Respondiendo a la Maldad

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English: Answering Evil

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Por R.C. Sproul sobre La Soberanía de Dios

Traducción por Carlos Diaz


El Dr. John Gerstner, mi estimado mentor, tuvo ciertamente una forma de obtener mi atención y ayudarme a pensar más claramente. Todavía recuerdo cuando le dije que pensaba que el problema de la maldad es irresoluble. Habiendo notado que los mejores apologistas y teólogos en la historia de la iglesia no han respondido todas las preguntas surgidas por la existencia de la maldad en este mundo, le dije que ninguno resolvería jamás el problema en este lado de la eternidad. Él se volteó y me reprendió. “¿Cómo sabes que el problema de la maldad nunca será resuelto?. “Quizás tú u otro pensador son los elegidos por Dios para resolver este problema.”

Con todo el debido respeto al Dr. Gerstner, pienso que él sobreestima sus estudiantes. No he cambiado mi opinión sobre el problema de la maldad desde esa conversación. En los muchos años que he enseñado filosofía, apologética, y teología, y en las muchas conversaciones que tuve con las personas heridas, permanece elusiva una respuesta completa al problema de la maldad. Sobretodo, los eventos recientes hacen que el problema parezca más agudo. En el último año, hemos tratado con terroristas que bombardearon el Maratón de Boston así como también el tiroteo en la Escuela Primaria Sandy Hook (Sandy Hook Elementary School) en Connecticut. El Huracán Sandy mató a 300 personas en la parte Noreste de los Estados Unidos. Pudiéramos mencionar también los cientos de miles que murieron en los tsunamis en el 2004 y en el 2011. La lista es casi interminable.

Colocar un rostro humano sobre la maldad puede hacerla más comprensible—no es sorpresa que las personas malas hacen cosas malas. La violencia por naturaleza puede ser más problemática. ¿Cómo tratamos con los desastres naturales que no respetan a las personas sino que en vez de eso reclama indiscriminadamente las vidas de personas de mayor edad, infantes, y los discapacitados junto con los niños y adultos sanos? “¿Cómo,” muchas personas—incluso los Cristianos—se preguntan, “pudiera un Dios bueno permitir que tales cosas sucedan?”

No ha existido ausencia de especulación en el intento de responder estas preguntas. Los individuos de buena voluntad han sugerido incontables teodiceas—intentos en justificar y reinvindicar a Dios por la presencia de la maldad en el mundo. En su libro del siglo XVIII titulado Teodicea, el filósofo Gottfried Leibniz intentó explicar la maldad sugiriendo que vivimos en el “mejor de todos los mundos posibles.” Otros pensadores han dicho que la maldad es necesaria para hacernos personas virtuosas o para preservar la realidad del libre albedrío. Tales respuestas fracasan en satisfacer las aclaratorias, y generalmente sacrifican la soberanía de Dios en el proceso.

No pienso que Dios nos haya revelado una respuesta final y concisa al problema de la maldad y el sufrimiento. Sin embargo, eso no quiere decir que Él haya estado silencioso sobre el problema. La Escritura nos da algunas instrucciones específicas:

Primero, la maldad no es una ilusión—es completamente real. Algunas religiones enseñan que la maldad es irreal, pero la Biblia nunca minimiza la verdad de la miseria y el dolor. Además, los personajes bíblicos nos muestran un desprendimiento estóico de que la maldad no es la respuesta correcta. Ellos desgarran sus ropas, ofrecen sus lamentos a Dios, y lloran lágrimas verdaderas. Nuestro Salvador por Sí Mismo caminó la Via Dolorosa como el Hombre de los Pesares que sabía de nuestra lástima.

Segundo, Dios no es caprichoso ni arbitrario. Él no actúa de forma irracional, ni Él muestra o permite la violencia en vano. Eso no significa que siempre sepamos por qué una maldad en particular ocurre en un lugar o tiempo dado. Debido a que no sabemos todas las razones detrás de cada maldad en particular, podemos hacer conexiones fáciles entre la culpa y el desastre, entre un pecado de una persona y la maldad que le ocurre. Los textos que incluyen el libro de Job y Juan 9 nos mantienen declarando universalmente que el dolor es un castigo específico por un pecado específico. Eso quiere decir que cuando ocurren los desastres inexplicables, debemos decir con Martin Luther, “Deja a Dios ser Dios.” El clamor de Job de que “El Señor me lo dio y el Señor me lo quitó, bendito sea el nombre del Señor” (Job 1:21) no fue una visualización superficial de piedad o una negación de dolor. Job mordió su labio y tomó con fuerza su estómago para que así permaneciera fiel en el medio de la tragedia y el sufrimiento absoluto. Job sabía quién era Dios, y se rehusó a maldecirlo.

Tercero, este no es el mejor de todos los mundos posibles. Este mundo está arruinado. El sufrimiento está aquí solamente porque el pecado se ha deteriorado otra forma de una buena creación. Por supuesto, eso no quiere decir que todo el sufrimiento tiene conexión con un pecado en particular o que podemos bosquejar una correlación uno a uno entre el grado del pecado de una persona y el grado de su sufrimiento. Sin embargo, el sufrimiento pertenece al complejo completo del pecado que las personas visitan sobre este mundo. Mientras la creación sufre de la violencia del hombre, ella devuelve esta violencia. La Biblia nos cuenta que la creación se enfurece con sus maestros y explotadores humanos. En vez de auxiliar a la tierra sabiamente y reabastecerla, nosotros la explotamos y contaminamos. Hasta que Cristo regrese con los nuevos cielos y tierra, trataremos con tempestades, terremotos e inundaciones. Hasta entonces, anhelaremos una creación renovada.

Finalmente, la maldad no es el extremo. La Cristiandad nunca niega el horror de la maldad, pero tampoco nombra que la maldad tiene algún poder por encima o igual a Dios. La palabra final de las Escrituras sobre la maldad es el triunfo. La creación se queja a medida que espera su redención final, pero este gemido no es inútil. Por encima de toda la creación permanece el Cristo resucitado—Cristo Vencedor—quien ha triunfado sobre los poderes de la maldad y hará todas las cosas nuevas.



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