propias lascivias y ayudas para su rebelión. Esto no puede ser tolerado nunca. ¿Acaso Dios favorecería nuestras corrupciones? ¿Acaso alimentaría las llamas de la pasión carnal? Un corazón obstinado tiene ansias de una mayor libertad para poder ser más obstinado; un espíritu altivo anhela una elevación mayor para poder ser todavía más arrogante; un espíritu holgazán pide una mayor quietud para poder ser más indolente; y un espíritu dominante pide más poder para gozar de mayores oportunidades para la opresión. Según es el hombre, así serán sus peticiones: un espíritu rebelde ofrece oraciones orgullosas y obstinadas. ¿Acaso Dios oirá tales oraciones? No puede ser. Nos dará lo que pidamos si guardamos Sus mandamientos, pero si nos tornamos desobedientes y rechazamos Su gobierno, Él también rechazará nuestras oraciones, y dirá: "Si anduviereis conmigo en oposición, yo también andaré con ustedes en oposición: con los difíciles de soportar, yo me mostraré difícil de soportar". Felices seremos si por la gracia divina podemos decir con David: "Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová". Esta no sería nunca una perfecta obediencia, pero sería al menos inocencia del amor al pecado y de la rebelión voluntaria contra Dios.

Junto a esto, hay otro elemento esencial para la oración victoriosa, es decir, reverencia infantil. Adviertan la siguiente frase: recibimos lo que pedimos, "Porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él." Cuando los niños han recibido un mandamiento de su padre, no se les permite que cuestionen su validez o sabiduría; la obediencia termina donde comienza el cuestionamiento. El concepto que un hijo tiene de su deber no debe convertirse en la medida del derecho de mandar del padre: los buenos hijos dicen: "nuestro padre nos ha ordenado que hagamos tal y tal cosa, y por eso la haremos, pues siempre nos deleita agradarle". La razón más poderosa para la acción de un hijo amante es la persuasión que le agradará a sus padres; y el argumento más poderoso que puede utilizarse para detener a un hijo bondadoso, es demostrarle que tal curso de acción disgustaría a sus padres. Precisamente lo mismo nos sucede con Dios, que es el Padre perfecto, y por tanto, sin temor a equivocarnos, hacer siempre lo que le agrada es nuestra norma de lo que está bien, mientras que lo que le desagrada, es, con seguridad, la regla de lo que es indebido.

Supongan que cualquiera de nosotros fuera obstinado y dijera: "no haré lo que agrada a Dios, sino que haré lo que me agrada". Observen, entonces, cuál sería la naturaleza de nuestras oraciones: nuestras oraciones podrían resumirse en esta petición: "hágase mi voluntad". ¿Acaso podríamos esperar que Dios consintiera eso? ¿Acaso seremos señores no solamente de la heredad de Dios sino señores del propio Dios? ¿Querrían que el Todopoderoso renunciara al trono para colocar allí a un altivo mortal? Si tuvieran a un hijo en su casa que no tuviera ningún respeto de ningún tipo por su padre, pero que dijera: "quiero hacer en todo lo que se me venga en gana"; si viniera a pedirles algo, ¿le concederían lo que pide? ¿Acaso le permitirían que les dictara su conducta, y se olvidaran de la honra que debe guardarles? ¿Dirían ustedes: "sí, mi querido hijo, yo reconozco tu importancia y serás el señor de la casa, y obtendrás todo lo que pidas?" ¿Qué clase de casa sería esa? Me temo que hay algunos hogares que son así, pues hay padres insensatos que permiten que sus hijos se conviertan en sus señores y de esta manera se fabrican una vara para sus propias espaldas: pero la casa de Dios no tiene este ordenamiento: Él no escuchará a los hijos obstinados, pero sí los oirá en Su enojo, y les responderá con ira. Recuerden cómo escuchó la petición que hizo Israel pidiendo carne, y cuando la carne estaba todavía en sus bocas se convirtió en una maldición para ellos. Muchas personas son disciplinadas cuando obtienen sus propios deseos, así como los rebeldes son llenados con sus propios artificios.

Debemos tener una reverencia a Dios semejante a la de un niño, de tal forma que sintamos: "Señor, si lo que yo te pido no te agrada, tampoco me agradaría a mí. Pongo en Tus manos mis deseos para que Tú los corrijas: tacha cada petición que yo ofrezca y que no sea correcta, y, Señor, agrega cualquier cosa que yo hubiera omitido, aunque no la hubiera deseado aun si hubiera podido recordarla. Buen Señor, si yo debí haberla deseado, óyeme como si la hubiese deseado. 'No sea como yo quiero, sino como tú'." Ahora, yo creo que pueden ver que es este espíritu sumiso lo que es esencial para el predominio continuo de la oración ante Dios; lo inverso es un impedimento seguro para la eficacia de la súplica. El Señor será reverenciado por quienes le rodean. Tienen que fijar su mirada en agradarle en todo lo que hagan y en todo lo que pidan, pues de lo contrario Él no los mirará con favor.

En tercer lugar, el texto sugiere la necesidad de una confianza infantil: "Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo." En todas partes de la Escritura se habla de la fe en Dios como de algo necesario para una oración exitosa. Debemos creer que hay un Dios, y que es galardonador de los que le buscan, pues de lo contrario no habríamos orado del todo; en proporción a nuestra fe será el éxito de nuestra oración. Una regla vigente del reino es, "Conforme a vuestra fe os sea hecho". Recuerden cómo habla el Espíritu Santo por boca del apóstol Santiago: "Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor." El texto habla de fe en el nombre de Su Hijo Jesucristo, que entiendo que significa fe en Su carácter manifiesto, fe en Su Evangelio, fe en la verdad concerniente a Su sustitución y salvación. O puede significar fe en la autoridad de Cristo, de tal forma que cuando argumento con Dios diciendo: "hazlo en el nombre de Jesús", quiero decir, "haz por mí lo que habrías hecho por Jesús, pues estoy autorizado por Él a usar Su nombre; haz por mí lo que habrías hecho por Él". El que puede orar con fe en el nombre no puede fallar, pues el Señor Jesús ha dicho: "Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré". Pero tiene que haber fe, y si no hay fe, no podemos esperar ser escuchados. ¿Acaso no ven que es así?

Vayamos nuevamente a nuestros símiles de familia. Supongan que un hijo de la casa no cree en la palabra de su padre, y está diciendo constantemente que tiene su mente llena de dudas en relación a la veracidad de su padre; supongan que en verdad les dice a sus hermanos y hermanas que su fe en su padre es muy débil. Menciona ese triste hecho y no le da vergüenza decir tal cosa, y más bien siente que deberían tenerle lástima, como si se tratase de una debilidad que no puede evitar. De alguna manera u otra no cree que su padre diga la verdad, y declara que aunque procura creer en la promesa de su padre, no puede hacerlo. Yo pienso que un padre del que se desconfía tan ruinmente, no tendría mucha prisa de conceder las peticiones de su hijo; más bien, es muy probable que las peticiones del desconfiado hijo no puedan ser cumplidas, aun si su padre estuviera anuente a hacerlo, pues equivaldría a galardonar su propia incredulidad, y constituiría una deshonra para su padre. Por ejemplo, supongan que a este hijo se le metiera en la cabeza dudar que su padre fuera a proveer para su alimentación diaria; podría entonces venir a su padre y decirle: "padre, dame suficiente dinero para que me dure por los siguientes diez años, pues para entonces ya seré un hombre, y seré capaz de mantenerme a mí mismo. Dame dinero para calmar mis temores, pues tengo gran ansiedad." El padre le respondería: "hijo mío, ¿por qué habría de hacer eso?" Y recibe por respuesta: "lamento mucho decirlo, padre querido, pero no puedo confiar en ti; mi fe en ti y en tu amor es tan débil, que temo que uno de estos días vas a dejar que me muera de hambre, y por eso me gustaría contar con algo seguro en el banco." ¿Quién entre ustedes que es padre escucharía la petición de un hijo, si le pidiera algo así? Ustedes se sentirían agraviados si pensamientos tan deshonrosos para ustedes atravesaran la mente de alguno de sus hijos queridos; pero, no le darían nada, y no querrían darle nada.

Permítanme, entonces, aplicar la parábola a ustedes mismos. ¿Han ofrecido alguna vez peticiones que eran de la misma naturaleza? Han sido incapaces de confiar en que Dios les dé su pan de cada día, y por tanto han estado ansiando eso que ustedes llaman "alguna provisión para el futuro". Necesitan un abastecedor más confiable que la providencia, una seguridad mayor que la promesa de Dios. Son incapaces de confiar en la palabra de su Padre celestial, y unos cuantos bonos de un gobierno extranjero medio en la ruina son considerados por ustedes como algo mucho más confiable; ¡pueden confiar en el Sultán de Turquía, o en el Virrey de Egipto, pero no en el Dios de toda la tierra! De mil maneras insultamos al Señor cuando imaginamos que "las cosas que se ven" son más sustanciales que la omnipotencia invisible. Le pedimos a Dios que nos dé de inmediato lo que no requerimos al presente, y tal vez no necesitaremos nunca; en el fondo, la razón para tales deseos puede ser encontrada en una ignominiosa desconfianza para con Él, que nos lleva a imaginar que requerimos de grandes provisiones para asegurar nuestra existencia.

Hermanos, ¿no son culpables de esto? ¿Acaso esperan que el Señor ayude e instigue su necedad? ¿Acaso Dios favorecerá su desconfianza? ¿Les dará montones de oro corruptible y de plata que hurtan los ladrones y baúles de vestidos que servirán de alimento a la polilla? ¿Quisieran que el Señor actuara como si admitiera la validez de sus sospechas y reconociera Su infidelidad? ¡Dios no lo quiera! Por tanto, no esperen ser escuchados cuando su oración sea sugerida por un corazón incrédulo: "Encomienda a Jehová tu camino, y confía en él; y él hará."

El siguiente elemento esencial para un éxito continuado en la oración es un amor infantil: "Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado." Lo mismo que se dice de Dios, "Dios es amor", se puede decir del cristianismo, "el cristianismo es amor". Si cada uno de nosotros fuera una encarnación del amor, habríamos alcanzado la semejanza completa con Cristo. Debemos abundar en amor a Dios, amor a Cristo, amor a la iglesia, amor a los pecadores, y amor a los hombres en todas partes. Cuando un hombre no tiene amor a Dios, está en la condición de un hijo que no siente amor por su padre. ¿Acaso prometerá su padre cumplir absolutamente todos los deseos de un corazón desamorado y carente de amor filial? O si un hijo no tiene amor por sus hermanos y hermanas, ¿le confiaría el padre una promesa absoluta diciéndole: "Pedid y se os dará"? Vamos, el hijo desamorado empobrecería a la familia entera por sus exigencias egoístas; sin importarle todo el resto de las personas de la casa, sólo se cuidaría de entregarse a sus propias pasiones. Su petición antes de mucho tiempo sería: "Padre, dame toda la herencia"; o "Padre, gobierna el hogar según mi conveniencia, y haz que todos mis hermanos se sometan a mis deseos". Envanecido por su apariencia personal, como Absalón, que estaba orgulloso de su cabello, pronto querría apoderarse del reino. Pocas personas, como José, pueden vestir la túnica de diversos colores sin convertirse en tiranos de la casa. ¿Quién permitiría que un hijo pródigo se largara con todas las posesiones? ¿Quién sería tan necio como para instalar en el sitio de honor a un hermano dominante y codicioso, por encima de sus hermanos? Por esto pueden ustedes ver que no se le puede confiar el poder de la oración al egoísmo. A los espíritus desamorados, que no aman a Dios ni a los hombres, no se les pueden confiar las grandes, amplias e ilimitadas promesas. Debemos amar a Dios para que nos escuche, y debemos amar a nuestro prójimo; pues, cuando amamos a Dios, no oramos por nada que deshonre a Dios, y no deseamos ver que se nos otorgue nada que no fuera también una bendición para nuestros hermanos. Nuestros corazones latirán sinceramente para Dios y para Sus criaturas, y no estaremos arropados en nosotros mismos. Deben deshacerse del egoísmo antes de que Dios les confíe la llaves del cielo; pero cuando el ego esté muerto, entonces Él les habilitará para que abran la cerradura de los tesoros, y, como príncipes, tendrán poder con Dios y prevalecerán.

Además de esto, debemos tener también costumbres infantiles. Lean el siguiente versículo: "El que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él". Una de las modos de ser infantiles es amar su hogar. El buen niño cuyas peticiones siempre son oídas por su padre, no ama tanto ningún otro lugar como la vieja casa donde viven sus padres. Ahora, se dice que el que ama y guarda los mandamientos de Dios permanece en Él; ha convertido al Señor en su lugar de habitación, y mora en santa familiaridad con Dios. En él se cumplen las palabras de nuestro Señor: "Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho." La fe y el amor, como dos alas querúbicas, han transportado al corazón del creyente por encima del mundo, y lo han depositado cerca del trono de Dios. Se ha vuelto semejante a Dios, y ahora sus oraciones son de tal naturaleza que Dios las responde; pero mientras no sea conformado de esta manera a la mente divina, tiene que haber algún límite a la potencia de sus súplicas. Permanecer en Dios es necesario para el poder con Dios.

Supongan que alguno de ustedes tiene un hijo, que dijera: "padre, no me gusta mi hogar, tú no me importas; y no voy a soportar las restricciones de las reglas familiares; voy a vivir con extraños, pero fíjate, padre, que voy a venir a ti cada semana, y te voy a pedir muchas cosas; y esperaré que tú me concedas lo que te pida". Vamos, si ustedes son capaces en lo más mínimo de ser cabezas de familia, dirían: "hijo mío, ¿cómo te atreves a hablarme de esa manera? Si eres tan obstinado como para abandonar mi casa, ¿esperarías que yo cumpla tus órdenes? Si tú me desairas completamente, ¿esperarías que yo te apoye en tu cruel malignidad y perversa insubordinación? No, hijo mío; si no permaneces conmigo y no me reconoces como un padre, no te puedo prometer nada." Y lo mismo sucede con Dios. Si permanecemos con Él y tenemos comunión con Él, nos dará todas las cosas. Si le amamos como debe ser amado, y confiamos en Él como debemos hacerlo, entonces oirá nuestras peticiones; pero si no lo hacemos, no es razonable que esperemos que nos oiga. Sería una afrenta para el carácter divino si Él cumpliera los deseos perversos y satisficiera los caprichos malvados. "Deléitate asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón", pero si no te deleitas en Dios, y Él no es tu morada, no te responderá. Podrá darte pan de aflicción y agua de aflicción, y hacerte amarga la vida, pero ciertamente no te concederá lo que tu corazón desea.

Algo más: Pareciera por el texto que debemos tener un espíritu infantil, pues "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." ¿Qué es esto sino el Espíritu de adopción, el Espíritu que gobierna en todo a los hijos de Dios? Los obstinados que piensan y sienten y actúan de manera diferente a Dios, no deben esperar que Dios se conforme a su manera de pensar y de sentir y de actuar. Los egoístas que son movidos por el espíritu de la altivez, los holgazanes que son motivados por el amor al ocio, no pueden esperar que Dios les conceda lo que quieran. Si el Espíritu Santo gobierna en nosotros, subordinará nuestra naturaleza a Su propia influencia, y entonces las oraciones que brotan de nuestros corazones renovados estarán de conformidad con la voluntad de Dios, y tales oraciones serán naturalmente escuchadas. Ningún padre pensaría en escuchar a un hijo obstinado, a un hijo que dijera: "yo sé que mi padre no desea que tenga esto, pero de todas maneras lo tendré". Vamos, como hombre adulto no querrías ser doblegado por un mozalbete presuntuoso. ¿Nos concederá Dios aquello que pedimos cuando es contrario a Su santa mente? No puede ser así: tal posibilidad no es concebible. Que haya en nosotros el mismo pensamiento que hubo en Cristo Jesús, y entonces seremos capaces de decir: "Yo sabía que siempre me oyes."

Pero debemos proseguir, y ocupar nuestra atención durante unos cuantos minutos, con otra sección del mismo tema.

II. En segundo lugar observaremos EL PODER DE ESTOS ELEMENTOS ESENCIALES. Si están en nosotros y están en abundancia, nuestras oraciones no pueden ser estériles o sin provecho.

Primero, si tenemos fe en Dios, no hay duda de que Dios oirá nuestra oración. Si podemos alegar en fe el nombre y la sangre de Jesús, debemos obtener respuestas de paz. Pero mil objeciones son sugeridas. Supongan que estas oraciones tengan que ver con las leyes de la naturaleza, entonces los científicos estarían en contra nuestra. ¿Cómo? Yo me gloriaré en darles a estos científicos espacio suficiente, y casi diría: darles suficiente cuerda. Yo no sé de ninguna oración digna de ser dicha que no entre en contacto con alguna ley natural o de otro tipo, y sin embargo creo que las oraciones son escuchadas. Se dice que Dios no cambiará las leyes de la naturaleza por nosotros, y yo replico: "¡Quién dijo que lo haría!" El Señor tiene formas de responder a nuestras oraciones, independientemente de obrar milagros o suspender las leyes. Él solía responder la oración por medio de milagros, pero como les he dicho a menudo, esa parece una forma más burda de lograr Su propósito; es como detener una gran máquina por un resultado pequeño, pero Él sabe cómo lograr Sus fines y oír nuestras oraciones por medios secretos que desconozco. Tal vez haya otras fuerzas y leyes que ha dispuesto para que actúen justo en determinados momentos cuando la oración también actúa, leyes tan fijas y fuerzas tan naturales como aquellas que nuestros estudiosos científicos han sido capaces de descubrir. Los hombres más sabios desconocen muchas de las leyes que gobiernan el universo; es más, sólo conocen una pequeña proporción de esas leyes. Nosotros creemos que las oraciones de los cristianos son una parte de la maquinaria de la providencia, dientes de la grandiosa rueda del destino, y cuando Dios guía a Sus hijos a orar, ya ha puesto en movimiento una rueda que tiene que producir el resultado solicitado, y las oraciones ofrecidas se están moviendo y son parte de esa rueda. Si sólo hay fe en Dios, Dios tiene que oír la oración, o dejaría de existir, y cesaría de ser veraz. El versículo anterior al texto dice: "Si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él".

La confianza infantil nos conduce a orar como nadie más podría hacerlo. Hace que el hombre ore por cosas grandes que nunca habría pedido, si no hubiese aprendido esta confianza; y lo lleva orar por pequeñas cosas que muchas personas tienen miedo de pedir, porque todavía no han sentido para con Dios, la confianza de los niños. A menudo he pensado que se requiere mayor confianza en Dios para pedirle algo pequeño que para pedirle cosas grandes. Nos imaginamos que nuestras cosas grandes son un poco más dignas de la consideración de Dios, aunque en verdad son muy pequeñas para Él; y luego nos imaginamos que nuestras cositas son tan irrelevantes que sería casi un insulto traerlas delante de Él; por el contrario, deberíamos saber que lo que es muy grande para un hijo podría ser muy poca cosa para su padre, y sin embargo, el padre no mide esa cosa desde su propia perspectiva, sino desde la perspectiva del hijo.

El otro día oíste llorar amargamente a tu pequeñito. Su madre lo llamó y le preguntó qué le dolía. Era una astilla clavada en su dedo. Bien, eso era algo sin mayor importancia, y no necesitaste llamar a tres cirujanos para que extrajeran la astilla, ni sonar la alarma en la prensa pública. Traes una aguja y pronto está resuelto. Oh, pero qué cosa tan grande fue para el pequeño sufriente, mientras estaba parado allí con ojos llenos de lágrimas de angustia. Era un gran motivo de preocupación para él. Ahora, ¿acaso se le ocurrió a ese niño que su dolor era algo demasiado pequeño para que su madre lo ayudara? Para nada; ¿para qué son los padres y las madres sino para atender las pequeñas necesidades de sus hijitos? Y Dios nuestro Padre es un buen padre, Él se compadece de nosotros como los padres se compadecen de sus hijos, y condesciende con nosotros. Él cuenta el número de las estrellas, y a todas ellas llama por sus nombres, y también sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas. El mismo Dios que enciende al sol, ha dicho: "No apagaré el pábilo que humeare". Si ustedes tuvieran confianza en Dios traerían delante de Él sus cosas grandes y sus cositas, y nunca defraudará su confianza, pues Él ha dicho que la confianza en Él no será avergonzada ni afrentada, por todos los siglos. La fe tendrá éxito.

Pero además, el amor tendrá éxito también, pues ya hemos visto que el hombre que ama en el sentido cristiano, está en armonía con Dios. Si limitan su amor a su propia familia, no deberían esperar que Dios les responda, pues no tomará en cuenta las oraciones reducidas a ese círculo. Si un hombre ama su pequeño yo propio, y espera que la cosecha de trigo de todas las demás personas se pierda para que su producto alcance un mayor precio, ciertamente no puede esperar que el Señor esté de acuerdo con ese egoísmo malvado. Si un hombre tiene suficiente corazón para abrazar a todas las demás criaturas de Dios con su afecto, mientras sigue orando especialmente por la familia de la fe, sus oraciones serán acordes con la mente Divina. Su amor y la bondad de Dios corren lado a lado. Aunque el amor de Dios es como un potente río caudaloso, y el suyo es como un arroyuelo semiseco, ambos corren en la misma dirección, y llegarán al mismo destino. Dios oye siempre las oraciones de un hombre amoroso, porque esas oraciones son las sombras de Sus propios decretos.

Además, el hombre de obediencia es el hombre a quien Dios oye, porque su corazón obediente le conduce a orar humildemente, y con sumisión, pues siente que su más elevado deseo es que la voluntad del Señor sea hecha. Por esta razón, el hombre de obediente corazón ora como un oráculo; sus oraciones son profecías. ¿Acaso no es uno con Dios? ¿Acaso no desea y pide exactamente lo que Dios quiere? ¿Cómo podría no dar en el blanco una flecha disparada por tal arco?

Si tu alma está sintonizada con el alma de Dios, desearás los propios deseos de Dios. La dificultad radica en que no nos mantenemos, como dice la expresión, en rapport con Dios (en una relación con Dios); pero si lo hiciéramos, entonces tocaríamos la misma nota que toca Dios; y aunque la Suya sonaría como trueno, y la nuestra como un susurro, sin embargo habría una perfecta concordancia: la nota tocada por la oración en la tierra, coincidiría con la nota emitida por los decretos del cielo.

Además, el hombre que vive en comunión con Dios tendrá con seguridad éxito en la oración, porque, si permanece en Dios, y Dios en él, deseará lo que Dios desea. El creyente que está en comunión con el Señor, desea el bien del hombre, y lo mismo hace Dios; desea la gloria de Cristo, y lo mismo desea Dios; desea la prosperidad de la iglesia, y lo mismo desea Dios; desea ser él mismo un modelo de santidad, y Dios también lo desea. Si ese hombre tuviera en cualquier momento un deseo que no es conforme a la voluntad de Dios, sería el resultado de la ignorancia, viendo que el hombre es sólo un hombre y no Dios, y aun en su mejor situación se equivoca; pero él subsana este defecto por la vía de la oración, que siempre tiene este agregado al final: "Señor, si he pedido algo en esta oración que no sea acorde con tu mente, te suplico que no me oigas; y si algún deseo que te haya expresado, aunque sea el deseo que arde en mi pecho por encima de todos los demás deseos, es uno que no es recto a Tus ojos, no me tomes en cuenta, Padre mío, pero en tu infinito amor y compasión, haz algo mejor por Tu siervo de lo que Tu siervo sabe pedir." Ahora, cuando una oración es expresada así, ¿cómo podría fallar? El Señor mira por las ventanas del cielo y ve esa oración que se dirige a Él, justo como Noé vio a la paloma que regresaba al arca, y extiende Su mano a esa oración, y como Noé introdujo la paloma al arca, así el Señor acerca esa oración y la recibe en Su propio pecho, y le dice: "tú saliste de mi pecho, y te doy la bienvenida de regreso a Mí: mi Espíritu te inspiró y por tanto te voy a responder".

Y aquí, también, debemos decirlo, nuestro texto habla del hombre cristiano como siendo lleno del Espíritu Santo: "Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado." ¿Quién conoce la mente de un hombre sino el espíritu de ese hombre? Así, ¿quién conoce las cosas de Dios sino el Espíritu de Dios? Y si el Espíritu de Dios permanece en nosotros, entonces nos hace saber cuál es la mente de Dios; hace intercesión en los santos de acuerdo a la voluntad de Dios. Algunas veces existe la creencia que los hombres que prevalecen en la oración pueden pedir lo que quieran; pero yo puedo garantizarles que cualquiera de ellos les diría que ese no es el caso. Podrías acercarte a ese hombre y pedirle que orara por ti, pero no puede prometerte que lo hará. Hay extrañas limitaciones para tales hombres, cuando sienten: "no saben cómo o por qué, no pueden orar eficaces oraciones fervientes en ciertos casos, aunque desearían poder hacerlo". Como Pablo, cuando intentaba ir a Bitinia, y el Espíritu no se le permitió; así hay peticiones que nosotros naturalmente presentaríamos, pero estamos atados en el espíritu. Aparentemente podría no haber nada objetable acerca de la oración; pero el secreto del Señor está con aquellos que le temen, y Él da insinuaciones secretas acerca de cuándo y dónde Sus elegidos pueden tener esperanza de prevalecer. Él te da la promesa que oirá tu oración de fe, siendo tú un hombre que camina con Él, lleno de Su Espíritu; pero al mismo tiempo, Él no te da fe acerca de todo lo que cualquier persona quiera poner delante de ti: al contrario, Él te da una discreción, un juicio y una sabiduría, y el Espíritu hace intercesión en los santos de acuerdo a la voluntad de Dios.

Pienso que de esta manera he expuesto la doctrina muy claramente. Ahora unos cuantos minutos de aplicaciones prácticas, como solían decir los viejos puritanos. Yo sólo aspiro a que nos sirvan de aplicación a muchos de nosotros.

La primera consideración es que necesitamos orar pidiendo una gran bendición como iglesia. Yo creo que activaría sus peticiones si les dijera que tenemos la intención de orar para que Dios envíe una bendición a la iglesia en general. Muy bien. ¿Contamos con los elementos esenciales para el éxito? ¿Creemos en el nombre de Jesucristo? Bien, yo creo que sí. No creo que se pueda encontrar alguna falla en la rectitud de nuestra fe, aunque mucho debe ser confesado acerca de su debilidad. Prosigamos a la siguiente pregunta. ¿Estamos llenos de amor hacia Dios y hacia nuestro prójimo? El doble mandamiento es que creamos en el nombre de Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros. ¿Nos amamos los unos a los otros? ¿Caminamos en amor? No hay ninguno de nosotros que sea perfecto en eso. Voy a comenzar la confesión reconociendo que no soy lo que debería ser en ese respecto. Que la confesión se difunda por toda la iglesia, y que cada uno piense cuán a menudo hemos hecho cosas desamoradas, y hemos pensado cosas desamoradas, y hemos dicho cosas desamoradas, y hemos prestado atención a la murmuración desamorada, y no hemos extendido una mano amorosa cuando debimos prestar ayuda, y más bien hemos empujado con nuestra mano sin amor al hombre que estaba cayendo. Si en la iglesia de Dios hay una falta de amor, no podemos esperar que la oración sea oída, pues Dios dirá: "Me piden prosperidad. ¿Para qué? ¡Para agregar más personas a una comunidad que no tiene amor para consigo misma! Me piden conversiones. ¡Cómo!, ¿para traer más personas para que se unan a una comunidad que no tiene amor?" ¿Esperan que Dios salve a pecadores que ustedes no aman, y que convierta almas que a ustedes no les preocupan en lo más mínimo? Nuestro amor debe acompañar a la almas a Cristo, pues, bajo la influencia del Espíritu Santo de Dios, el gran instrumento para la conquista del mundo es el amor, y si los cristianos aman más que los musulmanes, y que los judíos, conquistarán a los musulmanes y a los judíos; y si muestran menos amor, los musulmanes y los judíos los conquistarán. La espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios, es el arma principal, y le sigue el comportamiento amoroso y la conversación generosa de los cristianos hacia sus semejantes. ¿Cuánto amor tenemos? O más bien debería preguntar: ¿qué tan poco amor tenemos?

La siguiente pregunta es: ¿estamos haciendo lo que es agradable delante de Dios? No podemos esperar respuestas a la oración si no lo estamos haciendo. Háganse todos la pregunta: que cada miembro de la iglesia, especialmente, responda esa pregunta. ¿Has estado haciendo últimamente lo que te gustaría que viera Jesucristo? ¿Está tu casa ordenada de tal manera que agrade a Dios? Supón que Jesucristo visitara tu casa esta semana, inesperadamente y sin ninguna invitación: ¿qué pensaría de lo que habría de ver? "Oh" -dirá alguno- "yo sé que fulano de tal actúa muy inconsistentemente." ¡Amigo, te pido que pienses en ti! Ese es el punto. Corrígete a ti mismo. A menos que los miembros de la iglesia de Dios hagan lo que es agradable a Sus ojos, trancan la puerta para que no entre el crecimiento; impiden que las oraciones de la iglesia tengan éxito. ¿Quién desea ser el hombre que entorpezca el camino del crecimiento de la iglesia de Dios debido a la inconsistencia de su conducta? ¿Quién será culpable de algo así? Que Dios perdone a algunos de ustedes. Podríamos hablar de algunos incluso llorando, pues, ¡ay!, aunque profesan ser seguidores de Cristo, son tan inconsistentes que no son amigos sino enemigos de la cruz de Cristo.

La siguiente pregunta es: ¿permanecemos en Dios? El texto dice que si guardamos Sus mandamientos, Dios permanece en nosotros y nosotros en Él. ¿Es así? Quiero decir, durante el día ¿pensamos en Dios? ¿En nuestro negocio permanecemos todavía en Dios? Un cristiano no es alguien que corra a Dios en la mañana, y otra vez por la noche, y lo use como un abrigo y como un suplente, como acostumbra hacerlo la gente con un arco o un pórtico, al que corren para protegerse de un aguacero; sino que debemos permanecer en Dios, y vivir en Él, desde la salida del sol hasta el ocaso, haciéndolo el objeto de nuestra meditación, y caminando como delante de Él, sintiendo siempre: "Tú eres Dios que ve". ¿Qué sucede con ustedes, queridos amigos? Que la pregunta circule de banca en banca y de corazón en corazón, y de mente en mente; que cada uno responda por sí mismo.

Por último, ¿nos mueve a actuar el Espíritu de Dios, o se trata de otro espíritu? ¿Esperamos en Dios, diciendo: "Señor, que tu Espíritu me diga qué decir en este caso, y qué hacer; gobierna mi juicio, subyuga mis pasiones, mantén abatidos mis bajos impulsos, y que Tu Espíritu me guíe. Señor, sé para mí mejor que yo mismo; sé alma y vida para mí, y en el triple reino de mi espíritu, alma y cuerpo, buen Señor, sé Tú supremo Señor, para que en cada provincia de mi naturaleza Tu ley pueda ser erigida, y Tu voluntad obedecida. Si todos fuéramos de esta mente, tendríamos una iglesia poderosa; pero entre nosotros hay una multitud de toda clase de gentes, una multitud de toda clase de gentes que salió de Egipto, que cae en las concupiscencias. El mal siempre comienza con ellos. ¡Que el Señor nos salve como iglesia de perder Su presencia! La multitud de toda clase de gentes debe estar con nosotros para probarnos, pues el Señor ha dicho: "Dejad crecer juntamente lo uno y lo otro hasta la siega", y si intentamos erradicar la cizaña también estaríamos arrancando el trigo. Sin embargo, de cualquier forma, pidamos al Señor que fortalezca al trigo más que la cizaña. Una de dos cosas siempre sucede en una iglesia. Una es que el trigo ahogue a la cizaña o que la cizaña ahogue al trigo. Que Dios nos conceda que el trigo domine a la cizaña en nuestro caso. Que Dios conceda gracia a Sus siervos para que sean lo suficientemente fuertes para vencer al mal que les rodea, y, habiendo hecho todo, que sean para la alabanza de la gloria de Su gracia, que también nos ha hecho aceptos en el Amado. Que el Señor les bendiga, y esté con ustedes para siempre. Amén y Amén.

Porción de la Escritura leída antes del Sermón: 1 Juan 3; Isaías 1: 10-20.


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