Por el amor de Dios, volumen 1/23 de abril
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 115 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Luximar Arenas Petty
23 DE ABRIL
Levítico 27; Salmos 34; Eclesiastés 10; Tito 2
UNA DE LAS CARACTERÍSTICAS INEVITABLES de quienes alaban al Señor auténticamente es que ellos quieren que otros se unan con ellos en su alabanza. Ellos reconocen que si Dios es la clase de Dios que sus alabanzas dicen que él es, entonces debe ser reconocido por otros. Además, una de las razones para alabar al Señor es agradecerle por la ayuda que nos ha brindado. Y si luego vemos a otros en necesidad del mismo tipo de ayuda, ¿no es natural para nosotros compartir nuestra propia experiencia de la provisión de Dios, con la esperanza que otros busquen la ayuda de Dios? Y ¿no resultará esto en un amplio círculo de alabanza?
Es maravilloso escuchar a David decir, “Bendeciré al SEÑOR en todo tiempo; continuamente estará su alabanza en mi boca” (Salmo 34:1). Pero el también invita a otros, primero a compartir la bondad del Señor, y luego a participar en la alabanza. Así pues leemos, primero, “En el SEÑOR se gloriará mi alma; lo oirán los humildes y se regocijarán” (34:2). Los humildes necesitan aprender de las respuestas a las oraciones que David ha experimentado, y las cuales detallará en breve. Y segundo, la amplia invitación a expandir el círculo de alabanza a continuación: “Engrandeced al SEÑOR conmigo, y exaltemos a una su nombre” (34:3).
En las siguientes líneas encontramos a David dando testimonio de su propia experiencia de la gracia de Dios (34:4-7). La sección sucesiva es una exhortación seria a otros a confiar y seguir este mismo Dios (34:8-14), y el resto del salmo está dedicado a exaltar la justicia de Dios, lo cual asegura que él está atento a los clamores de los justos y su rostro esta contra aquellos que hacen el mal (34:15-22).
Dios, insiste David, lo salvó realmente “de todas sus angustias” (34:6). Ese es un hecho objetivo. Ya sea que pueda ser visto o no, el “El ángel del SEÑOR acampa alrededor de los que le temen, y los rescata” (34:7). Pero además de las angustias por las cuales pasamos, algunas veces más amenazantes, ciertamente no menos dañinos, son los temores que los acompañan. El temor nos hace perder la perspectiva, dudar de la fidelidad de Dios, cuestionar el valor de la lucha. El temor provoca estrés, amargura, cobardía, e insensatez. Pero el testimonio de David es un estupendo aliento: “Busqué al SEÑOR, y El me respondió, y me libró de todos mis temores” (34:4). La verdad es que, la palabra temores podría referirse a su propio terror sicológico, o a las cosas que le hacen temer: sin duda el Señor libró a David de ambas. Pero que su propia perspectiva fue transformada queda claro por el versículo siguiente: “Los que a Él miraron, fueron iluminados; sus rostros jamás serán avergonzados” (34:5).
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