Nuestra Urgente Necesidad del Espíritu Santo

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English: Our Urgent Need of the Holy Spirit

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Por Charles H. Spurgeon sobre Espíritu Santo
Una parte de la serie Metropolitan Tabernacle Pulpit

Traducción por Allan Aviles


“Por el poder del Espíritu Santo”. Romanos 15: 13.
“En el poder del Espíritu de Dios”. Romanos 15: 19.

En este momento quisiera solicitarles su atención a la gran necesidad que existe de la manifestación continua del poder del Espíritu Santo en la iglesia de Dios, si por medio de ella las multitudes deben ser recolectadas para el Señor Jesús. No supe cómo hacerlo mejor que mostrando primero que el Espíritu de Dios es necesario para el propio crecimiento interno en la gracia de la iglesia de Dios. De ahí mi texto del versículo trece: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo”, en el que es evidente que el apóstol atribuye al Espíritu Santo el poder de ser llenados de gozo y paz en el creer, y el poder de abundar en esperanza. Pero, luego, quise mostrarles también que el poder de la iglesia en el exterior, ese poder con el que debe ser agresiva y trabajar en el mundo para reunir a los elegidos de Dios de entre los hombres, es también esta misma energía del Espíritu Santo. De ahí que haya tomado el versículo diecinueve, pues el apóstol dice allí lo que Dios, por medio de él, había hecho “para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios”.

Entonces vean, queridos amigos, que para mantener feliz y santa a la iglesia internamente, antes que nada tiene que haber una manifestación del poder del Espíritu Santo, y, en segundo lugar, que para que la iglesia pueda invadir los territorios del enemigo y conquistar al mundo para Cristo, tiene que estar revestida de la misma energía sagrada. Podemos ir más lejos y decir que el poder de la iglesia para la obra externa es proporcional al poder que mora dentro de ella. Midan la energía del Espíritu Santo en los corazones de los creyentes y podrán calcular cabalmente su influencia sobre los incrédulos. Si la iglesia es iluminada por el Espíritu Santo, entonces reflejará la luz y se tornará para los espectadores: “Hermosa como la luna, esclarecida como el sol, imponente como ejércitos en orden”.

Les voy a mostrar, por medio de dos o tres ilustraciones, que el trabajo hacia el exterior depende siempre de la fuerza interior. En un frío día de invierno ha caído nieve y se ha amontonado una gruesa capa sobre el terreno por el que atraviesas una aldea. Hay una hilera de rústicas casitas y puedes notar que la nieve casi ha desaparecido de uno de los techos, mientras que otra casita soporta todavía un grueso revestimiento de nieve. No te detienes a averiguar la razón de la diferencia, pues sabes muy bien cuál es la causa. Dentro de la primera casita rústica hay un fuego encendido y el calor se expande a través de su techo de tal forma que la nieve se derrite rápido. En la otra casita no vive ningún inquilino; es una casa disponible para renta; no hay ningún fuego encendido en su chimenea y por eso la nieve permanece en el techo. En la misma medida que hay calor adentro habrá derretimiento afuera.

Yo miro un número de iglesias y donde veo que la mundanalidad y el formalismo las recubren con una densa capa, tengo la absoluta certeza de que están desprovistas del calor de la vida cristiana en su interior; pero donde los corazones de los creyentes arden con el amor divino por medio del Espíritu de Dios, estamos seguros de ver que los males desaparecen y que se originan benéficas consecuencias como resultado. No necesitamos mirar en su interior; en un caso así el exterior es un índice que basta.

Tomemos un ejemplo sacado de la vida política. Surge un conflicto entre diferentes naciones; hay espíritus airados que provocan agitación y parecería muy probable que el nudo gordiano de la dificultad nunca podrá ser desatado por la diplomacia, sino que tendrá que ser cortado con la espada. Todo el mundo sabe que una de las esperanzas de la paz radica en la condición de bancarrota de la nación que probablemente vaya a la guerra; pues si cuenta con escasos pertrechos, si no puede pagar sus deudas, si no puede acopiar el material para la guerra, entonces no es probable que busque un conflicto. Un país tiene que ser fuerte en recursos internos antes de que pueda aventurarse prudentemente en guerras extranjeras.

Lo mismo sucede en la gran batalla de la verdad: una pobre iglesia muerta de hambre no puede combatir contra el diablo y sus huestes. A menos que la iglesia sea rica en las cosas de Dios, y potente con la energía divina, dejará generalmente de ser agresiva, y se contentará con seguir con la rutina regular de una obra cristiana, clamando: “¡Paz! ¡Paz!”, donde no debería haber paz. No se atreverá a desafiar al mundo ni a enviar sus legiones para conquistar sus provincias para Cristo, cuando su propia condición es lastimosamente débil. La fuerza o la debilidad del tesoro de una nación afectan a su ejército en cada marcha y, de igual manera, la iglesia de Dios es influenciada en todas sus acciones por su medida de gracia.

Permítanme otra ilustración más. Si vivieran en Egipto notarían, una vez al año, la crecida del río Nilo y la observarían con ansiedad, porque la dimensión del desbordamiento del Nilo es con mucho la medida de la fertilidad de Egipto. Ahora, la crecida del Nilo depende de aquellos lejanos lagos del centro de África, es decir, depende de si están debidamente llenos por el derretimiento de las nieves o no.

Si hay un escaso abastecimiento en los depósitos superiores, no puede haber mucho desbordamiento en el curso posterior del Nilo a lo largo de Egipto. Traslademos la figura y digamos que si los lagos superiores de la comunión con Dios en la Iglesia cristiana no están bien saturados, -si la potencia espiritual del alma no es sustentada por la oración privada y la comunión con Dios- el Nilo del servicio práctico cristiano nunca llegará a un nivel de inundación.

Lo que quiero decir es esto: no puedes extraer de la iglesia lo que no está contenido en ella. El propio depósito tiene que estar lleno antes de que pueda hacer verter un torrente. Nosotros mismos hemos de beber del agua viva hasta estar llenos y luego de nuestro interior correrán ríos de agua viva; pero no hasta entonces. No se puede distribuir panes y peces de una cesta vacía, por hambrienta que esté la multitud. Un corazón vacío no puede hablar cosas significativas, ni de un alma flaca se puede extraer gruesos tuétanos que alimenten al pueblo de Dios. De la abundancia del corazón habla la boca cuando habla para edificación. De tal forma que lo primero que debemos hacer es revisar bien los asuntos de casa, y pedirle a Dios que nos bendiga y haga resplandecer Su rostro sobre nosotros, para que sea conocido en la tierra Su camino y en todas las naciones Su salvación.

“Para bendecir a Tu raza escogida,
En misericordia, Señor, inclínate,
Y haz que el resplandor de Tu faz,
Brille sobre todos Tus santos.

Para que así Tu maravilloso camino
Sea conocido por todo el mundo;
Mientras distantes tierras rinden su tributo,
Y reconocen Tu salvación”.

Esta mañana, al tratar de hablar de la gran necesidad de la Iglesia, es decir, de su necesidad de ser conducida vigorosamente por el poder del Espíritu Santo, pido sinceramente que podamos adentrarnos en este tema con la más profunda reverencia concebible. Debemos adorar mientras estamos meditando; debemos sentir la condescendencia de esta bendita Persona de la Deidad, pues se digna morar en Su pueblo y obrar en el corazón humano. Recordemos que esta persona divina es muy sensible. Él es un Dios celoso. Leemos que se aflige y es vejado, y por tanto, pidamos Su perdón por las muchas provocaciones que debe de haber recibido de nuestras manos. Con el más humilde temor inclinémonos delante de Él, recordando que si hay un pecado que es imperdonable, está referido a Él mismo: el pecado contra el Espíritu Santo, que no será perdonado nunca, ni en este mundo ni en el venidero.

En referencia al Espíritu Santo estamos, en verdad, sobre un terreno muy delicado; y si alguna vez velamos nuestros rostros y nos regocijamos con temblor, es cuando hablamos del Espíritu y de esas obras misteriosas con las que nos bendice. En ese espíritu de humildad, y bajo la sombra divina, síganme mientras expongo ante ustedes siete obras del Espíritu Santo que son sumamente necesarias para el propio bien de la Iglesia, e igualmente necesarias para ella en su oficio de misionera de Cristo para con el mundo exterior.

I. Entonces, para comenzar, el poder del Espíritu Santo se manifiesta en la resurrección de las almas a la vida espiritual. Toda la vida espiritual que existe en este mundo es la creación del Espíritu Santo, por quien el Señor Jesús revive a quien Él quiera. Ni ustedes ni yo teníamos suficiente vida para conocer nuestra muerte hasta que Él nos visitó; no teníamos suficiente luz para percibir que estábamos sumidos en las tinieblas, ni el suficiente sentido para sentir nuestra miseria: estábamos completamente abandonados a nuestra propia necedad; aunque estábamos desnudos, y éramos pobres y miserables, soñábamos que éramos ricos, y nos habíamos enriquecido. Estábamos bajo sentencia de muerte como criminales condenados y, sin embargo, hablábamos de mérito y de recompensa; sí, estábamos muertos y, sin embargo, nos jactábamos de estar vivos considerando que nuestra propia muerte era nuestra vida.

El Espíritu de Dios en infinita misericordia vino a nosotros con Su misterioso poder, y nos hizo vivir. La primera señal de vida fue que nos dimos cuenta de que estábamos en los dominios de la muerte y que experimentábamos una agonía para escapar de allí; comenzamos a percibir nuestra insensibilidad, y, si se me perdona la expresión, vimos nuestra ceguera. Cualquier crecimiento de vida espiritual, desde el primer tierno brote hasta ahora, ha sido también la obra del Espíritu Santo. Así como la verde hierba fue producción Suya, así también lo es el grano maduro. El crecimiento de la vida al igual que la vida inicial, tiene que seguir viniendo por la operación del Espíritu de Dios, que resucitó a Cristo de los muertos.

Nunca tendrás más vida, hermano, excepto conforme el Espíritu Santo te la otorgue; sí, ni siquiera sabrías que necesitas más, ni gemirías por más, excepto conforme Él obre en ti el desear y agonizar, según Su beneplácito. Vean, entonces, nuestra absoluta dependencia del Espíritu Santo; pues si Él se fuera, recaeríamos en la muerte espiritual, y la Iglesia se convertiría en un osario.

El Espíritu Santo es absolutamente necesario para hacer que viva todo lo que hacemos. Nosotros somos sembradores, hermanos, pero si tomamos semilla muerta en nuestro canasto de semillas, nunca habría una cosecha. El predicador tiene que predicar la verdad viva de una manera viva si espera obtener una cosecha a ciento por uno. Cuánto hay de trabajo de la iglesia que no es nada mejor que el movimiento de un cuerpo galvanizado. Cuánto de la religión es realizado como si fuera llevado a cabo por un autómata, o procesado por alguna maquinaria. En estos días a los hombres les interesan poco el corazón y el alma; ellos sólo miran las funciones externas. Vamos, me he enterado de que han inventado ahora una máquina que habla, aunque ciertamente ya había suficientes charlas sin necesidad de esta adición parisina a la banda de charlatanes. Podemos predicar como máquinas, podemos orar como máquinas, y podemos enseñar la escuela dominical como máquinas. Los hombres pueden dar mecánicamente, y acercarse a la mesa de la comunión mecánicamente; sí, y nosotros mismos lo haríamos si el Espíritu de Dios no estuviera con nosotros.

La mayoría de los oyentes ha experimentado oír un sermón vivo que se estremece por todas partes con plenitud de energía; ustedes saben también en qué consiste cantar un himno de una manera vívida, y han participado en una viva reunión de oración; pero, ah, si el Espíritu de Dios está ausente, todo lo que hace la iglesia estaría sin vida, y sólo sería: el susurro de hojas sobre una tumba, un vuelo de espectros, la congregación de los muertos dando vueltas en sus sepulcros.

Como el Espíritu de Dios es un vivificador que nos revive a nosotros y revive a nuestra obra, entonces tiene que estar especialmente con nosotros para revivir a aquellos con quienes tenemos que tratar por Jesús. Imaginen a un predicador muerto predicando un sermón muerto a pecadores muertos: ¿qué podría resultar de ello? Allí está un hermoso ensayo que ha sido admirablemente elaborado y que es leído con frialdad a un pecador de frío corazón. Huele a aceite de medianoche, pero no tiene la unción celestial, ningún poder divino descansa en él, y, tal vez, ese poder ni siquiera sea buscado jamás. ¿Qué bien podría generarse de semejante producción? Bendecir a un alma por medio de la simple erudición y de la elocuencia, equivale a tratar de calmar la tempestad con poesía o intentar detener al huracán con retórica. Únicamente conforme el Espíritu de Dios venga sobre el siervo de Dios y haga que la palabra que predica caiga como simiente viva en el corazón, es que puede darse algún resultado de su ministerio; y únicamente conforme el Espíritu de Dios siga luego esa semilla y la mantenga viva en el alma del oyente es que podemos esperar que aquellos que profesan ser convertidos echen raíces y crezcan hasta la madurez de la gracia, y se conviertan en nuestras gavillas al final.

Somos completamente dependientes en esto, y por mi parte, me regocijo por esta dependencia absoluta. Si contara con una reserva de poder para salvar almas, que fuera toda mía, aparte del Espíritu de Dios, no puedo suponer una mayor tentación al orgullo y a una vida distanciada de Dios. Es bueno ser débil en el yo, y es mejor todavía no ser nada: ser simplemente la pluma en la mano del Espíritu de Dios, incapaz de escribir una sola letra sobre las tablas del corazón humano excepto según nos use la mano del Espíritu Santo para ese propósito. Esa es realmente nuestra posición y debemos asumirla prácticamente; y haciéndolo clamaremos continuamente al Espíritu de Dios para que nos reviva en todas las cosas, y para que reviva todo lo que hacemos, y que reviva la palabra cuando cae en oídos del pecador. Estoy completamente seguro de que una iglesia que está desprovista de vida no puede ser el instrumento para dar vida a los pecadores a su alrededor. No. Todo actúa de esta manera y tenemos que tener una iglesia viva para hacer una obra viva.

¡Oh, que Dios reviviera a cada miembro de esta iglesia! “¿Cómo”, - dirán ustedes- “piensas que algunos de nosotros no estamos vivos para Dios?” Hermanos, hay algunos de ustedes de quienes estoy seguro, hasta donde una persona puede juzgar de otra, que tienen vida, pues podemos verla en todo lo que hacen; pero hay otros entre ustedes de quienes uno tiene que ejercitar una gran cantidad de fe y una mayor cantidad de caridad en cuanto a su vida espiritual, pues no percibimos en ustedes mucha actividad en la causa de Dios, ni algún cuidado por las almas de otros, ni celo por la gloria divina. Si no vemos ningún fruto, ¿qué podemos hacer sino orar sinceramente para que ustedes no resulten ser árboles estériles?

Ese es el primer punto, y creemos que queda lo más claro posible que debemos tener el poder vivificador del Espíritu para nosotros mismos, si hemos de ser instrumentos en la mano de Dios para despertar a las almas muertas.

II. A continuación, uno de los oficios especiales del Espíritu Santo es ILUMINAR a Su pueblo. Lo ha hecho dándonos Su Palabra que Él ha inspirado; pero el Libro, por inspirado que sea, nadie puede entenderlo espiritualmente aparte de la enseñanza personal de Su grandioso Autor. Pueden leerlo tanto como quieran sin descubrir nunca el sentido íntimo y vital a menos que su alma sea conducida a adentrarse en él por el propio Espíritu Santo.

“¿Cómo”, -preguntará alguien- “he aprendido el catecismo breve y me he aprendido el credo de memoria y, sin embargo, no sé nada?”

Yo respondo: has hecho bien en aprender la letra de la verdad, pero todavía necesitas que el Espíritu Santo la convierta en luz y en poder de Dios para tu alma. Puedes conocer la letra, y conocerla mejor que algunos que también conocen el espíritu, y yo no deprecio ni por un instante un conocimiento de la letra, a menos que supongan que hay algo salvador en el mero conocimiento mental; pero el Espíritu de Dios debe venir, y dar vida a la letra para ustedes, y transferirla a su corazón, y prenderle fuego y hacerla arder en su interior, o de lo contrario, su fuerza y su majestad divinas permanecerán ocultas a sus ojos.

Nadie conoce las cosas de Dios salvo aquél a quien el Espíritu de Dios se las ha revelado. Ninguna mente carnal puede entender las cosas espirituales. Podríamos usar un lenguaje muy obvio y evidente, pero el hombre que no tiene entendimiento espiritual es un hombre ciego, y la luz más clara no le capacitaría para ver. Tiene que ser enseñado por el Señor, o morirá en la ignorancia.

Ahora, hermanos míos, supongan que en una iglesia hubiera muchas personas que nunca han sido instruidas de esta manera; ¿acaso no pueden ver que de ello tiene que provenir el mal y que provendrá? El error ciertamente surgirá allí donde la verdad no es conocida en la práctica. Si quienes profesan no son enseñados por el Espíritu, su ignorancia engendrará arrogancia, orgullo, incredulidad y mil males más.

¡Oh, si hubieras conocido más de la verdad, hermano mío, no te habrías jactado así! ¡Oh, si hubieras visto esa verdad que todavía no te ha sido revelada por causa de tu prejuicio, no habrías condenado tan fieramente a quienes son mejores que tú! Con mucho celo para hacer el bien, los hombres han hecho un mundo de daño debido a la falta de instrucción en las cosas divinas. La aflicción, también, viene de la ignorancia. ¡Oh, hermano mío, si hubieras conocido las doctrinas de la gracia no habrías estado tanto tiempo bajo servidumbre!

La mitad de las herejías que hay en la iglesia de Dios no son errores deliberados, sino errores que surgen por no conocer la verdad, por no escudriñar las Escrituras con un corazón enseñable, por no someter la mente a la luz del Espíritu Santo. Como regla deberíamos tratar a la herejía más bien como una ignorancia que debe ser iluminada que como un crimen que debe ser condenado; salvo, ay, que algunas veces se convierte en deliberada perversidad, cuando la mente está ávida de cosas novedosas o inflada por la confianza en sí misma: entonces otro tratamiento podría volverse penosamente necesario.

Amados, si el Espíritu de Dios iluminara a la iglesia plenamente, las divisiones llegarían a su fin. Los cismas son generalmente ocasionados por la ignorancia y por el espíritu altivo que no tolera la corrección. Por otra parte, la unidad real, duradera y práctica, existirá en proporción a la unidad de las mentes de los hombres en la verdad de Dios. De aquí la necesidad de que el Espíritu de Dios nos conduzca a toda la verdad.

Mi querido hermano, si piensas que conoces una doctrina, pídele al Señor que te dé la seguridad de que la conoces, pues mucho de lo que pensamos que sabemos resulta ser desconocido cuando los tiempos de tribulación nos ponen a prueba. No sabemos nada realmente a menos que sea grabado con fuego en nuestras almas como con un hierro candente por una experiencia que únicamente el Espíritu de Dios puede dar.

Creo que ahora pueden ver que, siendo tan necesario el Espíritu de Dios para nuestra instrucción, encontramos en esta agraciada operación nuestra fuerza para la instrucción de los demás de manera preeminente; pues ¿cómo podrían enseñar aquellos que nunca han sido enseñados? ¿Cómo podrían declarar los hombres un mensaje que nunca han aprendido? “Hijo de hombre… come este rollo”, pues mientras no lo hayas comido tus labios no pueden exponerlo nunca a los demás. “El labrador, para participar de los frutos, debe trabajar primero”. La ley de la viña de Cristo es que nadie trabajará allí mientras no conozca primero el sabor de los frutos que crecen en el sagrado viñedo. Debes conocer tú mismo a Cristo, y Su gracia, y Su amor y Su verdad, antes de que puedas ser siquiera un instructor de bebés para Cristo.

Cuando llegamos a tratar con otros anhelando sinceramente instruirlos para Jesús, percibimos nuestra necesidad del Espíritu de Dios incluso más claramente. Ah, hermano mío, piensas que vas a exponer el Evangelio tan claramente que tienen que verlo, pero sus ojos ciegos te vencen. ¡Ah!, piensas que lo expondrás tan celosamente que tienen que sentirlo, pero sus corazones fríos como arcilla te derrotan. El viejo Adán es demasiado fuerte para el joven Melancton, puedes estar seguro de ello. Podrías pensar que vas a ganar almas por tus argumentos, pero sería igual que si te pusieras a silbarle al viento en la cima de un monte, a menos que el Espíritu Santo esté contigo. Después de toda tu plática, tus oyentes habrían captado, tal vez, tu idea, pero tú no puedes impartirles a ellos la mente del Espíritu, el alma real del Evangelio; esto sigue siendo, al igual que la creación misma, una obra que únicamente Dios puede realizar. Oremos diariamente, entonces, pidiendo el poder del Espíritu como el Iluminador.

¡Ven, oh bendita luz de Dios! Sólo Tú puedes disolver nuestras tinieblas personales, y sólo cuando nos hubieres iluminado podremos conducir a otros a Tu luz. Un cristiano ignorante está descalificado para la gran utilidad; pero aquél que es enseñado por Dios enseñará a los transgresores los caminos de Dios, y los pecadores serán convertidos a Cristo. Tanto para arder por dentro como para resplandecer por fuera debes tener al Espíritu iluminador.

III. Una obra del Espíritu de Dios es crear en los creyentes el espíritu de ADOPCIÓN. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” “Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!” Somos regenerados por el Espíritu Santo y así recibimos la naturaleza de hijos; y esa naturaleza, que es dada por Él, es apremiada, y excitada, y desarrollada y madurada continuamente por Él; de tal manera que recibimos día a día más y más del espíritu semejante al de un niño.

Ahora, amados, esto podría parecerles de poca importancia a primera vista; pero es importante, pues la iglesia nunca está feliz excepto cuando todos sus miembros caminan como hijos amados hacia Dios. Algunas veces el espíritu de esclavitud se introduce en nosotros: comenzamos a hablar del servicio de Dios como si fuera algo pesado y agobiante, y estamos descontentos si no recibimos salarios inmediatos y éxito visible, tal como lo hacen los siervos cuando no son idóneos; pero el espíritu de adopción obra por amor sin ninguna esperanza de recompensa, y está satisfecho con el dulce hecho de estar en la casa del Padre, y hacer la voluntad del Padre. Este espíritu da paz, descanso, gozo, valor y santa familiaridad con Dios. Un hombre que nunca ha recibido el espíritu de un hijo para con Dios, no conoce la bienaventuranza de la vida cristiana; desaprovecha su flor, su sabor, su excelencia, y no me sorprende que el servicio de Cristo sea una pesadez para él porque nunca ha alcanzado las cosas dulces, y no goza de los pastos verdes en los que el Buen Pastor alimenta y hace descansar a Sus ovejas. Pero cuando el Espíritu de Dios nos hace sentir que somos hijos, y cuando vivimos en la casa de Dios para no salir nunca, entonces el servicio de Dios es dulce y fácil, y aceptamos la demora del éxito aparente como una parte de la prueba que somos llamados a soportar.

Ahora, fíjense que esto tendrá un gran efecto sobre el mundo exterior. Un cuerpo de profesantes desempeñando la religión como una tarea, gimiendo a lo largo de los caminos de la piedad con rostros llenos de miseria como esclavos que temen el látigo, sólo pueden tener un pequeño efecto sobre los pecadores que les rodean. Dicen: “estas personas sirven, sin duda, a un duro capataz, y se están negando esto y aquello; ¿por qué habríamos de ser como ellos?” Pero tráiganme una iglesia constituida por hijos de Dios, un grupo de hombres y mujeres cuyos rostros brillan con la sonrisa de su Padre celestial, que están acostumbrados a tomar sus cuidados y arrojarlos sobre su Padre como deben hacerlo los hijos, que saben que son aceptados y amados y que están perfectamente contentos con la voluntad del grandioso Padre; pónganlos en medio de un grupo de impíos y les garantizo que comenzarán a envidiarles su paz y gozo. De esta manera los santos felices se convierten en operadores sumamente eficientes sobre las mentes de los que no son salvos.

¡Oh bendito Espíritu de Dios! Debemos sentir ahora que somos los hijos del grandioso Padre, y nuestro amor infantil debe ser cálido esta mañana; así seremos idóneos para salir y proclamar el amor del Señor a los hijos pródigos que están en el país lejano en medio de los cerdos.

Pienso que estos tres puntos son evidentes por sí mismos. Ahora pasemos a un cuarto.

IV. El Espíritu Santo es llamado especialmente el Espíritu de SANTIDAD. Él nunca sugirió el pecado ni lo aprobó, ni ha hecho ninguna otra cosa que contristarse por el pecado; pero la santidad es el deleite del Espíritu. La iglesia de Dios lleva en su frente las palabras: “SANTIDAD A JEHOVÁ”. Sólo en la proporción que sea santa podría ella reclamar ser la iglesia de Dios. ¡Una iglesia profana! Ciertamente ésta no puede ser aquella de la cual leemos: “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”. La santidad no es simple moralidad, no es la observación externa de los preceptos divinos motivados por un severo sentido del deber, mientras que esos mandamientos, en sí mismos, no son deleitables para nosotros. La santidad es la totalidad de nuestra humanidad consagrada plenamente al Señor y moldeada a Su voluntad. Esto es lo que la iglesia de Dios debe tener, pero que no puede tener nunca aparte del Santificador, pues no hay un ápice de santidad bajo el cielo si no es por la operación del Espíritu Santo. Y, hermanos, si una iglesia está desprovista de santidad, ¿qué efecto podría tener en el mundo? Los burladores desprecian y desdeñan a los profesantes cuyas vidas inconsistentes contradicen sus testimonios verbales. Una iglesia profana puede desear ardientemente el dominio y luchar por él, pero el reino no viene a los profanos, ni los profanos han entrado en él. El testimonio de los hombres profanos no es más aceptable para Cristo de lo que fue el tributo que el espíritu maligno le rindió en los días de Su carne, al cual Él respondió: “¡Cállate!” “Al malo dijo Dios: ¿Qué tienes tú que hablar de mis leyes y que tomar mi pacto en tu boca?” El rocío es retenido y la lluvia no desciende a su tiempo sobre la labranza de aquellos que profesan ser siervos de Dios, pero que siembran iniquidad. Después de todo, predican más al mundo los actos de la iglesia que las palabras de la iglesia. Pongan a un hombre ungido a predicar el Evangelio en medio de personas realmente piadosas y su testimonio será apoyado maravillosamente por la iglesia con la que labora; pero pongan al ministro más fiel en una iglesia profana y tendrá tal peso sobre sí que primero tiene que librarse de él, o no podrá tener éxito. Podría predicar hasta el desfallecimiento, podría predicar hasta que sus rodillas se convirtieran en llagas, pero las conversiones serían severamente obstaculizadas, si es que hubiere conversiones. No hay ninguna probabilidad de victoria para Israel mientras la maldición de Acán esté en el campamento. Una iglesia profana hace decir a Cristo que no puede hacer muchas obras poderosas por causa de su iniquidad.

Hermanos, ¿no ven en este punto nuestra necesidad del Espíritu de Dios? Y cuando llegas al punto de forcejear con el pecador, y tienes que hablarle de la necesidad de santidad, y de un corazón renovado y de una vida piadosa que debe brotar de ese corazón renovado, ¿esperas que los impíos estén encantados con lo que les dices? ¿Qué le importa a la mente irredenta la justicia? ¿Estuvo ávido de santidad jamás un hombre carnal? Tal cosa no se ha visto nunca. Esperar que un corazón irredento estuviera enamorado de la santidad sería lo mismo que esperar que el diablo estuviera enamorado de Dios. Pero el pecador tiene que amar lo que es puro y recto; de lo contrario no puede entrar en el cielo. no puedes hacer que ame eso. ¿Quién podría hacerlo sino el Espíritu Santo que hizo que ames aquello que tú también una vez despreciaste? Por tanto, no salgas a luchar contra el pecado mientras no hayas tomado las armas del arsenal del Espíritu Eterno. Las montañas de pecado no se convertirán en llanuras a tu mandato a menos que el Espíritu Santo se agrade en hacer eficaz la palabra. De esta manera vemos que necesitamos al Espíritu Santo como el Espíritu de santidad.

V. En quinto lugar, la iglesia necesita mucha ORACIÓN, y el Espíritu Santo es el Espíritu de gracia y de súplicas. La fuerza de una iglesia puede ser medida con bastante precisión por su grado de oración. No podemos esperar que Dios aplique Su poder a menos que le imploremos que lo haga. Pero toda suplicación aceptable es obrada en el alma por el Espíritu Santo. El primer deseo que Dios acepta tiene que haber sido provocado en el corazón por las operaciones secretas del Santo de Israel, y cada súplica subsiguiente de cualquier tipo, que contenga un grano de fe viva y que por tanto se eleva como memorial delante del Señor, tiene que haber sido obrada eficazmente en el alma por Aquel que moldea la intercesión en los santos de acuerdo a la voluntad de Dios. Nuestro grandioso Sumo Sacerdote no pondrá en Su incensario ningún incienso excepto aquél que el Espíritu ha compuesto. La oración es la creación del Espíritu Santo. No podemos vivir sin oración, y no podemos orar sin el Espíritu Santo; y de aquí nuestra dependencia de Él.

Además, cuando tratamos con pecadores, sabemos que tienen que orar. “He aquí, él ora”, es uno de los más tempranos signos del nuevo nacimiento. Pero, ¿acaso podemos nosotros hacer orar al pecador? ¿Puede alguna persuasión nuestra conducirle a ponerse de rodillas para exhalar el suspiro penitencial y para mirar a Cristo pidiendo misericordia? Si han intentado la conversión de un alma ejerciendo su propia fuerza, sabrán que han fracasado; y así habrían fallado si hubieran intentado la creación de una sola oración aceptable aunque fuera en el corazón de un niño.

Oh, entonces, queridos hermanos, clamemos pidiendo al Padre celestial que nos dé el Espíritu Santo; pidámosle que esté en nosotros más y más poderosamente como el espíritu de oración, haciendo intercesión en nosotros con gemidos indecibles, para que la iglesia no se pierda de la bendición divina por no pedirla.

Yo creo verdaderamente que ésta es su presente debilidad, y una gran causa por la cual el reino de Cristo no se extiende más poderosamente: la oración está demasiado restringida y por esta razón la bendición es retenida; será siempre restringida a menos que el Espíritu Santo estimule los deseos de Su pueblo. Oh, bendito Espíritu, te pedimos que nos hagas orar, por Jesús nuestro Señor.

VI. En sexto lugar, el Espíritu de Dios es, de una manera muy notable, el dador de la comunión. Con la frecuencia que pronunciamos la bendición apostólica oramos para recibir la comunión del Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos capacita para tener comunión con las cosas espirituales. Sólo Él puede tomar la llave y abrir el misterio secreto, para que conozcamos la cosas que son de Dios. Nos da comunión con Dios mismo: por medio de Jesucristo, por el Espíritu, tenemos acceso al Padre. Nuestra comunión es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo, pero es el Espíritu de Dios quien nos lleva a la comunión con el Altísimo.

De igual manera, mis queridos hermanos, nuestra comunión de unos con otros, en la medida que es comunión cristiana, es siempre producida por el Espíritu de Dios. Si hemos continuado juntos en paz todos estos años, no podría atribuirlo a nuestros buenos temperamentos constitucionales, ni a la sabia administración, ni a ninguna causa natural, sino al amor en el que nos ha bautizado el Espíritu, de tal manera que la naturaleza rebelde ha sido apaciguada. Si una docena de personas cristianas viven juntas durante doce meses en verdadera unión espiritual y afecto inquebrantable, atribúyanlo al amor del Espíritu; si doce cientos, o cuatro veces ese número son capaces de perseverar en un servicio unido, y se encuentran amándose los unos a los otros después de muchos años, más de lo que lo hacían al principio, debe ser considerado como una bendición del Consolador, por lo cual Él ha de ser adorado devotamente. La comunión sólo puede llegarnos por el Espíritu, pero una iglesia sin comunión sería una turba desordenada, un reino dividido contra sí mismo, y por consiguiente no podría prosperar. Se necesita comunión para una fuerza, una guía y un estímulo mutuos, y sin ella su iglesia es una simple sociedad humana.

Si han de dar testimonio en el mundo tienen que ser unidos como un cuerpo viviente. Una iglesia dividida ha sido desde hace mucho tiempo el escarnio del Anticristo. Ninguna mofa que proviene del Vaticano contiene un mayor aguijón que la que ridiculiza a los protestantes por sus divisiones; y lo mismo que sucede con la gran iglesia externa, sucede con una iglesia particular de Cristo. Las divisiones son nuestra deshonra, nuestra debilidad, nuestro obstáculo, y como sólo el benigno Espíritu puede prevenir o sanar estas divisiones dándonos una real comunión amorosa con Dios y con nuestros semejantes, cuán dependientes de Él somos para ello. Clamemos diariamente a Él para que obre en nosotros el amor fraternal y todas las dulces gracias que nos hacen uno con el Hijo, para que el mundo sepa que Dios ha enviado en verdad a Jesús, y que nosotros somos Su pueblo.

VII. En séptimo lugar, necesitamos al Espíritu Santo en ese renombrado oficio que es descrito por nuestro Señor como EL PARÁCLITO, o el Consolador. La palabra tiene otra traducción, que nuestros traductores le han dado en el pasaje en que leemos: “Si alguno hubiere pecado, Abogado (o Paráclito) tenemos para con el Padre”. El Espíritu Santo es tanto Consolador como Abogado.

El Espíritu Santo, en este momento presente, es nuestro amigo y Consolador, sosteniendo a los espíritus abatidos de los creyentes, aplicando las preciosas promesas y revelando al corazón el amor de Jesucristo. Muchos corazones se quebrantarían si el Espíritu de Dios no los hubiera consolado. Muchos hijos amados de Dios habrían muerto por completo en el camino si Él no les hubiera otorgado Sus divinos consuelos para estimular su peregrinaje. Esa es Su obra, y es una obra muy necesaria, pues si los creyentes se tornan infelices se vuelven débiles para muchos aspectos del servicio.

Estoy seguro de que el gozo del Señor es nuestra fortaleza, pues yo lo he comprobado, y he comprobado también la verdad opuesta. Hay ciertos cristianos en la tierra que inculcan la tristeza como el estado apropiado del cristiano, y yo no voy a juzgarlos, pero esto sí diré: que en la obra evangelística no hacen nada y no me sorprende. Así como la nieve que cae sobre la cosecha no madura al trigo, ni la oscuridad hace brotar las flores, ni el mar salado produce racimos que revientan con vino nuevo, así tampoco encontrarán jamás que una religión infeliz promueve el crecimiento del reino de Cristo. Han de tener gozo en el Señor, hermanos, si han de ser fuertes en el Señor y fuertes para el Señor. Ahora, como sólo el Consolador puede sostenerlos en alto en medio de las inundaciones de la tribulación con las que seguramente habrán de encontrarse, pueden ver su gran necesidad de Su presencia consoladora.

Hemos dicho que el Espíritu de Dios es el Abogado de la iglesia, -no para con Dios, pues para eso Cristo es nuestro único Abogado- sino para con el hombre. ¿Cuál es el más grandioso argumento que la iglesia tiene contra el mundo? Yo respondo que la morada del Espíritu Santo es el milagro permanente de la iglesia. Las evidencias externas son excelentes. Ustedes, jóvenes, que son afligidos por los escépticos, harían bien en estudiar esas valiosas obras que hombres ilustrados y devotos han producido con mucho trabajo para nosotros, pero, fíjense bien, todas las evidencias de la verdad del cristianismo que pueden ser reunidas de la analogía, de la historia, y de hechos externos, no son nada en absoluto comparadas con las operaciones del Espíritu de Dios. Estos son los argumentos convincentes.

Alguien me dice: -“Yo no creo en el pecado, ni en la justicia ni en el juicio”. Bien, hermanos, el Espíritu Santo puede convencer pronto a esa persona. Si me pide señales y evidencias de la verdad del Evangelio, yo le respondo: “¿Ves a esta mujer? Ella fue una gran pecadora en el peor sentido y sedujo a otros al pecado, pero ahora no puedes encontrar más dulzura y luz en ninguna otra parte que en ella. ¿Oyes a este profano blasfemador y perseguidor y renegado? Él habla con pureza, verdad y humildad de mente. Observa a aquel hombre que antes fue un avaro, y mira cómo consagra ahora su dinero. Contempla a aquel espíritu malicioso y envidioso, y ve cómo se vuelve amable, perdonador y amigable debido a su conversión.

¿Cómo explicas esos grandes cambios? Suceden aquí todos los días, ¿cómo llegan a suceder? ¿Acaso es una mentira la que produce la verdad, la honestidad y el amor? ¿Acaso todo árbol no produce fruto según su género? Entonces, ¿qué será esa gracia que produce tan benditas transformaciones? Los maravillosos fenómenos de cuervos convertidos en palomas y leones convertidos en ovejas, las prodigiosas transformaciones del carácter moral que el ministro de Cristo se goza en ver obradas por el Evangelio, éstos son nuestros testimonios, y son incontestables.

Pedro y Juan suben al templo y sanan a un hombre lisiado; pronto son detenidos y presentados ante el Sanedrín. Esta es la acusación en su contra: “ustedes han estado predicando en el nombre de Jesús, y este Jesús es un impostor”. ¿Qué dicen Pedro y Juan? No necesitan decir nada, pues allí está en pie el hombre que fue sanado; ha traído su muleta con él y la ondea en señal de triunfo, y corre y salta. Él constituía su volumen de evidencias, su apología y su prueba. “Y viendo al hombre que había sido sanado, que estaba en pie con ellos, no podían decir nada en contra”.

Si tenemos al Espíritu de Dios en medio de nosotros y las conversiones son constantemente obradas, el Espíritu Santo cumple así Su abogacía y refuta a todos los acusadores. Si el Espíritu obra en tu propia mente, siempre será para ti la mejor evidencia del Evangelio.

Me encuentro algunas veces con alguna muestra de infidelidad y luego con otra, pues nuevas dudas y renovadas infidelidades son engendradas cada hora, y los hombres inestables esperan que leamos todos los libros que deciden producir. Pero el efecto producido en nuestra mente es cada vez menor. Esta es nuestra respuesta: ‘de nada sirve que traten de hacernos tambalear, pues ya estamos familiarizados con todo lo que ustedes sugieren; su propia incredulidad natural los ha superado. Hemos tenido dudas de un tipo que ni siquiera ustedes se atreverían a expresar si las conocieran; pues hay suficiente infidelidad y malignidad en nuestra propia naturaleza para hacernos conocedores de los artificios de Satanás. Hemos peleado la mayoría de las batallas sugeridas por ustedes, una y otra vez, en la cámara secreta de nuestra meditación, y hemos vencido. Pues hemos estado en un contacto personal con Dios. Se burlan, pero no hay ningún argumento en la burla. Somos tan honestos como lo son ustedes, y nuestro testimonio es tan bueno como el suyo en cualquier tribunal; y nosotros declaramos solemnemente que hemos sentido el poder del Espíritu Santo en nuestra alma en la misma medida que el viejo océano ha sentido la fuerza del viento del norte: hemos sido sacudidos hasta la agonía bajo un sentido de pecado, y hemos sido elevados hasta el éxtasis del deleite por la fe en la justicia de Cristo. Descubrimos que en el pequeño mundo dentro de nuestra alma el Señor Jesús se manifiesta para que lo conozcamos. Hay una potencia contenida en las doctrinas que hemos aprendido que no podría pertenecer a las mentiras, pues hemos probado en la experiencia práctica las verdades que creemos. ¿Nos dicen que no hay alimento? Vamos, acabamos de darnos un festín. ¿Nos dicen que no hay agua en la fuente? Hemos estado apagando allí nuestra sed. ¿Nos dicen que no hay tal cosa como la luz? No sabemos cómo podremos demostrarles su existencia, pues ustedes probablemente son ciegos, pero nosotros podemos ver. Ese argumento basta para nosotros, y nuestro testimonio es verdadero. ¿Nos dicen que no hay vida espiritual? Nosotros la sentimos en lo más íntimo de nuestras almas. Estas son respuestas que el Espíritu de Dios nos proporciona, y son una parte de Su función de Abogado’.

Vean, además, cuán enteramente dependientes somos del Espíritu de Dios para enfrentar las diversas formas de incredulidad que surgen en torno nuestro; ustedes pueden tener sus sociedades para colectar evidencias, y pueden alistar a todos sus obispos y doctores en teología y profesores de apologética, y ellos pueden escribir rollos de evidencia lo suficientemente largos para circundar el globo, pero la única persona que puede convencer al mundo salvadoramente es el Abogado a quien el Padre ha enviado en el nombre de Jesús. Cuando Él revela el pecado de un hombre, y su resultado inevitable, el incrédulo se pone de rodillas. Cuando quita la balanza y enarbola al Redentor crucificado y el mérito de la sangre preciosa, todos los razonamientos carnales son clavados en la cruz. Un golpe de convicción real de pecado hará tambalear al más obstinado incrédulo, y posteriormente, si su incredulidad retorna, las consolaciones del Espíritu Santo pronto lo consolarán y lo sacarán de allí. Por tanto, igual que les dije al principio lo mismo les digo al final, todo esto depende del Espíritu Santo, y en Él esperemos en el nombre de Jesús, implorándole que manifieste Su poder entre nosotros. Amén.


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