Por el amor de Dios, volumen 1/5 de agosto
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 219 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Arturo Valbuena M.
5 DE AGOSTO
Jueces 19, Hechos 23, Jeremías 33; Salmos 3-4
PARA EL MOMENTO A LLEGAMOS A Jueces 19, la ley de la selva ha triunfado en la naciente nación de Israel.
El levita que se nos presentó ahora adquiere una concubina. (Los levitas tenían que casarse sólo con vírgenes, véase Lev 21:7, 13-15.). Ella es promiscua y se va, regresando a la casa de su padre. A su debido tiempo el levita la quiere de vuelta, por lo que viaja a Belén y la encuentra. Debido al retraso en el viaje de regreso, no pueden hacer el viaje a casa en un día. Prefiriendo no detenerse en uno de los pueblos cananeos, toman prisa para llegar a Guibeá, un asentamiento de la tribu de Benjamín. Un propietario local le advierte al levita y su concubina no quedarse en la plaza de la ciudad durante la noche ya que es demasiado peligroso. Y les lleva a su casa.
Durante la noche, una turba de vándalos enardecidos quieren que el dueño de casa envíen al levita para que ellos lo sodomizaran. Eso es impresionante. En primer lugar, por las normas sociales del antiguo Cercano Oriente, era impensable no mostrar hospitalidad, y quieren violar a un visitante en grupo. Y a medida que avanza el relato, es muy claro que estarían contentos por igual de violar hombres o mujeres sin importarles.
Pero quizás el más feo momento de la narración se produce cuando el dueño de casa, recordando las reglas de la hospitalidad y sin duda miedo por sí mismo, les ofrece a su hija y a la concubina del levita. El relato es claro y breve, pero no hace falta mucha imaginación para conjurar su terrr, no defendidas por sus hombres, pero abandonadas y traicionadas por ellos y se ofrecidas a una multitud vociferante de violadores para que los hombres pueden salvar su propio pellejo. La multitud insiste en que incluso eso no es suficiente, así que el levita empuja su concubina sola por la puerta. Así comenzó su última noche en la tierra en un pequeño pueblo perteneciente al pueblo de Dios.
La mañana amanece para encontrar el levita ordenando a esta mujer a levantarse. Es hora de irse. Sólo entonces descubre que ella está muerta. Él arrastra su cadáver de vuelta a casa, la corta en doce pedazos y envía un pedazo a cada parte de Israel, diciendo, en efecto: ¿Cuándo se para la violencia? ¿En qué momento paramos colectivamente e revertimos estas tendencias tan horribles?
“En aquellos días no había rey en Israel” (19:1).
Sin embargo, ¿qué pasa con su propia complicidad y cobardía profunda? El horror de las partes del cuerpo desmembrado seguramente suscitó una reacción, pero en ese momento no podía ser la reacción de la gente justa y bíblicamente considerada y moderada. Sólo los ingenuos podían imaginar que el resultado sería otra cosa que un descenso a un torbellino de maldad y violencia.
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