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Por Andre Yee sobre Trabajo y Vocación

Traducción por Susana Belvedere

¿Qué hacemos cuando experimentamos un trabajo infructuoso o hasta con fracaso? ¿Cómo respondemos cuando el arduo trabajo produce pocos resultados?

Ya seamos pastores fieles en una iglesia con problemas, estudiantes universitarios diligentes con malas calificaciones, o buenos padres con un hijo pródigo, todos experimentamos la frustración de un trabajo infructuoso. Por momentos no parece muy justo, pero la realidad prevalece: el trabajo esforzado no siempre nos garantiza resultados exitosos. A veces los proyectos fallan y no cumplimos las fechas de entrega a pesar de nuestros mejores esfuerzos.

En nuestro mundo motivado por el rendimiento, el trabajo infructuoso es a menudo una píldora muy difícil de tragar (especialmente para las personas más decididas entre nosotros). Esperamos resultados inmediatos, y rápidamente nos desanimamos cuando no podemos alcanzar nuestras propias expectativas.

En tiempos de infructuosidad, me veo tentado a hacer una introspección negativa o a culpar a otros por mis fallas. En mis peores momentos, puedo dudar de la buena disposición de Dios hacia mí, preguntándome por qué Él no bendice mi trabajo actual (mientras convenientemente me olvido de todas las otras áreas en las cuales sí me ha bendecido).

Cuatro cosas para recordar en tiempos de fracaso

En tiempos de desesperación por la falta de fruto, a menudo me ayuda una historia en Juan 21. Los discípulos se embarcaron en una pesca durante toda la noche y “no pescaron nada” (Juan 21:3). Al amanecer, Jesús les preguntó si habían pescado algo. No, nada. Jesús les dio instrucciones de “Echad la red al lado derecho de la barca” (Juan 21:5-6). El resultado fue milagroso. Luego de haber fracasado totalmente toda la noche, las redes se llenaron con tantos peces que comenzaron a rasgarse.

Esta historia ofrece cuatro recordatorios que nos animan en tiempos infructuosos y de fracaso.

1. El trabajo infructuoso es una experiencia común

Podríamos disculpar a los discípulos si es que ellos comenzaron con unas expectativas altas de tener una pesca exitosa. Después de todo, ellos dedicaron sus vidas a Jesús, dejando a sus familias, hogares y ocupaciones para seguirle. Algunos de ellos eran además pescadores comerciales experimentados. Parecían tener las credenciales correctas: cristianos comprometidos y profesionales competentes. Y aun así sus esfuerzos fracasaron.

Podríamos no entender por qué nuestros esfuerzos diligentes fracasan, y ser tentados a exasperarnos. Pero debemos recordar que como cristianos no tenemos garantizado el éxito en nuestro trabajo. En su sabiduría, Dios “hace salir su sol sobre malos y buenos” (Mateo 5:45, LBLA). Las temporadas sin fruto son simplemente parte y porción de nuestro diario vivir en un mundo maldecido por los efectos de la caída. Nuestro trabajo en el mundo actual está sujeto a “espinos y abrojos” que impiden el progreso y obstruyen los resultados fructíferos (Génesis 3:18).

Cuando el éxito parece elusivo, es importante recordar que la infructuosidad es una experiencia común para todos. Nuestra dificultad no es evidencia de que Dios no está complacido con nosotros, sino un recordatorio de que el mundo en el que vivimos está esperando aún la total redención (Romanos 8:20-21).

2. Jesús nos encuentra en nuestros fracasos

Cuando nuestra labor se encuentra con dificultades o fracasos significativos, Dios nos puede parecer distante. Podemos vernos tentados a creer que Jesús no se preocupa por nuestra situación o por los resultados que parecen tan importantes para nosotros (ese proyecto vital que no prospera, o el emprendimiento dificultoso de un negocio).

En esos momentos debemos tener cuidado de no relegar a Jesús a un Salvador distante e insensible que no comprende ni se preocupa por nuestras necesidades presentes. Al contrario, como Hebreos 4:15 declara: “No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino uno que ha sido tentado en todo como nosotros, pero sin pecado”. Recordemos que Jesús experimentó todas las limitaciones de trabajar en un mundo caído, y el comprende nuestra lucha por tener resultados fructíferos. Sobre todo, recordemos que a Él le importa.

En esta historia, el cuidado de Jesús por sus discípulos fue evidente al dirigirse a ellos tiernamente: “Hijos, ¿acaso tenéis algún pescado?” (Juan 21:5). Después de una noche de infructuosa labor, Jesús se encuentra con sus discípulos en el punto de sus necesidades y debilidad.

Este es un Salvador que se acerca a nosotros en tiempos perplejamente problemáticos. Se involucra con la gente común, con peces y redes, para ejecutar lo milagroso por el bien de sus hijos. Cuando nos desanimamos acerca de nuestra falta de éxito o progreso, podemos ir a Cristo con confianza de que a Él se preocupa por nuestras dificultades.

3. Dios nos ayuda en tiempos de necesidad

Muy a menudo, no busco la ayuda de Dios cuando enfrento obstáculos y fracasos. Al contrario, me apoyo en mis propias habilidades y me olvido de buscar a Dios. De hecho, gran parte de mi desánimo en las temporadas sin fruto tiene raíz en mi incapacidad para tener éxito por mí mismo.

Las redes vacías de los discípulos nos recuerdan que necesitamos que Dios obre de maneras que van más allá de nuestras capacidades y recursos. La experiencia y competitividad de los discípulos en sí mismas no eran suficientes para producir un resultado fructífero. Como en la alimentación de los 5000, esta situación estaba diseñada para revelar las limitaciones del poder humano y el ilimitado poder de Jesús para saciar las necesidades humanas.

Cuando nos encontramos con obstáculos más allá de nuestra fuerza y habilidades, no descartemos la capacidad de Dios de ayudar a través de medios providenciales, y a veces incluso milagrosos. Dios se especializa en desplegar su gloria en medio de nuestras necesidades. Recurramos a Él en busca de ayuda.

4. Jesús es el verdadero premio por nuestro trabajo

“Oyendo, pues, Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la ropa . . . y se echó al mar” (Juan 21:7)

¿No nos encanta la reacción de Pedro? Percatándose de que Jesús estaba en la orilla, se zambulló y nadó hacia Él. El cansancio de haber trabajado infructuosamente toda la noche no importó, ni tampoco el enorme cargamento de peces. Para Pedro nada importaba más que el hecho de que Jesús estuviera presente. El compañerismo con su Salvador resucitado era incomparablemente más reconfortante que la red repleta de peces.

¡Oh, si tuviéramos la perspectiva de Pedro sin importar si nuestro trabajo tiene éxito o fracasa! Que nuestra (muy legítima) aspiración por tener buenos resultados nunca opaque el verdadero premio por nuestra labor: conocer y atesorar a Jesucristo. De hecho, es en nuestras dificultades, no en el éxito, donde experimentamos la presencia de nuestro Salvador que da vida.

Solo cuando nos damos cuenta de que el éxito mundano por sí solo es bancarrota nos llenamos de esperanza por la “herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para [nosotros]” (1 Pedro 1:4).

Solo cuando ya no damos más en nuestras fuerzas descubrimos que la “gracia de Dios nos basta” y que su “poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).

Solo después del desánimo de las malas cosechas somos capaces de recibir esta infusión de gozo divino en nuestra alma: “Alegría pusiste en mi corazón, mayor que la de ellos cuando abundan su grano y su mosto” (Salmos 4:7).

A menudo, nuestras dificultades clarifican nuestra visión y fortalecen nuestra resolución en valorar más los bienes eternos que el éxito temporal. Los problemas a menudo tienen más éxito en anclar nuestra esperanza e identidad en Cristo, que nuestros logros.

El premio final de nuestro trabajo no son los resultados exitosos en sí mismos, sino ver y probar a Jesús en nuestras diligentes labores. Esto es cierto tanto en el éxito como en el fracaso, en tiempos de abundancia o escasez.

Así sea que hoy nuestras redes estén vacías o repletas, si ponemos nuestra esperanza en Él, nuestra labor nunca será en vano (1 Corintios 15:58).


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