Por el amor de Dios, volumen 1/25 de abril
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 117 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Luximar Arenas Petty
25 DE ABRIL
Números 2; Salmos 36; Eclesiastés 12; Filemón
ENTRE LOS PUNTOS DE VISTA que expresan los Salmos, algunos de los más agudos tratan con la naturaleza del malvado y de las personas malvadas. Raramente estos son puestos en categorías abstractas. Casi siempre son funcionales y relacionales.
¿Qué es lo que se encuentra en el corazón pecaminoso del impío? “No hay temor de Dios delante de sus ojos” (Salmo 36:1). Esto quiere decir algo más que la persona malvada sea tonta sin miedo a los castigos que Dios finalmente aplicará (aunque no significa menos que eso). Quiere decir que los malvados son tan ciegos que no ven la realidad suprema. Ellos tampoco ven a Dios en lo absoluto, o, casi tan horriblemente, ellos no ven a Dios como él es.
Todo comportamiento apropiado y punto de vista de los seres humanos hechos a la imagen de Dios encuentran su punto de referencia y medida en Dios mismo. El temor del SEÑOR es el principio de ambos conocimiento (Proverbios 1:7) y sabiduría (Proverbios 9:10), porque “el conocimiento del Santo es inteligencia” (Proverbios 9:10). Lo contrario es una necedad absoluta: “los necios desprecian la sabiduría y la instrucción” (Proverbios 1:7). No es de extrañar que el salmista insiste que es el necio quien dice, “No hay Dios” (Salmo 14:1). Casi tan tonto como la evocación de dioses domesticados que podemos manejar, o de dioses salvajes que son brutales e inmorales, o de dioses impersonales que despersonalizan a los portadores de la imagen de Dios. Cuando uno es ciego a la verdad de Dios, incluyendo su gloriosa santidad eso justamente debe infundir temor en los portadores de imagen tan rebeldes como nosotros, no hay lugar donde parar en el descenso al abismo de la locura.
La ceguera del malvado se extiende a las valoraciones de sí mismo. “Porque en sus propios ojos la transgresión le engaña en cuanto a descubrir su iniquidad y aborrecerla” (Salmo 36:2). Si él pudiera ver lo suficientemente bien para descubrir su pecado, para verlo por lo que es -rebelión contra el Dios viviente- y odiarlo por su completa repugnancia y arrogancia absoluta antes que la santidad majestuosa de su Hacedor, inevitablemente el también temería a Dios. La ceguera doble es una.
Esto, por supuesto, es el por qué los debates filosóficos acerca de la existencia de Dios nunca han podido ser resueltos por la sola razón. No es que Dios no sea razonable, menos aún que él se ha quedado sin testigos. Por el contrario, la tragedia y el oprobio del pecado humano nos deja, aparte de la gracia de Dios, horriblemente ciegos. Aún esta ceguera es ceguera culpable: el malvado no tiene temor de Dios delante de sus ojos. Pablo entiende el punto muy bien que hace de este el texto prueba culminante en su prueba de la perdición humana (Romanos 3:18). Gracias a Dios por los siguientes trece versículos escritos por el apóstol.
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