Los Ministerios de Gracia necesitan de la Gracia
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Ministerio
Traducción por María Gigliola Montealegre-Chaves
Yo era un hombre muy iracundo. El problema era que no sabía que yo era un hombre iracundo. Mi esposa, Luella, sabía que yo era iracundo. Mis hijos sabían que yo era iracundo. Pero yo no lo sabía. Luella fue muy fiel en presentar esa ira ante mí con las consecuentes faltas de amor hacia mi familia. Ella lo hacía con frecuencia y mucha gracia. Pero yo no quise escuchar. Una y otra vez me envolvía a mi mismo en mantos de virtud y le decía a ella el gran esposo que era yo. Le dije que iba a rezar por su problema de descontento. (¡Eso la ayudó!) Yo era un hombre en plena destrucción de mi matrimonio, mi familia y mi ministerio, y no lo sabía.
Es vergonzoso admitirlo, pero en una ocasión cuando Luella me estaba confrontando yo pronuncié estas humildes y profundas palabras: "Al noventa y cinco por ciento de las mujeres de nuestra iglesia les encantaría estar casadas con un hombre como yo". (¡Luella con mucha presteza me informó que ella formaba parte del 5 por ciento!). Yo estaba convencido de que nadie más que yo tenía una idea exacta de mi mismo. Y en mi ceguera también fallé en ver y temer el desastre hacia el que me dirigía.
De camino a casa, luego de un fin de semana de capacitación para el ministerio, mi hermano Tedd me sugirió que deberíamos llevar a la práctica en nuestras vidas personales las cosas que aprendimos. Luego, él comenzó a preguntarme sobre mi matrimonio. Conforme preguntaba, era como si Dios arrancara las cortinas y por primera vez en muchos años me vi y me escuché a mí mismo con precisión. Alabado sea Dios por la especificidad del ministerio de condenación del Espíritu Santo. A medida que se abrían mis ojos, no podía creer lo que había dicho y hecho. Estaba destrozado y afligido. Para mi fue difícil creer que el hombre al que estaba mirando era yo. No veía la hora de llegar a casa.
Cuando esa noche entré en la casa, Luella notó que algo estaba pasando debido a mi seriedad. Le pregunté si podíamos hablar. Después de sentarnos le dije: "Sé que durante años has intentado hablarme sobre mi ira y mi falta de amor hacia ti y los niños, y que no he estado dispuesto a escucharte. Esta noche puedo decirte con toda honestidad que estoy dispuesto a escuchar. Quiero escuchar". Nunca olvidaré lo que sucedió después. Luella empezó a llorar, me dijo que me amaba y después habló durante dos horas. En esas dos horas Dios inició el proceso de destruir y reconstruir radicalmente mi corazón. El tipo de trabajo que sólo Su gracia puede realizar. La palabra clave es proceso. No me golpeó un rayo divino, pero yo era ahora un hombre con los ojos y oídos abiertos, y el corazón dispuesto.
Las semanas siguientes fueron extremadamente dolorosas a medida que veía la ira en todas partes. Pero experimenté el dolor transformador de la gracia. Dios estaba provocando que esa ira me resultará tan repulsiva que nunca más deseara estar de nuevo ahí. Por la gracia de Dios se ha ido esa ira que dominaba mi vida. Claro, soy capaz de vivir momentos de irritación, pero la gracia eliminó de mi corazón el poder de esa antigua ira.
He contado mi historia en las reuniones de pastores en todo el mundo. Siempre que la cuento me abordan hermanos pastores que me confiesan que ellos comparten la misma lucha. Cuento aquí mi historia ya que ésta recopila los temas que conformarán el contenido de mis columnas semanales.
1. La realidad de la ceguera espiritual en la vida del pastor. Si el pecado ciega, y de hecho lo hace, entonces mientras el pecado permanezca en el corazón del pastor habrá lapsos de ceguera espiritual. Y tal como lo he escrito en otras ocasiones, lo más alarmante de las personas que son ciegas espiritualmente es que no ven su ceguera. Lo que significa que el pastor necesita en su vida de los "instrumentos de la visión" al igual que las personas a las cuales él ministra (ver Heb. 3:12-13).
2. El hecho de que un pastor es un hombre en medio de su propia santificación. Definitivamente, ser pastor no significa que seas un licenciado en gracia. ¿Qué tan en serio nos tomamos la continua necesidad de un mayor crecimiento y cambio en los corazones y las vidas de aquellos de nosotros que lideramos o de aquellos que nos lideran? Es imposible para un pastor enseñar o predicar sobre algo que él mismo no necesita con desesperación.
3. La necesidad del pastor para el ministerio del cuerpo de Cristo. ¿Cómo es que hemos construido en muchas iglesias una cultura en donde el pastor vive por encima o fuera del cuerpo de Cristo? Piénselo: si Cristo es la cabeza de su cuerpo, entonces todo lo demás es sólo cuerpo. Ya que el pastor es un miembro del cuerpo de Cristo, necesita plenamente de lo que el cuerpo fue diseñado para hacer y producir (ver Ef. 4:1-16).
4. Las tentaciones propias del ministerio. Existe un conjunto específico de ídolos engañosos y seductores que acompañan al ministerio pastoral. En el ministerio es muy fácil confundir la edificación del reino del yo con la construcción del reino de Dios, ya que en el pastorado ¡construyes ambos reinos con la práctica del ministerio!
5. La búsqueda incesante de la gracia en la vida del pastor. La seguridad personal y ministerial de un pastor no descansa en su conocimiento, experiencia o habilidad. No, su lugar de descanso y esperanza es exactamente el mismo de aquellos a quienes él ministra: la gracia salvadora y transformadora de Jesucristo. Esa gracia nunca dejará de seguirlo y lo rescatará de si mismo una y otra vez, incluso en momentos en que él ni se imagina que necesita ser rescatado. Con una honestidad bien analizada, la esperanza eterna y escrito de un pastor para los pastores, es que por esa gracia esta columna semanal está escrita para celebrar.
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