Las mamás pueden hacer discípulos
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Desiring God Staff sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Adriana Blasi
Después que tuve mi primer hijo, y aún más después del segundo, me preguntaba si mi ministerio había acabado hasta que ellos fueran más grandes. Me preguntaba cómo podría encontrar espacio para otra tarea en mi lista de obligaciones, cuando no podía incluso encontrar el momento para comer adecuadamente, a menos que mi marido estuviese en casa.
Entonces leí sobre Ana Judson quien, a principios de los años 1800, dio su vida para alcanzar a la gente de Birmania. A lo largo de tres embarazados, muchas veces con un bebé atado a su espalda, ella se abocó al ministerio del evangelio, trabajos de traducción y el discipulado de nuevos creyentes. Aún siendo una madre joven, el ministerio no era negociable, porque su Salvador le encomendó «hacer discípulos en todas las naciones» (Mateo 28:19).
Ella no era la mujer maravilla, ella era una vasija de arcilla como el resto de nosotros. Pero porque amaba a Cristo, sus mandamientos no era un peso, y todo en su vida se avenía a sus prioridades. Quizás cómo hacer discípulos fue modificando a través de su maternidad, pero las demandas de la maternidad no podían obstaculizar su obediencia a Cristo.
En lugar de limitar cómo hacer discípulos en momentos o a espacios específicos, podríamos encontrar espacios como madres para ver el discipulado como intencional. Relaciones llenas de la Biblia, en cualquier lugar, con las personas que se nos presentan. Hacer discípulos no se limita a un lugar o programa en especial, está ligado a la relación. Es el «pacto de vida de las mujeres redimidas» (El ministerio en la iglesia local, 128) como enseñan y modelan la vida en Cristo (Tito 2:3-5).
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Hacer discípulos de la familia
En obediencia a la Gran Comisión, podemos comenzar intentando hacer discípulos de aquellos más cercanos a nosotros: nuestra familia. Podemos tener padres o hermanos que nos son creyentes, o quizás un esposo no creyente –o quizás crean, pero podemos continuar amándolos y alentándolos a crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo. Y aún cuando todos en la familiar confiesen su fe en Cristo, no obstante, nuestros hijos no nacen creyentes, y ellos por si solos no buscan a Dios. (Romanos 3:10-11).
Puesto que ejercemos una influencia significativa como madres, nuestros hijos serán discipulados por nosotras, ya sea en Cristo o según los ídolos de nuestra preferencia. Los discipularemos en Jesús, «la fuente de agua viva», o a dioses falsos, «cisternas rotas que no pueden contener agua» (Jeremías 2:13). Dios nos ha confiado cada uno de nuestros hijos, ya sea biológicos o por adopción, ya sea uno o muchos, para que los discipulemos, haciendo que crezcan «en la disciplina e instrucción del Señor» (Efesios 6:4). Les enseñamos diligentemente en un ritmo normal, incluso mundano, de la vida (Deuteronomio 6:7), y también les mostramos cómo es seguir a Jesús en la vida, incluso cuando nos arrepentimos.
Hacer discípulos no termina cuando nuestros niños y familiares creen en Jesús. Mientras vivamos, o regrese Jesús, oramos y trabajamos para el crecimiento de ellos, y perseveramos hasta el fin.
Hacer discípulos de la familia de la iglesia
Cada madre creyente es parte del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). La maternidad no nos amputa a nosotras de su cuerpo, para ser injertadas nuevamente una vez que los niños ya no duermen siestas o se han graduado en su adultez. Como madres, aún somos madres del cuerpo y contribuimos a su crecimiento y salud, de la misma manera que el trabajo ministerial (Efesios 4:11-16).
Discipular unos a otros hacia la semejanza de Cristo, no sucede solo cuando la iglesia se reúne. Enseñamos unos a otros a observar todo lo que Cristo ha encomendado (Mateo 28:20), aún cuando la iglesia se dispersa, ya sea que comamos o bebamos o hagamos cualquier otra cosa (1 Corintios 10:31). Para alguno de nosotros, invitar a otro a participar de nuestro vida diaria, puede ser una de las cosas más desafiantes para hacer discípulos. Discipular los domingos a la mañana desde las ocho a las diez en la cafetería local es un territorio bastante seguro. Invitar a otros a las zonas menos estructuradas de nuestras vidas, especialmente en nuestras casas, puede sentirse intimidante. Pero Dios abre nuestros corazones a la vulnerabilidad y la disponibilidad.
Para madres con niños con necesidades especiales, la idea de otra relación a la que hacer malabares, puede resultar abrumadora, pero puedes comenzar de a poco. Invita a otra mujer regularmente a pasar tiempo contigo y tus hijos. Permite que las Escrituras aplicadas a la vida diaria sea tu «currículo». Charlen entre ustedes mientras doblan la ropa limpia. Oren juntas y confraternicen durante las comidas, incluso si sus hijos están untando comida en su cabello. Compartan con toda la profundidad que puedan decir, «lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto en mí — pongan en práctica» (Filipenses 4:9).
Cuando mis dos niños tenían menos de tres años, gozaba del beneficio de la compañía de una hermana de la iglesia. Ella me ayudó a reírme más cuando sopresivamente nuestro hogar estaba prolijo y limpio, que cuando «las cosas de los chicos» estaban esparcidas por el piso. Ella bendijo a mis hijos con su energía fresca y su habilidad como ingeniera de Lego. Y cunado los niños se acostaban a dormir por la noche, nosotras estudiábamos Hebreos y orábamos juntas. Ella fue discipulada y aconsejada. Y yo también llegué a ser discipulada y aconsejada.. Su amistad fue un salvavidas en esa época de maternidad, y Dios usó nuestra relación para hacernos discípulos.
Hacer discípulos de los vecinos
Cuando las madres son propensas a buscar «sus propios intereses», o los intereses de sus hogares y familias, Cristo nos da una alternativa mejor al buscar su interés (Filipenses 2:21) y el de otros (Filipenses 2:4), incluyendo a otros por fuera de nuestro hogar. Pero otra manera en que nos llama es a amar a Dios y a nuestro prójimo (Lucas 10:27).
«Y, ¿quién es mi vecino?» (Lucas 10:29). Jesús no nos contesta mediante un código postal, o con el nombre de las personas que querríamos naturalmente tener cerca. Por el contrario, contesta con una parábola de un hombre quien «cayó en manos de ladrones» (Lucas 10:30). Este hombre compartió el camino con un sacerdote y un levita, quienes lo vieron prácticamente muerto, pero que valoraron el interés personal por sobre la vida de esta persona (Lucas:31-32). De no haber sido por la misericordia de un samaritano que estaba de paso, él podría haber muerto (Lucas 10:33-37).
Como madres, compartimos un camino, por así decirlo, con muchas personas diferente en nuestra comunidad. Podríamos ver a un vecino mientras salimos corriendo a buscar el correo, un cajero de la tienda podría comenzar una conversación con nosotros, electricistas o fontaneros podrían pasar por nuestras casas, podríamos conocer a otros cuidadores en el parque o podríamos compartir un cubículo con un compañero de trabajo. Podemos tejer una relación deliberada en la vida diaria, o como el samaritano, podemos hace clic en pausar para demostrar misericordia a la manera de Cristo. Si tenemos niños pequeños, podemos invitar a otros a caminar con nosotros, hacer recados con nosotros o acompañarnos dondequiera que vayamos. Ya sea que tengamos un minuto o veinte para dar, podemos darle la bienvenida al vecino, no como una interrupción, sino como una oportunidad.
La formación de discípulos ocurre en la intersección entre el amor a Dios y al prójimo. Madres, la proximidad de nuestros vecinos no es un error, dado que Dios es quien ha determinado «prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros» (Hechos 17: 26-27). ¿Cómo podemos saber si el vecino no fue puesto allí en nuestro camino, para encontrar a Dios a través nuestro?
Haz discípulos de los extranjeros
No estamos limitados a las relaciones que están frente a nosotros. También podemos buscar de hace discípulos más allá de nuestro ámbito, entre las personas que son desconocidas para nosotros. Algunas madres podrían comenzar a mirar más allá, aún cuando sus hijos son pequeños. Dios podría llamar a algunos de nosotros a adoptar y acoger. Podría llamar a algunos de nosotras para ir más allá de nuestros límites culturales e idiomáticos, y alcanzar a otras personas. Podría llamar a algunas de nosotras para que ingresemos en el mundo de los prisioneros, los refugiados, o los adictos en recuperación, para hace discípulos de todos ellos también.
Algunas podríamos buscar a las personas ancianas en nuestra comunidad, y acercarnos amistosamente a una o a varias de ellas. Algunas podríamos abrir una hogar para estudiantes universitarios. Incluso las madres con niños pequeños pueden romper la rutina y trasplantar su cena a la mesa de otra persona, o hacer que sus hijos duerman la siesta en otra casa para poder leer juntas las Escrituras. Podemos orar por el nombre de aquellos que son alcanzados y discipulados por otros. Y nuestros esposos y las familias de la iglesia, también pueden ayudarnos a forjar un tiempo del ministerio por fuera de nuestras rutinas. Cada madre es diferente, por lo que no podemos comparar horarios, capacidades o llamamientos individuales, pero todas podemos preguntarle a Dios dónde más podríamos buscar relaciones enfocadas en el Evangelio.
Si nos regimos por el amor propio, entonces hacer discípulos no será una prioridad, no importa cuántas ideas nos ofrezcan. Pero si nos controla el amor de Cristo (2 Corintios 5), amaremos aún aquellos para quienes no tenemos obligaciones o afinidades, y nos convertiremos en siervos para ganar a más personas a Cristo (1 Corintios 9.19).: Diremos en oración: «Señor Jesús, no hay nada que quisiera más en mi vida que aquello por el cual derramaste tu sangre».
Las mamás que hacen discípulos
Nuestros hijos crecerán rápidamente, y eventualmente, las demandas diarias de la maternidad disminuirán. Pero el encargo de Cristo de hacer discípulos no cambia. Hoy es el día de salvación (2 Corintios 6:2). Hoy es el día para exhortarnos unos a otros (Hebreos 3:13).
Ann Judson sirvió toda su vida en hacer discípulos, porque estaba convencida de que «esta vida es solo temporal, una preparación para la eternidad» (My Heart in His Hands, Ann Judson of Burma, 203). Madres, no tenemos más que un soplo de vida. Las pruebas de la maternidad son fugaces, pero las almas que nos rodean son eternas.
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