Por el amor de Dios, volumen 1/18 de enero
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 20 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Arturo Valbuena M.
18 DE ENERO
Génesis 19, Mateo 18; Nehemías 8, Hechos 18
SI UNA PERSONA QUE NO ES CUIDADOSA, es bastante fácil de distorsionar una analogía. La razón es obvia. Cuando una cosa es una analogía de otra, inevitablemente, hay puntos en las que ambas son paralelas, y otros puntos en los que son muy diferentes. Si fueran paralelas en cada punto, entonces su relación no sería análoga: las dos en cambio serían idénticas. Lo que hace que una relación análoga tan fructífera e intuitiva se encuentra precisamente en el hecho de que las dos cosas no son idénticas. Pero eso es también lo que a veces lo hace un poco difícil de entender.
Este punto es fundamental para la comprensión de la analogía de Jesús se basa en Mateo 18:1-6. Cuando sus discípulos comienzan a discutir sobre quién es el más grande en el reino de los cielos, Jesús llama a un niño pequeño e insiste en que a menos que “ellos cambien y sean como niños pequeños”, “ellos nunca entrarán en el reino de los cielos” (18:3). En efecto, “el que se humille como este niño es el más grande en el reino de los cielos” (18:4). El dar la bienvenida a un niño en el nombre de Jesús es acoger a Jesús (18:05); causar que uno de estos pequeños que creen en Jesús pequen es cometer un delito tan grave que sería mejor no haber nacido (18:6).
Es importante darse cuenta de lo que la analogía no establece. No hay ninguna sugerencia de que los niños son inocentes y sin pecado, ni indicio de que su fe es intrínsecamente pura, ni ilusión sentimental de que los niños tengan una mejor comprensión de Dios que los adultos. El principal punto de la analogía se establece por el contexto de la discusión de los discípulos. Mientras se preocupan acerca de quién es el más grande en el reino, Jesús se esfuerza por llamar la atención a aquellos miembros de la sociedad de los que nadie pensaría de su grandeza. Los niños son criaturas tan dependientes. Ellos no son fuertes, sabios, o sofisticados. Son relativamente transparentes. Adultos orgullosos, entonces, deben humillarse para que puedan acercarse a Dios como lo hacen los niños pequeños: simplemente, en la dependencia inconsciente, sin ninguna esperanza de ser el más grande en el reino.
Por otra parte, si tales niños confían en Jesús, sin duda sin mucha sofisticación pero con una sencillez transparente, aquellos que los corrompen y los llevan por mal camino son patéticamente y profundamente malvados.
Aquí, entonces, es una imagen de grandeza en el reino que destruye nuestras pretensiones, humilla nuestro orgullo, y avergüenza nuestras aspiraciones egoístas. Si no hay que sacar las conclusiones equivocadas de esta analogía, hay un montón de correctas en que pensar y poner en práctica.
Los que aspiran a las alturas eclesiásticas y gran reputación necesitan reflexionar detenidamente en estas palabras: “Por lo tanto, cualquiera que se humille como este niño es el más grande en el reino de los cielos.”
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