Misericordia al final

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English: Mercy at the Bottom

© Desiring God

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Por Steven Lee sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Paula De Monte

Cómo Jonás nos guía a ponernos de rodillas

Jonás es un estudio de caso fascinante de la misericordia de Dios. Es un hombre inútil y corrupto a quien le molesta la misericordia de Dios. Jonás preferiría ver a sus enemigos destruidos y aniquilados antes que perdonados.

Sin embargo, en medio de la historia de este hombre perverso, está su oración en el segundo capítulo. La oración nos da una idea de la lucha interna de Jonás y desempeña un gran papel en el desarrollo de la historia. También nos dice mucho acerca del Dios al que oramos. Tal vez se haya encontrado con la oración en una lectura anterior del libro, pero vayamos más despacio para ver qué podemos aprender de su pedido de ayuda desde el vientre del gran pez.

La oración más reacia

Imaginemos un franelógrafo. Dios envía su profeta a un pueblo malvado para proclamar el juicio de Dios. Jonás, en lugar de ir a Nínive, huye de Dios navegando en la dirección opuesta. Jonás, el instrumento escogido de Dios, es un recipiente con fugas. A pesar de lo inútil de su accionar, busca “huir lejos de la presencia del Señor” (Jonás 1:3). Claramente, no quiere ir a Nínive, pero aún no se nos dice por qué.

Se desata una tormenta en alta mar, y los marineros arrojan a Jonás al mar de mala gana. Estos navegantes paganos claman a Dios para pedirle misericordia, pero durante toda la tormenta, Jonás no abre la boca. No pronuncia ni una sola palabra. Al parecer, Jonás preferiría morir a ser un instrumento de la misericordia de Dios (para otros o incluso para él). Aprendemos rápidamente que Jonás no es el héroe de la historia, y sinceramente, es un tipo malvado. Sin embargo, como veremos, las deficiencias en la personalidad de Jonás son buena compañía. Y podemos hallar consuelo en el hecho de que Dios de todos modos escuchó la oración de Jonás, el clamor desesperado de un profeta caprichoso.

En el capítulo 2 se registra la oración de Jonás desde el vientre del pez. Si hay algún pedido de ayuda en el encierro registrado en la Biblia, es este. Mientras Jonás respira con dificultad, cubierto de oscuridad y a las puertas de la muerte, finalmente se las arregla para emitir un pedido de auxilio.

Lo que estaba claro en la oscuridad

¿Hay algo que podemos extraer de la oración de Jonás? Permítanme mostrarles tres temas y luego regresar a cómo podríamos ser personalmente animados en nuestras propias vidas de oración.

DIOS AÚN ESCUCHA

En primer lugar, Jonás entra en razón y ora a Dios. Imagino que se le escapó un grito de ayuda mientras era levantado en el aire y caía en picada en el oscuro mar. Tal vez solo fue un grito extraño, o un pensamiento de “sálvame, Señor”, pero eso fue todo lo que necesitó.

Jonás se despierta con el aroma embriagador de restos de peces podridos, pensando que el infierno se parece a una pescadería. Pero luego recupera los sentidos y se da cuenta de que está vivo en el vientre de un pez. En esta situación extrema y desesperada, Jonás ora: “En mi angustia clamé al Señor, y Él me respondió. Desde el seno del Seol pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz” (Jonás 2:2). A pesar de su desobediencia y su terquedad, clama al Creador del cielo y la tierra. A pesar de su intento de huir de Dios, ahora se vuelve a él en busca de ayuda y liberación. Dios siempre está dispuesto a recibir los clamores desesperados de sus hijos.

DIOS AÚN REINA

Jonás reconoce que Dios tiene el control. No dice: “¡No puedo creer que esos marineros asquerosos me arrojaron al mar!”. En cambio, ve la mano soberana de Dios obrando aun en medio de su situación precaria. Confiesa: “Pues me habías echado a lo profundo… todas tus encrespadas olas y tus ondas pasaron sobre mí” (Jonás 2:3). Las situaciones desesperadas no son el resultado de que Dios se queda dormido al volante. Jonás reconoce que Dios tiene el control, y nos recuerda que podemos confiar en él aun en circunstancias extremas. Dios sigue siendo soberano cuando nuestra seguridad se ve comprometida.

DIOS AÚN RESPONDE

Por último, Jonás llega a la conclusión de que Dios lo salvó con un propósito. Jonás está incapacitado, pero claramente aún no ha muerto, por eso llega a la conclusión de que Dios lo salvó por algún propósito divino.

Esta es su oración: “Volveré a mirar hacia tu santo templo… Tú sacaste de la fosa mi vida… Mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo templo” (Jonás 2:4,6,7). Dios no cumplió el deseo de muerte de Jonás (Jonás 1:12). Se le perdonó la vida para que volviera a adorar a Dios en su santo templo. Jonás llega a la conclusión correcta de que su liberación tiene algún propósito, e incluso comienza a declarar la grandeza de Dios desde el vientre del pez: “La salvación es del Señor” (Jonás 2:9).

El tipo de dolor más feo

Sabemos cómo termina la historia. La oración de Jonás es oída y respondida, y finalmente llega a la orilla. Jonás se ablanda, va a Nínive, predica y las personas prestan atención a su mensaje y se arrepienten, pero luego llega la sorpresa.

Jonás no se alegra por el arrepentimiento del pueblo, sino que se enoja (Jonás 4:1). Descubrimos que no le preocupaba que los ninivitas no escucharan al mensajero o que lo mataran. En cambio, le preocupaba que los ninivitas se arrepintieran. Sabía que Dios sería compasivo y misericordioso; y ahora que Dios los ha perdonado, él se entristece.

La personalidad de Dios se yuxtapone de manera sensacional con la muestra más patética de capricho profético en las Escrituras:

“Y [Jonás] oró al Señor, y dijo: ‘¡Ah Señor! ¿No era esto lo que yo decía cuando aún estaba en mi tierra? Por eso me anticipé a huir a Tarsis, porque sabía yo que tú eres un Dios clemente y compasivo lento para la ira y rico en misericordia, y que te arrepientes del mal con que amenazas. Y ahora, oh Señor, te ruego que me quites la vida, porque mejor me es la muerte que la vida’” (Jonás 4:2–3).

Con todos sus pecados, al menos Jonás es constante. Preferiría morir a predicar, preferiría morir a orar en la tormenta, y ahora preferiría morir a ver a sus enemigos perdonados. Sin embargo, Jonás no estaba del todo equivocado. No se equivocaba con respecto a Dios. Sabía que Dios sería compasivo y misericordioso, dispuesto a arrepentirse del desastre. El problema era que Jonás no tenía el mismo corazón de Dios. Estaba ansioso de castigo, venganza y juicio. Quería ver al pueblo de Nínive sufrir por haber oprimido a Israel.

¿Se convirtió Jonás alguna vez en un profeta fiel? ¿Alguna vez vivió de acuerdo con su tarea y su misión? ¿Alguna vez se remendó el recipiente con fugas? Me gustaría pensar que sí, pero el autor deja de lado los finales ordenados. Se nos deja que nos hagamos nuestra propia pregunta: ¿Somos como Jonás o somos como Dios?

Dos lecciones para las rodillas

Entonces, ¿cómo podría la oración de Jonás dar forma e inspirar a nuestras oraciones hoy? ¿Qué podríamos aprender de sus clamores desde las profundidades del mar peligroso?

Vea la implacable bondad de Dios.

En primer lugar, aprendemos que Dios sigue escuchando. La realidad es tan simple que podríamos tener la tentación de pasarla por alto. Aun si cometió un pecado atroz, como huir del Dios viviente, él no ha cerrado su oído de manera contundente. El intercomunicador con el cielo no se ha apagado. Inmediatamente después de pecar contra él, podríamos imaginar a Dios exasperado e hirviendo de enojo. Lo imaginamos respondiendo como lo haríamos nosotros.

Sin embargo, Jonás revela que Dios sigue esperando recibir nuestros ruegos desesperados y abatidos, aun de los que somos más desobedientes. Está dispuesto a recibir nuestras humildes y quebradas oraciones que piden ayuda. Como indica Romanos 2:4, la bondad de Dios nos guía al arrepentimiento. Dios muestra su misericordia y su perdón a Jonás y al pueblo de Nínive.

Aun si somos pecadores viles, sucios y malvados, podemos acudir a Jesús con confianza con nuestra primera o milésima solicitud de perdón, si nos humillamos y corremos hacia él, en lugar de ocultarnos y huir de él.

Resista el impulso de correr y ocultarse.

En segundo lugar, en cualquier lugar que se encuentre y cualquier tipo de obediencia que esté resistiendo actualmente, acuda a Dios en oración. Sea constante en la oración, con la certeza de que Dios es aún más constante en misericordia.

Entre todas las personas que no deberían haber esperado respuesta a sus oraciones, estaba Jonás. Él se rebeló abiertamente contra Dios. Cuando Dios lo llamó, salió corriendo en la dirección opuesta. Subió de un salto a bordo de un barco y trató de huir del Soberano de los mares. Aunque azotó la tormenta, se negó a orar por liberación. Prefería ahogarse antes que arrepentirse. Sin embargo, en ese lecho de muerte en el fondo del mar, entra en razón y eleva su clamor; y ¡qué maravilla!, Dios escucha y responde.

Si estamos en una etapa de rebeldía como la de Jonás, nosotros también podemos orar. Incluso si hemos pasado décadas huyendo de Dios, ocultándonos de su presencia y resistiendo su llamado, estamos invitados a venir a él, dejar de nado nuestra rebelión y sumergirnos no en el juicio, sino en el amor. Dios desea derramar misericordia sobre usted, y luego a través de usted a otros pecadores, para que ellos también puedan arrepentirse y ser liberados.

Dios no es como nosotros. Somos rápidos para enojarnos, lentos para perdonar, nos frustramos fácilmente y somos propensos a guardar rencor, pero Dios no es como nosotros. Jonás nos enseña que Dios es más misericordioso, paciente y perdonador de lo que podamos imaginar. La buena nueva del evangelio es mucho mejor de lo que esperamos. A través de Cristo, el mejor Jonás, clamamos a Dios, con la confianza de que él derramará misericordia a las personas malvadas y perversas que se presentan con las manos vacías, y con la confianza de que su misericordia puede cambiar nuestros corazones para que sean como el de él.


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