Por el amor de Dios, volumen 1/8 de mayo
De Libros y Sermones BÃblicos
Por D.A. Carson
sobre Vida Devocional
Capítulo 130 del Libro Por el amor de Dios, volumen 1
Traducción por Jaime Duran
8 DE MAYO
Números 1; Salmo 52 – 54; Isaías 6; Hebreos 13
DOS EPISODIOS MISERABLES MÁS de rebelión ahora enlodan la historia de los Israelitas en el desierto (Núm. 16).
La primera es la conspiración orquestada por Coré, Datán y Abiram. Ellos no comenzaron el problema con un puñado de gente, pero con un gran número de líderes de la comunidad, cerca de 250 de ellos. El centro de su crítica contra Moisés es doble: (a) Creen que él se ha tomado demasiadas atribuciones. “Toda la comunidad es santa, todos y cada uno de ellos, y el SEÑOR está con ellos” (16:3). Moisés no tiene ningún derecho de colocarse por encima de la asamblea del “SEÑOR” (16:3) (b) El historial del Ministerio de Moisés está tan manchado por el fracaso que no se puede confiar en él. Él los sacó de “una tierra que fluye leche y miel” (16:13), prometiéndoles muchas cosas, pero en realidad guiándolos al desierto. Así que, por qué en toda la tierra debería el “señorear sobre” la gente? (16:13)
Sus razonamientos tendrían cierta credibilidad sobre aquéllos que se enfocaron en sus dificultades, que resentían toda autoridad, que tenían poca memoria de cómo habían sido rescatados de Egipto, quienes no valoraron todo lo que Dios cuidadosamente les había revelado, que fueron arrastrados por una apelación instantánea de retórica, y que no valoraron sus propios votos de solemnidad hacia su pacto. Sus descendientes son numerosos hoy en día. En nombre del sacerdocio de todos los creyentes y en la verdad que toda la comunidad Cristiana es santa, otras cosas que Dios ha dicho acerca de los líderes Cristianos son rápidamente pasadas por alto. Detrás de estas pretensiones justas descansa, muy a menudo, la lujuria descarnada de poder, nutrida por el resentimiento.
Por supuesto, no todo líder en la iglesia Cristiana debe ser tratado con la misma deferencia: algunos son arribistas auto-promocionados de los cuales la iglesia debería deshacerse de ellos (ej., 2 Cor. 10—13). Ni tampoco todos los que protestaron son condenados con el juicio que recayó sobre Coré y sus amigos: algunos como Lutero y Calvino, como Whitefield y Wesley, y como Pablo y Amós antes de ellos, son reformadores genuinos. Pero en una época anti-autoritaria como la nuestra, uno siempre debe revisar para ver si los aspirantes a reformadores están formados por una devoción apasionada hacia la palabra de Dios, o simplemente manipulan dichas palabras para sus propios fines egoístas.
En la segunda rebelión, “la comunidad Israelita” en su totalidad (16:41), alimentados por resentimientos patéticos, murmuran en contra de Moisés y Aarón, acusándolos de haber matado a los rebeldes el día anterior—como si ellos hubieran podido abrir la tierra para que se los tragara vivos. Miles perecen porque la comunidad en conjunto aún no ha enfrentado la realidad acerca de la santidad de Dios, la exclusividad de sus reclamaciones, la inevitabilidad de su enojo en contra los rebeldes, y su rechazo justo a ser tratado con desprecio. La pregunta es, ¿Y por qué habría de ser salvada nuestra generación?
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