Por el amor de Dios, volumen 1/22 de agosto
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 236 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Arturo Valbuena M.
22 DE AGOSTO
1 Samuel 14; Romanos 12, Jeremías 51, Salmo 30
ENTRE LOS PRINCIPALES PUNTOS que Pablo ha estado haciendo en su carta a los Romanos es la pura gratuidad de la gracia, la medida de la misericordia increíble que ha ganado judíos y gentiles por igual. Igual somos culpables, igual somos justificados, perdonados, renovados, debido a la misericordia sin medida de Dios.
En vista de tal misericordia, Pablo exhorta a sus lectores a “ofrecer (sus) cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios” (Rom. 12:1). Estamos tan familiarizados con este verso que su extrañeza ya no nos llama la atención. En el mundo antiguo, un sacrificio debe estar vivo en primer lugar, por supuesto, pero lo que lo hace un sacrificio es que está condenado a muerte. Pero Pablo nos quiere ofrecer nuestros cuerpos como sacrificio vivo, es decir, como “sacrificios” subsiguientes que responden a la misericordia de Dios por dedicarnos, y no menos nuestros cuerpos, a él. Estos sacrificios son “santos y agradables a él”. La idea es que a la luz de la misericordia incomparable que hemos recibido, lo menos que se quiere hacer es ser agradable a él.
Tales sacrificios constituyen nuestro “culto espiritual” El adjetivo traducido como “espiritual” abarca tanto “espiritual” y “razonable” o tal vez “racional”. Estos no son sacrificios que se ofrecían en el templo, que se iniciaba con un desangramiento, continuado con una quema del cuerpo, y terminado con la consumición selectiva de la carne. La adoración de la Nueva alianza ya no está vinculada con el templo y las exigencias rituales de la alianza del Sinaí. La forma en que vivimos, en respuesta a la misericordia de Dios, se encuentra en el centro del culto cristiano.
Si queremos saber cómo se ve, el segundo verso explica en detalle los aspectos prácticos, en principio, y los versos siguientes les dan forma concreta. Para ofrecer nuestros cuerpos en sacrificio vivo a Dios significa que no es conforme a los patrones de este mundo, sino ser transformados por la renovación de nuestras mentes (12:2). En otras palabras, lo que está en cuestión no es un comportamiento puramente exterior, mientras que interiormente nos mantenemos en las garras del odio cuidadosamente enmascarado, la lujuria, el engaño, la envidia, la codicia, el miedo, la amargura y la arrogancia. Lo que está en cuestión es la transformación de la manera en que pensamos, con lo que nuestra mente a estar de acuerdo con las maneras y la Palabra de Dios. Eso va a producir todos los cambios en el comportamiento que es necesario y prudente, y ese cambio será radical. Mediante esta transformación fundamental, vamos a tener la posibilidad de probar y aprobar en nuestra propia experiencia lo que es la voluntad de Dios, y encontrarlo, “bueno, agradable y perfecto” (12:2). A la luz de Romanos 8:9, sin duda, el poder motivador de esta transformación es el Espíritu de Dios. Pero esa verdad magnífica no nos exime de tener determinación, sino que la fortalece.
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