Por el amor de Dios, volumen 1/28 de octubre

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English: For the Love of God, Volume 1/October 28

© The Gospel Coalition

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Por D.A. Carson sobre Vida Devocional
Capítulo 303 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1

Traducción por Arturo Valbuena M.


28 DE OCTUBRE

2 Reyes 9, 1 Timoteo 6; Oseas 1, Salmo 119:73-96

VALE LA PENA COMPARAR la unción de David (1 Sam. 16) con la unción de Jehú (2 Reyes 9), o, más precisamente, vale la pena comparar no sólo los dos unciones, pero lo que le sigues a las dos unciones.

La historia de David es la más conocida (1 Sam). Cuando Samuel le ungió para ser rey, David era todavía un hombre joven, un pastor joven. La unción no cambó nada de su situación inmediata. A su debido tiempo se ganó dimensiones heroicas al derrotar a Goliat y luego madurando en un oficial eficiente y leal del rey Saúl. Cuando Saúl se volvió amargado y paranoico, obligando a David a esconderse en los montes de Judea, David parecía muy lejano del trono. La Providencia le dio dos oportunidades asombrosas para matar a Saúl, pero David se contuvo y, de hecho, él incluso restringió a algunos de sus propios hombres que estaban dispuestos a tomar la acción que David no quiso tocar. Su razonamiento era simple. A pesar de que sabía que iba a ser rey, él también lo sabía que en el momento en que Saúl se convirtió en rey. El mismo Dios que había ungido a David había instalado primero a Saúl. El matar a Saúl por lo tanto, era matar al ungido del Señor. Él no estaba dispuesto a tomar la herencia que el Señor mismo le había prometido, si el precio a pagar era un acto inmoral. Dios le había prometido el trono, Dios primero tendría que desalojar de su actual titular, pero David no se rebajaría a la intriga y el asesinato. Este fue uno de los mejores momentos de David.

¡Qué diferente es Jehú! Cuando él es el ungido, se le asigna la tarea de castigar y destruir a la malvada casa de Acab. Pero él no espera un signo providencial. A lo que a él le respecta, la unción es suficiente incentivo para embarcarse de inmediato en una insurrección sangrienta. Por otra parte, a pesar de su discurso piadoso por acabar con la idolatría de la casa miserable de Acab, por ejemplo 9:22, su propio corazón es traicionado por dos realidades malignas. En primer lugar, no sólo asesina al actual titular del trono de Israel, pero cuando tiene la oportunidad de que mate Ocozías, rey de Judá, también (9:27-29), sin embargo no sancionada por el profeta. ¿Pensaba Jehú tal vez entretener visiones de un restaurado reino restaurado, unidos por asesinato y el poder militar? En segundo lugar, aunque Jehú redujo el poder de la adoración de Baal, él promovió otras formas de idolatría no menos repugnante a Dios (10:28-31). A diferencia de David, él no era “un hombre tras el corazón de Dios” (compare 1 Sam 13:14). Lejos de ello, “Él no se apartó de los pecados de Jeroboam, los que había hecho a Israel cometer” (10:31).

La lección es importante. Ni siquiera la profecía divina libera de las obligaciones de la moral, la integridad y la fe fiel y obediente a Dios. El fin no justifica los medios.



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