Obedecer a Dios Te Hará Sabio
De Libros y Sermones BÃblicos
Por Abigail Dodds sobre Santificación y Crecimiento
Traducción por Paola Montano
Cuando nuestros hijos eran pequeños, nuestros días consistían en órdenes y rutinas casi constantes.
La hora de la siesta iba después del almuerzo. Las camas tenían que estar hechas, debían cepillarse los dientes, y el cabello tenía que encontrarse con un peine antes de ir a la escuela. Los aperitivos eran para la hora de la merienda, no para comer descontroladamente. Orábamos y cantábamos en los días en que sacamos cosas y aprendíamos a guardarlas. Leíamos libros antes de dormir y aprendíamos versículos cada mañana. Apenas puedo pensar en un momento en que las órdenes no estaban en mi boca. "¡Pon tus botas en el armario, por favor!” “Los marcadores son para el papel, no para las mesas!” “La comida se queda en su plato!” “Pueden ir a la calle y montar en bicicleta hasta la cena!”
Nuestras reglas y rutinas no fueron para siempre estatutos— muchas de ellas han cambiado o ya no hay necesidad de ellas— pero fueron particularmente útiles en la temporada de bebés, niños pequeños, y en sus primeros años escolares. Como padres, las reglas tenían perfecto sentido. Eran para el bien de nuestros hijos, no para su mal. No éramos unos aguafiestas dictatoriales; más bien, establecemos límites para que nuestros hijos prosperen.
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Leyes del Amor
Las instrucciones y los límites eran expresiones genuinas (e imperfectas) de nuestro amor por ellos. Cuando les pedimos a los niños hacer tareas domésticas, estudiar y aprender a tocar instrumentos, les pedimos hacer actividades que los vuelvan adultos fieles y sabios. Y lo mismo ocurre con Dios.
Los mandatos de Dios son expresiones de amor. Cuando Dios sacó a su pueblo de Egipto, por ejemplo, tenía muchas instrucciones para ellos. Después de recordarles estas instrucciones, Moisés les dijo,
Mirad, yo os he enseñado estatutos y decretos tal como el Señor mi Dios me ordenó, para que los cumpláis en medio de la tierra en que vais a entrar para poseerla. Así que guardadlos y ponedlos por obra, porque esta será vuestra sabiduría y vuestra inteligencia ante los ojos de los pueblos. (Deuteronomio 4:5-6, LBLA)
La obediencia de los Israelitas sería su sabiduría e inteligencia. La obediencia los distinguiría como sabios en el mundo, y con el tiempo les enseñaría sabiduría. No obstante, a través del desierto, el pueblo de Dios se negó a guardar y cumplir sus mandamientos, a menudo siguiendo su propio camino, porque creían que sabían mejor que Dios lo que era mejor para ellos.
¿Quién Es Más Sabio Que Dios?
Creernos sabios sin obedecer a Dios es el gran pecado del corazón humano. Esa es la esencia del orgullo. Cuando declaramos que somos más sabios que Dios al juzgar y sopesar sus mandamientos para ver si nos convienen, o para evaluar si creemos que son sabios o no, estamos endureciendo el húmedo cemento de la necedad. Pero cuando nosotros, por fe, recibimos y obedecemos sus mandamientos, nuestros corazones y mentes reciben sabiduría. Sus instrucciones se convierten en nuestra sabiduría y entendimiento. Piensa en la Insensatez de Eva.
Y la serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal. Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; y cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales. (Génesis 3:4-7)
La insensatez de Eva consistió en ejercer su propio juicio sin obedecer a Dios. Ella se encargó de determinar la sabiduría o la insensatez del gobierno de Dios. Evaluó el fruto del árbol usando su propia sabiduría: era bueno para comer, era un deleite para los ojos y obtendría sabiduría, irónicamente. Eva, en su propia sabiduría, buscó el camino de la sabiduría a través del fruto prohibido, abandonando las instrucciones de su Creador, las cuales la hubieran llevado a la verdadera sabiduría.
Porque Yo Lo Dije
Sin embargo, si eres como yo, es posible que te preguntes: "Si Eva no debe usar su propio juicio para juzgar si algo es correcto o no, ¿cuál es la base para que obedezca a otra persona?" ¿Estás diciendo que debería haber obedecido ciegamente a los demás?” No, ella no debería haber obedecido a otros ciegamente. Con su mirada en su Creador, ella debería haber obedecido plenamente a su Señor, aquel que hizo los cielos y la tierra, aquel en quien está toda sabiduría y conocimiento, aquel que la creó, la conoció y la cuidó.
Vemos esta dinámica en un hogar cristiano piadoso. Cuando los niños se rebelan contra una instrucción proveniente de la boca de su padre o madre, diciendo: "¿Por qué debería hacerlo?" La declaración más verdadera con la que un padre amoroso puede responder es: "Porque yo lo dije". Eso no significa que no deberían hablar más, o que el padre es perfecto, o que todo lo que un padre le pide a su hijo es tan bueno como parece. Lo que sí significa es que los niños deben obedecer porque la fuente de la instrucción proviene de un padre o madre que los ama, quien es mayor y más sabio que ellos, y tiene en mente su mejor interés.
Los niños no obedecen porque entienden completamente todas las razones detrás de los límites para el uso del celular o las rutinas antes de acostarse: obedecen por quien lo pide. Y cuanto más aprenden a obedecer a sus padres con alegría y confianza, más llegan a ver la sabiduría de sus instrucciones. Así es para nosotros con Dios.
Obediencia de la Fe
La vida cristiana es una de discernimiento sobrenaturalmente sustituido. Los cristianos, por la obra del Espíritu Santo, reconocemos que nosotros, por nuestra cuenta, no sabemos lo que es mejor para nosotros.
Cuando Jesús fue a la cruz, se convirtió en nuestro sustituto, fue castigado por nuestro bien y en nuestro lugar. El que no conoció pecado se hizo pecado por nosotros, "para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él" (2 Corintios 5:21) Pero esa sustitución va más allá. Por la locura de la cruz, Cristo se convirtió en sabiduría para nosotros (1 Corintios 1:30). Soportó la insensatez de la cruz, para que Dios destruya la sabiduría de los sabios, frustre el discernimiento de los discernidores y nos haga verdaderamente sabios en Cristo (1 Corintios 1:19; 2:16).
Jesús manda: “creed en Dios, creed también en mí” (Juan 14:1). ¿Cómo obedecemos tal mandamiento? ¿Cómo inclinamos nuestro oído a esta instrucción? ¿Cómo lo hacemos de manera diferente a lo que hizo Eva cuando decidió usar su propio juicio en lugar del de Dios? Lo hacemos por "la obediencia de la fe" (Romanos 16:26). Dios da el don gratuito de la fe (Juan 3:7–8), la capacidad sobrenatural de creer, y esa fe produce nuestra obediencia a Sus mandamientos. John Piper dice acerca de la obediencia de la fe,
Ese es el objetivo final del evangelio: el evangelio despierta y fortalece la fe que lleva a la conformidad con Cristo, la cual muestra la gloria de Dios... Si existe un grupo de personas en el planeta tierra donde la fe en Jesucristo no está produciendo conformidad con Jesucristo, el objetivo de Dios para el evangelio no está completo. (“Mandato de Dios”)
La verdadera fe produce una verdadera obediencia, nuestra conformidad con Cristo, y luego, mediante esa obediencia, crecemos en comprensión y discernimiento. Vemos la sabiduría amorosa en lo que Él ha mandado.
Cómo la Obediencia Produce Sabiduría
La obediencia llena de fe contempla al Dador de Mandamientos en toda su justicia, bondad, soberanía y poder, y confía en que las palabras que provienen de su boca son mejores que las que vienen de la nuestra, incluso si no las entendemos. Mediante esa obediencia llena de fe, aprendemos a sustituir el juicio perfecto, las instrucciones y la sabiduría de Dios por nuestro propio sentido enfermizo de las cosas.
Cuando era pequeño, mis padres nos pedían que limpiáramos la cocina después de la cena. Si empezaba a quejarme de los trabajos que había que hacer, mi padre siempre me decía lo mismo: "No tienes que lavar los platos, Abigail; puedes hacerlo.” “No tienes que limpiar los mostradores, Abigail; puedes hacerlo. ¿No estás agradecido de que tengamos comida para comer y una cocina para limpiar?” Entonces, renegaría un poco en mi interior y obedecería a mi padre.
A medida que crecía y continuaba obedeciendo (imperfectamente) y haciendo lo que él pedía, noté que su actitud de "poder" en lugar de "tener que" se extendía a todas las áreas de su vida. Los jueves por la noche él pagaba las facturas. Recuerdo que una noche le pregunté si no le desagradaba recibir tantas facturas por correo, ya que parecía que era el único correo que recibíamos. Él me dijo: “No. Estoy muy agradecido de poder pagar las facturas”. Decía lo mismo al pagar impuestos. Y al levantarse en medio de la noche como médico de turno. Y al limpiar su mesa de trabajo en lo más recóndito de nuestro sótano.
Incluso cuando era adolescente, mis ojos se abrieron a la sabiduría de mis padres al pedirme que limpiara después de la cena. Por medio de la obediencia, llegué a comprender la sabiduría de una actitud de "poder hacer algo" sobre una actitud de "tener que" a regañadientes. Quedó claro no solo mediante los mandamientos en sí, sino al testificar y experimentar la sabiduría mediante la obediencia.
A medida que aumenta nuestra obediencia a Dios, en quien residen todas las riquezas de la sabiduría y el conocimiento, Dios se complace en hacer crecer nuestra sabiduría y entendimiento, para que todo lo que él ordene tenga cada vez más sentido para nosotros. Cuando eso suceda, no solo él será hermoso para nosotros, sino también todos sus caminos.
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