Las Palabras más dulces para las heridas más profundas

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English: The Sweetest Words for the Deepest Wounds

© Desiring God

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Silvana Borghi


Cuando surgen conflictos en nuestras vidas, la Biblia muchas veces cobra vida con un nuevo significado y poder.

La Biblia nació desde el conflicto: de la esclavitud en Egipto a vagar (y murmurar) en el desierto; de vivir bajo malvados y opresivos reyes a los perores horrores de la invasión y el exilio; desde los apóstoles siendo perseguidos, encarcelados y martirizados al Hijo de Dios mismo siendo brutalmente crucificado. No deberíamos sorprendernos cuando las Escrituras se sienten más familiares cuando nuestras circunstancias se perciben más difíciles.

Dios no sólo nos da su palabra para conducirnos a través de nuestras pruebas; Él también nos da pruebas para abrir nuestros ojos a Su palabra. Cuando aparecen las contrariedades o los planes se desmoronan. cuando las relaciones se fracturan o la paz colapsa, Sus palabras se incrementan con una fuerza y dulzura inusuales. Como dice el salmista, «Cuando mis inquietudes se multiplican dentro de mí, tus consuelos deleitan mi alma» (Salmo 94:19).

Cuando nuestras heridas son profundas, el poder sanador de Dios es más profundo. Cuando nuestros problemas son amplios, Su ayuda es aún más amplia. Cuando nuestras preocupaciones son muchas, Sus consuelos lo son más.

Contenido

Las heridas más dolorosas

El salmo 94 fue escrito por y para una comunidad sufriente. El pueblo de Dios fue asaltado por los malvados, y luego vieron a sus atacantes parecer salirse con la suya.

¿Hasta cuándo los impíos, Señor,
hasta cuándo los impíos se regocijarán?
Charlan, hablan con arrogancia;
todos los que hacen iniquidad se vanaglorian.
Aplastan a tu pueblo, Señor,
y afligen a tu heredad.
Matan a la viuda y al extranjero,
y asesinan a los huérfanos. (Salmo 94:3-6)

Estas personas son el mal más allá de la previsión, viven del saqueo de viudas y el asesinato de huérfanos, pero el siguiente verso puede ser el más inquietante: Y dicen: El Señor no lo ve (usando el nombre de la alianza que Dios le dio a Israel), ni hace caso el Dios de Jacob. (Salmo 94: 7). Los soberbios, los malhechores, los asesinos, los malvados estaban entre el propio pueblo de Dios. Estos no son los envidiosos y ateos enemigos de Israel. Son parte de la familia.

Esperamos maldad del mundo. Los ataques más dolorosos son, muchas veces, los que vienen de los lugares que menos esperamos: en nuestro caso, de dentro de la casa de la fe. En lugar de una cálida conmiseración, recibimos una dura mirada escudriñadora. En lugar de unirse para apoyarnos en nuestro tiempo de necesidad, nos imponen sobre los hombros cargas más pesadas. En lugar de ayudar, nos abandonan. En lugar de perdón, nos dan amargura. En lugar de pureza y autocontrol, nos brindan vicios. En lugar de paz, traen pelea y conflicto. En lugar de paciencia, proveen ira e irritabilidad. En vez de bondad y gentileza, recibimos maltrato. En lugar de honestidad, solo vemos hipocresía. En lugar de amor, solo hostilidad.

¿Dónde nos aferramos cuando estamos cansados y heridos dentro del campo? Nos aferramos a promesas, como estas cuatro que siguen, que fueron lo suficientemente fuertes como para sostener, declarar y sustentar al pueblo de Dios mucho antes de que comenzaran nuestras pruebas.

1. Dios sabe más que nosotros.

Cuando la vida es especialmente ardua, a veces sospechamos que vemos más de lo que Dios ve. Que todo se arreglaría si pudiéramos darle nuestro informe completo, o pronunciar el dictamen nosotros mismos.

Tristemente, la autocompasión muchas veces nos convierte en tontos:

Haced caso, torpes del pueblo;
Necios, ¿cuándo entenderéis?
El que hizo el oído, ¿no oye?
El que dio forma al ojo, ¿no ve?
¿No reprenderá el que castiga[f] a las naciones,
El que enseña conocimiento al hombre.
El Señor conoce los pensamientos del hombre,
sabe que son sólo un soplo. (Salmo 94:8-11)

¿Cómo podríamos ver más que Dios cuando formó nuestras retinas, diseñó nuestras córneas y colocó nuestros iris? ¿Cómo escucharíamos más que Dios cuando Él afinó el canto de los pájaros, provocó que nuestras vocales vibraran con sentido, y plantó la maravilla de escuchar a través de pequeños agujeros en nuestras cabezas? Lo que sea que veamos, Él ve más. Lo que sea que hayamos escuchado, Él ha escuchado más. Él sabe más sobre esta situación, mucho más que nosotros.

2. Incluso nuestras peores pruebas están llenas de su amor.

La malevolencia de los malvados no sólo sirve para demostrar la justicia, la ira y el poder de Dios sino, que en su inescrutable sabiduría, también sirve para crecer, madurar, e incluso para que estemos seguros. Además, cuando el pueblo escogido de Dios atacó a los suyos, el salmo declara con audacia, «Bendito» - ¡feliz! — «Bienaventurado el hombre a quien corriges, Señor y lo instruyes en tu ley; para darle descanso en los días de aflicción, hasta que se cave una fosa para el impío. (Salmo 94: 12-13). Bienaventurado es el hombre santo que es maltratado, porque este sufrimiento lo entrenará en justicia y lo preparará para un descanso mucho más profundo.

A menudo queremos pensar en nosotros mismos como víctimas y sobrevivientes en estas situaciones, simplemente esperando que Dios caiga sobre nuestros enemigos. Pero Dios derrota y humilla a nuestros perpetradores de una manera más profunda la mayoría de las veces. Él hace que sus peores y más malvados esfuerzos sirvan a su amor por nosotros. No sólo nos da la victoria, sino que nos hace «más que vencedores» (romanos 8: 37).

Cuando Dios finalmente se encarga de los impíos, Él ha hecho volver sobre ellos su propia iniquidad y los destruirá en su maldad (Salmo 94:23), pero cuando Él viene a nosotros, «Él no nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a nuestras iniquidades» (Salmo 103:10). Si somos Suyos, bajo el manto de su Hijo, ni una pizca de nuestro dolor es un castigo. Los Proverbios dicen,

Hijo mío, no rechaces la disciplina del Señor
ni aborrezcas su reprensión,
porque el Señor a quien ama reprende,
como un padre al hijo en quien se deleita. (Proverbios 3:11-12)

Si somos sus hijos, cualquier dolor que sintamos es la bondad amorosa de nuestro Padre destinada a guiarnos hacia la rectitud, la paz y la alegría. Incluso en nuestras peores pruebas, cuando alguien a quien amamos quiere hacernos daño, Dios incesantemente controla cada momento, cada conversación, cada injusticia en el amor por nosotros y no contra nosotros.

3. Dios juzgará cada ofensa y corregirá cada mal.

No importa lo bueno y amoroso y soberano que sea Dios, los errores siguen estando mal. Su amor no hace más correcto lo que es malo. Pero Él eventualmente corregirá todo mal. Un día no lejano, Él habrá hecho volver sobre ellos su propia iniquidad y los destruirá en su maldad; el Señor, nuestro Dios, los destruirá. (Salmo 94: 23). No nos quedaremos para emitir el juicio y ejecutar la sentencia. En lugar de buscar venganza por nosotros mismos, corremos a los brazos de un juez mucho mejor: «Oh Señor, Dios de las venganzas, oh Dios de las venganzas, ¡resplandece! Levántate, Juez de la tierra; da su merecido a los soberbios».(Salmo 94:1-2).

El apóstol Pablo también conocía el puerto de la amargura, de alimentar la ira y buscar venganza. «Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor». (Romanos 12:19). Dios pagará por completo cada ofensa cometida contra ti. Si Él no lanza a sus perpetradores al infierno, él ha enviado a su Hijo a la Cruz por ellos. Él ha estado dispuesto a morir para pagar cualquier daño en su contra. Si dudamos de la justicia de Dios cuando hemos sido ofendidos, decimos que el mismo infierno o la Cruz de Cristo son menos que suficientes.

Por lo tanto, como aquellos por quienes Cristo murió, no maldeciremos (Romanos 12: 14). No seremos altivos (Romanos 12: 16). Nos esforzaremos por estar en paz (Romanos 12: 18). Incluso cuidaremos de los que nos dañan (Romanos 12: 20). Venceremos el mal con el bien (Romanos 12: 21). Confiaremos en que Dios corrija todo lo que se ha hecho mal contra nosotros.

4. Incluso cuando queremos rendirnos, Dios no lo hará.

Cuando estemos bajo ataque, especialmente de otros que se adjudican el nombre de Cristo, podemos querer rendirnos y alejarnos. Siempre será más fácil optar por salir del conflicto, salir de la reconciliación minuciosa, salir de la muerte por el bien de los demás (especialmente de los que nos han herido). Todos nos cansamos en las relaciones. Pero Dios nunca se cansa de amarnos, y nunca considera alejarse.

El salmista dice: «Porque el Señor no abandonará a su pueblo, ni desamparará a su heredad. Porque el juicio volverá a ser justo, y todos los rectos de corazón lo seguirán». (Salmo 94:14-15). No renunciará de ti. No te abandonará. La justicia está en camino. Confía en Él y síguelo a las llamas que tienes delante. Él no dejará de amarte y no te dejará quemar.

El Señor del universo, que plantó el oído y dio forma a tu ojo, que da a toda la humanidad vida y aliento y todo lo demás, que puede hacer todas las cosas y cuyo propósito nunca puede ser frustrado, ese Dios te dice,

«Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán; cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará. Porque yo soy el Señor tu Dios, el Santo de Israel, tu Salvador» (Isaías 43:2-3)

Puedes sentirte débil, frágil, inestable por ahora, pero Dios va a ser fuerte por ti. Podrás decir: «Si digo: Mi pie ha resbalado, tu misericordia, oh Señor, me sostendrá». (Salmo 94:18). Cuando llegue el conflicto y tu alma se te haga pesada y la angustia sea enorme, no dejes que tu Biblia se cierre. Espera que las palabras de Dios te sostengan como ninguna otra cosa podría hacerlo.


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