Miedo: nuestro peligro claro y presente
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por Ilduara Escobedo
El miedo es una batalla diaria que todos en el ministerio están llamados a pelear. Debido a que todos tendemos a sufrir amnesia de Dios, porque vivimos en un mundo caído y no escribimos nuestras propias historias, ser gobernado por el miedo siempre es un peligro claro y presente. Hay momentos en que todos somos capturados. Cuando todos nos desviamos. Cuando el miedo da forma más poderosa al ministerio que a la fe. Cuando el temor es más poderoso que la confianza. Cuando estamos abrumados por nuestras debilidades o agobiados por las circunstancias. Cuando el miedo nos hace demasiado controladores. Cuando el miedo nos silencia en un momento en que necesitamos hablar y nos hace hablar cuando deberíamos estar en silencio.
Entonces, es vital para todos nosotros preguntarnos: "¿qué deberíamos hacer con respecto al miedo?" Déjame sugerirte cuatro cosas.
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1. Humildemente admite tus miedos.
El miedo nunca se vence al negar su existencia. Sé que es difícil para alguien llamado a guiar a otros en la fe a admitir que a veces haces cosas como resultado directo de la falta de fe. Admite tu miedo y corre hacia el único que puede vencerlo. Confiesa que no siempre recuerdas su presencia y gloria. Confiesa esos lugares donde evalúas situaciones como si no existiera. Reconoce el hecho de que a menudo amas tu comodidad más de lo que amas su gloria. Confiesa que a veces te asombra más la gente que él. Y mientras confiesas, descansa en la seguridad de su aceptación, perdón, empoderamiento y liberación. Su gracia garantiza un día en que el miedo ya no existirá.
2. Confiesa en esos lugares donde el miedo ha producido malas decisiones y respuestas incorrectas.
Admite esos lugares de duplicidad, favoritismo y compromiso que resultaron de reemplazar el temor vertical con el miedo horizontal. Confiesa donde no has vivido el evangelio con valor. Confiesa a las personas que, por miedo, pecaste en su contra por el silencio, el chisme, el control, la deslealtad y la idolatría. Pídele a Dios que te dé ojos para ver los lugares donde eres susceptible al miedo y necesitas crecer en la fe.
3. Presta atención a tu meditación.
Tantas cargas difíciles pueden capturar tu mente en el ministerio de la iglesia local. Hay tantas cosas de las que podrías preocuparte. Hay tantas relaciones desordenadas, conversaciones inconclusas, agendas incompletas y conclusiones desconocidas. En formas intensamente prácticas, siempre estás viviendo entre lo que ya sucedió y lo que todavía no ha sucedido. Por lo tanto, es vital en el ministerio estar siempre al tanto de lo que captura tu meditación. ¿Qué capta tu atención cuando conduces o cuando pasas unos momentos tranquilos? ¿Vives el paradigma de Abraham, sin negar la existencia de los problemas, sino prohibiendo que los problemas dominen y controlen tu meditación? ¿Tan grande es Dios en tus pensamientos que te fortaleces en la fe, incluso en medio de lo que es inesperado y difícil?
4. Predica el evangelio a ti mismo.
Debido a que habrá muchas veces en que nadie sepa lo que estás pensando, debes comprometerte a predicar el evangelio a ti mismo. Necesitas predicar un evangelio que encuentre su esperanza, no en tu comprensión y habilidad, sino en un Dios que es grandioso y glorioso en todos los sentidos y que ha invadido tu vida y ministerio por su gracia. Necesitas predicar un evangelio a ti mismo que no encuentre su descanso en que lo hagas bien, sino en la justicia de Jesucristo. Necesitas predicar un evangelio a ti mismo que no obtenga su motivación del éxito humano, el respeto y la aclamación, sino de la gracia abundante que nunca podrías haber ganado. Date cuenta una y otra vez que no hay un pozo de vida o ministerio tan profundo que Jesús no sea más profundo. Necesitas llamarte a ti mismo para descansar y tener fe cuando nadie más sabe que se necesita un sermón privado.
Que la gracia te dé un ministerio formado por la fe viva y no por el largo catálogo de miedos que nos saludan a cada uno de nosotros en este lado de nuestro hogar final.
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