Oh, por tener la gracia de confiar más en ti

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English: Oh, for Grace to Trust You More

© Desiring God

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Por Greg Morse sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Javier Matus

Ciertamente hemos llegado a confiar en Él. Con fe sencilla, nos hemos sumergido bajo el diluvio de limpieza del Calvario. Nos hemos apartado de nuestras obras y hemos confiado solo en Jesús. Hemos probado y visto que Él es dulce y que Sus promesas son verdaderas. Tenemos diarios llenos de historias que demuestran Su fidelidad una y otra vez. Creemos en Su bondad, veracidad, promesas, amor. Confiamos en Él.

Pero a veces vacilamos. Nos preguntamos si Dios realmente escucha nuestras oraciones. Por la mañana, nos adormece Su Palabra. El sufrimiento nos tienta a sospechar de Su gobierno. La oración no contestada nos hace inseguros de Su cuidado. El dolor crónico nos hace escépticos sobre si Él realmente está con nosotros en un tiempo de necesidad. Somos tentados, como la esposa de Lot, de mirar hacia atrás.

Y esta desconfianza nos invade sutilmente; rara vez se presenta abiertamente. Comenzamos a dormir un poco más, oramos un poco menos y programamos menos momentos de comunión con los creyentes. Nos perdemos en nuestros horarios y nos movemos a través de nuestras vidas para acallar la silenciosa y pequeña voz: “Vuelve a Mí”. Sabemos que nos hemos desviado. Sabemos, en última instancia, que Dios no ha hecho nada para merecer desconfianza. Cantamos: “Jesús, Jesús, precioso Jesús, oh, por tener la gracia de confiar más en Ti”.

Lo más difícil en qué confiar

Pero ¿en qué estamos confiando? De la letanía de las cosas por las que confiamos en Dios, creo que la más difícil de creer día a día —no en el sentido de responder en un cuestionario, sino en el sentido de la experiencia sentida— es en el amor de Dios por nosotros en Cristo. En los días en que la carne intenta amotinarse, cuando me enfrío hacia el fuego consumidor del cielo, cuando veo el dolor que puse en los ojos de un ser querido, aun yo lucho por quererme a mí mismo —¿por qué no lo haría Dios?

Dios dice que me ama; lucho por creer —emocionalmente— que le gusto. Con Moisés, yo y muchos santos vivimos (y morimos) fuera de esta Tierra Prometida, nunca disfrutando realmente de la leche y la miel que les pertenece más allá del Jordán. Si bien es la letra más sencilla de cantar: “Cristo me ama, bien lo sé; la Biblia dice así”, es la más difícil de confiar.

Satanás se asegura de esto. Mientras se deleita en convencer al simplemente cortés participante de iglesia, al adorador de dioses extranjeros y al humanitario secular de que Dios los ama incondicionalmente, él busca robar este pan celestial de la boca de Sus verdaderos hijos. Él no quiere que cantemos desde nuestra alma que Su amor inconmovible es mejor que la vida (Salmo 63:3). Se deleita en ver a los cristianos con la cabeza caída por la vergüenza, murmurándose a sí mismos mientras luchan contra el pecado: “Me quiere; no me quiere”. Desea que los hijos e hijas sean prácticamente huérfanos.

Él intentó esto con Jesús. Tan pronto como las palabras se derramaron sobre Él en Su bautismo: “Tú eres Mi Hijo amado; en Ti tengo complacencia” (Lucas 3:22), Satanás lo tentó dos veces en el desierto con respecto a Su filiación: “Si eres el Hijo de Dios…” (Lucas 4:3, 9). De esa manera él hace estrategias contra nosotros hoy:

Si eres un hijo de Dios, ¿por qué tu hijo nació discapacitado? … Si eres hija de Dios, ¿por qué sigues soltera? … Si realmente son Sus hijos, ¿por qué les entregó las serpientes del aborto involuntario? … Si está tan complacido contigo, ¿por qué no lo sientes más a menudo?

Dios derrama Su amor en nuestros corazones a través de Su Espíritu; Satanás trata de detener los diluvios que dan vida a través de mentiras acerca de nuestras circunstancias.

Que tan dulce es

Pero el amor de Dios está más allá de nuestras circunstancias en la medida en que las estrellas están más allá del hormiguero.

El amor de Dios está más allá del entendimiento (Efesios 3:17-19). Se extiende desde la eternidad hasta la eternidad (Salmo 103:11-18). Por causa de la cruz, no se desinfla debido al pecado (Salmo 103:10). Dios dejará de amar a Su pueblo solo cuando las lunas derroquen el mandato de su Hacedor, o cuando el sol pueda apartarse del curso que Él le ha establecido, o cuando se puedan medir los cielos o se pueda explorar el núcleo fundido de la tierra. Entonces —y solo entonces— echará fuera a Su pueblo de delante de Él (Jeremías 31:35-37).

La duda afecta a la experiencia, pero no a la realidad. Si verdaderamente estamos en Cristo, nuestra experiencia fluctuante, nuestros murmullos de sentimientos de indignidad, no son rivales para la evidencia que nos ha proveído: “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).

Dios escribió con marcador permanente en el Calvario. Allí crucificó todas las razones para desconfiar de Él. Allí cesamos del pecado y del yo. Allí simplemente tomamos de Jesús el gozo y la vida y el descanso y la paz.

Oh, por tener la gracia de confiar más en Él.


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