Morir por la Gloria de Cristo
De Libros y Sermones BÃblicos
Por John Piper
sobre Muerte & Morir
Una parte de la serie Taste & See
Traducción por Valerie Nielsen
El propósito principal de Dios para nuestra existencia es reflejar la gloria de Jesucristo. Dios nos dio la vida para que con nuestros cuerpos y mentes y corazones pudiésemos atraer la atención hacia Jesús y hacerle ver tan grande como es en realidad. Este propósito de nuestra existencia no cambia con la muerte. Es el propósito de nuestra muerte y el propósito de nuestra vida después de la muerte.
Para el cristiano, la vida eterna ya ha comenzado y no va a ser interrumpida por la muerte o el juicio. Jesús enseñó esto cuando dijo, “En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24, LBLA). Ya, por la fe en Cristo, nuestro juicio ha pasado y nuestra muerte ha pasado. La muerte ya no es la muerte para los que están en Cristo. La esencia de lo que la hacía muerte ha cambiado.
¿Qué ha cambiado? “El aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado es la ley; pero a Dios gracias, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:56-57, LBLA). Cristo cumplió la ley perfectamente. “Y respondiendo Jesús, le dijo: Permítelo ahora; porque es conveniente que cumplamos así toda justicia” (Mateo 3:15, LBLA). Él también tomó sobre sí la maldición que la ley puso sobre nosotros a causa de nuestros pecados. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros” (Gálatas 3:13, LBLA). Por lo tanto, en Cristo, la justicia que la ley exigió de mí es provista para mí, y la maldición que la ley pronunció sobre mí se quitó de mí.
Por tanto, el aguijón de la muerte se fué. La muerte ya no es el terror que era antes. La muerte es ahora una transición desde la vida a una vida mejor, de la fe a ver, del gemir a la gloria, del buen compañerismo con Jesús a mejor comunión con Jesús, de mezclas de dolor y placer a todo placer, de las luchas con el pecado a los afectos perfectos por Jesús. Hemos pasado de la muerte a la vida.
Por tanto, la manera en que mostramos que Jesús es grande en nuestra muerte es atesorar estas cosas cuando morimos. Es decir, las atesoramos más que lo que dejamos atrás. Así es como cumplimos el propósito dado por Dios de nuestra muerte como los que no pueden morir. El propósito de esta muerte sin muerte es glorificar a Cristo. La muerte es la manera asignada por Dios para que en este mundo caído Cristo obtenga su última alabanza de nosotros en la tierra antes que entremos en alabanza sin fin.
Pablo dice que lo hacemos contando la muerte como ganancia: “Es mi anhelo y esperanza de que... Cristo será exaltado en mi cuerpo... por muerte. Pues para mí... el morir es ganancia.” Cristo es magnificado en nuestro morir cuando atesoramos tanto a Cristo que morir se percibe como ganancia.
La muerte es un tiempo para glorificar a Dios. Dios lo designó para tal propósito en sus santos. Otro ejemplo es la muerte de Pedro. Jesús habló con él acerca de su muerte, “cuando eras más joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá, y te llevará adonde no quieras” (Juan 21:18, LBLA). Entonces Juan interpretó estas palabras para nosotros en su evangelio, “Esto [Jesús] dijo, dando a entender la clase de muerte con que Pedro 'glorificaría a Dios'” (Juan 21:19, LBLA). Todos tenemos nuestra hora y manera de morir asignadas. Esta es nuestra última forma en la tierra de exaltar el valor supremo de Jesús en nuestras vidas. Esta es la última vez en la tierra para glorificar a Dios. Sucede estimando todo en la tierra como pérdida (Filipenses 3:8) y estimando el ver y disfrutar de Cristo en el cielo como ganancia.
Los que se queden atrás sentirán profundamente la pérdida aquí. Hay lágrimas incalculables. Esto es bueno. Testifica del gran valor del regalo disfrutado. Pero incluso aquí, a través de todas las lágrimas, hay una manera de magnificar a Cristo. Job nos mostró cómo hacerlo. Cuando llegó la noticia de que todos sus diez hijos habían muerto, dice, “Job se levantó, rasgó su manto, se rasuró la cabeza, y postrándose en tierra, adoró, y dijo: ‘Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El SEÑOR dio y el SEÑOR quitó; bendito sea el nombre del SEÑOR’” (Job 1:20-21, LBLA). Él lloró y adoró.
Oremos fervientemente unos por otros, que Cristo sería tan real para nosotros que vivamos y muramos de manera que muestre su supremo valor para nosotros. “Yo estimo como pérdida todas las cosas en vista del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8, LBLA). Esta es la gran batalla de la vida: atesorar a Jesús de esa forma. Por favor, oren por mí. Oro por ustedes: ¡Oh, Señor, sácianos por la mañana con tu misericordia para que podamos vivir y morir para que te veas tan grande como eres!
Pastor John
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