No se conforme con una predicación mediocre
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Paul Tripp sobre Ministerio Pastoral
Traducción por Juan Marcos García Aranzábal
Quiero reflexionar sobre un aspecto de la iglesia de Jesucristo donde existe demasiada mediocridad: la predicación. Durante 40 fines de semana cada año me encuentro en alguna de las congregaciones del cuerpo de Cristo en cualquier parte del mundo. A veces no puedo salir el sábado, por lo que asisto al servicio de la congregación local (cuando no tengo que predicar). Lo que voy a decir seguramente me va a crear problemas, pero estoy convencido de que es necesario hacerlo. Me entristece y me preocupa tener que decirlo, pero estoy cansado de escuchar predicaciones aburridas e insuficientemente preparadas, pronunciadas por predicadores desapasionados que leen manuscritos, todo ello hecho en el nombre de la predicación bíblica.
No me extraña que las personas pierdan el hilo de la predicación o que les cueste mantenerse atentos y despiertos. Lo que me sorprende es que no le ocurra lo mismo a más personas. Les está enseñando alguien desde el púlpito sin las armas adecuadas para luchar por ellos y con ellos. Predicar es más que regurgitar el comentario exegético favorito, remodelar los sermones de predicadores que más te gustan o reordenar las notas de uno de tus clases preferidas del seminario. La predicación implica sacar las verdades transformadoras del evangelio de Jesucristo que se encuentran en un pasaje que se ha comprendido adecuadamente, del que se extrae una aplicación práctica y coherente y que se ha expuesto de forma cautivadora con la pasión y la ternura de alguien que ha sido quebrantado y restaurado por las mismas enseñanzas que ahora trata de comunicar. No se puede conseguir esto sin tener la preparación, meditación, confesión y adoración adecuada.
No se puede empezar a pensar sobre un pasaje por primera vez el sábado por la tarde si se le quiere dar la atención que merece. No serás capaz de entender el pasaje, ser tocado por él y estar preparado para compartirlo con otros de forma que contribuya a tu proceso de transformación personal. Como pastores, debemos luchar por la santidad de las predicaciones porque nadie más va a hacerlo si no lo hacemos nosotros. Debemos esforzarnos para que en los requisitos de este trabajo de pastoreo se prevea tiempo suficiente para preparar las predicaciones. Tenemos que reservar tiempo en nuestra agenda para hacer todo lo necesario, según nuestros dones y nuestra madurez, para estar listos para ejercer nuestro llamado como portavoces de nuestro Rey y Salvador. No podemos acostumbrarnos a seguir una rutina que es perjudicial para nuestras predicaciones y que disminuye nuestra capacidad para representar al glorioso Dios de gracia. No podemos permitirnos estar demasiado ocupados o distraídos. No podemos rebajar el baremo que nos hemos fijado para nosotros mismos y para aquellos a quienes servimos. No podemos engañarnos con excusas o argumentos de conveniencia. No podemos intentar comprimir una preparación teológica de miles de dólares y utilizarla para generar un tiempo de enseñanza que valga sólo unos centavos. No debemos perder de vista a aquel que es excelente y la excelente gracia que hemos sido llamados a representar. No podemos, por el hecho de no estar preparados, permitir que su esplendor resulte aburrido o que su asombrosa gracia parezca ordinaria.
La forma en la que llevamos a cabo nuestras predicaciones y la disciplina con la que mantenemos este ministerio revela la condición y la naturaleza de nuestros corazones. Es aquí precisamente donde necesitamos confesar y arrepentirnos de aquello que hemos estado haciendo mal o que hemos dejado de hacer. No podemos echar la culpa a nuestras demandas como pastores o a nuestras muchas ocupaciones. No podemos señalar como responsables de nuestras carencias a todas esas cosas inesperadas que aparecen en el horario de todo pastor. No podemos echarle la culpa a las demandas de nuestra familia. Debemos confesar con humildad que nuestras predicaciones son mediocres y no llegan al nivel al que hemos sido llamados. El problema somos nosotros. El problema es que hemos perdido nuestra veneración a Dios y por ello nos conformamos con presentar su excelencia de una forma que no es en absoluto excelente. La mediocridad en el ministerio en cualquiera de sus formas es siempre una cuestión que ataña al corazón. Si te sientes de alguna forma identificado con lo que estoy diciendo, entonces apresúrate a confesarlo con humildad ante tu Salvador y abraza la gracia que tiene el poder de rescatarte de la influencia que ejerces sobre ti mismo, de manera que puedas recuperar la adoración a Dios.
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