Querer al vecino que no escogimos

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English: Loving the Neighbor We Didn’t Choose

© Desiring God

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Por Jon Bloom sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Laura Coloma


¿“Y quién es mi prójimo”? preguntó un abogado a Jesús (Lucas 10:29).

El abogado cometió el error de intentar llevar al autor de la ley a contradecir esa ley preguntándole cómo heredar la vida eterna. El autor dio vuelta a la situación preguntando al abogado cómo interpretaba la ley.

El abogado resumió la ley en estas dos explicaciones: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón (Deuteronomio 6:5) y amarás a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19:18). El autor estuvo de acuerdo y dijo, “Haz esto y vivirás.” (Lucas 10:28).

Pero al coincidir, el autor le dio una estocada a la conciencia del abogado. Entonces, el abogado intentó “justificarse a sí mismo” preguntando, ¿“Y quién es mi prójimo? El autor respondió con la parábola del buen samaritano (Lucas 10:30-37).

Contenido

El vecino que no escogeríamos

Un comentario acerca de esta útil parábola es que: a quien debemos querer no es generalmente al que hemos escogido nosotros, sino alguien que Dios escogió para nosotros. De hecho, no hubiésemos escogido a ese alguien si Dios no lo hubiese escogido por nosotros.

El judío y el samaritano no se hubiesen escogido como vecinos. Lo que los hizo vecinos fue la calamidad sorpresiva de un hombre y la compasión elegida de otro hombre, pero solo en respuesta a una necesidad inconveniente, sorpresiva, prolongada, dilatoria, y costosa para el otro.

El impacto de la parábola es que Dios espera que queramos a desconocidos que lo necesiten, hasta a extraños, como si fuesen nuestros vecinos. Pero si esto es verdad, ¿cuánto espera que queramos a nuestro vecino real, inmediato, a aquel con quien tenemos que lidiar regularmente? Muchas veces es este vecino al que cuesta más amar. Como dijo G.K. Chesterton, Nosotros nos buscamos a los amigos y a los enemigos. Pero es Dios quien nos busca al vecino de al lado…el antiguo lenguaje de las Escrituras mostraban tal sabiduría al hablar, no del deber de uno para la humanidad, sino del deber de uno para con el prójimo. El deber para con la humanidad suele adoptar la forma de decisión, que es personal y puede incluso ser agradable. Pero a nuestro vecino tenemos que quererlo porque está ahí, una razón mucho más alarmante para una operación mucho más seria. El vecino es la muestra de humanidad que nos ha sido dada. (Herejes, capítulo 14)

Es hermoso pensar en la idea de querer a nuestro vecino mientras sea un concepto idealizado, abstracto. Pero la realidad concreta de querer al vecino, esa persona real, fastidiosa, que no hubiésemos escogido y de quien preferimos huir, le quita la belleza – al menos eso queremos creer. En realidad, la belleza del amor idealizado es imaginaria y la belleza del amor real es revelada en la llamada agonizante, sorpresiva de querer al pecador “que nos ha sido dado.”

La familia que no escogimos

Nuestros primeros vecinos están en nuestra familia. No los escogemos, nos son dados. Nos lanzan junto a ellos, con defectos y todo, y se nos pide que los queramos con la clase de amor de vecino que Jesús tiene en mente. Volvemos a Chesterson:

Precisamente porque a nuestro hermano George no le interesan nuestras dificultades religiosas sino el restaurante Trocadero…Es precisamente porque el tío Henry no aprueba las aspiraciones teatrales de nuestra prima Sarah por lo que la familia es como la humanidad…La tía Elizabeth es irracional, como la humanidad. Papá es nervioso, como la humanidad. Nuestro hermano menor es malo, como la humanidad. Nuestro abuelo es tonto, como el mundo. (Ibíd)

Si fuese por ellos, muchos no hubiesen escogido sus familias. Es por eso que las familias son como laboratorios de amor vecinal, porque las familias son microcosmos del mundo.

La comunidad que quisiéramos abandonar

Si somos mayores y vivimos en una comunidad donde tenemos opciones, podemos escoger nuestra comunidad religiosa, pero no escogemos a los miembros de esa comunidad.

Inevitablemente, con el tiempo, nuestra comunidad religiosa llega a parecerse a nuestra familia. Debemos vivir con líderes que nos decepcionan y con compañeros que ven el mundo de forma diferente. Además de sus idiosincrasias temperamentales y fastidiosas, tienen distintos intereses, prioridades ministeriales, filosofías educativas y preferencias musicales muy diferentes a las nuestras.

“Vivir con ellos” no parece ni se siente como la comunidad de nuestros sueños – nuestro concepto abstracto idealizado. Tal vez necesitamos cambiar, encontrar una iglesia distinta en donde podamos crecer realmente.

Tal vez. Si los defectos de la comunidad religiosa incluyen cosas como infidelidad a la ética y a la doctrina, un cambio pudiera ser exactamente lo que necesitamos para crecer realmente.

Pero si nuestra incomodidad se debe a la desilusión de tener que lidiar con personas difíciles, diferentes y con programas mediocres, tal vez el cambio que necesitamos no radica en la comunidad religiosa sino en nuestra voluntad de querer a nuestros vecinos, los que Dios nos ha dado para querer.

Este siempre ha sido el llamado de Dios a los cristianos. En sus orígenes, la iglesia no solo se basaba en Hechos 2:42-47. También en Hechos 6:1 y 1 Corintios 11:17-22. Las iglesias de las primeras generaciones incluían judíos y gentiles, amos y esclavos, ricos y pobres, personas que preferían otros líderes, personas que estaban totalmente en desacuerdo en temas superficiales – personas muy parecidas a las de nuestra iglesia. Era muy difícil convivir en esos tiempos, al igual que ahora (probablemente era más difícil en aquel entonces). Por eso tenemos 1 Corintios 13 y Romanos 12.

La marca distintiva de la iglesia nunca ha sido su sociedad utópica sino el amor de sus miembros hacia los otros (Juan 13:35). De acuerdo con la parábola del buen samaritano, la gloria de ese amor brilla cuando es costosa e inconveniente.

“Ve y haz tú lo mismo”

Si le preguntamos al abogado, ¿Y quién es tu prójimo? puede que no nos guste la respuesta de Jesús. Puede que refute nuestros sueños de amor y de comunidad, porque en vez de amar al vecino que queremos, el alma gemela que hubiésemos escogido, Jesús nos lleva hacia la persona diferente, necesitada, desorganizada que está frente a nosotros – la que queremos evitar – y nos dice, “Aquí está tu vecino.”

Tal vez él o ella sea una persona extraña, pero lo más seguro es que viva en nuestra casa, en nuestra calle, o sea un miembro de nuestra iglesia.

El samaritano de la parábola amó al judío como a sí mismo y Jesús nos dice lo que le dijo al abogado: “Ve y haz tú lo mismo” (Lucas 10:37).


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