Tus heridas no te definen

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English: Your Wounds Do Not Define You

© Desiring God

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Por MaryLynn Johnson sobre Santificación y Crecimiento

Traducción por Giuliana Marrocco


Las palabras y las acciones son poderosas. Pueden fortalecer a las personas o destrozarlas. Pueden desbordar de amor o emanar odio. Pueden establecer confianza o destruirla. Pueden aliviar el dolor de una herida profunda. O pueden crearla.

La mayoría de nosotros hemos experimentado, en algún momento de nuestras vidas, palabras o acciones de otras personas que nos han causado heridas. Ese dolor crea una carga y nosotros nos sentimos forzados a soportarla. Estas mentiras son fáciles de creer. El dolor se siente inevitable. La libertad parece imposible ya que las cicatrices amenazan con resurgir, trayendo con ellas una nube de resentimiento.

¿Dónde encontramos la esperanza para una sanación real y la fortaleza para perdonar?

Dios se aflige con nosotros cuando alguien nos lastima. Él quiere ayudarnos a librarnos de las cargas que esas heridas nos causaron para que podamos avanzar hacia la gracia y la libertad. No nos garantiza que la sanación completa se dará de forma inmediata, pero significa que podemos entregarnos al trabajo de Cristo en nuestros corazones, ya que el nos guía por este valle un día a la vez.

Las heridas mentirán sobre tí

Dos de las cargas más grandes que nos generan las palabras o actos hirientes son la amargura y el remordimiento. Hacen que nos veamos a nosotros mismos de otra forma, desde una perspectiva distorsionada. Debajo del enojo, caemos en la tentación de creer en los comentarios negativos y cuestionar nuestro valor. Nos culpamos a nosotros mismos por el daño que otros nos han hecho. Después de un tiempo, la distorsión se generaliza y puede filtrarse en otras áreas de nuestra vida.

Cada vez que elegimos observarnos a nosotros mismos a través de nuestras heridas, estamos rechazando la oportunidad de mirarnos a través de los ojos de Dios. Nadie más tiene la autoridad para definir quien eres. Él te creó. Él dice que fuiste creado a su imagen (Genesis, 1:27), redimido y restaurado por Cristo (Gálatas 4:4-5), queridamente amado, (Romanos 5:8), apreciado desmesuradamente (Mateo 10:29-31). Sea cual sea tu historia, el Señor del cielo y la tierra ansía que puedas verte a ti mismo bajo esa luz.


Cuando nos hieren profundamente, no tenemos que atravesar estas puertas de la distorsión que nos llevan al aislamiento. No es humillante pedir la ayuda de un amigo creyente que nos pueda decir la verdad. Permítele recordarte nuevamente que esa ofensa que te hirió no fue justa. No estuvo bien. No fue tu culpa. Nadie debería haberte tratado de esa manera. Y puedes confiarle este dolor a Dios. Puedes llevar cada parte de tu corazón destrozado a sus pies, sabiendo que el siente el escozor de este quebrantamiento, confiando en su perfecta justicia y en su implacable deseo de sanarte con su amor

Ladrillos tirados

Las palabras que la gente nos lanza son como ladrillos destructivos que vuelan en nuestra dirección. No podemos controlar si serán arrojados, y no podemos controlar cómo nos herirán. Pero es nuestra elección recoger esos ladrillos y llevarlos con nosotros, permitiendo que nos agobien y que multipliquen el daño que causaron. Incluso uno solo de esos ladrillos puede volverse muy abrumador y ocupar un espacio precioso en nuestro corazón que ya no puede llenarse con la plenitud de Dios.

Las heridas son reales. Los ladrillos son reales. Cada uno representa un dolor profundo que puede ser difícil de reprimir. Aún así, la amargura y la culpa ya no tienen que ser parte de la historia. Podemos optar por dejar los ladrillos en el suelo y detener el daño.

A veces, cargar los ladrillos se siente más fácil porque crea la ilusión de una ira justificada. Pero nuestro enojo no logrará nada excepto destruir nuestros corazones con un gran peso que nos impedirá experimentar la vida y el gozo que Cristo desea para nosotros. La fe y el perdón son las únicas formas de dejar a un lado la carga.

Al principio, la decisión de perdonar puede durar solo unos momentos antes de que nos encontremos intentando levantar el ladrillo nuevamente. Es por eso que tenemos que comprometernos continuamente a perdonar y confiar la situación a Dios, renovando ese compromiso cada vez que los sentimientos amargos, pensamientos de ansiedad e ideas de inutilidad o venganza intenten escabullirse en nuestras mentes.

Las heridas no se curan de la noche a la mañana. Algunas permanecen encendidas durante años. El perdón no es una elección fácil. Pero nos hará libres.

¿Cómo debemos responder?

Cuando nos han herido profundamente, es difícil ver cómo podríamos haber herido a otros con nuestras propias palabras y acciones. Las personas heridas a menudo atacan a los demás. Podemos ayudar a cortar este ciclo siendo amables y cautelosos al interactuar con los demás. Pablo dice en Efesios 4:29 « Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes ». Gracia.

Nuestras palabras deben estar llenas de gracia hacia los demás, incluso cuando nos han hecho daño o nos han tratado mal. Es tentador lanzarles palabras cortantes a aquellos que nos han lastimado, pero la gracia trae más curación que la venganza. Se nos llama a perdonar, así como nosotros fuimos perdonados (Efesios 4:32), avanzando continuamente y deseando que los demás no sufran. Si hemos cometido ese error, debemos buscar el arrepentimiento y aceptar la gracia que Cristo nos ha dado a cada uno de nosotros.

El camino para dejar atrás el peso de las heridas profundas puede parecer largo y difícil. Puede ser difícil imaginar finalmente dejar ir algo que te ha agobiado durante tanto tiempo. Pero Cristo anhela reemplazar nuestras cargas por libertad. Quiere ayudarnos a salir de la oscuridad y traer sanidad a nuestro corazón.

Cristo tiene mucho más que ofrecernos que los ladrillos que llevamos.


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