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English: You Are Still a Mother

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Traducción por Yura Gonzalez


Contenido

Para la mamá del bebé que murió

En marzo de 2016, nuestra hija Leila Judith Grace murió en el útero, a las 39 semanas y 4 días. Nació muerta cuatro días después. Mi esposo y yo nos sumergimos en un mundo del que solo habíamos oído hablar de lejos. Involuntariamente, nos convertimos en miembros de una triste fraternidad de padres que llevan consigo el dolor oculto de un niño que ha partido de esta tierra.

Hace cinco años de la muerte de Leila. Todavía tengo mucho que aprender del Señor al hacer frente a su dolorosa providencia. Pero mientras reflexiono, hay siete verdades que me han ayudado a levantar mi mirarada al cielo, siete verdades que me gustaría compartir con la madre que atraviesa un valle similar de pena y dolor.

Entonces, para ti, querida hermana en Cristo, lamento mucho que compartamos esta gran tristeza. Me gustaría que no fuera así. Espero que estas verdades te ayuden a continuar luchando a vivir por la fe, y no por lo que ven los ojos, mientras lamentas la muerte de tu precioso hijo.

1. No fue tu culpa.

Si eres como yo, has revisado minuciosamente los días previos a la muerte de tu hijo, preguntándote qué podrías haber hecho para evitarlo. ¿Qué podrías haber hecho diferente? La respuesta de la Biblia es clara: ¡Nada!

El Salmo 139 nos dice que los días de tu bebé estaban contados antes de nacer: " En tu libro se escribieron todos los días que me fueron dados, cuando no existía ni uno solo de ellos” (Salmo 139: 16). Antes que Dios tejiera a Leila en mi vientre, ya había decidido que su vida solo sucedería allí dentro: 277 días. Nada que yo pudiera haber hecho habría alterado el plan eterno de Dios, aun cuando a menudo he deseado retroceder en el tiempo e intentarlo. "Nada ocurre sin su intervención", dijo una vez Juan Calvino (Institutos de la religión cristiana, 1.17.11). A Satanás le encantaría que dudaras de la verdad de la palabra de Dios, pero el camino de "¿Y que hubiera pasado si...? " conduce a la culpa, la aflicción y la desesperanza. Los días de tu bebé ya estaban escritos en el libro de Dios antes de que fuera concebido.

2. Tu bebé está seguro.

Quizás pensamos que el lugar más seguro para los bebés son los brazos de su madre. ¡Y cómo nos duelen los brazos del deseo de acunar nuestros bebés! Nunca un vacío se había sentido tan pesado. Pero aún si nos concedieran ese privilegio, no podríamos protegerlos de los peligros de este mundo caído.

En cambio, nuestros bebés fueron llamados directamente a los brazos de Jesús, a un lugar donde “los impíos cesan de airarse” y “los cansados reposan” (Job 3:17). Por supuesto, el saber que están a salvo no elimina la angustia de vivir sin ellos. Pero nunca tendremos que preocuparnos por nuestros hijos en ningún sentido; de hecho, ni siquiera necesitaremos orar por ellos. Su peregrinaje en este mundo caído ha terminado, y están

A salvo en los brazos de Jesús,
a salvo de la corrosión,
a salvo de las tentaciones del mundo,
el pecado no puede dañarlos allí.

3. Un día volverás a ver tu bebé.

Cuando murió el hijo del rey David, dijo confiadamente: "Yo iré a él, pero él no volverá a mí" (2 Samuel 12:23). Cuando bajamos el cuerpo de Leila a la tumba, puse el primer puñado de tierra sobre su diminuto ataúd blanco. "Hasta pronto", susurré entre lágrimas, aferrándome a la fidelidad del pacto de Dios con mayor esperanza que David. Me había ayudado a alcanzar tal confianza una frase de los Cánones de Dort:

Los padres [cristianos] no deberían dudar de la elección y salvación de sus hijos, a quienes Dios llama de esta vida en su infancia. (1,17)

Por supuesto, nuestros bebés solo accedieron al cielo a través de Jesús, a quien necesitaban tanto como cualquier otro pecador. Ellos también necesitaban ser lavados, santificados y justificados por la sangre de Cristo, y si estamos unidos a él por la fe, un día los volveremos a ver.

4. Aunque breve, la vida de tu bebé fue valiosa.

Es difícil imaginar cómo nuestro mundo puede tener una visión inferior de la vida en el útero de la de ahora. La vida de un bebé se considera desechable en cualquier etapa de su desarrollo. Pero sabemos que la vida de nuestros bebés fue preciosa desde la concepción porque fueron creados por Dios: “Porque tú formaste mis entrañas; me tejiste en el seno de mi madre” (Salmo 139: 13).

La imagen de tejer refleja un enfoque en la complejidad de los detalles y una creación cuidadosa de algo bello. No importa si nuestros bebés murieron durante o después del embarazo, qué tan desarrollados estaban, si tuvieron o no complicaciones médicas; seguían siendo personas con alma, reflejos de Dios y a quienes él íntimamente formó, por lo que eran preciosos ante sus ojos.

5. Dios te sostendrá

Hace cinco años, cuando el ecografista dijo las desgarradoras palabras: "Lo siento, pero no hay latidos", mi esposo y yo sentimos que la tierra se abría bajo nuestros pies. Estábamos en caída libre. Pero un amigo nos envió Deuteronomio 33:27: "El eterno Dios es tu morada, y debajo están los brazos eternos”. Puede que no siempre te sientas sostenido, pero tus sentimientos no cambian la realidad; en Cristo, sus brazos siempre están debajo de ti.

Descansa entonces todo el peso de tu dolor en ellos; para él no hay pena demasiado pesada, él te sostendrá. Como tu Padre celestial ha prometido,

Al alma que en Jesús se ha inclinado para reposo,
No abandonaré a sus enemigos.
Esa alma, que todo el infierno se esfuerza en sacudir,
Nunca, nunca, nunca abandonaré.

6. Aunque tu hijo no esté contigo, sigues siendo madre.

Es posible que en estos momentos no tengas muchos roles de maternidad que mostrar. No hay pañales que cambiar, ni ropitas que lavar, ni bebé que amamantar; todos angustiosos recordatorios de lo que has perdido. Pero un nacido vivo no te convierte en madre: si la vida de tu hijo comenzó en el momento de la concepción, también lo hizo tu maternidad. La muerte de tu hijo no anula esa realidad.

En el Evangelio de Lucas, mientras Jesús era testigo del cortejo fúnebre de un joven, Lucas lo describe como "el único hijo de su madre" (Lucas 7:12). Jesús, compadeciendo a la madre, le dice al joven: "levántate". Lucas continúa: “Y el muerto se incorporó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a su madre” (Lucas 7:15). En la vida y en la muerte, esta mujer fue su madre. Y en la vida de resurrección, Jesús le devolvió su hijo.

El mundo puede olvidar que eres madre. Incluso las personas cercanas a ti pueden olvidar (involuntariamente) mencionar el nombre de tu bebé o incluirlo en un orden de nacimiento. Pero Dios nunca olvida. En la vida y en la muerte, te ve como la madre de tu hijo.

7. La historia de tu bebé aún no está completa.

La separación del cuerpo y el alma nunca fue más real para mí que cuando sostuve el cuerpo sin vida de mi hija en el hospital. Hasta ese momento, pensé que Leila de alguna manera ya debía estar con Jesús, en cuerpo. Sin embargo, ahí estaba su cuerpo muy real en mis brazos, siete libras, el mismo cuerpo que pronto yacería en un pequeño ataúd para ser depositado en una tumba. Fue entonces cuando caí en cuenta de que la historia de Leila no estaba completa aún. Sí, ella estaba con el Señor, lo cual era "mucho mejor" (Filipenses 1:23), pero todavía no era lo mejor. Ella estaba, y todavía está en espera de la resurrección de su cuerpo, su cuerpo glorioso, imperecedero y de nueva creación.

La vida, la muerte y la resurrección de nuestros hijos modela la del Señor Jesús, "las primicias de los que durmieron" (1 Corintios 15:20). En la cruz, las últimas palabras de Jesús a su Padre fueron "en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lucas 23:46), pero como sabemos, su cuerpo fue depositado en la tumba. Su alma y su cuerpo se separaron desde el viernes por la noche hasta el domingo por la mañana, cuando resucitó de entre los muertos.

De igual manera, cuando nuestros bebés murieron, sus almas fueron inmediatamente al cielo, pero sus cuerpos fueron a la tumba. Para marcar esta parte de la historia de Leila grabamos tres palabras en su ataúd: "Esperando la resurrección". Independientemente de cómo hayas puesto a descansar a tu bebé, él o ella está esperando esa misma resurrección, “la trompeta sonará y los muertos resucitarán imperecederos” (1 Corintios 15:52). Ese día, nuestros hijos escucharán la voz de nuestro Salvador llamando su nombre y diciendo: "Ven". Entonces, y solo entonces, su historia estará completa.

Por tanto, querida hermana en Cristo, mientras lloramos a nuestros pequeños, hagámoslo con esperanza, fijando nuestros ojos en el Señor Jesús resucitado. Porque un día él nos reunirá con nuestros hijos en otra orilla y bajo una luz mayor. Ese día está llegando. Como le escribió Samuel Rutherford en una carta a una madre en duelo: “Prepárate; hoy estás más cerca de tu hija de lo que estabas ayer ". Cada día estás más cerca de volver a ver a tu hijo.


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