Por el amor de Dios, volumen 1/11 de junio
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 164 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Luximar Arenas Petty
11 DE JUNIO
Deuteronomio 16; Salmos 103; Isaías 43; Apocalipsis 13
ES DIFÍCIL IMAGINAR un salmo más hermoso que el Salmo 103. Cuando nuestros hijos estaban creciendo, el precio que ellos “pagaron” por sus Biblias encuadernadas en cuero fue memorizar el Salmo 103. A través de los siglos, incontables creyentes han recurrido a éstas líneas para levantar sus espíritus, un compromiso renovado de alabanza y gratitud, un incentivo para orar, una restauración de una visión del mundo centrado en Dios. El salmo fácilmente demanda nuestras meditaciones por el resto del mes, por el resto del año. Sin embargo, nos concentramos en tres de sus características.
(1) El salmo está enmarcado por las exhortaciones a la alabanza. Al comienzo, David se exhorta a sí mismo y por su ejemplo, a sus lectores: “Bendice, alma mía, al SEÑOR, y bendiga todo mi ser su santo nombre” (103:1). David reconoce implícitamente que es alarmantemente fácil conservar los aspectos externos de la alabanza, sin nada estallando desde el corazón de los portadores de la imagen de Dios. Esto no hará que: “todo mi ser bendiga su santo nombre”. Al final del salmo, sin embargo se encuentra una sincera y profunda adoración individual, el marco para la alabanza a Dios es muy pequeño, porque después de todo, el reino de Dios reina sobre todo (103:19): “Bendecid al SEÑOR, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su mandato, obedeciendo la voz de su palabra. Bendecid al SEÑOR, vosotros todos sus ejércitos, que le servís haciendo su voluntad. Bendecid al SEÑOR, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su dominio. Bendice, alma mía, al SEÑOR” (103:20-22). Ahora la alabanza del salmista es una con la alabanza celestial, con la alabanza de todo lo creado.
(2) Cuando David comienza a enumerar “todos sus beneficios” (103:2), el comienza con el perdón de pecados (103:3). Aquí está un hombre que entiende lo que es de gran importancia. Si tenemos todo pero no el perdón de Dios, no tenemos nada que valga la pena; si tenemos el perdón de Dios, todo lo demás de valor es también prometido (comparar con Romanos 8:32).
(3) David pronto se traslada de las bendiciones que disfruta como creyente personal a la justicia publica del Señor (103:6), a su gracia auto revelada a Moisés y a los israelitas (103:7-18). Aquí el permanece por más tiempo, dando vueltas y vueltas en su mente de las más grandes bendiciones que el Señor ha dado a su pueblo. Sobre todo, se enfoca una vez más en el privilegio absoluto de tener los pecados perdonados, eliminados, olvidados. De todo esto, David percibe que proviene del carácter de Dios. “Compasivo y clemente es el SEÑOR, lento para la ira y grande en misericordia” (103:8). El trata con nuestro pecado, pero misericordiosamente, teniendo en cuenta nuestra débil condición. Podremos ser criaturas temporales, pero “Más la misericordia del SEÑOR es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen” (103:7).
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