Por el amor de Dios, volumen 1/30 de abril
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 122 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Luximar Arenas Petty
30 DE ABRIL
Números 7; Salmos 42; Cantares 5; Hebreos 5
MILLONES DE CRISTIANOS HAN CANTADO las palabras como un coro. Millones más han meditado en ella en su propia lectura tranquila de la Escritura. “Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmo 42:1).
Es una imagen evocadora. Uno se imagina al ciervo, descendiendo por el perímetro del bosque a media luz del atardecer, para saciar la sed del caliente día en las aguas frescas del arroyo cristalino. Cuando los cristianos han aplicado la imagen a sí mismos, han evocado una abundante diversidad de circunstancias personales: anhelos semi místicos por un sentido de lo trascendente, valentía centrada en Dios que va en contra de la oposición cultural, un anhelo único por la presencia de Dios cuando los cielos parecen como el bronce, una satisfacción apacible con nuestra propia experiencia religiosa, y mucho más.
Pero cualquier aplicación posible de esta imagen evocadora, la situación del ciervo, y del salmista, también, como veremos, está bajo un enorme estrés. El ciervo no esta deslizándose al arroyo para el suministro habitual de refrigerio; esta jadeando por agua. El salterio métrico añade las palabras, “cuando se acalora por la persecución”; pero no hay indicio aquí, y en la aplicación que el salmista hace se ajustaría menos que otra posibilidad. El salmista está pensando en un ciervo jadeante por refrescarse en las aguas de un arroyo durante la temporada de sequia y hambruna (como en Joel 1:20). De la misma manera, el tiene hambre del Señor, hambriento de la presencia de Dios, y en particular con hambre de regresar a Jerusalén y disfrutar de la adoración en el templo, “guiaba hasta la casa de Dios, con voz de alegría y de acción de gracias, con la muchedumbre en fiesta” (42:4). En cambio, se encuentra a sí mismo “abatido” (42:5) debido a que el está en camino al Valle del Jordán, en algún lugar cercano a las alturas del Hermón, en el extremo norte del país.
Aquí el salmista debe luchar con enemigos que se burlan de él, al menos en cuanto a su fe. Ellos se burlan todo el día, ¿Dónde está tu Dios? (42:10). Lo único que va a satisfacer al salmista no es, finalmente, Jerusalén y el templo, sino Dios mismo. Donde quiera que se encuentre, el salmista todavía puede declarar, “De día mandará el SEÑOR su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo; elevaré una oración al Dios de mi vida” (42:8). De esta manera se anima a sí mismo con estas reflexiones: “¿Por qué te abates, alma mía? Y, ¿por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios, pues he de alabarle otra vez. ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios!” (42:11).
Cante el coro, repita las líneas antiguas. Y aliéntese cuando esté luchando contra el pantano sombrío de la desesperación, y Dios parece estar lejano.
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