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English: Don’t Believe in Yourself

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Por Marshall Segal sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Natalia Micaela Moreno


El Orgullo Sutil que Yace Dentro

Una de las características más peligrosas del orgullo es que se escabulle en los lugares de nuestro corazón donde solían vivir otros pecados. Comenzamos a conquistar alguna actitud o hábito pecaminoso con la ayuda de Dios, y de pronto nos maravillamos de nuestra propia fuerza, o resolución, o pureza, como si de alguna manera lo hubiéramos logrado por cuenta propia. C.S. Lewis escribió: “Al demonio le encanta 'curar' una falta pequeña dándonos una grande” (Mera Cristiandad, p. 127). La confianza que sentimos en nosotros mismos luego de derrotar al pecado puede alejarnos de Dios tanto o incluso más que el pecado que derrotamos.

Si peleamos contra algunos pecados, pero nos volvemos orgullosos, perderemos la guerra. Pero si sofocamos al orgullo, privaremos a cualquier otro pecado de su oxígeno.

La Guerra del Orgullo Contra Ti

El orgullo permanece en nosotros más que la mayoría de los pecados porque no podemos ver cuán venenoso y mortal es realmente. El orgullo tiñe nuestra percepción de nosotros mismos y del mundo que nos rodea, cubriendo la realidad con una espesa y traicionera niebla. Lisia nuestras almas, manteniéndonos tan concentrados en nosotros mismos que somos casi físicamente incapaces de amar. Y nos condenará si lo dejamos, arrastrándonos hacia la muerte, pero haciéndonos creer que tenemos el control.

1. El orgullo te mentirá.

El orgullo nos convence de que somos más importantes que Dios, y de que nuestra perspectiva es mejor que la suya. “Más engañoso que todo, es el corazón” (Jeremías 17:9, LBLA). Tu corazón. Más específicamente, el orgullo en tu corazón (Abdías 1:3), que afirma que sabes más o entiendes mejor que el Dios que todo lo sabe. Podemos ser guiados ciegamente por nuestro orgullo, al que Salomón llama “lámpara de los impíos” (Proverbios 21:4, LBLA).

Lewis, que llama al orgullo “el gran pecado,” escribe: “Un hombre soberbio siempre está teniendo en menos, mirando hacia abajo a las personas y las cosas; y, por supuesto, mientras uno esté mirando hacia abajo, no puede ver lo que está por sobre uno” (p. 124). El orgullo fija nuestros ojos firmemente en nosotros mismos — nuestras necesidades, nuestros dones, nuestro esfuerzo, nuestros problemas — y se aleja de la soberanía, suficiencia y belleza de Dios. Nubla nuestra visión de Él, y eleva nuestra visión de nosotros mismos. No solo nos ciega hacia Él, sino que también remueve toda motivación de buscarlo (Salmos 10:4).

Lo peor de todo, el orgullo a menudo se disfraza de devoción, pero faltándole completamente su poder (2 Timoteo 3:2–5), cultivando falsa confianza y segura destrucción.

2. El orgullo te lisia.

El orgullo a menudo nos engaña, pero también nos lisia, haciéndonos ineficaces e infructuosos. Nos concentramos tanto en nuestra propia vida que la desperdiciamos. Una vez más, Lewis escribe: “Porque la soberbia es cáncer espiritual: acaba con la posibilidad misma de que exista amor o contentamiento o incluso sentido común” (p. 125). De no tratarse, el orgullo se multiplica y se esparce, corrompiendo incluso a nuestras mejores actitudes y esfuerzos. Debe matarse, y matarse consecuentemente con chequeos de rutina a nuestro corazón y la espada del Espíritu, la palabra de Dios (Efesios 6:17).

Si sentimos una falta de compasión por las necesidades a nuestro alrededor, o una sequía en nuestra generosidad, o una frialdad en nuestra preocupación por los no convertidos, probablemente tengamos las células malignas del orgullo reproduciéndose en nuestras almas.

3. El orgullo te matará.

Si le permitimos vivir libremente en nosotros, solo puede matarnos. Su objetivo principal no es hacernos sentir bien acerca de nosotros mismos, sino enviarnos al dolor y castigo eterno, lejos de Dios. Salomón nos advierte: “Delante de la destrucción va el orgullo, y delante de la caída, la altivez de espíritu” (Proverbios 16:18. LBLA). Isaías le da mejor definición a esta terrorífica advertencia: “Porque el día del Señor de los ejércitos vendrá contra todo el que es soberbio y altivo, contra todo el que se ha ensalzado, y será abatido.” (Isaías 2:12, LBLA).

Todo el orgullo debe perecer. De hecho, cada persona orgullosa debe pagar esa horrible penitencia. Pero Dios, en Cristo, nos hizo posible que muriéramos por nuestro orgullo sin morir por él. Jason Meyer escribió: “La gloria de Dios y el orgullo del hombre chocarán en uno de dos sitios: el infierno o la cruz. O bien pagamos por nuestros pecados en el infierno, o Cristo paga por nuestros pecados en la cruz” (Killjoys, p. 13).

O el orgullo te mata, o te rindes a través de la fe y permites a Dios matar al orgullo en ti.

Tu Guerra Contra el Orgullo

Así que ¿cómo matamos al orgullo que amenaza con matarnos? Meyer continúa: “En última instancia, el orgullo es un asunto de adoración. No podemos pensar en nosotros mismos menos, a menos que pensemos en alguna otra cosa más” (p. 18). No derrotamos al orgullo pensando más en nosotros mismos, sino enfocándonos en encontrar más de Dios. Lo que se asimila a la popular definición de Lewis de humildad: “La humildad no es pensar menos de nosotros mismos, sino pensar en nosotros mismos menos.”

En humildad, nos damos a nosotros mismos menos atención y afirmación, y ganamos todo a cambio.

1. La humildad abrirá tus ojos.

Salmos 25:9 (LBLA), promete que Dios “Dirige a los humildes en la justicia, y enseña a los humildes su camino.” Mientras el orgullo nubla nuestro entendimiento del bien y el mal y nos ciega hacia Dios, la humildad cura nuestra ceguera y nos ayuda a ver claramente. Todavía recuerdo cuando usé mi primer par de gafas en el cuarto grado. Nunca supe cuánto no podía ver hasta que vi a través de esos lentes. Se trata de lo mismo con el orgullo y la humildad.

El demonio nos ciega a Dios, invadiendo la luz con oscuridad (2 Corintios 4:4). Pero Dios inunda nuestra oscuridad con luz y visión, mostrándonos cuán bueno y verdadero es el Evangelio (2 Corintios 4:6). Veremos la recompensa infinita que tenemos en Cristo, y veremos la desesperante necesidad que tenemos por él. Meyer dijo: “No nos volvemos mejores para necesitar menos de Dios. No. Mas bien, a medida que maduramos, aprendemos a depender más y más en nuestro Padre Celestial” (p. 16).

Si hacemos que nuestra vida trate de ver más de Dios, y ayudar a otros a ver más de Dios, estaremos mucho menos preocupados por nuestro orgullo y menos orgullosos de nosotros mismos.

2. La humildad satisfará tu corazón.

La humildad no solo nos salva y nos muestra la realidad. La verdadera humildad ante Dios y su misericordia satisfará cada anhelo que intentemos, orgullosamente, de satisfacer nosotros mismos. Si supiéramos cuán felices estaríamos sin nuestro orgullo, lo hubiéramos dejado hace mucho tiempo.

Dios mismo se deleita en los humildes. “Porque el Señor se deleita en su pueblo; adornará de salvación a los afligidos” (Salmos 149:4, LBLA). En Cristo, Dios se complace genuinamente en ti. Dios ama dar más gracia a los humildes — gracia adicional a toda la gracia que ya nos mostró. “revestíos de humildad en vuestro trato mutuo, porque 'Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes'” (1 Pedro 5:5, LBLA). Los humildes han probado un tipo de gracia que los orgullosos no conocen. Dios ama dar a los humildes fuerza para cada debilidad (2 Corintios 12:9–10).

Aquellos que fueron hechos humildes por Dios, y recibido a Dios en el proceso, cantan: “En el Señor se gloriará mi alma; lo oirán los humildes y se regocijarán.” (Salmos 34:2).

3. La humildad te liberará del orgullo.

Dios mismo, hablando a Salomón, promete a los humildes: “Si se humilla mi pueblo sobre el cual es invocado mi nombre, y oran, buscan mi rostro y se vuelven de sus malos caminos, entonces yo oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14, LBLA). La libertad que anhelamos tan desesperadamente en nuestro orgullo viene completamente y libremente de Dios a través de la fe. La sanación que tratamos de fabricar o ganar por nosotros mismos viene completamente y libremente de las manos del Cirujano.

Santiago (como Pedro) cita a Proverbios diciendo: “'Dios resiste a los soberbios pero da gracia a los humildes'. Por tanto, someteos a Dios. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros” (Santiago 4:6–8). Esta es una promesa increíble para las personas que pelean contra el orgullo. Si huyes del diablo (y toda su tentación de ser orgulloso), no solo podrás escapar, sino que él terminará huyendo de ti en la otra dirección. Y si tú humildemente persigues al Dios que has ofendido una y otra vez con tu orgullo, él no solo te recibirá, sino que correrá hacia ti en amor y misericordia.

Cree en Dios

Debemos pelear contra el orgullo con la misma determinación con la que peleamos contra cualquier otro pecado. Quizás incluso más porque el orgullo es “el gran pecado” que aviva los otros. Te cegará y te engañará. Te lisiará e incluso te matará. A menos que, en humildad y fe, hayas sido liberado de la tiranía del orgullo y el peso de su rebelión contra Dios.

No creas en ti mismo; cree en Dios. En última instancia, eres incapaz de conseguir o ganar lo que más necesitas. La belleza del evangelio es que ya no necesitas hacerlo. Esa carga y responsabilidad descansa en los hombros de Cristo, y su libertad, humildad y gozo ahora descansan en los tuyos.


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